Desde las oscuras aguas crecientes de la costa, dos enormes garras surgieron y se incrustaron profundamente en los muelles. El suelo se desmoronó bajo su peso, y la tierra misma comenzó a dividirse cuando la criatura a la que pertenecían presionó sobre ellas para sacarse del agua.
Una cabeza masiva, de 30 pies (9.1 metros) de grande, emergió del agua; dos colmillos igualmente masivos surgían desde la base de su mandíbula y corrían de cerca a lo largo de su rostro.
El peso de su mirada congeló a innumerables monstruos cercanos, pero su existencia era demasiado insignificante para siquiera ser notada por el behemot. Incapaz de sentir el aura que había seguido hasta aquí, la criatura continuó saliendo del agua, su cuerpo emergiendo de las profundidades como una pesadilla escapando de un sueño.
Zagan, el rey de los océanos, no era impaciente. Se tomaría su tiempo y buscaría minuciosamente.
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