Helena permanecía en silencio bajo la suave y tenue luz. Durante la mayor parte de una hora, no se había movido un ápice. Solo observaba al adolescente mientras meditaba. Al principio, apenas podía ver nada, pero a medida que sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, se encontró hipnotizada por la mirada intensa y concentrada en el rostro de Alejandro. No era la mirada de alguien que busca la paz en la meditación, sino la de un guerrero preparándose para el combate.
En este momento, Helena se encontraba en el búnker de seguridad privado de Alejandro. Había estado con él durante los últimos días y hace un instante Alejandro le había pedido que se ocupara de algunas cosas. Cuando regresó, lo encontró así en el pequeño gimnasio dentro del búnker.
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