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EL OSCURO DESIGNIO (32)

El dirigible de entrenamiento estará listo dentro de un mes dijo Firebrass. Jill Gulbirra es la aeronauta con más experiencia, de modo que ella se hará cargo del entrenamiento. De hecho, la estoy nombrando capitana instructora. ¿Qué tienes que decir de ello, Jill? Si no puedes mandar el grande, al menos nadie podrá discutirte el mando del pequeño. No digas nunca que no he hecho nada por ti.

Los otros hombres le ofrecieron sus felicitaciones, aunque algunos no lo hicieron muy calurosamente. Cyrano parecía realmente contento, y si no hubiera sabido que a ella le desagradaba que la tocaran, sin duda le hubiera dado un fuerte abrazo y la hubiera besado. Movida por un impulso, Jill lo atrajo hacia ella y le dio un rápido apretón. Al fin y al cabo, él estaba haciendo todo lo posible por borrar el comportamiento ofensivo que había mostrado cuando ella llegó a la orilla.

Veinte minutos más tarde, ella, Firebrass, Messnet, Piscator, y diez ingenieros, empezaron a trabajar sobre los planos del gran dirigible. Las especificaciones habían sido determinadas a lo largo de tres semanas de duro trabajo, normalmente de doce a catorce horas al día. En vez de trazar sus líneas sobre el papel, sin embargo, dibujaban sus planos en el tubo de rayos catódicos de una computadora. Esto era mucho más rápido, los errores o alteraciones eran rápidamente borrados, y la propia computadora comprobaba por dos veces las proporciones. Naturalmente, la computadora tenía que ser primero programada, y Jill participó en ello. Le gustaba aquel tipo de trabajo. Era creativo, y le proporcionaba la posibilidad de jugar con relaciones matemáticas.

Sin embargo, provocaba en ella tensiones nerviosas. Para aliviarlas y para mantenerse en buena forma física, Jill se dedicaba a la esgrima al menos dos horas cada día. El ejercicio de la espada no era lo que había sido en la Tierra. El ligero y flexible florete había sido desechado por el más pesado y rígido estoque. Además, cada punto del cuerpo era considerado como blanco, de modo que los combatientes tenían que llevar protecciones acolchadas en sus piernas.

Aquí no estamos jugando le dijo Cyrano. No aprendemos esgrima simplemente para marcar unos tantos. Puede que llegue el día en que tu entrenamiento te sirva para evitar que tu oponente te atraviese, mientras tú lo traspasas a él de parte a parte.

Ella siempre había sido buena en la esgrima. Un gran maestro, un campeón olímpico, le había dicho que podía ser una buena contendiente en competiciones mundiales si simplemente dedicaba el tiempo suficiente a entrenarse. Eso había sido imposible puesto que su trabajo requería mucho tiempo y no podía perderlo en los salones de esgrima. Pero cuando tenía una posibilidad de practicar, lo hacía. Adoraba la esgrima; en algunos aspectos era una especie de ajedrez gimnástico, y ella adoraba también el ajedrez.

Era una gran alegría tomar de nuevo una hoja en la mano y volver a aprender todas las técnicas no utilizadas en mucho tiempo, aunque nunca completamente olvidadas. Y era incluso una alegría mayor el descubrir que podía vencer a la mayor parte de sus oponentes masculinos. Aunque parecía más bien torpe, cuando empuñaba un estoque toda ella se convertía en gracia y fluida velocidad.

Sólo había dos hombres a los que no podía dominar. Uno era Radaelli, el maestro italiano, autor de Instruzione per la scherma di spada a di sciabola, un libro publicado en

1885. El otro, el indiscutido campeón, era Savinien Cyrano de Bergerac.

Aquello había sorprendido a Jill. Por una parte, en tiempos de Cyrano la esgrima aún no se había desarrollado como un arte. No fue hasta finales del siglo XVIII cuando alcanzó la cúspide de su técnica. Cyrano había muerto a mediados del siglo XVII, antes de que el florete fuera inventado, cuando los hombres luchaban, a menudo a muerte, con técnicas en cierto modo primitivas, aunque fueran espectaculares. Habían sido los italianos quienes habían reunido las normas básicas de la moderna esgrima a principios del siglo XVII, pero hasta los inicios del siglo XIX no habían alcanzado las técnicas su máximo esplendor.

Por ese motivo, Cyrano había conseguido una reputación como el más grande espadachín de todos los tiempos sin haber tenido que competir con los más sofisticados espadachines de tiempos posteriores. Jill había supuesto que esa reputación había sido enormemente exagerada. Después de todo, nadie sabía si el famoso incidente de la Porte de Nesle era cierto o no. Nadie excepto el propio francés, y él no quería hablar del asunto.

Sin embargo, había aprendido todos los refinamientos posteriores de Radaelli y Borsody. A los cuatro meses de iniciar su actuación, superaba con mucho a sus mentores. En cinco meses, era imbatible. Por ahora, al menos.

Aunque falta de entrenamiento al principio, Jill había ganado pronto habilidad y le había podido presentar mejor batalla. Ni una sola vez, sin embargo, había podido conseguir más de un punto del total de cinco dentro del límite de seis minutos de un asalto. Y él siempre conseguía cuatro puntos antes de que ella lograra el suyo. Esto le había llegado a hacer creer que él le concedía ese punto para que su derrota no fuese tan estrepitosa. En una ocasión, después de un asalto en el cual ella se puso furiosa a causa de su frustración, lo acusó de paternalismo.

Aunque estuviera profundamente enamorado de ti y deseara intensamente no herir tus sentimientos le dijo él, ¡jamás haría eso! Sería algo deshonesto, y aunque se dice que en la guerra y el amor está permitido todo, yo no estoy de acuerdo con ello. No, has conseguido tus puntos porque realmente eres hábil y rápida.

Pero si estuviéramos peleando realmente dijo ella, sin protección en las puntas, me hubieras matado cada vez. Tú siempre golpeas primero.

Él alzó su máscara y se secó la frente.

Cierto. ¿Acaso estás pensando en retarme a un duelo? ¿Todavía estás tan furiosa conmigo?

¿Por ese incidente en la orilla? No. En absoluto.

¿Por qué, entonces, si puedo preguntártelo?

Ella no respondió, y él alzó las cejas y después sus hombros en un gesto típicamente latino.

Cyrano era mejor que ella. No importaba cuanto practicara, no importaba su esforzada determinación en superarle, porque él era un hombre, porque a ella no le gustaba perder ante nadie, fuese hombre o mujer, siempre perdía. En una ocasión, cuando ella se burló de su ignorancia y de sus supersticiones y lo puso furioso con ello (lo había hecho a propósito), él la atacó con tanto vigor que la tocó cinco veces en un minuto y medio. En vez de perder la cabeza, se había convertido en un ser de fuego frío, moviéndose con precisión y rapidez, haciéndolo todo con una profunda exactitud, anticipándose unos segundos antes a cada uno de los movimientos de ella.

Fue ella la que resultó humillada.

Merecidamente además, se dijo a sí misma, y pidió disculpas, lo cual fue una doble humillación.

Me equivoqué terriblemente burlándome de tu falta de conocimiento de las ciencias y de tus erróneas creencias dijo ella. No es culpa tuya que nacieses en 1619, y yo no hubiera debido azuzarte con ello. Sólo quería ponerte furioso. Fue una mala acción por mi parte. Te prometo no volver a hacerlo de nuevo, y te pido humildemente perdón. Realmente, no pretendía que las cosas fuesen así.

¿Entonces dijiste todas esas cosas horribles simplemente como un truco? murmuró él. ¿Una forma verbal de conseguir puntos? ¿No había nada personal en esas hirientes observaciones?

Ella vaciló un momento, luego dijo:

Debo ser sincera. Mi propósito principal era que perdieras la cabeza. Pero yo tampoco estaba muy fría. En ese momento, tenía la impresión de que eras un simplón ignorante, un fósil viviente. Pero era mi propia cólera hablando por mí.

»En realidad, estás muy por delante de tu tiempo. Rechazas las supersticiones y los barbarismos de tu tiempo, tanto como nadie es capaz de rechazar su cultura. Fuiste un hombre excepcional, y te respeto por ello. Y nunca me oirás esas palabras otra vez.

Dudó de nuevo, y luego añadió:

¿Pero es cierto que te arrepentiste en tu lecho de muerte? El rostro del francés se volvió rojo. Hizo una mueca y dijo:

Sí, Miz Gulbirra. Dije efectivamente que lamentaba todas mis blasfemias y mi incredulidad, y le pedí a Dios Su perdón. ¡Yo, que había sido un violento ateo desde la edad de trece años! ¡Yo, que odiaba a los gordos, sebosos, blandos, hediondos, ignorantes, hipócritas, parásitos sacerdotes! ¡Y a su insensible, inclemente, cruel Dios!

»Pero tú no sabes, tú que viviste en una era más libre y más permisiva, ¡tú no sabes los horrores de los fuegos del infierno, de la condenación eterna! ¡Tú no puedes saber qué es tener los fuegos del infierno royéndote, ahogándote! ¡Algo que te han metido desde tu más tierna infancia en tu cuerpo, en tus huesos, en lo más profundo de tu mente!

»Y así, cuando supe seguro que me estaba muriendo a causa de una combinación de esa sucia enfermedad que lleva el encantador y bucólico nombre de sífilis y un golpe en la cabeza recibido de esa viga que me cayó encima accidentalmente o arrojada por algún enemigo mío, yo que sólo deseaba amar a todos los hombres, y a todas las mujeres también... ¿dónde estaba?

»Oh, si, sabiendo con seguridad que iba a morir, y con los terrores de los demonios y las eternas torturas danzando a mí alrededor, llamé a mi hermana, esa puta desdentada y enfermera reseca, y a mi buen, muy buen amigo, Le Bret, y dije sí, me arrepiento, quiero salvar mi alma, y podéis alegraros, mi querida hermana, mi querido amigo, probablemente iré al purgatorio, pero vosotros rezaréis por mí, ¿verdad que lo haréis?

»¿Por qué no debía hacerlo? Yo estaba asustado como nunca lo había estado en mi vida, y sin embargo, y sin embargo, aún no creía por completo que estaba destinado a la condenación eterna. Tenía algunas reservas, créeme. Pero arrepentirme no iba a hacerme ningún daño. Si Cristo estaba efectivamente disponible para mi salvación, sin costarme un céntimo, fíjate bien, y había realmente un infierno y un cielo, entonces yo sería un imbécil si no salvaba mi valiosa piel y ni inapreciable alma.

»Por otra parte, si todo era oscuridad y vacío, una vez uno moría, ¿qué iba a perder? Haría felices a mi hermana y a ese supersticioso Le Bret de buen corazón.

Escribió un brillante panegírico sobre ti después de tu muerte dijo ella. Fue un prefacio a tu Viaje a la Luna, que editó dos años después de que murieras.

¡Oh! ¡Espero que no hiciera de mí un santo! exclamó Cyrano.

No, pero te describió como un magnífico carácter, un noble si no un santo. Sin embargo, otros escritores... bueno, debes haber tenido muchos enemigos.

¡Que intentaron ensuciar mí nombre y mi reputación después de mi muerte, cuando ya no podía defenderme, los cobardes, los muy cerdos!

No recuerdo dijo ella. Y además, ahora tampoco importa mucho, ¿verdad? Por otra parte, sólo los intelectuales conocen los nombres de tus detractores. Desgraciadamente, la mayoría de la gente sólo te conoce a ti como el romántico, grandilocuente, inspirado, patético, en cierto modo donquijotesco, héroe de una obra que un francés escribió a finales del siglo XIX. .

“Durante mucho tiempo hubo la creencia de que estabas loco en la época en que escribiste El viaje a la Luna y el Viaje al Sol. Eso fue debido a que tus libros fueron tan fuertemente censurados. Por aquel tiempo todas las ratas de iglesia royeron tus textos, haciendo que muchos de ellos perdieran todo su sentido. Pero el texto fue finalmente restaurado tanto como fue posible, y cuando yo nací había sido publicada en inglés una versión sin expurgar.

¡Me alegra oír eso! Sabía por lo que Clemens y otros decían que me había convertido en un literato olímpico, sino un Zeus al menos un Ganímedes, un escanciador en las filas de los exaltados. Pero tu burlona observación de que yo era un supersticioso me ha dolido mucho, mademoiselle. Es cierto, como habrás observado, que yo creía que la luna en su fase menguante aspiraba la médula de los huesos de los animales.

Ahora tú dices que eso es una completa estupidez. Muy bien, lo acepto. Y yo estaba equivocado, como millones de otros contemporáneos míos y Dios sabe cuántos más antes de mi época.

»Pero este es un error minúsculo e inofensivo. ¿Qué importa, qué daño puede hacer a nadie, sostener un error? La superstición, el grave error, que realmente ha causado daño a la gente, a muchos millones de seres humanos, te lo aseguro, era la estúpida, la bárbara creencia en la brujería, en la habilidad de los seres humanos de atraer al mal mediante encantamientos, cantos, gatos negros, y el alistamiento de los demonios sus aliados. Escribí una carta contra tan ignorante y viciosa creencia, contra ese sistema social más bien. Afirmé que las grotescas sentencias legales y las salvajemente crueles torturas y ejecuciones infligidas contra el Mal eran en sí mismas la esencia de ese mal.

“Es cierto que esta carta de la que hablo, Contra los brujos, jamás fue publicada en vida mía. Por muy buenas razones. Hubiera sido torturado y quemado vivo. Sin embargo, circuló entre mis amigos. Y demostraba que yo no era como me has hecho tú. Estaba por delante de mi tiempo en muchos aspectos, aunque no era, por supuesto, la única persona en esa feliz situación.

Sé todo eso dijo ella. Y te pedí disculpas por ello. ¿Quieres que lo haga otra vez?

No es necesario dijo él. Su amplia sonrisa le hizo parecer agraciado, o al menos atractivo, pese a su gran nariz.

Jill tomó su cilindro por el asa y dijo Es hora de comer.

Jill sabía algo acerca del hombre llamado Ulises, por algunas referencias oídas ocasionalmente. Se había aparecido sin ninguna noticia previa, al parecer procedente de ningún sitio, cuando las fuerzas de Clemens y del Rey Juan estaban luchando contra los invasores que pretendían apoderarse del metal del meteorito. Había matado al jefe de los enemigos con una flecha bien lanzada, había diezmado a sus oficiales, y así había dado a los defensores la ventaja que necesitaban para la victoria.

Ulises de Itaca proclamaba ser el Ulises histórico en el cual se basó Homero para su personaje mítico. Era uno de los que habían luchado ante las murallas de Troya, aunque afirmaba que la auténtica Troya no era aquella que los eruditos decían que era. Su localización estaba en otro lugar, mucho más al sur, en la costa de Asia Menor.

Jill, al oír aquello por primera vez, no supo si creer que el hombre era el auténtico Ulises o no. Había tantos impostores en el Mundo del Río. Pero había algo que le hizo pensar que podía ser realmente el auténtico itacano. ¿Por qué debería decir que la Troya

VII, que todos los arqueólogos y helenistas decían que era la auténtica Ilión, no era la genuina? ¿Por qué proclamar que la Troya histórica estaba en otro lugar?

Fuera cual fuese la razón, ya no estaba por allí. Había desaparecido tan rnisteriosamente como había aparecido. Agentes enviados tras su rastro habían fracasado. Firebrass había seguido buscándolo después de que Clemens se fuera con el Mark Twain. Uno de los rastreadores, Jim Sorley, había encontrado finalmente algún rastro del griego, aunque sólo evidenciaba que no había sido asesinado por los hombres de Juan.

Jill se había preguntado numerosas veces por qué Ulises se habría presentado voluntario a luchar al lado de Clemens. Por qué un extranjero, ignorante al parecer de las circunstancias de la batalla, se había aliado a una de las fuerzas combatientes y arriesgado su vida por ellas? ¿Qué iba a ganar con ello, especialmente puesto que al parecer no conocía a ninguno de los participantes de ninguna de las dos fuerzas?

En una ocasión le había preguntado esto a Firebrass, y él le había contestado que simplemente no lo sabía. Sam Clemens hubiera podido arrojar alguna luz al respecto, pero nunca había querido decir una palabra sobre el asunto.

Firebrass había añadido:

De todos modos, Ulises pudo venir aquí por la misma razón que lo hicimos Cyrano y yo. Deseábamos formar parte de la tripulación del barco a paletas para alcanzar el mar polar.

Ella pensó que resultaba extraño que nadie hubiera pensado en construir un dirigible hasta poco antes de que el segundo barco quedara completado. ¿Para qué emplear décadas en viajar hasta la región ártica en una nave de superficie cuando una nave aérea podía hacer el mismo recorrido en unos pocos días?

Firebrass dijo sonriente:

Es simplemente uno de los misterios de la vida. El hombre, perdón, la humanidad, a veces no puede distinguir la nariz de su propio rostro. Entonces siempre viene alguien y le tiende un espejo.

Si la humanidad tuviera una nariz como la mía dijo Cyrano, nunca hubiera tenido ese problema.

En ese caso, la persona con el espejo ha sido August von Parseval. En la Tierra había sido un mayor del ejército alemán, y había diseñado también aeronaves para una compañía alemana. Su tipo de dirigible fue usado tanto por el gobierno alemán como por el inglés entre 1906 y 1914.

Poco antes de que el Mark Twain estuviera a punto para abandonar Parolando, von Parseval había llegado allí. Se mostró sorprendido de que nadie hubiera sugerido nunca que un Luftschiff sería un medio más rápido de transporte que un barco.

Después de que Firebrass se hubiera pateado mentalmente por su estupidez, había corrido en busca de Clemens, arrastrando al alemán con él.

Sorprendentemente, Clemens dijo que hacía mucho tiempo que había tomado en consideración el construir un dirigible. Después de todo, ¿no había escrito él Tom Sawyer en el extranjero?

No habían viajado Tom, Jim y Huckleberry desde Missouri hasta el Sahara en un globo?

Sorprendido, Firebrass le preguntó por qué no lo había mencionado nunca.

¡Porque sabía que algún estúpido impulsivo dejaría inmediatamente todo el trabajo en el barco, más aprisa que un ladrón deja caer sus palanquetas cuando ve a un policía!

¡Porque hubiera deseado abandonar el Barco Fluvial para dedicar todos sus esfuerzos y materiales a la máquina volante!

»¡No, caballeros! Este barco tiene prioridad sobre cualquier otra cosa, como dijo Noé cuando su esposa deseaba abandonar el trabajo del arca para celebrar la danza de la lluvia.

»¡Por los resplandecientes testículos del toro de Basán, no habrá ningún dirigible aquí! Es un utensilio muy peligroso, muy poco fiable. Ni siquiera podría fumar un puro en él!, y si no puedo hacer eso, ¿para que sirve la vida?

Clemens planteó algunas objeciones adicionales, la mayoría de ellas más serias. Firebrass, sin embargo, se dio cuenta de que Clemens no estaba esgrimiendo su principal razón. Llegar a la Torre no era lo realmente importante para Clemens. Era el viaje en sí lo que le importaba. Construir el más grande Barco Fluvial jamás visto, ser su capitán, su dueño, viajar millones de kilómetros en el espléndido vehículo, ser admirado y adorado y alabado por miles de millones de personas, eso era lo que Sam Clemens deseaba.

Además, deseaba venganza. Deseaba perseguir y luego atrapar y destruir al Rey Juan por haberle robado su primer barco, su primer amor, el No Se Alquila.

Puede que se necesitasen cuarenta años para ir de Parolando a las montañas que rodeaban el mar polar. A Sam no le importaba. No sólo deseaba ser el reverenciado propietario y conductor del mayor y más hermoso Barco Fluvial que la humanidad hubiera visto nunca, sino que deseaba efectuar con él el más largo viaje que ningún barco, ninguna expedición, hubiera emprendido jamás. ¡Cuarenta años! ¡Poned eso en vuestras pipas, Colón, Magallanes, y fumáoslo!

Además, deseaba ver y hablar con cientos de miles de personas. Aquello encantaba a Sam, que se sentía tan curioso hacia los seres humanos como podía sentirse un ama de casa hacia sus vecinos.

Si efectuaba el viaje en una aeronave, no habría desconocidos con quienes hablar. Aunque Firebrass era tan gregario como una bandada de patos, no pudo comprender

aquella actitud. El se sentía tan ansioso por resolver el misterio de la Torre. La clave de todo aquello que desconcertaba a la humanidad podía estar allí.

No le señaló a Clemens cuál creía que era la auténtica razón de sus objeciones hacia la aeronave. No sería conveniente. Sam se limitaría a mirarle directamente a los ojos y a negarlo todo.

Sin embargo, Sam sabía que estaba actuando mal. Y así, sesenta días antes de que el

Mark Twain emprendiera su marcha, había llamado a Firebrass.

Después de que yo me vaya, puedes construir tu altamente inflamable locura, si insistes en ello. Por supuesto, eso significa que tendrás que renunciar como ingeniero jefe de la más magnífica creación del hombre. Pero deberás utilizar el dirigible únicamente para observación, como explorador.

¿Por qué?

Por los testículos de bronce del candente Baal, ¿para que otra cosa puede ser usado además de para eso? No puede aterrizar sobre la Torre ni en ningún otro lado, ¿no es cierto? Según Joe Miller, las montañas son cortadas a pico, y no hay ninguna playa. Y...

¿Cómo puede saber Joe que no hay ninguna playa? El mar estaba cubierto por la bruma. Todo lo que vio fue la parte superior de la Torre.

Sam había lanzado una nube de humo que parecía como la exhalación de un dragón rabioso.

Es lógico que la gente que ha construido ese mar no desee ninguna playa.

¿Construirían un lugar en el que los invasores pudieran varar una barca? Por supuesto que no.

»De todos modos, lo que deseo que hagas es averiguar la configuración del terreno. Observa si hay algún paso entre las montañas aparte del que Joe describió. Descubre si la Torre posee alguna otra entrada además de la del techo.

Firebrass no había discutido. Haría lo que tuviera que hacer cuando llegara al polo. Clemens no tendría ningún control sobre él entonces.

Me marché, feliz como un perro al que le han quitado todas las pulgas. Le conté a

Parseval la decisión de Sam, y lo celebramos a lo grande. Pero dos meses más tarde el

pobre viejo August fue tragado por un pez dragón. Yo mismo estuve a punto de sufrir la misma suerte.

En este punto de su historia, Firebrass reveló un secreto a Jill.

Debes prometerme por tu honor no decírselo a nadie. No te lo diría si no fuera porque el barco está ya muy lejos, y no hay ninguna forma en que puedas enviarle la información al Rey Juan. Aunque no creo que lo hicieras tampoco, de todos modos.

Te prometo guardar el secreto... sea cual sea.

Bien... uno de los ingenieros era un científico californiano. Sabía como construir un láser con un alcance de cuatrocientos metros. Dentro de este radio, podía partir el Rex en dos. Y disponía de los materiales justos para hacer uno. Así que Sam lo mandó construir.

»Era un proyecto altamente secreto, tan secreto que tan solo hay seis personas en el Mark Twain que conozcan su existencia. El láser está oculto en un compartimiento conocido tan sólo por esos seis, de los cuales Sam es uno, por supuesto. lncluso su amigo Joe no sabe nada de ello.

»Cuando el Mark Twain alcance al Rex, el láser será sacado y montado sobre un trípode. La batalla será corta y dulce. Dulce para Sam, amargamente corta para Juan. Acortará igualmente de forma tremenda las pérdidas por ambos lados.

»Yo estoy al corriente del secreto porque fui uno de los ingenieros que trabajó en el proyecto. Antes de que estuviera terminado, le pedí a Sam si el láser podía quedarse aquí. Deseaba llevarlo con la aeronave y utilizarlo para abrir una entrada en la Torre si no podíamos penetrar de ninguna otra manera.

»Pero Sam se negó categóricamente. Dijo que si le ocurría algo a la aeronave, el láser se perdería. Yo no podría devolverlo al Mark Twain. Discutí como un loco con él, pero perdí. Y Sam tenía un argumento poderoso. No hay forma de saber qué peligros vamos a correr, ni meteorológicos ni de otra clase.

»Sin embargo, resultó muy frustrante.