Pasaron unos meses y finalmente los trabajadores lograron instalar la electricidad en el manicomio. El día de hoy, los trabajadores terminaron de colocar la lámpara oxidada pedida por Dante en su habitación, por lo que el viejo podría disfrutar de la habitación que él deseaba.
En estos momentos, Dante se encontraba comiendo en un tablón de madera junto con otros lunáticos que eran atendidos en su manicomio. Era algo incómodo tener a más personas viviendo en su hogar.
Pero cuando Dante compró la propiedad, las autoridades inglesas le obligaron a Dante a que siga manteniendo el manicomio funcionando. Por lo que el viejo no podía dejar de hacerlo funcionar como un manicomio.
Por suerte, Dante se había acostumbrado a esta nueva situación debido a que llevaba muchos meses viviendo en Inglaterra. Como su habitación estaba en obras, en este momento tenía que salir y vivir en otra habitación mientras que colocaran la red eléctrica hasta su habitación.
No obstante, hoy debería terminar su habitación perfecta, por lo que en lo posible está sería su última comida con estos lunáticos.
Con algo de apuro e impaciencia, Dante terminó de comer y caminó acompañado de una enfermera hacia su habitación. Al llegar, Dante rápidamente pidió a la enfermera que se marchara para poder disfrutar la habitación en soledad.
Con la nueva lámpara prendida, el hormigón de las paredes de la habitación ahora tenía un cálido color amarillo que era bastante reconfortante para la mente de Dante.
*Tock,Tock* Pero antes de que Dante pudiera seguir disfrutando de la habitación, alguien tocó la puerta de metal oxidado de su habitación y abrió la rejilla en la puerta para verlo.
—¿Qué pasó ahora? ¡Ya comí!—Gritó Dante de mala gana, mirando que la enfermera que lo había acompañado había regresado.
—Señor Giordano, tienes visitas—Comentó la enfermera con tono alegre.
—¡Nadie en este país me conoce!—Grito Dante de mala gana, entendiendo que estaba ocurriendo.
—¡Soy yo, padre, Carlos!—Gritó Carlos mirando por la rejilla de la habitación.
—No...—Comentó Dante mirando a su hijo detrás de la reja—¡Tú no eres mi hijo, déjame disfrutar unos míseros segundos! ¡Vete de este lugar, bestia!
—¡Soy yo, papá! Mi esposa y yo terminamos nuestra luna de miel...—Comentó Carlos con lágrimas en los ojos al ver el estado de la salud mental de su padre—Solo quiero despedirme antes de irme a los Estados Unidos.
—...—Dante lo pensó por unos minutos, pero luego con desconfianza busco algo abajo de su cama.
En realidad no había nada debajo de la cama de Dante. Pero cuando el viejo buscó, un cuchillo de plata muy fino apareció para que Dante pudiera tomarlo. Con el cuchillo en su mano, Dante miró a su hijo y gritó con odio:
—¡Si entras, te mato! ¡Vete!... y si de verdad eres mi hijo, entonces no regreses nunca más a mi manicomio. ¡Déjame morir solo! ¡Déjame morir feliz!
—¡Por favor, papá, te lo suplico, déjame despedirme de vos antes de irme!—Gritó Carlos entre lágrimas detrás de la reja de la puerta
—No lograste engáñame antes, no lograste engáñame ahora y no lograrás engañarme nunca!—Gritó Dante con enojo, odiaba a estas bestias más que nada en este mundo.
—Está bien, papá...—Comentó Carlos llorando con desilusión; resignado a que no había forma de curar la mente de su padre—Espero que vivas feliz en este lugar, al menos sé que vivirás mejor que en la pocilga donde vivías antes.
Dante no contestó, únicamente se quedó mirando con odio y temor a la bestia atrás de su puerta. El anciano no temía morir en el otro mundo porque era la manera de escapar de ese sitio, pero morir acá era el final de su vida y eso todavía le provocaba temor.
Aunque la gran realidad, es que para Dante la lucha por su vida con esta edad se trataba sobre todo de una cuestión de orgullo: Dante nunca dejaría que estas bestias idiotas que lo persiguieron toda la vida finalmente lograran salirse con la suya y lo mataran cuando él bajará la guardia. El anciano hace mucho había aceptado que con su edad, él tenía un pie en la tumba, pero se negaba rotundamente a morir en las manos de estas bestias.
La bestia y la enfermera finalmente se marcharon dejando al anciano solo en su habitación, el viejo maldijo que una bestia viniera arruinar este día.
Dante trató de relajarse, pero por mucho que tratara no podía dejar de pensar: '¿Y si en realidad fuera mi hijo y no una bestia?'
Dante pensó y pensó en esa pregunta, en los detalles de la conversación, pero por mucho que le diera vueltas al asunto, el hecho ya había ocurrido y no había forma de volver atrás para cambiarlo.
Ya cansado de tanto reflexionar sobre él tema, Dante apagó la luz de su habitación y se fue a dormir deseando que el mundo de los sueños lo conforme con su abrazo efímero.