La semana siguiente,
Cerca de las afueras de Estonia, una protesta masiva se estaba desplegando. Las casas y tiendas locales permanecían desiertas, su bullicio habitual reemplazado por un mar de ciudadanos agitados llenando las calles.
Agitaban pancartas en alto, el texto en negrita gritaba su descontento: "¡NO ROBEN NUESTRAS CASAS!", "¡LA AMC QUE SE JODA!", "¡NO NECESITAMOS SU PROTECCIÓN!", "¡PROTEJAN A LA MADRE NATURALEZA!"
El aire estaba denso de gritos y cánticos, una nube tangible de desafío y enojo.
En medio del tumulto, los policías luchaban visiblemente para contener a la multitud, sus esfuerzos parecían casi inútiles contra la ola de indignación pública.
Los funcionarios gubernamentales se mantenían al margen, intercambiando miradas de impotencia, su compostura habitual reemplazada por incertidumbre y preocupación. Estaban ocupados con sus teléfonos, como si intentaran llamar a toda la ayuda que pudieran conseguir.
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