—No. Pero todavía tienes tu otra mano, piernas, orejas y ojos. Solo necesito tu boca para hablar —las palabras de Torak eran ligeras como una pluma, pero tenían una gran amenaza detrás. Sin embargo, no era una amenaza vacía, haría exactamente lo que había dicho.
Nada podía detenerlo ni él estaba dispuesto a detenerse.
Era solo cuestión de tiempo antes de que encontrara al verdadero agresor, pero pensó que podría ahorrar tiempo confrontando directamente al Señor dragón.
El único problema era que el Señor dragón era más terco que la última vez que se encontraron.
—Hermano… ¿Por qué no le avisas al Alfa? Él te mataría… —gimoteó Esteban, sus ojos amarillos suplicaban a su hermano.
Solo eran los dos, la última sangre real del Cambiante Dragón de la Tierra. Si Torak realmente iba a matar a Reynold, entonces Esteban preferiría morir también. La responsabilidad de ser una criatura casi extinta no era algo que un cobarde como él pudiera soportar.
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