``` El día de su boda con su amor de la infancia, Natalie Ford recibió un regalo inesperado: un certificado de matrimonio. Declaraba que ya estaba casada con un completo extraño—Aiden Handrix. Mientras los invitados a la boda seguían burlándose e insultándola, su amante Ivan decidió abandonarla, optando por casarse con su media hermana Briena en su lugar. Para colmo de males, fue expulsada de su casa. Para probar su inocencia, Natalie Ford solo podía tomar un camino: tenía que encontrar a este misterioso Aiden Handrix y descubrir la verdad. Al día siguiente, había noticias populares en la televisión. Justine Harper, la heredera de la familia más rica de Bayford, regresaba a casa. Los ojos de Natalie se estrecharon al mirar la pantalla de la televisión. —¿Por qué este hombre se parece exactamente al hombre de la foto en mi certificado de matrimonio? En la búsqueda de desentrañar el misterio detrás de su supuesto matrimonio, decidió seguirlo y preguntarle personalmente. —¿Estás casado? —preguntó Natalie. —No. —¿Tienes un hermano gemelo? —insistió. —No. —¿Por casualidad has oído el nombre Aiden Handrix? —su tono se endureció. —No. —Entonces, ¿quién demonios eres? —demandó saber. —Tu hermano. —Espera, ¿qué? —sus ojos se abrieron de par en par. —Sí. Ahora empaca tus cosas y ven a casa conmigo —dijo él. ¿Primero obtuvo un marido de la nada y ahora un hermano con la misma cara? ¿Estaba dios creando clones y ofreciéndoselos con diferentes relaciones? ```
«¿Por qué tenía que ser él, de todas las personas?», pensó Justin mientras cruzaba miradas con un sorprendido Andrés, rezando para que el anciano siguiera la corriente y no dijera su verdadero nombre. Si Andrés lo llamaba Justin ahora, sus mentiras serían expuestas.
Si eso sucediera, ¿qué iba a hacer? Alberto se sorprendería, y Justin ni siquiera quería imaginar cómo tomaría esta decepción. Cuanto más miraba al feliz Alberto, peor se sentía.
Además, si realmente fueran expuestos, no podría quedarse con Natalie de esta manera y volvería a su aburrida y ocupada vida.
—¿Andrés? —llamó Alberto, notando el prolongado silencio de su amigo.
Andrés parpadeó, volviendo a la realidad. Se giró hacia Alberto, quien estaba sonriendo de oreja a oreja. —¿Ves? Tú también te has quedado sin palabras, ¿no? ¿No es impresionante Aiden?
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