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EQUIPO ROJO CONTRA EQUIPO BLANCO

El segundo tiempo había comenzado con una energía renovada para el equipo rojo, pero a medida que el partido avanzaba, el peso de la derrota comenzaba a ser cada vez más palpable. Todos los ojos estaban puestos en Suarez, que había corrido con determinación hacia el borde del área, sorteando a sus rivales con una agilidad impresionante. Cada paso que daba parecía acercarla más a lo imposible, y la presión sobre David aumentaba. El balón salió de sus pies con precisión, pero el tiempo se alargó y el destino de la jugada parecía incierto.

David la observaba con ansiedad, dudando un momento sobre si realmente debería haber confiado en ella. ¿Era demasiado arriesgado? Pero, en un abrir y cerrar de ojos, algo cambió. La velocidad de Suarez se disparó de repente, como si la tierra misma la empujara hacia adelante. Sus piernas brillaron con chispas de energía, y en ese parpadeo, duplicó su velocidad, corriendo con la furia de una tormenta.

Los defensores del equipo blanco no pudieron hacer nada, simplemente no pudieron seguir el ritmo. Suarez alcanzaba su posición predeterminada. El balón se fue cayendo hacia el suelo, botando levemente antes de que Suarez lo alcanzara con una velocidad sorprendente. Y entonces, como si fuera un trueno en plena tormenta, disparó a la portería con tal fuerza que el balón apenas tocó el aire antes de zambullirse en la red, dejando al portero sin reacción. El silencio que siguió a ese disparo fue breve, pero absoluto.

—¡Gol! —gritaron los compañeros del equipo rojo, estallando en vítores. El marcador se acercaba al empate, y el equipo sentía que la victoria estaba dentro de su alcance. Suarez, aún con la energía vibrante en sus venas, corrió hacia David con una sonrisa radiante.

Cuando llegó a su lado, sin pensarlo dos veces, le besó la mejilla con una rapidez que dejó a David completamente atónito.

—Gracias por confiar en mí. —le dijo, su voz llena de gratitud.

David no pudo evitar sonrojarse, el corazón latía con fuerza, pero también sentía una sensación de felicidad nerviosa que no había experimentado en mucho tiempo. Sin embargo, su reacción fue inmediata, y una sonrisa tímida se dibujó en su rostro. Aunque su mente estaba ocupada, no pudo evitar sentirse feliz por el resultado, por el momento que acababan de vivir.

Mientras tanto, Killer observaba todo desde lejos, y aunque no dijo nada, no pudo evitar girar la cabeza con un ligero gesto de disgusto, como si la interacción entre David y Suarez le causara algún tipo de molestia. No era envidioso, pero la forma en que las cosas sucedían a su alrededor comenzaban a incomodarlo de alguna manera. Era como si, por un momento, la atención de todos estuviera puesta en algo que no era el juego.

El equipo rojo, impulsado por ese gol, se llenó de motivación. El empate estaba cerca, pero la realidad del partido se hacía evidente: el equipo blanco no iba a dejarse alcanzar tan fácilmente. La capitana Ríos, como era de esperar, estaba decidida a mantener a su equipo en la delantera, y pronto hizo sentir su presencia en el campo. Durante los minutos siguientes, el equipo blanco, con su organización impecable, incrementó el marcador a 5 puntos contra 2, mostrando una feroz resistencia.

Pero el equipo rojo no estaba listo para rendirse. Danna, con todo el coraje de su equipo resonando en su interior, intentó de nuevo. Con determinación, disparó hacia la portería blanca, pero Ríos, siempre alerta, se interpuso con una rapidez impresionante. La defensa del equipo blanco era implacable, y el balón se desvió hacia un costado, alejándose de la portería.

Danna, con su mirada fija en el balón, se preparaba para un nuevo tiro desde la esquina izquierda. El reloj seguía corriendo, y el equipo rojo sabía que cada segundo contaba. Sin embargo, no podía dejar de sentir que el tiempo se les escapaba de las manos. La presión estaba al máximo, y con cada punto que el equipo blanco anotaba, la esperanza del equipo rojo parecía desvanecerse más y más.

Killer, a pesar de su aparente frialdad, sentía el peso del partido sobre sus hombros. Necesitaba hacer algo, demostrar que podía ser el líder que su equipo necesitaba. Pero algo le impedía dar ese paso definitivo. No era solo la frustración de haber perdido sus duelos contra Ríos, ni la rabia por no haber podido contribuir más en el primer tiempo. Había algo más profundo, una sensación de desconexión con el equipo, que lo mantenía distante.

—¡Vamos, chicos! ¡No se den por vencidos! —gritó David, intentando recuperar el ánimo de todos, aunque la derrota ya parecía una sombra muy cerca.

El equipo rojo estaba a punto de dar su última batalla, pero las probabilidades no estaban de su lado. Todo dependía de lo que pudieran hacer en los minutos restantes. El juego no había terminado, pero la angustia de saber que cada jugada podría ser su última oportunidad hacía que el aire en el campo se volviera denso, cargado de tensión.

La guerra en la arena continuaba.

La frustración se desbordaba en Killer mientras el balón cruzaba el aire, alejándose de su alcance. El rugido del campo, la vibrante energía de la multitud, todo se desvanecía en su mente, reemplazado por el eco ensordecedor de su propia ira.

— Mierda, mierda, mierda, no he podido hacer nada… soy un inútil, todo el equipo ha dado lo mejor de sí y yo... yo no he logrado hacer nada. Debo anotar, esta es nuestra última oportunidad... —El pensamiento le taladraba la mente con una furia ciega.

A lo lejos, Suarez, impasible ante la tormenta de emociones que lo envolvían, concentraba toda su fuerza en lo que estaba por venir.

— Yo seré quien marque ese gol —se dijo a sí misma, con una determinación que nadie podría desafiar.

Danna, a su lado, sentía la misma electricidad recorriéndole el cuerpo, el ansia de victoria, el deseo de justicia por tantas oportunidades perdidas.

— Que les llene de furor... —susurró, como si esas palabras pudieran invocar la fuerza que todos necesitaban.

Killer, sumido en su rabia, solo pensaba en una cosa: La bestia de mi interior rugía dentro de él, buscando una salida, buscando la oportunidad de liberar su poder en todo su esplendor.

— Ya estoy listo —murmuró entre dientes, sintiendo como su cuerpo comenzaba a hervir con una energía desconocida.

David no pensó más, actuó. Desde su lugar, sin dudar, envió el balón al centro de la contienda. El balón surcó el aire con una precisión quirúrgica, y los jugadores, de ambos equipos, se lanzaron a disputarlo en una vorágine de movimientos frenéticos. Pero, de repente, algo cambió. Una sensación extraña invadió el campo, algo primitivo, algo peligroso. La atmósfera se tornó densa, como si un poder invisible llenara cada rincón de la arena.

De entre la multitud, Killer surgió como una sombra oscura. Más alto que los demás, desafiando la gravedad misma, su cuerpo se alzó hacia el balón con la ferocidad de un depredador lanzándose sobre su presa. En su rostro no había humanidad, solo una expresión salvaje, bestial. Sus ojos, normalmente oscuros, ahora brillaban con un rojo encendido, como dos carbones al rojo vivo. Las venas de su cuello, manos y rostro se destacaban, marcadas por la tensión y la fuerza. Cerró los puños con tal fuerza que sus dedos palidecieron. Sus dientes, apretados hasta que los maxilares se le hundieron, mostraban una mueca casi demoníaca.

La ira, pura y visceral, se desbordaba por cada poro de su piel. Su cuerpo estaba cubierto por una energía oscura, como una tormenta eléctrica que se agitaba en su interior. No sentía el dolor de sus piernas, no sentía el agotamiento de su cuerpo, solo la necesidad de marcar un gol, de redimirse a través de la brutalidad de ese momento. Como si el mundo entero se hubiera detenido, solo existían él y el balón, y nada más importaba.

El impacto fue brutal. En un solo movimiento, Killer se elevó por encima de los demás y conectó el balón con su cabeza con una fuerza tal que el aire mismo pareció temblar. El disparo fue tan certero, tan preciso, que la portería rival se sacudió con el gol que, por un segundo, pareció desafiar las leyes del juego.

El marcador se ajustó, pero ya nada podría cambiar el resultado. El equipo blanco se llevó la victoria, 5-3. Mientras celebraban, el equipo rojo, cabizbajo y mudo, se retiró en un silencio abrumador. El peso de la derrota los aplastaba, y la humillación que sentían era tan palpable que no se atrevían a intercambiar una sola palabra. La frustración se veía en sus rostros, en sus cuerpos cansados y derrotados.

— Lo hicieron bien, chicos... Aún no nos demos por derrotados. Ya vendrán otras oportunidades. —dijo Ana, con la voz temblorosa, pero tratando de mantener el optimismo.

Dairo asintió, pero sus palabras eran una sombra de la motivación que intentaba proyectar.

— Si nos dejamos decaer por esta derrota, no podremos ganar...

Killer los miró, un rictus amargo dibujándose en su rostro. La rabia no se apagaba. No había lugar para las ilusiones.

— ¿Ganar? ¿En serio creen que vamos a ganar? Despierten de una vez, somos los peores de este estrato. Los que están aquí son mejores que nosotros. ¿Cómo carajos vamos a ganar contra ellos? —su voz fue como un grito visceral, un lamento de impotencia.

Suarez, intentando calmar las aguas, lo miró con una mezcla de preocupación y frustración.

— Ya cálmate, tu actitud negativa no ayuda en lo absoluto.

Pero no bastaba. Alex, con su propia rabia sin canalizar, no pudo contenerse.

— ¡Cállense, malditos delanteros! Su deber era anotar, y les quedó grande. ¡Por su culpa perdimos! —su voz era un rugido de enojo que resonó en los pasillos vacíos.

Danna, sin dudar, le respondió con furia.

— Tu cállate, maldito gorila. Tú no defendiste como debías, y eso nos hizo encajar más goles. Tampoco hiciste bien tu trabajo.

La tensión estaba a punto de explotar, pero Jeffer, con su habitual calma, intervino con firmeza.

— ¡Ya cálmense todos! Vamos a tomar una ducha y a comer, y no se dirá una palabra más.

Pero las palabras de David fueron las que calaron más profundo, como una daga de hielo.

— Esa actitud no nos llevará a ningún lado. Quieren ser los mejores, pues aprendan a ganarse ese título. De lo contrario, mejor se hubiesen quedado en casa, o mejor aún, lárguense y dejen la oportunidad a los que sí queremos luchar aún.

El aire estaba pesado. El futuro se presentaba incierto, marcado por la amarga derrota. Pero, dentro de cada uno de los miembros del equipo, había una chispa, un resquicio de esperanza, de rabia contenida. No todo estaba perdido aún.

El tiempo diría si esa humillación sería el principio de su caída, o si, por el contrario, se alzarían de las cenizas de la derrota, más fuertes, más decididos que nunca.