Andrea cayó poco antes de perder la conciencia, confundida se encontró con Cooper golpeando a Raúl contra el suelo y el cuchillo botado junto a ella. Raúl repelía los golpes mientras llevaba su mano a su pie, aunque defendiéndose de Cooper no conseguía tomárselo.
A Cooper lo que le faltaba de destreza, le sobraba de fuerza.
Raúl consiguió ponerse sobre Cooper y lo agarró del cuello, intentó estrangularlo sin éxito, el cuello de Cooper era muchísimo más ancho que el de Andrea y sus brazos eran del mismo largo, por lo que Cooper comenzó a levantarle el mentón mientras se pateaban y se pegaban sin tregua.
Raúl dejó de golpearlo para llevar su mano al pie y Andrea le enterró el cuchillo en el ojo, ella quería el cuello pero él consiguió alejarse a tiempo.
Eliodoro no dejaba de ladrar, desesperado intentando meterse al baño y Raúl gritaba sacándose la navaja.
Andrea se puso bajo el brazo de Cooper y lo ayudó a levantarse, mareado no podía solo, huían a la salida cuando escucharon un disparo. Raúl tuerto falló el intento de asesinato a Andrea y la bala le cortó un pedazo de oreja.
- No fallaré la segunda vez – dijo apuntando a la cabeza de Cooper, una vez que lo vio se sorprendió - ¡¿Tú?! – sacudió la cabeza – Andrea, ven y chúpamelo frente a tu noviecito, quiero que vea cómo te atragantas con mi pico.
Cooper detuvo a Andrea pero ella le hizo un gesto que no importaba. Cooper refregó sus ojos desordenando sus cejas, consumido por la rabia e impotente, no le importaba que pasase con él, no permitiría que siguieran dañando a esa mujer.
Andrea caminó haciéndole un gesto a Cooper con sus manos atrás de la espalda y entonces se tiró contra el brazo de Raúl, el arma se disparó contra el techo pero Cooper ya embestía a Raúl contra la ventana y al arma caía.
Eliodoro mordía la cabeza de Raúl mientras Raúl golpeaba a Cooper para liberarse, pero éste lo contenía con dificultad, Raúl tenía una resistencia y fuerza sobre humana.
Andrea tomó el arma y apuntó.
- ¡Dispara! ¡Dispara! – gritó Cooper sin dejar de moverse, sin darle una buena visibilidad para disparar a una mujer que nunca antes empuñó un arma y cuya experiencia con pistolas se refería básicamente a películas.
Eliodoro gritó de dolor, una explosión y gritos.
Cooper gritó alejándose de Raúl, quien caía muerto bañándolo de sangre. Andrea seguía apuntando, insegura de haber disparado.
Cooper se quitó el abrigo sin dejar de gritar y dio el agua para limpiar la sangre de su cuerpo, de su ropa, sin desnudarse. Andrea cortó el agua y le indicó a la ventana; Martina se alejaba con un arma en la mano, tocando su costilla, perdiéndose entre gente que huía de la Araucaria cuyo tronco estaba en llamas, iluminando a una ciudad a oscuras bajo un cielo negro.
La madera crujía ante el calor que secaba la sabia en un grito agónico de una criatura gigantesca y mítica que moría en una lenta agonía, precipitándose.
Los ojos de Andrea se llenaron de lágrimas y mordió su labio intentando contener la pena de verla morir de tal cruel manera.
Eliodoro ocupó su vista, luego tendría tiempo para lamentos.
Cooper pálido y sin pestañar estaba sentado sobre el agua, escondido tras sus piernas, temblaba. Parecía un niño asustado, solo le faltaba llorar llamando a su madre, incluso se mordía el pulgar.
Se agachó y le acarició su rostro sonriendo, besó su mejilla y él pestañó para mirarla pero parecía no estar allí, sus ojos no brillaban, se veían de un tono azul marino muerto, casi negro.
- ¿Quieres jugar al doctor? – preguntó risueña.
Sus ojos retomaron el celeste normal en una expresión jocosa que se preguntaba si Andrea esperó que él entendiese el doble sentido, si acaso era tan inadecuado el sentido del humor de esa mujer cuya calma se propagaba por su cuerpo.
- Vamos guapote, salgamos de aquí – dijo levantándose, estirando su mano y ayudándole a pararse.
Él asintió obedeciendo y ayudándola a entrar a Eliodoro, saliendo los tres del baño evitando mirar el cadáver aun tibio de su agresor.
Cooper se sentó en la cama y depositó a Eliodoro a su lado, Andrea cerró la puerta con su espalda a medida que muy despacio se sentaba en el piso.
Cooper quitó su chaqueta y se la pasó, ella agradeció con un gesto y cubrió su desnudez. Luego de esa interacción ambos se congelaron, se perdieron en pensamientos que poco tenían que ver con lo que acababan de vivir, en líneas de ideas ilógicas e incoherentes que ni si quiera recordaban entre segundo y segundo.
Eliodoro los sacó del letargo intentando ser abrazado por ambos, yendo de un lado a otro a meterse entre sus rígidos cuerpos, forzándolos a reaccionar cambiando la postura.
Cooper levanto y dejó caer sus cejas muy rápido, sonriendo avergonzado, ella sin la vergüenza imitó su expresión.
- No considero apropiado, dada la naturaleza de la situación, que recapitulemos lo que pasó, pues sería una exposición muy precoz a las memorias traumáticas e interferiría en las defensas adaptativas normales que son necesarias para la recuperación.
- Ya, tampoco quiero hablar de lo que pasó.
- Lo siento, no debí perder el control. Perdón por asustarte.
- No me asustaste.
- No debo comportarme así, fui entrenado para no reaccionar así.
- No eres un robot.
Cooper se sonrió.
No quería, ni podía dejar de mirarla, desvió la vista cuanto pudo pues no quería parecer un pervertido o intimidarla de alguna manera, pero volvía una y otra vez a ella; ella era un continente negro y sus ojos necesitaban tiempo para acostumbrarse a las majestuosas e insinceras facciones oscuras.
- Estoy temblando – dijo Andrea de forma innecesaria.
Se sentó junto a la muchacha imitando su postura y la abrazó, apretándola fuerte contra él. Eliodoro se subió sobre ambos, los dos lo abrazaron.
- ¿Tienes un familiar donde puedas ir o que quieras llamar para que venga?
- No. Gracias por la chaqueta.
- De nada, linda ¿Estás sola acá?
- Sí.
- ¿Vives o trabajas acá?
- Ambas.
- ¿Cuántos años tienes?
- Cincuenta.
- ¿Eres Benjamin Button?
Ella sonrió.
- ¿Por qué estoy temblando? No tengo frío.
- Puede ser una crisis de ansiedad. Es esperable tras un evento traumático.
- Ya, ni si quiera me acuerdo bien de lo que pasó.
- Yo tampoco… ni si quiera me acuerdo que se hace en estas circunstancias y mi tesis fue con relación al manejo de catástrofes.
- Estas temblando.
- No, yo estoy bien, tú me estás moviendo.
No, Andrea no lo estaba moviendo.
Andrea le quitó la mano a Cooper y ella lo abrazó capturando sus brazos, apoyando su cabeza contra su poderoso pectoral, sintiendo el fuerte latir de su corazón.
- Lo siento, no debo comportarme así.
- No es necesario que te disculpes tanto.
- Perdón, intentaré no disculparme tanto, lo siento.
Ambos se rieron con timidez.
Cooper liberó sus manos para abrazarla de la cintura, ella se subió a sus faldas y lo abrazó del cuello. Los dos cerraron sus ojos y se quedaron así hasta que dejaron de temblar.
Él fue el último en tranquilizarse, ella acariciaba su rostro ayudándolo a relajarse y esto aceleró el proceso.
- Gracias linda – le dijo abrochándole los botones de la chaqueta - Te parecerán raras estas preguntas pero estaría feliz si me las respondieras… ¿Cuáles son los colores de la bandera?
- Blanco, azul y rojo.
- ¿De qué color son mis ojos?
Ella se acercó para mirarlos.
- Azules con detalles verdes y tienes bastante amarillento lo que debería ser blanco – comentó haciéndolo sonreír.
- ¿Sabes quién es Pablo Neruda?
- Sí. Es el hombre que lee más sin gracia en el mundo.
Él rio.
- ¿Me puedes hacer lo mismo a mí?
- ¿Para qué? Atinaste a recordar que esto se hacía, coordinaste preguntas y validaste las respuestas, supongo eso debe tomar más pensamientos que solo responder.
Él le otorgó la razón con una galante sonrisa.
Era impresionante pensar que tan menuda mujer soportó los golpes de semejante bestia, quién sabía cuánto tiempo, y ahora estaba tan íntegra, con una calma contagiosa.
Tan bajita, frágil y poderosa.
- ¿Puedes revisar mis manos? Me duelen mucho.
- Por supuesto, linda.
Tomó sus manos y sintió su cuerpo reaccionando al contacto con su piel, electricidad recorriéndolo y llenándolo de energías. Sus glándulas suprarrenales secretaban adrenalina, aceleró su pulso junto a su respiración, agrandó sus pupilas y aumento su presión sanguínea en puntos específicos de su cuerpo que lo obligaron a quitar la muchacha de encima.
- ¿No te acuerdas de como revisarlas?
- No – dijo riendo - sé que debiese pedir toques tu nariz, revisar tus pupilas y creo tu lengua… pero no recuerdo que hacer con los resultados.
- Ya te acordarás - le dijo muy tranquila.
- ¿Andrea, cierto?
Qué pregunta más idiota, él sabía que ella era Andrea.
La muchacha asintió y buscó su abrazo de nuevo pero él no estaba convencido, no la rechazó pero no quería asustarla con su erección involuntaria.
- Gracias por ayudarme, de no ser por ti hubiera muerto.
- Lo haría cuantas veces fuese necesario, linda.
Ella levantó su mirada y sonriente besó sus labios.
Andrea volvió a su pecho y se refugió allí, haciéndolo sentir un hombre de verdad.
- Oh, mierda – dijo ella alejándose y tocándose los senos.
- ¿Qué pasó?
- Sentí como un golpe.
- Yo no te pegué.
- Lo sé. Fue como desde adentro.
Él se cruzó de brazos y se fue a sentar a la cama.
Andrea olvidando por completo que tenía un hombre desconocido al frente llevó la mano a su seno y tocó su pezón mojado, un líquido blanquecino y caliente salía de él, un par de gotas que le dolieron.
Cooper si hubiera mirado posteriormente a que ella tocó su pezón o ella le hubiera contado lo que pasó, le hubiera explicado que la dopamina creada por la adrenalina estimuló las contracciones uterinas y por ende produjo leche.
Andrea pálida seguía mirando aquello que tenía en sus dedos y Cooper no dejaba de mirar al piso, ambos con idéntica expresión.
- Soy un idiota, debí venir antes… sabía que algo andaba mal; Andrea, no por ser tu padre tiene derecho a tratarte así.
- ¡No lo es! ¿Por qué…? – preguntó asqueada - ¡No!
- Ah, lo siento… es que… nada – suspiró - Esto es lo peor que pudo haber pasado, esto no debió ser así – dijo tirándose atrás cubriéndose los ojos con las manos, mientras Eliodoro se le acostaba al lado a lamerlo, él quitó una de sus manos para acariciarlo.
- ¿Quieres un vaso de agua?
- Qué vergüenza – dijo incorporándose – yo debiese ser quien te ofrezca un vaso de agua, no por ser hombre – anticipó – sino porque…
- … me da lo mismo – interrumpió risueña - Si quieres gritar o llorar, por mí está bien, llamaré a la policía desde el teléfono de afuera.
- Andrea ¿Él te…?
Ella negó mirando a otro lado.
- Andrea, ¿Puedes llamar a mi asistente también?
- Claro ¿Cuál es el número?
- Nueve dos tres siete cinco cuatro dos tres siete… mejor te lo anoto.
- No, lo tengo, nueve dos tres siete cinco cuatro dos tres siete.
- Ah. Sí, ese…
Andrea fue seguida por Cooper a corta distancia.
- Deus ex machina, mors certa, hora incerta.
- Semen retentum venenum est.
Que Andrea le respondiese en latín "El semen retenido (no eyaculado) es venenoso" a su comentario elocuente, pero en latín, sobre "Dios lo decide, la muerte es cierta, su hora desconocida", sumada a su expresión burlesca fue lo mejor que le pudo pasar y terminó tardío riéndose.
Andrea con el auricular en el oído creyendo que la insistencia le concedería el triunfo ante una línea muerta, miraba risueña a Cooper quien parecía no poder dejar de mirar su reflejo contra la pared de espejos que alguna vez fue un bar.
- No hay línea… quizá es mejor que nos fuésemos directo a un hospital… Tengo un corte en la pierna que se ve bastante feo – dijo indicándole – tu puedes hacer algo mientras, para no morir desangrada en el camino – bromeó pero Cooper palideció al ver la sangre - ¿Tan mal está?
- No, no es eso, no tolero la sangre.
- Pero eres doctor.
- Lo sé, soy inútil.
- No, no eres inútil…a todos nos da susto algo, a mí me da susto el mar… ¿Ustedes no tienen que abrir cadáveres?
- El bisturí siempre ha sido un problema para mí, de no ser por un profe me hubiera cambiado de carrera, él me ayudó a enfrentar eso… claro, antes era más fácil, me molestaba e incomodaba la sangre, más ahora está a un paso de ser una fobia… quizá ya lo es… - rascó su mentón – supongo que desde que volví a Chile fue peor – Suspiró y la miró risueño - ¿Ves que soy un inútil? Escribí el protocolo de contención para profesionales y además el manual de apoyo psiquiátrico y no me acuerdo de nada… ni si quiera me acuerdo de cuando llegué aquí.
- ¿Eso no será por lo que nos pasó? Quizá olvidaste que uno olvida estas cosas – dijo haciéndolo sonreír - No eres bueno para las emergencias pero sí para escribir libros sobre ellas, no es el fin del mundo – dijo dándole pequeñas palmaditas en la espalda – La mayoría de los escritores son unos inútiles que lo menos malo que saben hacer es escribir.
- No es ficción lo que escribí, es algo útil.
Los dos cómplices caminaron a la salida.
- Vamos al hospital. Prometo no contar esto.
- Gracias. No les agrado y encontrarán la forma de usar esto en mi contra.
Andrea tenía claro eso.
Sospechaba esa bala tenía escrito Doctor Cooper en un costado y que Raúl fue un mero accidente.
Pero ¿Por qué querría matar al psiquiatra?
No podía ser solo porque no le agradase, esa no era razón para asesinarlo.
Abrió la puerta y todos los perros entraron asustados, refugiándose en el sillón de terciopelo rojo.
Eliodoro al escucharlos salió a acompañar a su jauría.
Andrea y Cooper quedaron detenidos en el umbral de la puerta. No podían salir. Cientos de rayos se precipitaban a la tierra, entre los gritos, rezos y pedidos de auxilio.
Los dos se miraron asustados, Andrea tomó la mano de Cooper y Cooper se irguió entrelazando sus dedos con la muchacha, mirándola con confianza le cerró un ojo, lo que la hizo sonreírle de vuelta y coqueta refregar sus ojos.
- Es una tormenta seca, no tengas miedo – dijo Cooper abrazándola - Tenemos que esperar que pase antes de salir o nos partirá un rayo – dijo abriendo el botón de su camisa.
- ¿Estás bien?
- Sí, súper – dijo moviendo su corbata – Sería idiota de mi parte asustarme por algo que ya he presenciado en más de una ocasión. Arriesgándome a asustarte, siendo que yo sé que esto no es más que la naturaleza manifestándose ¿Tienes algo para tomar? No soy alcohólico.
- Eso fue convincente. Los alcohólicos suelen reconocerse a sí mismo como alcohólicos, así que creo no tienes problemas con el alcohol…
- … es así con todas las adicciones, los afectados suelen ser los primeros en darse cuenta, por eso son tan cooperativos con sus tratamientos.
Los dos se rieron y ella lo abrazó por la cintura, apoyando su cabeza contra él, él la abrazó de vuelta y le besó la cabeza. Estaban mal heridos, con labios rotos, moretones, magulladuras y mugre… más ellos se coqueteaban.
La tormenta caótica y hermosa era ignorada por quienes se consideraron las personas más afortunada del mundo, al encontrar al otro en semejante momento, la única otra persona en el mundo que parecía comprender y apreciar su particular sentido del humor.
- ¿Tequila te parece bien?
- Amo el tequila ¡Vamos a hacer un trío!
- Soy una mujer tradicional, no participo en tríos antes de la tercera hora, de la primera cita…
- … mojigata.
Andrea se rio con la boca cerrada, exhalando por la nariz un gruñido pueril. De no ser porque fue acompañado de sangre y que casi se desmayó, Cooper lo hubiera encontrado tierno.
Ella se quitó un jirón de ropa y lo utilizó para contener la hemorragia.
Cooper quería decirle: "El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos", citando a Casablanca pero se arriesgaba a que el comité de ética también lo malinterpretase. Era una verdadera lástima, era una frase tan apropiada para la ocasión.
- ¿Por qué esa doctora te quería matar?
- No me quería matar, nos salvó – palideció ante la intempestiva epifanía - Ella quería matarme, por eso me mandó para acá ¿Estás embarazada o Martina inventó eso también?
- Lo inventó también.
- ¿Y los correos? ¿Fuiste tú?
- Ah, sí, te mentí… no lo inventó y yo los escribí.
- Entonces estas embarazada – dijo un tanto decepcionado - Respeto si no me quieres decir algo, pero dada la situación tenemos que ser honestos con el otro… las relaciones se construyen en base a la honestidad.
- ¿Qué relación construiremos?
- La que quieras, puedo ser tu amigo, tu psiquiatra.
Y se acabaron las opciones, aunque ambos quedaron con ganas de las venideras.
- Amigo.
- Seamos amigos entonces – dijo tomando su mano y besándola - ¿Te angustia incluso viendo el mar tranquilo?
- Hasta las fotos de olas.
Andrea se resignó ante el brusco cambio de tema, mientras caminaban por el pasillo mirando los cuadros de alto contenido erótico, muy lentos, muy abrazados, muy adoloridos pero coquetos.
- Es el oleaje del mar… me molesta el sonido, sentir la brisa marina, todo…
- … ¿Las criaturas que viven en el fondo?
- No, no había pensado en eso.
- ¿Un lago o río grande, te da susto también?
- Nunca he visto un lago o río tan grande que se confunda con el mar.
- ¿Tuviste alguna mala experiencia con agua?
- No tengo recuerdos de ahogarme o que la corriente me lleve… en ocasiones, cuando tomo más de la cuenta y siento ese movimiento de estar sobre un barco, siento los mareos, las náuseas… eso y también me da miedo.
- La mayoría de la gente siente miedo sobre un barco.
- Nunca me he subido a uno.
- ¿Entonces como sabes que se siente?
- No sé.
- Ya, sí sabes, dime.
- Es tonto.
- No lo será, cuéntame, quiero saber.
Andrea no quería contarle, no creía en vidas pasadas y consideraba idiota a cualquiera que creyese en ese tipo de cosas pero igual habló, arriesgándose a que él pensase como ella y la considerase una idiota.
- Tengo el recuerdo de un sueño…
- ¿A qué edad?
- No lo sé, supongo que desde muy pequeña pues no recuerdo cuándo fue.
- De acuerdo.
- Estoy parada en la proa de una embarcación de gran tamaño, militar, yo visto de uniforme y soy hombre…
Cooper levantó sus cejas.
- … estoy en medio de una tormenta oscura y sé que ese es el final, puedo sentir el agua salada como lluvia contra mi rostro a medida que el barco se inclina, otro hombre se me acerca, con intención de pedirme instrucciones sobre qué hacer, pero no hay nada por hacer, está todo perdido, él se pone a mi lado y agarra mi mano… creo que somos amantes y luego despierto.
- ¿Te molesta el agua en la cara?
- Sí, me desespera no poder respirar, no nado por lo mismo, no puedo bañarme en tina, no puedo poner la cara bajo la ducha, me lavo la cara humedeciendo mis manos o bien con toallas húmedas.
Recién allí hizo una mueca.
Al mirar el piso notó la estela, estaba perdiendo mucha sangre y era menudita, no tenía tanta sangre para perder. Debía tomar el control de la situación y ayudarla. Se dio ánimo, se agachó quitando su corbata y le hizo un torniquete lo más rápido que pudo, tratando de mirar lo menos posible.
- ¿Te sientes cómoda siendo esta otra persona?
- Me siento igual que ahora.
- ¿Eres capaz de ver a través de sus ojos o lo ves como si fuese una película?
- A través de sus ojos, son mis ojos… veo todo como ahora te veo a ti.
- ¿Conoces a ese hombre?
- No, pero sé cuál es su rostro, pues tengo el recuerdo de verlo en el espejo, no podría describirlo ahora pues es nebuloso pero sé que si lo viera por la calle, sabría que él soy yo… pero todo es viejo, hace poco busqué en internet sobre buques de guerra, y encontré ese barco.
Cooper se sorprendió y rascó su mentón, al menos la conversación lo distraía lo suficiente para hacer el torniquete de manera correcta.
- ¿Crees en la reencarnación?
- No.
- Yo tampoco.
- …pero es desconcertante la sensación, pues no es como un sueño, es como real… sé que no lo es, pero…
- Lo entiendo, he tenido de esos sueños.
- ¿Has soñado algo así?
- No de ese tipo de sueños, pero he soñado cosas que en la mañana siguiente me fuerzan a preguntarme qué tan demente estoy.
- ¿Crees que estoy demente?
- No, claro que no.
Tras terminar cayó sentado al piso, intentó limpiar su rostro pero tenía sus manos con sangre; no podía respirar, el cuarto se hacía pequeño, el ruido de los rayos y las explosiones fuera de la casa no lo dejaba pensar.
Quería silencio.
- No te desmayes. Necesito un hombre grande y fuerte despierto a mi lado – él sonrió halagado.
- He dormido y comido muy poco, eso me tiene así.
- O quizá es por el tipo muerto en el baño, nuestros golpes y el desastre allá afuera, es solo una suposición.
- No se burle de mí.
- ¿Estás más tranquilo?
Él asintió. A la distancia escuchó su teléfono sonando
- ¿Necesita algo más mi pierna?
- ¿"Mi pierna"? ¿Por qué me dices así?
Ella apunto a su pierna.
- ¿En qué estoy pensando? Lo siento – comentó riendo avergonzado – Necesito cubrirla para que no se ensucie.
- Si me enseñas lo puedo hacer yo.
- Te enseño lo que quieras.
- Te cobraré la palabra, pero partamos por esto.
- Busca un paño limpio, algo que no genere pelusas…
Volvió con varias fundas de almohada limpias.
Cooper se lo hizo, no podía ser tan irresponsable y dejar que ella hiciera algo así, tampoco era tanto, debía controlarse.
Estaba quedando muy mal frente a la muchacha…
- ¿Quién dejaría a un histérico ayudarle?
- ¿Qué?
- ¿Qué?
- Dijiste algo.
- No, no creo.
- Dijiste "¿Quién dejaría a un histérico ayudarle?".
- Ah ¿Lo dije en voz alta?
- Quizá es buena idea nos vamos a acostar.
- Ya, pero mis condones quieren cortármelo. Tendremos que usar los tuyos.
La muchacha risueña lo miró incrédula.
Cooper sintió mucho calor y le temblaban las manos.
Hacía un movimiento con su cuello y su cabeza, un tic nervioso.
- Necesito estar solo unos minutos – dijo levantándose abrupto – Necesito ordenar mis ideas.
- Sube, tómate los minutos que necesites – dijo indicándole la escalera.
- ¿Tú también ves que falta una pared, cierto?
- Sí.
Él sonrió aliviado.
Andrea volvió a intentar llamar pero el teléfono estaba muerto. Le dio agua y comida a los perros.
Cooper subió la escalera caracol hasta el segundo piso y ahogó sus gritos contra el brazo, creyendo que esto impediría a Andrea escucharlo, vio un poco de sangre en su pantalón y comenzó a quitarse la ropa, todo tenía sangre, estaba lleno de sangre.
Andrea entró al baño y buscó desesperada en los bolsillos de Raúl las pastillas, pero nada. Le cerró el pantalón y luego fue por el pedazo de glande, lo tiró por el váter.
Tomó la cortapluma y la metió en un frasco de cloro luego la secó bien con una toalla preocupándose de no tocarlo y con las mismas toallas agarró la mano de Raúl, haciéndolo meterse el cuchillo en el ojo él mismo.
Cooper se sintió atraído por la última habitación, la del fondo, no tenía un número correlativo. Era el número cuarentaidós, siendo que las habitaciones llegaban hasta la veintitrés. Esa puerta era la única que tenía un seguro desde el exterior, eso era bastante inusual para una hostal, más aun considerando la modernidad de aquel seguro en comparación a las manillas de todas las puertas que se notaba tenían varias décadas. Se encontraba al borde superior de la puerta, el pestillo. Donde el promedio no podría alcanzarlo pero para él no representaba un problema.
La curiosidad lo consumía, rosó esa ovalada hendidura de bronce marrón claro con maldad, con solo mover un dedo abriría esa puerta.
- Es una bodega – dijo Andrea abriéndole la puerta y mostrándole el interior – Antes era mi dormitorio… ahora es bodega… Oye, lamento interrumpir lo que sea que te esté pasando pero el teléfono sigue sin funcionar ¿Tú tienes el tuyo?
Tocó su cuerpo desnudo como si llevase ropa puesta y negó. Le indicó su chaqueta y ella negó.
A pesar del rostro deformado a golpes, Cooper consideró que Andrea tenía la más bella media sonrisa.
- Debe estar en mi abrigo. Iré por él.
- Iré yo, no quiero que veas más sangre…
- No, tú debes reposar y mantener tu pierna en alto – dijo tomándola en brazos - Ese torniquete no puede mantenerse mucho rato, están mis lentes en… - ella los sacó y se los puso.
- ¿Tienes frío?
- Sí ¿Cómo te diste cuenta?
- Intuición femenina.
La acostó sobre un sillón frente un cuadro de un explícito cunnilingus preocupándose de dejar su pierna en alto, entró a una de las habitaciones, sacó una manta y la cubrió con ella.
- Quédate allí – dijo apoyando su mano sobre el hombro de la muchacha, muy tranquilo - iré por el teléfono y luego revisaremos el resto de sus lesiones.
- Eso suena divino.
Lo encontró botado en la tina, también encontró una bolsa sellada con un par de pastilla en el interior, las reconoció de inmediato y cobró sentido lo que acababa de pasar entre Andrea y ese hombre.
Salió intentando llamar, pero no había servicio.
- ¿Lo encontraste?
- Sí. Te pedí te quedases acostada… ¿Por qué tienes mi ropa en la mano? ¿En qué momento me la sacaste?
- Cuando tuvimos sexo allá afuera.
- No, yo no haría eso… - dijo cruzándose de brazos, sin ánimo de vestirse.
- ¿Pudiste llamar a alguien?
- No. No hay servicio.
- Cooper… ¿Sería mucha molestia pedirte que te vistas?
- No, por supuesto que no – respondió recibiendo la ropa y siendo ayudado por la muchacha a ponérsela.
- No es que me moleste verte, aunque preferiría en una temperatura más cálida… es solo que tu desnudez es un insulto a mis genitales… como las carnicerías son insultos a los gatos.
- ¿Por qué una carnicería sería un insulto a un gato? ¿Tienes otro baño?
- Todas las habitaciones tienen baño, pero el más grande está frente a la cocina.
- ¿Tienes un botiquín?
- Sí. Allí hay uno.
Cooper la tomó entre sus brazos y se la llevó.
- El peso no tiene relación con la estética, los músculos pesan más que la grasa… y las mujeres huesudas… a la mayoría de nosotros, no nos atrae. Usted es muy huesuda y pesa muy poco. Me preocupa ¿Se alimenta bien?
- Sí ¿Me acabas de decir poco atractiva?
- No, claro que no. Aparte estaría mintiendo, usted es una mujer muy bella.
- Cooper, creo que el dolor de mis labios se aliviará si me besas.
- ¿Tú dices por el efecto analgésico de…?
- Sí, eso mismo – lo interrumpió – y me duelen mucho, mucho – dijo besándolo.
Ella se alejó rapidito, él hacía todo lo que a ella le gustaba.
Esos labios los besó antes.
Estaba tan segura que se petrificó ante la posibilidad que quizá algo tan absurdo como la reencarnación existiese y en otra vida ellos dos ya se hubieran besado, eso explicaría por qué se sintió como se sintió al verlo por primera vez, porqué todos y todo pareció conspirar para juntarlos.
No, eso era absurdo, pues ese grado de importancia era algo único para un conflicto que sostuviese el universo y le diera sentido, que arrogancia más grande tal nivel de egocentrismo.
- ¿Mejoré tu malestar? – le preguntó con ingenuidad.
- Absolutamente… Oye… mi casa no tiene número afuera ¿Cómo sabías que estaba acá? Todos gritaban… ¿Por dónde te metiste?
- Por la pared faltante, te escuché gritar y la casa de al lado tiene número… la puerta de tu dormitorio estaba con pestillo, la abrí de una patada.
- Ah ¿Por qué?
- Por nada.
La dejó sentada sobre el váter.
Ella tomó un montón de papel y con eso limpió la sangre que salía de su nariz.
- ¿Quieres que te revise? No debo tocarte. Los psiquiatras no tocamos.
- Si quiero, pero antes me gustaría que antes te sientes allí… - dijo levantándose.
- Andrea, te puedo llevar donde necesites.
- No lo dudo, pero hazme caso, vengo en un ratito.
Andrea le pasó una barra de chocolate y una bebida energética, lo invitó a comer volviendo a sentarse frente a él, él se veía exhausto, grandes bolsas bajo ojos hundidos y opacos, piel extraña e incluso su postura corporal parecía al borde de la muerte.
- ¿Tienes diabetes?
- No que yo sepa ¿Por qué?
- Mi abuela tenía diabetes y un par de veces se comportó como tú y tenía los mismos colores que tú.
Andrea sabía que Cooper luego tendría ciertas nociones de su comportamiento, más lo confundiría con un sueño extraño.
- ¿Has vomitado conejitos blancos?
- ¿Comes conejo?
- No, están vivos, son chiquititos y los saco por las orejas, ellos viven luego en los armarios.
- Ah… ¿Dónde leíste eso?
- En alguna revista científica.
- Seguro que sí.
- En ocasiones los conejitos no son blancos, son oscuros y te asesinan.
- Ah pero no hay conejitos aquí, puedes estar tranquilo.
- No quiero vomitar más conejitos… nunca más. Tom los hace malos.
- ¿Tom?
- Sí, él hace que los conejitos blancos se hagan negros, por eso yo tome a todos los conejitos y me tiré desde el balcón de mi departamento en París.
- ¿Viviste en Francia?
- No, no conozco Francia. Creo que es el único país de Europa al que nunca he ido.
- Haz viajado harto.
- Sí, pero casi no los conozco, cuando tenía días libres salía a trotar o a veces Marcela me llevaba a pasear, me obligaba a no trabajar.
- ¿Marcela? ¿Es ella tu esposa?
- No – dijo riendo – Ella nunca aceptaría eso… pero tiene razón, sería una locura.
Andrea fue a traerle un pan, él lo recibió y siguió comiendo, de a poco su expresión se volvía serena y sus colores retomaron su normalidad, su cuerpo parecía menos cansado.
- Puedes dormir.
- No puedo dormir, me acuesto y duermo mal, en ocasiones me levanto y no estoy seguro si estoy soñando, me comporto como siempre pues hay ocasiones que no es un sueño.
- ¿Es eso normal?
- ¿Qué cosa?
- No distinguir la ficción de la realidad.
- No ¿Eso te pasa?
- No, le ha pasado a un amigo.
- Dile a tu amigo que me mande un correo, lo puedo ayudar, las distorsiones cognitivas son fallos en el pensamiento crítico, no siempre son síntomas de enfermedades graves… dile que me llame.
Andrea sonrió asintiendo, incluso su tono de voz recuperó la normalidad, retomó su fuerza.
- Creo que es una persona sana ¿Qué podría provocar este problema?
- Depende, tendría que conversar con él, hacerle exámenes… las distorsiones ocurren cuando perdemos la capacidad de adaptación al evaluar el entorno… ¿Quieres que te revise? Te advierto que…
- … no tocas por ser psiquiatra.
- Así es.
La ayudó a levantarse y a acomodarse sobre el váter.
- No soy tu paciente y mi nariz no deja de sangrar, ahora que me la toqué, sangra más… no puedo mover el brazo y me duele mucho la cara… algo podrás hacer… no es que te esté pidiendo un examen ginecológico y tampoco es que estemos en un café, esto es una emergencia… sé lo malo que eres para ellas… pero necesito que hagas tu mejor esfuerzo, no quiero morir.
- No dejaré que mueras.
- ¿Me lo prometes?
- Te lo prometo.
Los lentes no mejoraban su visión, con el ojo hinchado veía borroso y el otro era con el que tenía más problemas a la vista.
Así que debió acercarse mucho para revisarla.
- Esto te dolerá, pero quiero asegurarme que no tienes algo quebrado… aunque si tienes algo quebrado, no sé qué puedo hacer más que decirte que está quebrado…
- … y eso será útil.
Con cuidado le tocó el rostro, comparándolo con el otro lado si es que estaba en mejores condiciones o con el suyo en el peor de los casos. Cada mueca de dolor que Andrea hizo, él la imitó, siendo capaz de sentir su dolor.
- No lo siento quebrado – dijo poniendo la patilla de sus anteojos sobre su labio inferior - ¿Dónde está el botiquín?
Ella le indicó.
Era un botiquín pequeño, con el cual ni si quiera alcanzaba para detener la hemorragia nasal. Incluso el botiquín de su guantera era más grande que ese.
- En mi carro tengo uno.
- No salgas, te puede caer un rayo.
- Estaré bien, no te preocupes por mí – dijo tranquilo – existe el siguiente problema, tus heridas debiesen estar limpias pero tu cuerpo es evidencia…
- …contra un muerto.
- Linda, es tú decisión, haré lo que me pidas.
- Anda por tu botiquín, sácate todo lo que tengas de metal y si aun así consideras peligroso salir, te devuelves… no puedes arriesgarte a que un rayo te confunda con un árbol, tienes que venir a cuidarme.
- ¿Por qué me hablas como si fuese un niño?
- ¿Te molesta?
- No.
En el hall quitó todo lo metálico que tenía; zapatos, cinturón, reloj y todo el contenido de sus bolsillos.
Se paró al borde de la puerta y vio como un rayo chocaba contra un transformador, generando un inmenso arco eléctrico, un arcoíris que cruzó el cielo por unos instantes. Le recordó el principio de La Guerra de los Mundos.
Abrió su maletero y le cayó un rayo al auto. Corrió por el botiquín y se resbaló con una placa de agradecimiento. Por poco cae. Corrió de vuelta bajo la mirada atenta de los perros.
De las cosas que dejó en el mesón solo volvió a ponerse los lentes y entró al baño para encontrar a Andrea como un gato mojado envuelta en una toalla que se teñía de rojo.
- Linda ¿Tendrás de esas bolsas herméticas para comida?
- Sí, en la cocina. Ocupa cuantas necesites. Tengo sangre en la boca – le gritó a la cocina.
- ¿Viene de la nariz?
- Parece, es mucha… quizá sale del labio.
- Ya, ya voy – dijo llegando con las bolsas – Viene de la nariz parece – respondió tras revisar.
Tomó toda la ropa de Andrea y la metió en las bolsas. Tomó cuantas muestras se le ocurrió y las guardó todas.
Sacó del botiquín una compresa amarilla y la rompió, se la colocó entre la nariz y el ojo.
Tomó una gasa y ayudado de suero fisiológico limpió el corte de la pierna, estirándola sobre la tina.
- ¿Puedes mover los dedos de los pies?
Andrea los movió.
Cooper buscó una toalla que dobló para ponerle bajo la pierna, una vez que terminó de limpiar colocó puntos falsos pero estos se despegaron.
- Está sangrando más fuerte.
- Ya, tranquila… Aprieta la punta de la nariz con cuidado, cerrando las fosas nasales un buen rato, si no deja de sangrar me avisas. Inclínate - buscó en rededor y le pasó más papel higiénico - bota la sangre, no te la tragues… veré esto de tu pierna y te traeré hielo, mucho más no puedo hacer… seguro es una hemorragia nasal posterior, acá – dijo indicando la parte alta del tabique dentro de la nariz – lo que más me preocupa es tu pierna… si hago esto mal podrías perderla.
No exageraba, pero Andrea entró en pánico, aunque no dijo o hizo algo.
Cooper no necesitó mirarla para saber que su comentario era bastante inadecuado dada la situación.
- Lindos tatuajes – dijo mirándolos, incluso desviándose de su trabajo para tomarla de las muñecas y girarlos para verlos en detalle.