Soy tan feliz con la media rodaja de pan que descansa entre mis dedos que ni siquiera estoy pensando en todo lo que pasó hoy... o hace dos semanas. Es la merienda que he esperado desde que finalmente pude volver a casa y estoy tan feliz. Si hay algo que siempre extraño cuando viajo lejos para completar alguna misión, es el pan recién horneado de mamá. Además de la sonrisa de mi hermano, que aún es muy joven para unirse a nosotros en la batalla.
—Vlie, tenemos que hablar.
Mi mano queda suspendida en el aire, y mi boca entreabierta con el trozo de pan sobre mis labios.
Ni siquiera me dio tiempo de morderlo.
Leo, mi compañero de batalla y uno de los mejores francotiradores del equipo, está mirándome desde el extremo opuesto de la mesa. Por alguna razón siempre termina invadiendo mi casa. Específicamente la cocina.
A pesar de que le he pedido que no me interrumpa cuando estoy en medio de algo tan sagrado para mi como la hora de comer.
—No me veas así, niña. Ya sé que tienes un fetiche con el pan, pero tenemos que hablar sobre algo muy importante.
—Estoy segura de que...
—Algo que no puede volver a pasar — continúa hablando, como si yo no hubiese dicho nada.
Ruedo los ojos tratando de no perder la paciencia. A pesar de que le tengo mucho cariño, a veces lo detesto. Mucho.
—Vuelve después —muevo una de mis manos en el aire, restándole importancia a la situación. No solo quiero que me deje cenar en paz; sino que también sé de qué quiere hablar. Y sinceramente no me interesa mantener esa conversación ahora.
—No te atrevas a manotearme, niña. — me lanza una servilleta a la cara, y yo no puedo evitar reírme. —Nos has metido en la oficina de la dirección a las veintiún horas. Lo más probable es que sancionen a todo el equipo.
Bueno, no me sorprende. He liado una parda.
—Me haré responsable de la situación, Leo. Ya lo sabes. Soy la cabeza del equipo. — su metro noventa y dos se acerca muy rápido, pero ya estoy acostumbrada a tenerlo alrededor. Ni siquiera me encuentro parpadeando. Sus largas manos intentan robar la manzana que descansa junto a mi plato, pero antes de que sus dedos puedan tocarla, le doy un palmetazo en la muñeca y muevo la manzana lejos de su alcance, regalándole una sonrisa de suficiencia a su ceño fruncido.
—Tan pequeña y tan egoísta. — le saco la lengua, y él rueda los ojos.
Arqueo una de mis cejas cuando deja su chaleco sobre el mesón y se estira la camiseta, tratando de lucir impoluto a pesar de estar todo lleno de tierra y sudor.
—¿Planeas quedarte por mucho tiempo?—inquiero, por fin mordiendo un pedazo de la comida de los dioses.
—No puedes hacerte responsable, Vlie.—otra vez está ignorándome. —Todo el equipo te apoyó y está grabado en el audio, es algo...
—Tú lo has dicho, Leo. Todo el equipo me apoyó, pero además: deben hacerlo. Soy la jefa. Es mi responsabilidad y, te soy sincera, no estoy para nada avergonzada o arrepentida.
—Vlie...
—Me aseguraré de que únicamente sea mi expediente el que reciba la sanción. Ya lo sabes.
—No se trata de eso— niega con la cabeza y se frota la cien.
—Puedes ir a casa. Descansa, Leo. Necesitas comer y bañarte, porque hueles terrible.
Después de mirarme durante unos segundos, se mueve a través del pasillo que une la cocina con el comedor. Antes de escucharlo caer sobre el sillón, resuena su suspiro de resignación. Sé que no piensa moverse de donde está, a pesar de que le he pedido que se vaya. Pero entiendo por qué no quiere volver a casa y no tengo intención de juzgarlo.
A nadie le gusta estar solo.
La puerta que da hacia el huerto se abre de golpe y choca contra la pared. Escucho a Leo moverse en la sala, sorprendido por el arrebato. Puedo reconocer las pisadas de mamá acercarse desde la izquierda, aunque ya sabía que era ella; pero me río cuando Leo asoma la cabeza hacia la cocina, asegurándose de que nadie ha invadido mi casa.
Le sonrío con suficiencia, dando otro mordisco al pan. Y él me saca el dedo del medio.
—Leo, ¿te quedas a cenar?—pregunta mamá, mirándole con una sonrisa. Los ojos verdes de mi compañero me observan y yo me río con incredulidad.
¿Acaso me está pidiendo permiso para aceptar la invitación de mamá?
—Bueno, Angelina. — comienza él a decir.— Verás...—Me da risa que a pesar de todo el tiempo que llevamos conociéndonos, todavía le cuesta tratar a mi madre con más comodidad. — Es un halago, pero la verdad estaba a un segundo de...
Un paso en el jardín.
Algo se rompe.
Mis ojos se mueven hacia la ventana y los vellos de mi nuca se erizan.
Lo que queda de mi rebanada de pan cae al suelo.
—Silencio—espeto, alzando una mano sobre mi cabeza. Solo me toma un segundo hacer una seña lo suficientemente clara como para que Leo se enderece en todo su esplendor y mamá se aleje por completo de la ventana.
Me estiro hasta lograr tomar mi arma de la encimera y cierro los ojos para que mi audición se agudice.
La última vez que vi a mamá estaba con los brazos llenos de verduras, frutas y una cesta de lentejas, totalmente inmóvil.
Puedo escuchar perfectamente cómo mi compañero prepara su arma en el fondo de mi mente, listo para tirar.
El latido alerta de mi corazón en la sien me hace contener el aire y ordeno a mi mente que me conecte a la línea de energía Akka que nos mantiene comunicados con el hacker de nuestro equipo.
La conexión titila y entonces, abro los ojos de golpe.
—¿Black?—inquiero, esperando por una respuesta inmediata.
—¡Vlie!—escucho cubiertos, platos y voces en el fondo del otro extremo de la línea. Luego una puerta se cierra y la voz de Black vuelve. —Lo siento, estaba cenando. ¿Qué pasa?
—Alguien ha entrado al campamento.
—Aquí vamos de nuevo.
Me doy la vuelta lentamente sobre mis pies, esperando encontrarme aún con mamá para pedirle que se mueva rápido. En segundos está fuera de mi vista y el fogón de la cocina está apagado.
Camino lentamente a través de la cocina y lo más lejos que puedo de la ventana, pero con la mirada fija al otro lado del cristal. Tener buenos reflejos ayuda mucho en mi trabajo y he aprendido a desarrollarlos muy bien: a pesar de que tengo la mirada fija en el exterior, soy capaz de vigilar la puerta que da hacia el huerto.
Aunque no creo que entre alguien por ahí.
Nadie sería tan estúpido.
—Cúbrete, Vlie—me dice la voz de Leo a través de la línea. Inmediatamente me arrodillo en el suelo y me arrastro hasta el recibidor del primer piso.
Logro llegar al mando en donde puedo ver tener acceso a una panorámica del área que rodea la cabaña, pero no se ve nada fuera de lo normal.
Las cosas nunca son lo que aparentan.
—¿Sabes cuántos son?
—Llevo dos.
—¿Son los de hoy? — Leo no responde, pero lo dejo pasar. —¿Black?
—Dame un segundo, Vlie.—me pide Black, mientras lo escucho teclear.
El techo que cubre mi cabeza me alerta con el sonido de unas pisadas, pero después de contarlas y escuchar con detenimiento, sé que son Kevin y mamá moviéndose.
—No son los de hoy — la voz de Leo suena amortiguada por la presión que hace su mandíbula.—Y nunca los había visto. Creo que se equivocaron de cabaña... y creo debería asustarlos.
Ruedo los ojos y sigo moviéndome a través de las cámaras.
Estoy acostumbrada a que joda con su pésimo sentido del humor justo en los peores momentos, pero hoy no puedo reírme. No con Kevin en peligro.
—Está bien, no ha sido gracioso.
—No. No lo ha sido.
—¿Black? — solicita Leo.
Frunzo el ceño cuando encuentro que la conexión se ha cerrado en el extremo de Black.
—Creo que se ha caído la línea.
—No debería ser nada del... ¡Joder!
El primer disparo me toma totalmente desprevenida, pero no lo suficiente como para desconcentrarme.
El segundo me tiene mirando a través de la visión nocturna de las cámaras.
Y aunque pasa el tiempo, y no se escucha más nada, no puedo estar tranquila.
Justo después de escuchar el suspiro Leo estaba conteniendo al otro lado la línea estaba conteniendo, me permito relajarme.
Ya se ha encargado del asunto.