La noche estrellada parecía tocar una melodía triste, la quietud de alrededor generaban tristeza en la chica que, con el corazón a toda prisa, parecía romperse más que nunca, como jamás había imaginado que podría sentirse.
El clavaba su mirada brillante y cristalina, más no era la misma de hace años, las risas, las caricias, los gestos, ya no era el y ella ya no era ella. El tiempo se detuvo, cuando alrededor de ellos en una espiral de emociones, tanto amor, tanto dolor, tanto odio.
En un movimiento repentino, Alejandro se levantó y se abalanzó hacia ella, despertando de su estupor, con sus reflejos como tigre sacó su daga del tobillo y asestó su pecho, el no la esquivo, rostros de sorpresa, una sonrisa en la cara de el, miedo en la cara de ella, un sordo ¡tud! y cayó a su lado.
- ¡Alejandro! - grito soltando el cuchillo en su mano. La sangre brotaba de forma grotesca por la herida y de su boca. Ella se acercó a él tratando de contener la hemorragia, ahora lloraba.
- E... Ele... E... Elena- balbuceó - ¡ no hables! no... no hables... - sus ojos se encontraron bruscamente, el frío corrio por la espalda de la joven, era el final.
- No... no... ¡coff! ¡coff! - el hombre trataba de hablar - no todo.... - shhh shhhh... no ha... - antes de poder terminar su frase, Alejandro la jaló hacia el de manera repentina, por ello, la joven quedó a centímetros de su rostro.
- No... todo... es... lo... que... parece - su mirada comenzó a perderse, su respiración se acortó... hasta que no hubo más...
Perdida, abrumada y enojada, la chica no dejaba de llorar, de pronto un grito de dolor se pudo escuchar.
-¡ maldito seas!¡ maldito seas!- golpeando su cuerpo inerte, incapaz de refutar, de sentir o hablar, Elena se rompió.