La maravillosa noche que se han confesado la grandeza de su amor, y que Ayira pensó guardar intacta en su memoria para siempre, le trae hoy, el trago amargo de la infelicidad; ¡qué tonta fue!, cómo pudo dejarse llevar por las falsas palabras de Nael Yamid, sospechando que todo para él, era tan solo un juego, y desnudar su franco corazón, que hoy está lastimado al presenciar en carne propia la hipocresía y la maldad, que es capaz de existir en el alma de ese hombre que quiere con locura.
Se sintió muerta estando viva, cuando al volver al jardín con Jalila en busca de Nael Yamid, ve como éste borra con el codo todo lo dichosa que la hizo sentir...
—¿Buscan al emir? —Les había preguntado una de las tantas mujeres que atendían a los invitados del jeque— Hasta unos segundos vi que su alteza estaba en el jardín, con la joven Alia Bader, parecía que disfrutaban de una buena charla...
Así es, allí está el príncipe en compañía de la joven. Muy a gusto, según le parece a Ayira, ya que nota, desde lejos, cómo éste responde, según ella, muy amigablemente, a los gestos melosos que muy provocadora, hace Alia. De pronto, los gestos desaparecen dando lugar a un acto contundente, la muy zalamera mujer rodea con sus brazos el cuello de Nael Yamid, le planta en plena boca un beso, que, Ayira nunca supo si fue breve o prolongado; toma a Jalila por una mano y con rapidez le dice:
—Esperaremos a tu hermano más allá.
—Pero, ¿por qué? —Pregunta Jalila que no ha alcanzado a presenciar la escena que acaba de vivir Ayira.
—No es Alia Bader, con quién está Nael Yamid, —miente— es un hombre con quién habla, seguro no tardará mucho y al momento nos alcanza...
Hace un esfuerzo enorme por contener el llanto frente a su amiga; no quiere que sepa Jalila, que su esposo la ha roto en mil pedazos. "De modo —piensa—, que cuando me ha besado lo ha hecho por capricho, ¡solo por un juego! ¡Cómo tantas mujeres que muy poco le importan me ha besado! Seguro que Alia Bader no es un juego ni un capricho...".
Supo entonces que aquellas horas felices que ha vivido se han terminado. ¡Pobre Ayira! ¡Si supiera que Nael Yamid fue sorprendido en aquel beso. Si se hubiera quedado un instante más, sabría que su esposo recibió de mala gana su beso y que separó de él bruscamente a Alia ...! Si se hubiera quedado, no solamente su corazoncito volvería a su ritmo normal, si no que aceleraría sus latidos. Ese corazoncito que sólo vive por él y para él...
En el trayecto de regreso al castillo no emite palabra alguna, y cuando Nael Yamid y Jalila se lo hacen notar, alude que su silencio es debido al cansancio.
***
Ayira no ha descansado desde la noche anterior, no ha logrado pegar un ojo, está cansada y de mal humor, por eso hoy, ha decidido evitar a todo mundo. A poco más de media mañana se encuentra sola en el jardín. Está observando la nada, su mente vaga aún en la escena del beso entre su esposo y Alia.
El sonido de unos pasos la hacen girar a dirección a ellos, es Nael Yamid que se acerca a Ayira e intenta un abrazo; ésta, con brusco movimiento, se separa, y le dice con frialdad:
—¿Cómo te atreves?
—¡Qué dices, Ayira! ¿Quieres volverme loco?
—Loco... ¿Y por qué, si se puede saber?
—Anoche, en la fiesta del jeque, no te portabas así.
—Anoche quisiste jugar un juego sin sentido —prosigue con ironía—. Ya te he dicho que después te enojarías.
—No sigas, no sigas; sabes demasiado que yo no estaba jugando. ¡Jugando! ¿Crees que yo soy hombres de juegos?
—Lo siento. De vedad siento mucho que creyeras todas las cosas que te he dicho. Disculpa todas esas tonterías.
—¿Tonterías? ¿Crees que puedes jugar conmigo como si fuera un juguete? ¡Te has equivocado mujer! Te burlas de mí como si fuera un niño. Tiene gracia que al emir Nael Yamid Hassan Abufehle, con lo que tengo recorrido, me tome el pelo una niña que recién le asoma sus plumas de mujer, ¡a mí que te he dicho que te amo! Ni creas que voy a permitir que una niña que parece una mosquita muerta se ría de mí. ¡Claro que no, menos siendo mi esposa!
—¡Por favor, emir! No grites de ese modo, que te van a oír todos en el palacio y... ¿qué creerán?
—No te preocupes; desde aquí no pueden oírnos aunque quieran y, sobre todo, haz el favor de no llamarme más emir, soy tu esposo ¿te enteras?
La voz de Nael Yamid es colérica y ronca. Sus acerados ojos brillan con fulgores de indómita agitación al posarse sobre la frágil figura de su encantadora esposa, la cual lo observa con miedo, a pesar de querer aparentar una indiferencia que está muy lejos de sentir. Apenas puede articular, con voz temblorosa:
—La verdad no sé que tanto te enfurece que yo te siguiera el juego. ¿Qué te puede importar entonces que yo mintiera? Tú también lo has hecho; ni tú me quieres, ni yo a ti. ¿Está claro?
—Que no me quieres, esto me lo estás dejando ver. —Muerde las palabras esto.
—Ni tú a mí tampoco; por eso no debes de enfadarte.
Ayira desea con toda el alma que él la tome en sus brazos, y allí, muy cerca de su corazón, con las mismas palabras dulces y tiernas que supo decirle la noche pasada, le diga que la ama con locura. Pero el orgullo los separa más que nunca. Aquellos dos seres tan excesivamente orgullosos no podrán, mientras sigan así, llegar a un entendimiento.
Sigue un silencio incómodo. Nael Yamid la mira con aflicción; ella parece indiferente a todo lo que no sean sus uñas, que contempla con rara fijeza mientras se esfuerza para parecer serena.
En la mirada del hombre abatido se puede leer sin dificultad tristeza, coraje y rabia, todo al mismo tiempo. Con gesto descortés se vuelve y empieza a hablar de nuevo, y sus palabras rebosan ironía:
—Felicitaciones; eres una gran mentirosa. Nunca imaginé que supieras fingir tan bien.
—¡Ha! A bueno, tú no te quedas atrás. No te basta jurarme amor a mí, sino que sales al jardín y a la luz opaca de la luna vas y besas a otra. —le dice indignada— ¿Crees que no te vi besándote con la hija del político? Claro que vi como se besaban, y seguro, tú a ella también le jurabas amor. —Está tan dolida como molesta,ofendida y enojada.
A Nael Yamid se le ilumina la mirada de esperanza, ¿será posible que a su esposa sean celos los que las motivan a actuar así? por eso ansioso le toma sus manos y le pregunta:
—Ayira, ¿a caso estás celosa?
La joven, con frialdad e ironía, fijando en su esposo una mirada despectiva, responde:
—Para sentir celos hay que querer, y yo a ti no te quiero. ¿A caso me crees tan tonta?, ¿tonta cómo ser de esas mujeres que viven esperando en un rincón por tus migajas de amor, como esas que amargadas luego que te aburres de ellas, por ti se quedan llorando? No, no soy para tu pena este tipo de mujer que estás acostumbrado a tratar. Así que no, no tengo celos, ni estoy celosa.
—Entonces... —dice Carlos, soltando las manos de la joven, abatido por la negación de su respuesta—, entonces no te importa que la vuelva a besar cuando quiera.
—Claro, hombre, claro, puedes ir con esa pobre mujer que no sabe que estás jugando con ella, que seguro se partirá en mil pedazos cuando sepa de tu traición, claro que puedes ir con ella cuando lo apetezcas; me tiene sin cuidado. —Ayira, dice esto con un dolor tan inmenso que le desgarra el alma; pero no lo demuestra.
—Yo no besé a Alia por mi gusto, es más no fui yo quién la besó, su beso en verdad me tomó por sorpresa, sí, ya sé que en este momento no puedes creerme, —le dice viendo el gesto irónico que pone Ayira en su rostro al escuchar sus palabras— pero es la verdad...
—Claro que no creo lo que dices, creo en lo que vi... Por mí no tienes que restringirte en tus habituales costumbres.
—Sepa queridísima esposa mía, —la interrumpe furioso— que no tengo que buscar en otro lado mujer alguna cuando en mi propio palacio tengo una propia, con hacerla cumplir sus funciones maritales, me sería suficiente.
—¿Me amenazas?
—Te advierto, aunque estás a tiempo para rectificar.
—¿Rectificar, qué?
—Lo que estás diciendo.
—Todo lo que digo responde a mi pensamiento, porque así lo siento.
—Eres muy orgullosa mujer; ten la seguridad de que te pesará.
Ayira ya no puede contestar; en aquel momento Nael Yamid se ha retirado dejándola con la palabra en la boca, dando lugar para que salten a tierra los nervios que tanto trató de ocultar. En silencio, sintiéndose impotente, marchó poco después tras de él para refugiarse en su habitación hasta la hora de la cena... Y aquella noche, en presencia de todos, luego de cenar, Nael Yamid, al levantarse de la mesa, dijo estas inesperadas palabras:
—Mañana, a las primeras horas del día, saldré para Daydan. —Y, sin más explicaciones, sale de la estancia, dejando a su padre y hermana petrificados, y a Ayira, con el corazón anhelante.
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