Con una sonrisa que reflejaba la inteligencia de su plan, Abel salió del baúl aunque la sonrisa no le duró mucho ya que el olor a putrefacción de la ropa de la mujer se había impregnado en su propias prendas.
Tratando de soportar las náuseas, el viudo se acercó hasta el escritorio y sacó la vela guardada en su en su bolsillo, ciertamente había sido una gran idea esconder esta vela pues la cera caliente era lo único que indicaría fácilmente la reciente presencia de una persona en esta habitación. Sin la vela el ruido tranquilamente podría ser de alguna rata armando su guarida o algún otro animal molesto y al parecer esta idea lo había ayudado escapar de la terrible multa o al menos eso era lo que pensaba el viudo.
Por desgracia en el proceso de guardar la vela, la misma quedó completamente destrozada por lo que Abel guardo desprolijamente los resto de la vela en uno de los cajones del escritorio y busco la caja con velas, para sacar otra, prenderla y así dejar de consumir la batería de su celular que ciertamente ya estaba en niveles bastante bajos.
Con la luz de la vela iluminando y calentando débilmente, el viudo recordó que había dejado tirada la caja de plata en el suelo durante la huida y ahora que tenia mas tiempo el hombre pensó que sería una buena idea investigar que escondía esta caja cuya adquisición había causado más problemas de los que pensaba que causaría.
Tras hacer memoria y encontrar la caja de plata, Abel la llevó al escritorio y tomándose el tiempo para volver a sentarse, el hombre procedió a abrirla para revelar su misterioso contenido. Sin embargo al verlo la expresión sonrisa triste en el rostro de Abel reveló que el contenido de esta caja resultó en cierta forma decepcionante, pero también era algo bastante lógico y coherente con la historia del asesino que Abel se había armado en su mente.
Como tal dentro de la caja había únicamente dos objetos y los dos objetos estaban acomodados de forma completamente perfecta como si la caja hubiera sido diseñada para tal fin, no obstante eso no tenía ningún sentido o al menos uno pensaría que este tipo de cajas se vendieron de forma masiva en la antigüedad.
Los objetos en cuestión eran un revólver de tambor, el cual era asquerosamente elegante y de aspecto sumamente costoso, el revólver estaba hecho de plata con unas incrustaciones de rosas hechas con oro que le daban un aspecto único al arma, haciéndola parecer más un arma de colección que de uso. Por otro lado el segundo objeto era algo que uno solía encontrar con las armas y era ni más ni menos que una bala, no obstante lo raro es que como se mencionó solo había una únicamente una bala en toda la caja y la caja parecería ser diseñada para guardar esta única bala.
Abel miró la bala con atención ciertamente no tenía nada de especial y si bien él no sabía prácticamente nada de armas, aún el tamaño de la bala más o menos indicaba que no era decorativa y servía para usarse en el revólver a su lado. Sin tener muchas ganas de tomar el arma, Abel dejó la caja a un costado y releyendo las notas que habían quedado desparramadas en el escritorio durante su desesperada búsqueda de un escondite.
—Tanto esfuerzo para encontrar la llave de una caja, la cual guarda la escapatoria que tanto buscaba esta persona y al encontrarla descubre que solo era un arma y una bala, por lo que no hay que ser un adivino para saber como tenia que terminar esta historia—Murmuró Abel mirando el arma en la caja con cuidado—Sin lugar a dudas esta persona perdió a tal punto la cabeza, que luego de terminar de cagarle la vida a todas estas 99 personas seguramente estaba pensado tirarse un tiro y lo logró, el muy malnacido lo logró. Luego de cagarme la vida el enfermo mental se mató, pero no se mató con una bala, sino que fue atado a una silla para luego se le frieron el cerebro hasta derretirlo.
Bastante molesto con descubrir que la muerte del asesino que arruinó su vida solo era una forma de satisfacer su aberrante fetiche para cumplirle su último deseo, Abel cerró la caja con el revólver y la guardó en el escritorio, ciertamente esta arma a él no le sirva más para recordarle como el asesino se había cagado de risa cuando él le había hecho preguntas acerca de dónde había escondido el cadáver de su hija.
Abel aun recordaba esa sonrisa irónica y macabra en la cara de este enfermo mental que para nada disimuladamente le decía que el verdadero culpable de todo esto era Abel, por no atender la primera carta, por no cuidar a su hija y por último por no poder ayudar a que su esposa volviera a recuperar la chispa de la vida tras la partida de su hija. Y en el fondo, Abel sabía que en cierta forma el asesino tenía razón, todo fue su culpa y si su esposa nunca lo hubiera conocido ella en estos momentos estaría feliz, contenta con otro hombre y otra hija, y más importante aún sus cenizas no estarían guardadas en una fría urna y su hija no tendría que haber sufrido la inforutan de vivir sus últimos momentos con este enfermo mental.
No obstante el asesino no dijo nada, solo se rio y luego sonrió macabramente, pero de algo no tenía duda Abel, cuando el asesino lo vio lo reconoció de inmediato , como lo hubiera visto cientos de veces y lo hubiera estado espiando durante años, como si ese encuentro entre los dos antes de que lo condenarán a muerte fuera la máxima satisfacción que hubiera podido sentir en su vida.
Abel lo recordaba y no podía sacarse la cabeza, esa sonrisa cruel y esa incomoda y nerviosa risa, no era la risa de alguien satisfecho por cumplir su macabros planes y tampoco era la risa de un lunático, era la risa de alguien lleno de júbilo y alegría, como si lo mejor que pudiera haberle pasado en esta vida acaba de pasarle y eso era encontrarse personalmente con Abel antes de que le dieran su condena.
Pensando en el asunto con más rabia que tristeza, Abel aún recuerda como lo último que vio el asesino antes de que prendiera la silla eléctrica que le daría la condena de los hombres era su rostro, entre los cientos de familiares que habían sufrido la desdicha de cruzarse con este enfermo mental y por tanto estaban presentes en esa sala fría y asfixiante esperados y justicia, el asesino únicamente lo miraba a él, como si la última gran obra de su vida fuera la más importante o como si haber llevado la culminación de su plan hubiera creado un cierto vínculo entre los dos.
No fue una mirada de burla, no fue una mirada de odio y mucho menos fue una mirada triste o de súplica, fue una mirada de felicidad y aun mas le aborrecía admitir a Abel que fue la mirada que uno le daría a un viejo amigo por el cual uno estaba por despedirse para siempre, era trágico pensar que la enfermedad de este sujeto era tal que lo veía a Abel como un amigo, como alguien cercano a él y Abel no ocultó esa tragedia y devolvió esta burla con una mirada llena de odio y furia vengativa. Sin embargo, por desgracia para Abel y todos los familiares presentes en la sala, el asesino solo sonrió ironicamente antes de ser ejecutado, como si la mirada de Abel le causara gracia y el dolor de los presentes solo fuera un gran chiste completamente ajeno a su vida.