—Maeve, nosotros... no tenemos que hacer esto ahora, sabes. Podemos esperar hasta que te sientas cómoda
—¿Por qué nadie me lo dijo? Intentaste decírmelo antes, en el gimnasio, ¿no es así?
—Sí, pero pensé que sería mejor que viniera de alguien, no sé, que estuviera en control. ¿Horace, o Gemma
—¡Horace! —exclamó, alejándose de mí y retrocediendo al baño. Escuché cómo lanzaba el cepillo de dientes al mostrador, su figura escondida por la puerta que dejó entreabierta. Salió del baño, estrujando su cabello con una toalla. —Horace es la última persona que querría... —Se detuvo, otra ola de pánico la embargó.
—Va a estar bien. Como dije, no tenemos que hacer esto ahora
—Deberíamos acabar con esto, ¿verdad? Será rápido, ¿cierto?
—Eh... —Bueno, probablemente sería rápido, pero me mordí el labio sin decirlo en voz alta. —¿Sabes qué hacer eh...?
—¿Me estás preguntando si sé qué hacer? —Su rostro pasó de pálido a rojo en cuestión de segundos.
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