Ella era perfecta.
Su cabello era blanco puro, más blanco que la nieve. Tenía unos ojos azules brillantes, más preciosos que cualquier gema que jamás haya existido.
Un ligero velo se mantenía firme sobre su rostro, decorado con joyas que relucían en oro y azul. Su túnica blanca también estaba complementada con decoraciones doradas y joyas que recordaban al profundo mar azul.
Sus largas orejas sobresalían de su velo y cabello, y su belleza—linda—fría, silenciosa y tranquila—hacía que todo a su alrededor se desdibujara en comparación.
El mundo a su alrededor era un palacio semejante a una catedral dorada, con luces de velas e iluminaciones sagradas que le daban todo un lustre de misteriosa santidad.
Aun así, nada era más misterioso o sagrado que ella.
Al cruzar su mirada con Rey, él sintió una sensación electrizante recorrer todo su cuerpo.
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