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The Magic Dimension I: Alia from the Four Kingdoms (Español)

Tác giả: MidiDreams
Huyền huyễn
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Tóm tắt

Alia es distinta y la sabe. Las hembras de su raza no pelean y ella es una guerrera. Ha sido desechada, sin embargo encuentra la verdadera adversidad cuando no escucha las palabras de su madrina: "No te lo repito en vano, Alia, durante la noche las hadas de primavera somos endebles y nuestros enemigos acechan; los cazadores de deseos siempre acechan."

Chapter 1OJOS COMO MIL ESTRELLAS

Lentamente el día llegaba a su fin en la dimensión mágica. Desde la cresta de la montaña Llena de Orgullo se distinguía un impresionante horizonte que abarcaba el extenso llano surcado por los ríos de vivos y variados matices. Aquellos serpenteaban bajo los blancos puentes de la Ciudad Multicolor hasta terminar mucho más allá en el Monte de Marfil. Las casas de verdes tejados, dispuestas de manera casual, imitaban la forma de hongos conos y en el trazado de la ciudad destacaban contra los caminos de piedra preciosa que ondulaban conectando distritos y avenidas. También era visible desde allí arriba la amplia, majestuosa plaza central rodeada por gigantescas estatuas de antiguos héroes que se extendía frente a la residencia real. 

Los ojos de Alia recorrieron con deleite y algo de avidez el paisaje. Ella siempre sentía como si no lo hubiera contemplado lo suficiente cada vez que la hora segura estaba por extinguirse. 

En efecto, muy pronto las sombras comenzarían a cubrir el valle y entonces las luces de las residencias en el pueblo de las hadas de primavera destacarían en la oscuridad. Al caer el ocaso el Monte de Marfil luciría como una siniestra e imponente silueta dibujada contra el cielo estrellado. Alia lo sabía porque, osadamente, muchas veces había continuado allí de manera perezosa a pesar del eminente peligro que acarreaba la noche. Ella se hallaba recostada contra el retorcido tronco de un cerezo enano en flor y el suave aroma de los brotes del árbol se confundía con el olor de los diminutos jazmines que crecían en el cabello de la joven hada. 

Moría el día y con este el vigésimo segundo año de su vida. Mirando el manto de hierbas que cubría la breve meseta donde yacía, la joven hada suspiró mientras pensaba que sólo la vieja Lux la había felicitado. Un ensangrentado sol que proyectaba rosáceas pinceladas en las nubes, iba a mitad de su camino para hundirse en la lejana cordillera. Alia se mantuvo mirándolo hasta lograr encandilarse la vista y cuando tuvo que apartar los ojos suspiró quedamente. Entonces relajó sus hombros mientras recordaba la advertencia de su madrina acerca de no quedarse en los alrededores durante las horas nocturnas. 

 No te lo repito en vano, Alia, durante la noche las hadas de primavera somos débiles y nuestros enemigos acechan; los cazadores de deseos siempre acechan... 

Pero Alia no tenía miedo, en primer lugar, porque era de naturaleza intrépida. En segundo lugar: nunca le había sucedido nada y por último porque en su hogar, si es que lo podía llamar así, nadie más se preocuparía o la reprendería por su temeridad y falta de responsabilidad. A aquellas horas su respetable padre Syd, El Cuervo Plateado, estaría en algún evento o en alguna reunión junto a sus admiradores. Siempre alejado de casa, siempre huraño y distante. 

Los días en que Alia celebraba su aniversario de nacimiento eran los peores porque, aunque pareciera imposible, Syd se volvía más hosco y más taciturno. La situación había ido empeorando con el transcurso del tiempo y ya ni siquiera la miraba a la cara cuando le hablaba. Todo debido a que cuando cumplió los dieciséis ella reveló su naturaleza como hada de otoño, convirtiéndose en un fenómeno o algo así como una paria. Hacía seis años que Alia no lo llamaba padre.

Pensando esto, flexionó las rodillas y las pegó a su pecho abandonando su relajada posición anterior para abrazar sus piernas y apoyar la barbilla en sus rodilleras. La tenue luz del sol, apenas iluminándola ya, acarició su piel pálida y cuando una fría brisa sopló haciendo mecer sus largos cabellos hacia adelante ella pudo ver que los pequeños jazmines que crecían en su pelo se habían tornado grises. Aquel era un rasgo que sólo poseían las hadas de otoño: el cabello les cambiaba según su estado de ánimo. En el caso de Alia, que tenía ascendencia de hada primaveral, por algún motivo cambiaba únicamente el color de sus flores. Alia había obtenido tales conocimientos porque se lo había arrancado a fuerza de perseverancia a Lux, su madrina. Gracias a Lux también conocía su historia y, aunque a grandes rasgos, los acontecimientos que la habían llevado a ser lo que era: una marginada. 

Todo había comenzado cuando el soberano de la corte de otoño visitó el reino de las hadas de primavera junto a una comisión de nobles de su tierra como embajadores de paz. El objetivo era una reunión para establecer acuerdos entre las naciones que con suerte culminarían las hostilidades. Como resultado, y para la tranquilidad del consejo de las hadas primaverales, las concordias se llevaron de manera triunfante y aquello marcó la historia de los Cuatro Reinos de la dimensión mágica. 

Tras el éxito del tratado justo el último día de su estancia, la delegación de hadas extranjeras fue invitada a un esplendoroso banquete al cual acudió cada miembro del reino: desde la nobleza hasta las criaturas más comunes del país de primavera. Para ello se engalanó la plaza principal de La Ciudad Multicolor, rodeada de sus blancos puentes de columnas doradas. Bajo esos puentes corrían los llamativos ríos de colores, famosos en toda la dimensión mágica. En la actualidad aún muchos contaban sobre la magnificencia de los agasajos, la delicadeza de los manjares, el esplendor de las damas y la belleza de la música y el baile. Con vistas a las celebraciones: los arquitectos del reino se habían reunido y con un trabajo en conjunto construyeron la magnífica fuente de los siete colores. Lo lograron tras tres días de labores, desviando parte del cauce de los ríos multicolores para que atravesaran la plaza y se unieran en la fuente en forma de ondina. 

Todos en el reino de primavera habían acudido a los festejos incluida la gentil Alba. Para las hadas, la belleza física constituye una característica dada por sentada, casi ordinaria puesto que es un rasgo común para todas; sin embargo, siempre llegan a existir algunas que destacan ya sea por algún talento o debido a algún rasgo exótico. De este modo descollaba Alba, la de ojos centelleantes. La dama estaba casada con el famoso noble: Syd, El Cuervo Plateado, quien era el caballero más notorio del reino. 

Así sucedió que los soberanos comenzaron a jugar un juego de acertijos y cuando los reyes de primavera fueron derrotados, estos prometieron al rey Andro lo que sea que pudiese llevarse del salón usando una sola mano. Por respuesta el rey de otoño anunció que pediría su premio justo al finalizar la celebración. 

Entonces en algún momento de la madrugada los convidados rogaron a los reyes por escuchar a la dama Alba. En toda la dimensión mágica el pueblo de las hadas de primavera es notable por el primor de su canto; sin embargo, nadie igualaba la voz de la de los ojos como centellas. Entonces, tras un ineludible y patricio pedido de su reina, con sencillez la dama se paró en medio del salón y entonó un canto que evocaba la alegría, las flores y los matices de la Ciudad Multicolor: orgullo del pueblo de primavera. Alba culminó y un poderoso silencio se apoderó del salón, era tal y como si los concurrentes tratasen de encontrar todavía las notas que habían cobrado vida para luego desvanecerse en el aire. Por fin su audiencia la ovacionó cuando todos rompieron en estruendosos aplausos y la de ojos como centellas, con mejillas enrojecidas hizo una sencilla reverencia y bajó del estrado para reunirse con su orgulloso compañero. Sin embargo, a partir de ese momento, según contaban los rumores, la mirada del rey Andro no se apartó de Alba; y el soberano de otoño tomó una decisión. 

Muchos años más tardes unos decían que el rey había sido cautivado por la admirable voz. Mientras que otros aseguraban que era porque había distinguido sin dudas sus rutilantes ojos. El hecho fue que Andro pidió llevarse a la dama Alba cuando llegó el momento de reclamar su recompensa y ante su promesa los reyes no pudieron negarse. A pesar de expresar que sería sólo por el término de un año y que la dama sería respetada como embajadora de su reino, aquello terminó causando un tumulto. Particularmente el compañero de Alba tuvo que ser calmado por la guardia mientras que los embajadores de otoño lucían visiblemente incómodos y alarmados. 

Un año después llegaba a la corte de primavera una niña pequeña de ojos rutilantes. Su madre la había bautizado con el nombre de Alia y se desconocía exactamente por qué había sido alejada de esta. Los rumores malintencionados aseguraban que el rey Andro no la reconocía como suya ya que la bebé no mostraba ningún rasgo de hada de otoño. Las hadas de otoño se caracterizaban por su carácter apasionado y sus rápidos cambios de humor que venían acompañados ineludiblemente de un cambio en el color del cabello: blanco para la paz, negro para el dolor, rojo para el enojo, gris para la tristeza, azul para la alegría y así sucesivamente. 

Y, bueno, eso era lo que había ocurrido en esencia. 

Ahora Alia volvió a suspirar mientras su mente repasaba los primeros años de su vida. Pese a que siempre evitaba hablarle acerca de su madre, Syd había sido el padre más cariñoso y dedicado. Ante estas memorias ella se revolvió cambiando de pose otra vez de modo que terminó recostada al cerezo en indolente posición con las manos entrelazadas tras su nuca cual cojín. Hecho esto, se dedicó entonces a evocar los buenos recuerdos que tenía de Syd. 

De niña la atesoraba como si fuese una frágil reliquia de modo que la había criado e instruido con celo y amor. No hubo nada a lo que se negase su padre excepto a hablar sobre su madre y como Alia podía ver el dolor en sus ojos cuando sacaba el tema, finalmente optó por no mencionarla más. En cambio, Alia había buscado información con su madrina, la vieja hada Lux. 

De pequeña Alia había sido llamada: la de ojos como mil estrellas, ya que había heredado el raro fulgor de la mirada de su madre. Sin embargo cuando los ojos de Alba eran de un profundo tono bronce, los iris de su hija parecían variar de matices haciendo que fuese imposible acertar con un color para definirlos. Ella había sido favorita en la corte de primavera e incluso llegó a codearse con los hijos de sus reyes. Aquellos habían sido buenos tiempos, pensó Alia mientras soltaba un bostezo.

Entonces en la pequeña meseta donde descansaba, recostada al único árbol del paraje se hizo un repentino silencio. Alia pausó su respiración sin alterar la postura que tenía aparentemente, porque había tensado su cuerpo y se mantenía al acecho. Algo había perturbado la paz en la montaña Llena de Orgullo; la llamaban así debido a que parecía como si encarase fieramente al gran Monte de Marfil: la gran Cordillera que se levantaba imponente hacia el oeste. Pero ahora Alia no podía escuchar el cantar de los grillos o el frufrú de las pequeñas criaturas que vivían en el viejo cerezo. Cuando de repente escuchó el crujir de una rama lejana, eso le bastó para incorporarse de un salto empuñando una de sus dagas. 

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