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Treinta y tres Poder.

—Chelsea intenta romper nuestros lazos, pero no los encuentra. —me susurró Edward. —No nos siente aquí. ¿Es cosa tuya? — 

Sonreí orgullosa. 

—Todo es cosa mía. —dije y le guiñé un ojo.

De repente volteo a ver a Carlisle y fue rápidamente a su lado. Al mismo tiempo, sentí una punzada muy aguda en el escudo a la altura donde protegía la luz de Carlisle. No era dolorosa, pero tampoco agradable. 

—¿Estas bien, Carlisle? —pregunto Edward preocupado. 

—Si, ¿Por qué...? —pregunto confundido.

—Por Jane. —dijo mi esposo. 

Una montón punzadas chocaron contra el escudo justo cuando dijo su nombre. Brillos marcaron las diferentes zonas donde sentía las punzadas. Jane no había sido capaz de atravesar mi escudo. 

—Extraordinario. —dijo Edward. 

—¿Por qué no han esperado a la decisión? —gruño Tanya. 

—Es el procedimiento habitual. —le respondió Edward con brusquedad. —Suelen incapacitar a los acusados en el juicio para que no escapen. — 

Mire a la guardia que estaba del otro lado. Jane nos miraba con incredulidad e ira. 

Sabía que Aro iba a deducir rápidamente que mi escudo era más fuerte y que sabía manejarlo mejor de lo que él había visto en las memorias de Edward. Jane me miro sabiendo que era yo la que estaba impidiendo que nos afectara su don, le guiñé un ojo y sonreí burlona. Abrió demasiado los ojos y sentí la presión de otra punzada, esa iba contra mí, sonreí más. Jane soltó un grito, haciendo que los que estaban a su alrededor se asustaran, bueno, menos los tres reyes, quienes siguieron centrados en su deliberación. Alec la retuvo tomándola del brazo, justo cuando se agachaba para tomar impulso y saltar. 

Los rumanos comenzaron a reír entre dientes. 

—Te dije que era nuestro turno. —le recordó Vladimir a Stefan. 

—Tú sólo mira la cara de la bruja. —dijo el otro. 

Alec tomo el hombro de su hermana antes de abrazarla. La soltó, se volvió hacia nosotros y nos miró sereno. 

Esperé alguna punzada o una señal de ataque, pero no pasó nada. Él continuó mirándonos sin dejar su expresión serena. 

—{¿Ya nos está atacando?} —pensé.

—¿Estas bien? —le pregunte a Edward. 

—Sí. —me contesto. 

—¿Alec está atacando? —pregunte.

El asintió. 

—Su don entra en acción más lento que el de Jane. Se desliza... va a tardar en llegar todavía unos segundos. —

Entonces, algo se comenzó a acercar a nosotros lentamente. Era una extraña neblina. Apenas la podía ver, ya que casi era del color de la nieve. Expandí un metro más el domo que nos cubría, no sabía que tan fuerte iba impactar la neblina o que tanto iba a empujar para poder entrar. 

Un soplo de aire paso entre nuestras piernas, haciendo que la nieve que había entre nosotros y el enemigo se moviera. Benjamín también había visto la amenaza y ahora intentaba alejar la niebla de nosotros. La nieve permitía ver con más facilidad cómo lanzaba un soplo de brisa tras otro contra la niebla, pero ésta no cambiaba de dirección o se veía perturbada por el aire que le mandaba Benjamín. 

Cayo, Marco y Aro terminaron de deliberar y se separaron, al mismo tiempo que Benjamín, golpeaba con el puño el piso y abría una fisura. La tierra tembló bajo mis pies durante unos instantes. Parte de la nieve acumulada cayó en picado al interior de la abertura, pero la niebla otra vez paso como si nada. 

Aro y Cayo contemplaron la fisura abierta en la tierra con ojos muy abiertos. Marco miró en la misma dirección, pero sin emoción alguna. 

Ninguno de los reyes hizo nada, más que esperar. A esas alturas, Jane ya había recobrado su sonrisa de satisfacción. 

Entonces la niebla llego hasta el escudo. 

La noté en cuanto rozó mi escudo. Tenía un sabor muy dulce que empalagaba. 

La nube iba de arriba y abajo en busca de una grieta, pero no encontraron ninguna. Lo único que paso es que nos dimos cuenta de que tamaño realmente era mi escudo, ya que la nube lo rodeo todo. 

Todos soltaron murmullos sorprendidos ante lo que estaban viendo. 

—¡Buen trabajo, Elina! —me felicito Benjamín en voz baja. 

Volví a sonreír orgullosa. 

Pude ver como Alec entrecerraba los ojos al ver que su neblina parecía tan inofensiva ante mi escudo, y al fin pude ver otra expresión en su cara, pude ver duda. 

Ahí supe que me había puesto una diana justo en la frente, sabía que ahora el objetivo principal del enemigo, la primera que debía morir, pues podríamos darles problemas siempre y cuando yo estuviera ayudando. Además de mí, seguíamos contando con Benjamín y Zafrina. 

—Debo estar concentrada. —le dije a Edward. —Aunque también tengo una técnica secreta que estuve practicando. — 

—Yo los apartaré de ti. —

—No, tú tienes que encargarte de Demetri. Creare a un par de ilusiones, estuve practicando para que actuaran automáticamente sin que las vea, solo tengo que dar la orden. — 

Me miro sorprendido.

—Cada día me sorprendes más, corazón. —

Sonreí de lado con arrogancia.

—Jane es cosa mía. —dijo Kate. —Necesita probar un poco de su propia medicina. —

—Y Alec me debe demasiadas vidas, así que ajustare cuentas con él. —gruño Vladimir. —Déjalo en mis manos. —

—Yo sólo quiero a Cayo. —dijo Tanya sin emoción en la voz. 

El resto de los nuestros empezaron a repartirse los adversarios, pero enseguida se vieron interrumpidos por Aro que al fin habló con calma, sin parecer muy afectado por que todavía estuviéramos de pie. 

—Antes de votar... —empezó. Rodé los ojos, ya estaba harta de tantas mentiras. —No tiene por qué haber violencia sea cual sea la decisión, se los recuerdo. — 

Edward soltó una sombría carcajada. 

Aro lo miró con tristeza. 

—La muerte de cualquiera de ustedes sería una pérdida lamentable para nuestra raza, pero sobre todo en tu caso, joven Edward, y en el de tu compañera neófita. Los Vulturis recibiríamos alegremente a muchos de ustedes en nuestras filas. Elina, Benjamín, Zafrina, Kate. Consideren las alternativas que les estamos brindando. —

Chelsea intentó otra vez meterse con nuestros lazos, pero solo se topó con mi escudo. Aro recorrió nuestras filas en busca del menor indicio de duda, pero por su expresión, creo que solo encontró decisión en nuestros ojos. 

—En ese caso, votemos. —dijo al fin. 

—Los niños son un misterio y no existe razón para tolerar la existencia de semejante riesgo. —dijo Cayo. —Debemos destruirlos a ellos y a todos los que los protejan. — 

Nos miró con una sonrisa, que no mostraba nada bueno. 

Marco nos miró con desinterés mientras emitía su voto. 

—No veo un peligro tan inmediato. Los niños son bastante seguros por ahora. Siempre podemos evaluarlos otra vez más adelante. Hay que dejarlos ir en paz. —

Ningún miembro de la guardia dejo su pose defensiva. La sonrisa de Cayo nunca dejo de estar presente. Era como si Marco no hubiera dicho absolutamente nada.

Aro suspiro.

—Al parecer el voto decisivo es el mío. —dijo con pesar. 

—¡Sí! —grito en un susurro Edward.

En su rostro se podía ver un triunfo que no entendía. 

La guardia reaccionó al fin y comenzaron a soltar murmullos incomodos. 

—¿Aro? —lo llamó Edward. 

Aro dudo por un momento en contestar al ver el triunfo y la sonrisa que le daba mi esposo. 

—¿Sí, Edward? ¿Tienes algo más que agregar...? —

—Tal vez. —dijo Edward. —Pero antes, ¿Te importa si dejo en claro un punto? — 

—Adelante. —contestó Aro con interés. 

—Según tú, el peligro potencial de mis hijos cae en nuestra imposibilidad para determinar en qué van a convertirse cuando hayan terminado su desarrollo. ¿Esa es la pregunta del millón? — 

—Exacto, amigo mío. —convino Aro—. Si pudiéramos estar completamente seguros de que cuando crezcan van a ser capases de mantenerse a salvo del mundo humano y no poner en peligro la seguridad de nuestra reserva... — 

Dejó la frase en suspenso y se encogió de hombros. 

—Bueno, pero si pudiéramos conocer con certeza cómo van a ser de grandes, ¿Tendría que ser necesario un veredicto y todo lo demás? —sugirió Edward. 

—Si supiéramos con certeza de saber eso entonces no tendríamos que debatir. — 

—Y entonces nos iríamos todos en paz y tan amigos como siempre, ¿No? —preguntó Edward con ironía. 

—Por supuesto, mi joven amigo. Nada me complacería más. —

Edward soltó entre dientes una risita. 

—En tal caso, no te importaría tener más evidencia. — 

—¡El momento de los testimonios ha pasado! —gruño Cayo. 

—Paz, hermano dejemos que nuestros amigos hablen. —le dijo Aro. —¿Que otra evidencia quieren presentar, mi joven amigo? —

Edward sonrió y dijo:

—¿Por qué no te unes a nosotros, Alice? —

—Alice. —susurró Esme, asombrada. 

—Alice. —dije con una sonrisa.

Todos a mi alrededor comenzaron a murmurar su nombre.

Alice apareció en el claro desde el sureste, dando sus pasos elegantes que tanto la distinguían. Jasper, cuyos ojos destellaban con fiereza, le pisaba los talones.

Alice y Jasper caminaron hasta estar enfrente de Aro, pero Demetri y dos miembros que no conocía de la guardia, los interceptaron a unos metros de llegar a Aro, y los separaron.

—Mi quería… querida Alice, que gusto me da verte aquí después de todo. —dijo Aro extasiado.

—Tengo evidencia de que los niños no serán un riesgo para nosotros. —dijo y estiro su mano derecha en dirección a Aro. —Te mostrare. —

—Hermano…—lo quiso persuadir Cayo.

Aro no le hizo cazo y con ansias de saber, asintió de inmediato e hizo que los guardias la soltaran solamente a ella.

Alice miro seria a Demetri, empujo su brazo y camino hacia Aro totalmente seria.

Jasper como era de esperarse quiso ir con ella, era claro que no confiaba en los Vulturis. Pero los dos guardias y Demetri lo sometieron.

En cuanto Alice llego hacia Aro, este ya la esperaba con las manos arriba. De inmediato le agarro la mano y se sumergió en las evidencias, o cualquier cosa que Alice tuviera en la mente.

Me quede quieta esperando que lo que tuviera Alice en la mente funcionara a nuestro favor.