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Treinta y cuatro. Testigos.

Me sorprendió que Aro soltara la mano de Alice tan rápido. La sonrisa de que tenia se había ido por completo, y miraba a su alrededor asustado. No sé qué le había mostrado Alice pero debió de ser lo demasiado perturbador como para que nos mirara a mi esposo y a mí con tanto miedo.

Voltee a ver a Edward, el solo me dio una sonrisa y apretó mi mano. Luego le preguntaría que le había mostrado Alice a Aro.

—Ahora lo sabes. —le dijo Alice. —Ese es tu futuro… al menos que decidas alterar su curso. —

—No podemos hacer eso. —dijo Cayo. —Los niños siguen siendo una gran amenaza. —

—¿Y si probamos que se mantendrán ocultos de los humanos, nos dejarán en paz? —pregunto Edward.

—Por supuesto, ¿Pero cómo probaran eso? —dijo Cayo.

Aro aún seguía en shock.

—Mi hermana ha buscado sus propios testigos durante semanas. —le dijo. —Y no ha regresado con las manos vacías. ¿Por qué no los presentas, Alice? —

Alice sonrió y volteo a una parte del bosque, y luego asintió.

De entre los árboles salieron tres figuras.

La primera era una mujer de cabello negro, alta y musculosa. Obviamente, se trataba de Kachiri. Lo supe porque tenía las mismas características que las amazonas.

La siguiente era una vampira de piel morena. Tenía el pelo negro recogido en una coleta. Sus ojos de intenso color rojo iban de un lado para otro, recorriendo nerviosamente a todos los que estábamos en el claro.

El último era un joven de piel morena. Sus movimientos al correr no eran tan rápidos ni tan elegantes como los de sus acompañantes. Nos examinó a todos con sus ojos café. Tenía el pelo negro y lo llevaba recogido en una coleta, al igual que la mujer, pero no tan larga. 

Kachiri se acercó rápidamente con sus compañeras, mientras los otros dos se acercaban a Alice.

—Ella es Huilen y él, su sobrino Nahuel. —los presento Alice.

Cayo entrecerró los ojos cuando Alice hizo mención del parentesco existente entre los testigos de Alice. 

—Testifica, Huilen. —ordenó Aro, el cual ya se miraba más tranquilo. —Di lo que debas decir. —

La mujer miro a Alice con algo de nerviosismo, ella solo asintió para que comenzara a hablar.

—Me llamo Huilen. —comenzó a decir con un marcado acento. —Hace siglo y medio vivía con mi tribu, los Mapuches. Mi hermana tenía una piel blanca como la nieve de las montañas y por ese motivo mis padres la llamaron Pire. Era muy hermosa, tal vez demasiado. Un día me contó que se le había aparecido un ángel en el bosque y que acudía a visitarla por las noches. Yo le previne, como si los moretes de todo su cuerpo no fueran suficiente aviso. —negó con melancolía. —Se lo advertí, era el Libishomen de nuestras leyendas, pero ella no me hizo caso. Estaba como hechizada. Cuando estuvo segura de que la semilla del ángel oscuro crecía en su interior, me lo dijo. No intenté detenerla cuando se escapó, pues sabía que nuestros padres iban a estar más que dispuestos a destruir al fruto de su vientre, y a Pire con él. —suspiro. —La acompañé a lo más profundo del bosque, donde buscó en vano a su ángel demoníaco. La cuidé y cacé para ella cuando le fallaron las fuerzas. Pire comía la carne cruda y se bebía la sangre de los animales. No necesité de más confirmación para saber qué clase de criatura crecía en su vientre. Yo albergaba la esperanza de salvarle la vida antes de matar al monstruo. Pero ella sentía verdadera adoración por su hijo. Lo llamaba Nahuel en honor al gran felino de la selva. La criatura se hizo fuerte al crecer y le rompió los huesos, y aun así, ella le adoraba. No logré salvar a Pire. —miro al piso triste. —El niño se abrió paso desde el vientre para salir. Ella murió desangrada enseguida y no dejó de pedirme todo el tiempo que me hiciera cargo de Nahuel. Fue su último deseo, y accedí, aunque él me mordió mientras intentaba sacarle del cuerpo de su madre. Me alejé arrastrándome para poder esconderme a morir en la selva. No llegué demasiado lejos, pues el dolor era insoportable. El niño recién nacido gateó entre el bosque, me encontró y me esperó. Desperté cuando el dolor había parado y me lo encontré junto a mí, dormido. —volteo a ver a su sobrino con una sonrisa. —Cuidé de él hasta que fue capaz de cazar por su cuenta. Nunca nos hemos alejado de nuestro hogar hasta ahora, porque Nahuel deseaba conocer a los niños. — 

Huilen inclinó la cabeza a modo de reverencia y retrocedió hasta quedar casi oculta detrás de Alice. 

Aro frunció el ceño y miró a Nahuel. 

—¿Tienes ciento cincuenta años, Nahuel? —preguntó. 

—Década más o menos, sí. —contesto. El al contrario de su tía no tenía un acento tan marcado. —No llevamos registros. —

—¿A qué edad alcanzaste la madurez? —

—Alcance la madurez a los siete años. — 

—¿Y no has cambiado desde entonces? —

—No que yo haya notado. —contesto Nahuel sin interés. 

—¿Y qué me dices de tu dieta? —pregunto Aro con interés. 

—Me nutro de sangre casi siempre, pero también tomo comida humana y puedo sobrevivir sólo con eso. —

—¿Eres capaz de crear a otro inmortal? — 

—Yo, sí, pero las demás no. —

Todos comenzaron a murmurar.

Aro lo miro confundido. 

—¿Las demás...? —

—Me refiero a mis hermanas. —explico como si nada. 

Aro lo miro sorprendido, pero rápido cambio la expresión a una más amable. 

—Creo que es mejor que nos cuentes el resto de la historia, pues me da la impresión de que hay más por saber. —

Nahuel lo miro.

—Mi padre vino a buscarme unos años después de la muerte de mi madre. —dijo con desagrado. —Estuvo encantado de encontrarme. —se notaba que él no había estado feliz de la visita de su padre. —Tenía dos hijas, pero ningún hijo, y esperaba que me fuera a vivir con él, tal y como habían hecho mis hermanas. Le sorprendió que no estuviera solo, ya que el mordisco de mis hermanas no era venenoso, pero quién puede saber si eso es cuestión de sexo o de puro azar... Yo ya había formado una familia con Huilen y no estaba interesado en irme con él. Lo veo de vez en cuando. Ahora, tengo otra hermana. Alcanzo la madurez hace unos diez años. — 

—¿Cómo se llama tu padre? —exigió saber Cayo. 

—Joham. —contestó Nahuel. —Él se considera una especie de científico y cree que está creando una nueva raza de seres superiores. —

No intentó ocultar el disgusto de su voz. 

Cayo me miró. 

—¿Es venenosa tu hija? —preguntó con voz ronca. 

—No, pero mi hijo sí. —respondí. 

Nahuel se giró bruscamente y me miro. 

Cayo miró a Aro en busca de una confirmación, pero él se hallaba sumergido en sus pensamientos. Hizo una mueca y sus ojos vagaron entre Carlisle, Edward y por último en mí. 

—Encarguémonos de esta aberración y vayamos luego al sur, por el otro. —le dijo a Aro. 

Aro me miro a los ojos, no supe que era lo que buscaba. Pero en ningún momento lo deje de ver, no quería verme débil. 

—Hermano. —dijo Aro con voz suave. —No parece haber peligro alguno. Estamos ante un desarrollo inusual, pero no veo la amenaza. Da la impresión de que estos niños semivampiros se parecen bastante a nosotros. —

—¿Es ése el sentido de tu voto? —preguntó Cayo. 

—Lo es. —

—¿Y qué me dices del tal Joham?, ese inmortal es aficionado a la experimentación. —le dijo Cayo.

—Quizá deberíamos hacerle una visita. —convino Aro. 

—Detengan a Joham si eso quieren, pero dejen en paz a mis hermanas. —dijo Nahuel con ceño fruncido. —Son inocentes. —

Aro asintió y luego se volteó hacia la guardia con una cálida sonrisa. 

—Hoy no vamos a luchar, queridos míos. — 

Los integrantes de la guardia asintieron y dejaron sus posiciones de ataque mientras la neblina desaparecía. Yo no quite el escudo. No confiaba en ellos.

Cayo nos miró mal, era obvio que la decisión final no le gustaba para nada. Marco parecía aburrido como siempre, no se le podía describir de otra forma. La guardia volvían a estar serios y disciplinados. Se formaron, dieron la vuelta y comenzaron a caminar para poder irse. Los testigos de los Vulturis seguían siendo muy precavidos, uno por uno se fueron yendo. Hasta que al final no quedo ninguno.

Aro nos miró con disculpa, o eso creo. A sus espaldas, la mayor parte de la guardia, junto con Cayo, Marco y las esposas, comenzaron a irse. Solo se quedaron con Aro tres vampiros que parecía, pertenecían a su guardia personal. 

 —Me alegra que todo se haya resuelto sin la necesidad de usar la violencia. —dijo Aro. —Carlisle, amigo mío, ¡Me hace feliz poder decirte amigo otra vez! Espero que no haya resentimiento. Sé que tú comprendes la pesada carga del deber que hay sobre nuestros hombros. —

—Ve en paz, Aro. —dijo Carlisle con frialdad. —Haz el favor de recordar que nosotros debemos mantener el anonimato y la reserva en estas tierras, de modo que no dejes que tu guardia cace en esta región. —

—Por supuesto, Carlisle. —aseguró Aro. —Lamento haberme ganado tu desaprobación, mi querido amigo. Tal vez puedas perdonarme con el tiempo. —

—Tal vez, con el tiempo, y si demuestras que vuelves a ser nuestro amigo. —

Aro lo miro con remordimiento cuando inclinó la cabeza. Se dio la vuelta y se fue. 

El claro quedo en silencio. 

—¿Ya todo termino? —le pregunte a mi esposo. 

—Sí. —contesto, dándome una enorme sonrisa. —Sí. Se han rendido y ahora escapan con la cola entre la patas. —

Se rio y Alice se unió a él. 

—Es de verdad, no van a volver. Podemos relajarnos todos. —volví a preguntar, ya más relajada. 

El silencio volvió. 

—Que se pudran. —gruño Stefan. 

Y entonces, la alegría exploto. 

Aullidos de desafío y gritos de alegría llenaron el claro. Maggie se puso a pegar golpes en la espalda de Siobhan. Rosalie y Emmett se dieron otro beso, esta vez más largo y apasionado que el anterior. Benjamín y Tía se abrazaron, al igual que Carmen y Eleazar. Esme mantuvo sujetos a Alice y a Jasper entre sus brazos. Carlisle se puso a agradecer efusivamente a los recién llegados de Sudamérica que nos hubieran salvado la vida. Kachiri permaneció cerca de Zafrina y Senna, cuyos dedos estaban entrelazados. Garrett cargo a Kate y comenzó a dar vueltas. 

Stefan escupió a la nieve y Vladimir apretó los dientes con expresión de amargura. 

Corrí hacia los gigantes lobos para poder bajar a mis hijos y abrazarlos contra mi pecho. Edward nos rodeó con los brazos rápidamente. 

<Mis angelitos> , <Mis angelitos> . —comencé a decir mientras les besaba la cabeza. 

<¿Nos quedaremos con ustedes?> —preguntaron al unísono. 

<Para siempre.> —les prometí. 

El futuro nos pertenecía, y mis bebés iban a estar bien en todos los aspectos. Al igual que el semihumano Nahuel, seguiría siendo jóvenes dentro de ciento cincuenta años, y estaríamos juntos. 

Todo lo que podía sentir en ese momento era felicidad, una que se expandía por todo mi cuerpo. 

<Para siempre.> —me susurro Edward al oído, repitiendo mi promesa. 

Alcé la cabeza y lo besé con toda el amor y la pasión que un beso podía trasmitir.