—Gracias. —Solo después de escuchar esas palabras, Lith devolvió el abrazo.
—De nada, hombre tonto. —Kamila apoyó su cara en su pecho—. Tú tampoco tienes que preocuparte por mí. Puedo entender por qué mantuviste en secreto tu origen, pero el día que acepté casarme contigo, también prometí aceptar cada parte de tu vida.
—O en tu caso, vidas. Si me ves conmocionada, es porque lo estoy, pero también porque me siento lo suficientemente segura en nuestra relación como para no verse obligada a fingir que todo está bien cuando no lo está.
—No quiero usar una máscara y tú tampoco deberías.
—Dioses, ¿qué diablos hice yo para merecer a alguien como tú en mi vida? —Lith abrazó más fuerte a Kamila, perdiéndose en el dulce aroma de su cabello que había temido perder para siempre.
—Bastante. —Ella respondió—. No me malinterpretes, sigues siendo un idiota homicida, pero eres mi idiota homicida. Salvaste a tus padres de la pobreza y a nuestras respectivas hermanas de la enfermedad.
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