Ya es viernes y el día ha transcurrido con una lentitud exasperante para el joven. Poco a poco, el cuerpo comienza a resentir las dos noches de sueño ligero. Si se lo propusiera, podría contar las horas de descanso que ha tenido y le sobrarían dedos en la mano izquierda.
Para su alivio, en el trabajo todos están ocupados con sus tareas. Era un día de festejo para ellos, por lo que aceleraban los deberes para terminar lo más rápido posible. Aunque el jefe siempre finalizaba el día como mínimo una hora antes.
Una hora menos de trabajo era una hora más de bebida, y hoy no sería diferente.
El joven no bajaba a almorzar con ellos, tampoco iba a los viernes de cábala, ni asistía a ningún tipo de reunión o evento a los que iban los compañeros de la oficina.
Aunque él no lo note, el ambiente está un poco aturdido.
La noche anterior, el grupo de WhatsApp de los empleados de Sauses S.A ardía en euforia. Lían había informado que el renuente compañero finalmente había accedido, y por esa razón, nadie se atrevió a acercarse.
No querían que se sintiera abrumado de familiaridad, buscando una excusa para no reunirse con ellos. En realidad, los compañeros de Soichi le tenían un poco de aprecio.
El joven era esbelto y recto, serio e imperceptible, pero no dejaban de verlo como una criatura.
Quizás porque les recordaba a alguien que alguna vez conocieron.
Quizás al observar la piel translúcida, les provocaba la sensación de que el niño era como una suerte de pequeño roedor que se había llevado un buen susto.
Aunque él no se daba cuenta, era atento con sus compañeros. Siempre cumplía con sus obligaciones y si alguien no terminaba, él se quedaba más tiempo ayudando. Sin decir palabras y sin que se lo pidieran, siempre estaba ahí hombro a hombro.
Como es de esperarse, una hora antes cierran la oficina. Descienden todos juntos y el aire de felicidad le resulta extenuante. El joven solo anhela encontrar alguna excusa, aunque sea absurda, para regresar a su departamento.
Tiene demasiado sueño, hace unos cinco bostezos en el ascensor mientras lagrimea un ojo. Cree que alguno de ellos, al ver el rostro demacrado, podría decir: "¡Hey! Tenés sueño, anda a descansar, será la próxima".
No fue así.
Fue peor.
En el estacionamiento, como en una mala división de bienes, Javier lleva a Teresa y Malena en el auto. Lían también va con ellos, pero Soichi sobra.
—Los veo allá —dice mientras se aleja.
El joven ya está seleccionando qué poema escuchar cuando Lían lo interrumpe:
—¡Espera! ¡Te acompaño! Es cerca, así no te aburrís en el camino —afirma con la voz agitada.
—No hace falta —responde cortante, con una inexpresiva cara.
El enserio no se esfuerza delante del hombre.
—Bueno, igual ya se fueron. —Se acerca a Soichi con una sonrisa que deja ver los dientes perfectamente alineados—. Me abandonaron, así que tendrás que llevarme. No vaya a ser que me pase algo por el camino.
Si eso es un chiste, el joven no lo entiende. El hombre no retira esa expresión de felicidad. Ambos caminan juntos hacia el bar. Sin embargo, en lugar de hablar, permanecen en silencio.
Llegando a la puerta, siguen los gritos y carcajadas. Todos aúllan de felicidad. Javier ha terminado la primera ronda. Teresa y Malena les dan la bienvenida al unísono con la nueva noticia:
—¡El jefe se va a casar!
De golpe, la cara de Lían se vuelve seria, un calco de la del joven de al lado, pero es solo por un momento. Solo puede felicitar y brindar con el enamoradizo señor.
Aunque es cierto que desea hacer un par de bromas al respecto: "Dicen que el cuarto es el vencido" o tal vez "No se olvide de sacar fecha para el próximo divorcio". Pero no se atreve a ser descortés.
Las copas van y vienen.
Las señoras toman vino blanco como esponjas. Javier pierde la cuenta de cuántos desiertos ha apaciguado. Es temprano, así que también puede apagar un par de incendios forestales; ya lo tiene calculado.
Un ambiente amigable.
Entre idas y vueltas, el jefe mira a los dos jóvenes de enfrente mientras levanta esos ochenta kilos de dulzura. Como si estuviera en una ceremonia, alza la copa y comienza un breve discurso:
—¡Soichi! Todavía recuerdo cuando llegaste a la empresa. Fuiste el último empleado que pude contratar. Aunque dijiste que tenías dieciocho, no te creía. —Se detiene un momento y toma un sorbo de la bebida —. Entraste como cadete y en menos de dos meses ya estabas dentro de la oficina, haciendo el trabajo de varios como si nada...
Unos minutos de silencio fueron suficientes para que las mujeres sentaran a Javier y le dieran unas palmaditas en los hombros.
Continúa hablando en un tono más bajo, recordando algo lamentable:
—Espero... espero que sigas con nosotros por mucho tiempo. Sos un buen empleado muchacho. —Así cierra el pequeño monólogo.
Como una perfecta escala de valores Soichi pasa del blanco al rosa, sin darse cuenta, pasa al rojo en un instante.
—¡Qué bueno que hayas venido hoy! —dice con entusiasmo Teresa, la mayor del grupo.
—¡Sí! Hace mucho que trabajamos juntos —agrega Malena con una resplandeciente sonrisa.
—No tendrías que ser tan serio jovencito—regaña la mayor, haciendo bailar la copa en la mano.
Pero Lían comienza a irritarse:
—Bueno, ya déjenlo están cargosas.
Teresa pega un par de carcajadas antes de confesar:
—Solo quería darle un consejo.
—¡Creo que están demasiado alegres ustedes! —exclama Lían, alejando el vino de las mujeres con una mirada desafiante.
Las señoras solo se ríen sin tomarlo en serio. Mientras tanto, Javier mira a Soichi. Le gustaría preguntar por qué no se tomó unos días hace unos meses y cómo sigue como si nada.
Si la vida hubiera sido buena, le habría dado un hijo, y ese hijo tendría la edad del muchacho.
No tiene dudas de que si le hubiera sucedido algo similar a lo de Soichi, habría notado los ojos hinchados por las largas horas llorando. Quizás una mirada ida a la tristeza, o como mínimo habría pedido una extensión de más días de los que corresponde dar en el trabajo.
Sin embargo, este joven no lo dice, no lo pide, no hace nada. Siempre ajeno a las emociones, manteniendo esa barrera. Javier queda absorto en sus pensamientos, bebiendo un sorbo tras otro.
Las delicadas rebanadas de jamón observan cómo sus devoradores ya se desconocen entre ellos. Los golpeteos de las palmas hacen revolotear a las hermosas aceitunas que van y vienen. Los perfectos y simétricos cubos de quesos variados se miran entre ellos, esperando que el abstemio los roce con esos largos y blancos dedos, ansiosos de ser devorados por el joven que se mantiene firme como un pedernal.
◇◆◇
Han pasado un par de horas.
Teresa tiene que salir corriendo ante el llamado de su esposo. Javier no está en condiciones de manejar, en cualquier momento se olvida de cómo respirar. Malena se lo lleva en un remis que había reservado, la casa de ambos queda relativamente cerca. De esta forma, todos se quedarán tranquilos de que el jefe ha llegado entero.
Soichi se siente incómodo en el taxi que comparte con Lían. Ambos se dirigen hacia la misma dirección, por lo que no puede negarse a compartir el vehículo.
Tres cuadras antes de llegar al edificio, el joven pide al conductor que se detenga. Unos metros atrás hay un kiosco de veinticuatro horas; quiere comprar algunas cosas, ya que solo ha tomado un poco de agua durante toda la reunión.
Antes de que pueda decir algo, Lían ya está pagando el viaje, no va a dejar que ande solo a las once de la noche. Pero este solo se queda en la vereda, como un pequeño cachorro que espera a su dueño, agitando la cola con ansiedad. El hombre, en un desvarío, ve que las dos figuras se juntan a través de la vidriera, el Soichi de antes y el de ahora.
El tiempo no ha afectado al muchacho; sigue siendo el mismo de hace dos años.
El cabello ondulado parece estar desarreglado, pero desde el primer momento él lo notó. Los días lo confirmaron; cada hebra estaba perfectamente desalineada, ese desorden tenía un tiempo planificado, no era al azar, cada mechón finamente ubicado.
La imagen de joven serio y adulto se desvanece en los detalles. Un aro en el lóbulo izquierdo hace juego con sus oscuras cejas. La funda del celular tiene unos dibujos raros que parecen animales; uno es una tortuga azul, una rata amarilla, hay uno que es verde y otro naranja.
Para Lían son desconocidos.
En el pulgar derecho lleva un anillo. Cuando se aburre, suele jugar con el; entrando y saliendo, va y viene varias veces de forma lineal y constante.
Al hombre le resulta interesante verlo entretenido de esa manera. Como un ávido lector de personas, llega a lo más profundo que puede.
No hay más, solo eso.
La fuente de su incertidumbre sale por esa puerta de vidrio, cargando dos sixpacks de cerveza y varias cajetillas de cigarrillos.
Al verlo, sonríe por dentro; Soichi sigue sorprendiéndolo.
Observa cómo un pequeño pecador esconde unas cajas pequeñas en los bolsillos. Sabe bien lo que es, el rígido e inflexible joven también se rinde a los triviales placeres.
Ahora están dentro del edificio, ni tan lejos ni tan cerca del departamento.
El joven estuvo relajado en la reunión de compañeros, no escapó y aguardó hasta el final. Lían sabe que ha llegado el momento y no va a perder la oportunidad.
—Quería consultarte algo —dice con algo de timidez, deteniéndose en las escaleras.
Soichi sigue subiendo como si nada, ignorándolo por completo. El zumbido de un mosquito hubiera sido más relevante.
—¿Me escuchaste? —pregunta un poco frustrado.
Pero no fue intencional; el joven no lo había escuchado. Lían no se dio cuenta de que hablaba tan bajo que el susurro de una bacteria los habría aturdido.
Una sensación agria le revuelve las entrañas y sube hacia la garganta.
Desprecio. Cuando te resumen a basura humana y el solo hecho de tu existencia es insultante, ¿tan insignificante era?
Un sentimiento doloroso le invade el corazón. No puede evitarlo, en un segundo acorta la distancia. Están frente al departamento de Soichi, pero a él no le importa.
Toma del brazo a la persona que lo ignora y como un animal herido ruge:
—¡Quería preguntarte algo!
Ante la sorpresa y el silencio, el hombre presiona con más fuerza. El joven tiene que responderle para que él pueda continuar.
Soichi solo sonríe en silencio. Se regocija de lo que está presenciando. Ve cómo relucen los colmillos del zorro, al fin se ha dignado a quitar esa falsa piel humana que lo cubre; se deleita al ver cómo es en verdad.
Nadie es cien por ciento puro.
—Pregúntame.
Aunque no agrega más palabras, la actitud del joven es diferente; está curioso.
En este estado la pregunta sería sincera o insidiosa; esta imponencia en Lían le gusta.
Sin embargo, no duró. El zorro embravecido se redujo a un pequeño cachorro avergonzado. Baja la tensión de la mano, con una voz pesada y deprimente al fin empieza a soltar.
—Sé que no te agrado. —Mira hacia abajo con lamento y continúa— ¿Qué hice para que me odies?
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Nota de la autora
Mini Teatro.
Escena eliminada.
Lían: No puedo esperar a llegar al departamento.
(Se tambalea en estado de ebriedad)
Soichi: ¡A tu departamento!
Lían: Pero compartimos el taxi.
(Guiña un ojo)
Soichi: ¿...?
Lían: Subimos las mismas escaleras.
(Tira unos besitos al aire)
Soichi: No.
Lían: ¡Oh! , ya entiendo.
Soichi: Creo que no estás entendiendo.
(Se cruza de brazos y lo mira con desdén)
Lían: ¡Me amas tanto que no queres aprovecharte!
(Comienza a sollozar)
Soichi: ¡Hmph!
La directora eliminó la escena.
Azotó a la escritora por hacerle perder su tiempo.
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