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Capítulo 32

Papá demostró su faceta de consentidor durante gran parte de la tarde, mimando a Eva desde el momento en que nos fuimos al restaurante, pasamos por algunas tiendas de ropa, y finalmente regresamos a casa.

Mamá también siguió los pasos de papá al tratar como toda una princesa a Eva, quien por primera vez desde que llegó a nuestras vidas, se dejó consentir y mimar, e incluso me exigió en tono de broma que imitase a nuestros padres.

—Creo que exiges demasiado, hermanita… Aunque no te preocupes, mi regalo te dejará anonadada, eso tenlo por seguro —dije.

—Eso espero —dijo con voz socarrona—, por cierto, mamá… ¿A qué hora me dijiste que estarán los vecinos en casa?

—A partir de las siete de la tarde, aún tenemos tiempo para descansar y alistarnos… Tu papá saldrá con Paúl a comprar algunas bebidas y aperitivos —le respondió mamá.

—Hubiese sido mejor que preparases aperitivos caseros, pero bueno, no hay de otra —comentó papá.

Horas más tarde, la sala de estar de nuestra casa se había convertido en una modesta, pero elegante recepción; mamá se lució con ello y juntos, en familia, esperábamos a nuestros invitados.

Tanto papá como mamá se mostraban alegres, mientras que Eva estaba centrada en su celular. Que estuviese sonriendo me permitió intuir que leía todos los mensajes de felicitación que sus seguidores y subscriptores le enviaban.

Yo, por mi parte, estaba un tanto ansioso por saber qué relación tenía la maleducada Valeska con los vecinos. Mi lógica decía que era su hija, pero había otras posibilidades a considerar.

Los vecinos llegaron a las siete con quince de la tarde, con una botella de champaña y un pastel de carne que habían preparado en honor a Eva. Eran un señor de apariencia jovial y una mujer que confundí con la hermana mayor de Valeska, aunque fue evidente que se trataba de su mamá.

Valeska, quien, a diferencia del momento en que nos vimos por primera vez, se mostraba recatada y educada, demostró que estaba actuando y ocultando su faceta liberal a sus padres. No dije nada al respecto y me presenté con educación, haciendo todo lo posible por pasar desapercibido la mayor parte del tiempo, pues quería que Eva fuese el centro de atención.

Veinte minutos después, tanto mis padres como Eva, al igual que nuestros vecinos, se quedaron perplejos con la presencia de la mismísima Cata Florencia, a quien le agradecí por estar presente y tomarse parte de su preciado tiempo para celebrar el cumpleaños de Eva.

Cata le obsequió a Eva una guitarra autografiada y un disco original de su álbum más vendido, algo que recibió como si fuesen los mayores tesoros en su vida. La verdad es que la velada estuvo de maravillas, aunque el foco de atención se compartió entre la famosa cantante y la cumpleañera.

Lo único que me afligió fue que Cata tuvo que irse a las ocho con treinta de la noche, esto debido a un compromiso que tenía con el señor Leclert, quien al parecer quería convencerla para que diese otro concierto. Se le notaba un poco disgustada por ese detalle, pero una de las cosas que implicaba su posición como artista famosa era el hecho de saber ser diplomática en ese tipo de relaciones, por mucho que le disgustase.

Aun así, nos dejó su dirección de correo electrónico y le pidió a Eva que siguiese escribiendo canciones, pues reveló que quería ser su mentora en la grabación de su primer álbum y apoyarla en una posterior carrera musical. Eva y yo nos quedamos sin palabras, no podíamos creer lo que Cata nos había dicho en privado, a diferencia de ella, que se mostró sonriente y emocionada.

—Esto queda, por ahora, entre nosotros… Eva, tan pronto cumpla con mis compromisos, volveré para apoyarte —dijo Cata.

—¿Hablas en serio? —pregunté.

—Muy en serio, podría considerarse mi verdadero regalo de cumpleaños —alegó.

—No sé qué decir —musitó Eva.

—Solo sigue siendo tú misma, escribe mucho y ama lo que haces, que yo estaré feliz de apoyarte con una carrera musical… Eva, tienes un potencial increíble, eso no debes dudarlo nunca —dijo Cata.

—Gracias, de verdad, muchas gracias —musitó Eva, quien hizo un gran esfuerzo para no romper a llorar de la emoción.

Minutos después de despedirnos de Cata, Eva seguía sin creer lo que le había dicho, ni yo tampoco. Incluso pensé que estaba soñando, pero no, todo era real. Las oportunidades de dar a conocer su talento ahora eran un hecho, un sueño posible.

Con la reunión llevándose a cabo con solo siete personas, los modales emergieron entre ambas familias. Los Giraldo, el apellido de nuestros vecinos, eran del Distrito Capital y se dedicaban a la renovación de espacios, por lo que habían llegado a Ciudad del Valle gracias a una serie de contratos por parte de la alcaldía; en otras palabras, tenían muchos proyectos en los cuales trabajar.

Valeska Giraldo se mostró educada y tranquila, e incluso me dirigió la palabra con cortesía, pero la imagen de aquella maleducada chica en bikini no salía de mi mente, por lo que sabía muy bien que todo era una fachada para engañar a los presentes. Eva se percató de mi comportamiento receloso, por lo que me escribió a través de WhatsApp. Me preguntó si algo andaba mal, a lo que respondí que no se preocupase, pues luego le contaría la verdad con detalles.

—¿Cuántos años tienen de casados? —preguntó Valeska de repente a mis padres.

Papá y mamá, quienes ya llevaban rato conversando con ella y sus padres, no dudaron en responder con simpatía; era evidente que los había engatusado con su falso encanto.

—¡Ay, querida! Hace mucho tiempo. Dentro de poco cumpliremos treinta y cinco años de casados.

—Me parece, señor y señora Fernández, que son un ejemplo para mis padres. Ellos son un matrimonio joven, pero, a mi punto de vista, me han demostrado que están hechos el uno para el otro.

—Pues así lo es, hija, tu papá y yo somos el uno para el otro —comentó la señora Giraldo.

—Para ser un matrimonio con tantos años, supongo que tienen más hijos, además de… ¿Cómo me dijiste que te llamabas? —me preguntó Valeska.

Su sonrisa burlona me retó, sabía que estaba disfrutando de ser el centro de atención y la persona que más resaltaba después de Eva, pero no me quedé de brazos cruzados.

—Me llamo Paúl… Y debo decir, señorita Giraldo, que no se trata de ser el uno para el otro, sino de tener la disposición de dedicar tiempo a la persona con quien compartirás tu vida... Bueno, en realidad influyen muchos otros factores importantes para mantener una relación duradera y estable. Así que, repito, no basta ser el uno para el otro.

A pesar de lo amargo que me supieron esas palabras, por recordar a Sabrina, a quien consideraba mi contraparte en el amor, le lancé una mirada retadora a Valeska; su rostro enrojeció. Sus padres se estaban riendo por la forma en que me dirigí a ella.

El semblante de Valeska cambió en ese instante, quizás por saber que no podía reaccionar como en la tarde.

Papá, al mirar el gesto de incomodidad de Valeska, me dio un manotazo en la cabeza, acto que a todos les resultó gracioso, menos a mí.

Fue la única manera en que Valeska recuperó el brillo de su rostro, retomando de nuevo ese comportamiento encantador que engañó a todos.

Me resultó un poco molesto que la visita de nuestros vecinos opacase el cumpleaños de Eva, pero ella, por alguna razón, la estaba pasando bien y le simpatizó Valeska, para mi asombro.

Fue un alivio cuando los Giraldo se fueron. Por fin pudimos estar en familia y dedicar nuestra atención a Eva, que agradecía a mamá por haberle comprado un hermoso vestido y a papá por el tiempo que le dedicó desde que fuimos al restaurante.

Al final, cantamos el Cumpleaños feliz con un pastel de chocolate y, justo antes de dormir, le di mi regalo a Eva. Se trataba de una fotografía de nosotros en la montaña dentro de un marco dorado con adornos de piedras brillantes; sí, lo sé, era algo barato, pero con mucho valor sentimental.