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Capítulo 29

Pasó un mes conforme mantenía contacto con Cata, me esforzaba en mis estudios y hacía todo lo posible por no revelarle a Eva que aquella noche, en la que íbamos al concierto, conocería a la cantante mexicana. Estábamos emocionados y algo impacientes en la sala de estar mientras esperábamos a papá, quien nos llevaría hasta el Palacio de Eventos; un lugar icónico de Ciudad del Valle y donde se llevaban a cabo grandes espectáculos.

—¿Estás emocionada? —le pregunté a Eva mientras bebíamos un poco de café.

—Bastante… Esta mañana, cuando me dijiste que iríamos al concierto de Cata, me quedé congelada, pero ahora ya me puedo expresar mejor. ¿Crees que tengamos posibilidad de conocerla? —inquirió emocionada.

—Bueno, tenemos entradas VIP, con ellos podemos ir a camerinos después del concierto, pero debes tener en cuenta que no somos los únicos, así que no te hagas muchas ilusiones —respondí con la finalidad de persuadirla de esa idea, aun cuando había pactado con Cata encontrarnos.

—Mis niños, ¿no se les olvida nada? —preguntó mamá de repente.

—No, mamá, aunque tampoco es que debamos llevar gran cosa —respondí—. Los pases los llevamos en el cuello, ya tenemos dinero y nuestros celulares… Es lo único que necesitamos.

—Yo quería preparar una pancarta, pero Paúl apenas me avisó esta mañana de que iríamos a un concierto —comentó Eva.

—Bueno, ya es hora de irnos, muchachos —intervino papá.

De camino al Palacio de Eventos, Eva se mantuvo en silencio, mientras que papá y yo hablábamos de la hora en que volveríamos a casa. Él nos dio permiso de estar fuera hasta la medianoche, pero dado que el concierto comenzaba a las diez de la noche y luego tenía en mente encontrarme con Cata, le pedí que nos diese más tiempo.

—Me gustaría darles más tiempo, pero no puedo salir en plena madrugada de casa. Mañana, debo irme temprano al trabajo —dijo papá.

—Ah, por eso no te preocupes, papá —contesté—. Ya contacté a un amigo que hace transportes nocturnos; él nos llevará a casa.

—Comprendo, pero de todas formas, me mantienes al tanto, por si acaso —me pidió.

—Cuenta con ello —dije.

Cuando convencí a papá, entré en un pequeño aprieto porque le estaba mintiendo al respecto, por lo que tenía que buscar un plan para resolver el problema del transporte.

Me mantuve pensativo por unos minutos hasta que llegamos al Palacio de Eventos, donde mi contrariedad pasó a segundo plano cuando vimos el gentío formándose para entrar al reconocido anfiteatro. Apenas eran las ocho de la noche y ya el alboroto me permitió intuir lo complicado que sería encontrar transporte después del concierto.

—Bueno, hijos, pásenla bien y me llaman si necesitan que los venga a buscar, pero estoy disponible hasta la medianoche —dijo papá al despedirse.

—Está bien, papá, gracias por traernos —respondí.

—Hasta luego —dijo Eva para despedirse.

Papá, antes de poner su auto en marcha, nos pidió que nos divirtiésemos, aunque con un dejo de recelo y preocupación, algo típico de un buen padre.

—¡Vaya! Pensé que la lengua te comieron los ratones —le dije a Eva.

Eva se empezó a reír a carcajadas, como si hubiese contado un buen chiste.

—¿Qué dijiste? —preguntó, mientras contenía las ganas de seguir riendo.

—Pensé que los ratones te comieron la lengua —reiteré.

—No… Eso no fue lo que dijiste —replicó, aun conteniendo las ganas de seguir riendo.

—¡Bueno, ya! Tú me entendiste… Vamos a entrar.

Gracias a que teníamos pases de acceso total, no fue necesario que hiciésemos fila para entrar, por lo que rápidamente entramos y nos dirigimos a la zona preferencial, muy cerca del escenario y donde había unos cómodos asientos que no dudamos en probar.

—Nada mal —dije al sentarme.

—Qué relajante —continuó Eva—, aunque dudo que vayamos a sentarnos durante el concierto.

—Bueno, todo depende del repertorio que Cata nos presente, me gustaría que fuese un concierto acústico, pero por cómo va la cosa —giré para echar un vistazo a mi alrededor y notar lo rápido que se llenaba de gente el complejo—, esto será eufórico.

—¿Por qué hablas de ella como si la conocieses? —preguntó Eva.

—¿Así soné? —repliqué.

—Sí, fue raro —respondió.

—Supongo que es por la emoción —dije a modo de excusa.

Con el paso del tiempo, y aprovechando que estábamos en zona preferencial, pedimos varios combos de bebidas y aperitivos que nos llevarían durante el concierto en plazos de treinta minutos, lo cual me pareció increíble y me permitió entender la razón por la que las entradas eran tan costosas.

Eva estaba tan sorprendida como yo, y aprovechó al máximo la oportunidad de consentirse con su propio dinero, algo que muy pocas veces hacía, pues priorizaba siempre el hecho de hacer caridad con niños en situación de calle; ella, más que nadie, sabía lo que era vivir en esas condiciones.

Al cabo de una hora, la situación mejoró gracias a que Cata salió al escenario, donde recibió una ovación tan grande que se me erizó la piel. Ella se mostró agradecida con sus fanáticos y dio una pequeña charla acerca del abandono infantil y su labor filantrópica enfocada en la lucha contra ese problema.

Me asombró que hablase de ese tema, justo cuando Eva estaba presente, e incluso pensé que lo hacía precisamente porque estábamos ahí, aunque no fue así.

La razón de su breve charla se debía a que, con ayuda de los fondos que se estaban recaudando en el concierto, y el apoyo de la alcaldía de Ciudad del Valle y una donación generosa por parte del promotor del evento, la remodelación del orfanato de Ciudad del Valle era un hecho.

Por otra parte, el concierto fue una de las mejores experiencias que disfruté junto a Eva, quien se mostró bastante emocionada; fue una de las pocas veces en que la vi gritar de emoción y cantar a todo pulmón.

Fue gratificante verla tan emocionada; ese simple hecho valió el costo de la entrada.

Horas más tarde, cuando finalizó el concierto, recibí un mensaje vía WhatsApp por parte de Cata, lo cual me sorprendió, ya que no esperaba que me escribiese a los pocos minutos de haberse bajado del escenario.

Eva me preguntó quién me había escrito, a lo que respondí que era el amigo que nos haría el transporte.

 

Cata. En este momento, no podré verlos, debo atender a las personas que pagaron pases de acceso total. Pero, vayan al estacionamiento y busquen en la zona 122-A una camioneta negra y a un señor canoso vestido de traje gris. Él ya sabe de ustedes y los llevará a mi habitación de hotel. 

Paúl. ¿Hablas en serio?

 

Me costó simular la sorpresa que me ocasionó el mensaje de Cata, razón por la que Eva no dudó en cuestionarme.

—Se trata del transporte, ¿verdad? —inquirió Eva.

—No, es solo que me escribió un compañero de clases y me dijo que me acaba de ver en el concierto, quiere que le firmes un autógrafo —dije a modo de excusa.

 

Cata. Sí, estaré aquí una hora… Cuando estén en mi habitación de hotel, tómense la libertad de pedir lo que gusten.

Paúl. Está bien, por cierto, el concierto fue increíble.

Cata. Luego hablaremos del concierto… Vayan a donde les pedí, el señor se llama Pablo Torrealba. 

Paúl. Está bien, gracias por la hospitalidad, es muy amable de tu parte.

Cata. Es un placer, nos vemos en una hora. 

Paúl. Está bien.

 

Tal como me lo pidió Cata, nos dirigimos a esa sección del estacionamiento en la que solo estaba la camioneta mencionada y un señor esperándonos.

Eva se mostró cautelosa y me pidió explicaciones al respecto, así que me vi en la situación de mentirle de nuevo y decirle que mi compañero de clases era de la alta sociedad y que seríamos llevados a su departamento.

—¿Tenemos permiso para esto? —preguntó Eva.

—No, pero la excusa que le di a mi compañero de clases fue que, una vez que le dieses tu autógrafo, nos consiguiese un transporte —respondí.

—Eres un oportunista —dijo a modo de reproche.

—Las oportunidades son para aprovecharlas.

Y así, nos encontramos con el señor Torrealba quien, tras recibirnos con una atención bastante servicial, nos llevó al Hotel del Valle, uno de los mejores en la ciudad, y en donde, al llegar, fuimos guiados por el personal hasta la habitación de Cata. Eva sabía que le estaba mintiendo, pero se quedó tranquila gracias a lo confiado que me mostraba en el lugar; jamás se imaginó la sorpresa que le esperaba.