Cristian partió de casa al día siguiente cuando aclaró que en la universidad no había ninguna convención de ingenieros. Esto lo hizo a petición de papá, que enfatizó el hecho de que tanto él como Alana no perdiesen días de clases.
Me asombró el cambio que demostró mi hermano, totalmente opuesto a lo afligido y preocupado que se mostró cuando llegó. Me dio gusto verlo aliviado y enfocado junto a Alana, que también habría recobrado su alegría y ese peculiar brillo en su rostro.
Por otra parte, imágenes excitantes se proyectaban en mi mente, para ser específicos, de ese momento que interrumpió mi hermano y en el que, por poco, Sabrina y yo tuvimos relaciones sexuales por primera vez.
Debo decir que, si bien tuve la voluntad de mantener la compostura cuando estaba con ella en el colegio o salíamos juntos, se me dificultaba la idea de ignorar todas las cosas que ansiaba experimentar. Desde ese encuentro en mi habitación, miré a Sabrina con otros ojos.
En otras palabras, la deseaba, quería que fuese mía a toda costa. Anhelaba apreciar su desnudez y tocar todo su cuerpo, cumplir con ese capricho que, desde un momento dado de nuestra relación, empezó a insinuar.
La cuestión era que no tenía la valentía para llevar a cabo dichas acciones, aunque se me vino un lugar a la mente que me hizo entrar en un dilema.
Pensé en llevar a Sabrina a la montaña, pidiéndole permiso a Eva, por supuesto, pero la idea de ir a un sitio en el que estaríamos exhaustos por el largo trayecto me hizo cambiar de parecer. Otro lugar que me parecía perfecto era su habitación, pues debido al trabajo de su mamá, casi siempre estaba sola en casa, aunque ahí sentía que desvalorizaba la confianza de la señora Assunção.
Supongo que lo mejor que hice fue dejar que el tiempo fluyese y recurrir a otros métodos para disminuir los niveles de excitación, pero nada de esto fue suficiente para despejar de mi mente la imagen de una Sabrina sensual y atrevida, dedicándome esa mirada lasciva y su sonrisa traviesa; realmente quería hacerle el amor.
Irónicamente, la ocasión se dio de la nada cuando Sabrina me pidió apoyo con sus estudios de Historia universal, una asignatura que le aburría a diferencia de mí, y en la que yo solía hacerle la tarea a cambio de que ella me hiciese la de química, donde yo era pésimo.
Acordamos ir a su casa después de clases, ya que mis padres y Eva se habían ido de compras y a mamá no le gustó que estuviésemos a solas.
—¿Sabes? Me da gusto tenerte de ayuda con Historia universal, porque antes me costaba mucho mantener una buena calificación. De verdad me aburre esa asignatura —comentó Sabrina, mientras nos dirigíamos a la parada de autobús.
—Si te soy sincero, es una asignatura tediosa, pero no se me hace aburrida —comenté.
—Ah, por cierto, mamá está con unos compañeros de trabajo. Si no me equivoco, están haciendo una parrillada.
—Me parece genial, hace mucho que no como carne… Manuel ha estado pendiente de mi dieta y fastidioso con mi ingesta alimenticia, aunque debo decir que gracias a él, logré los resultados actuales.
—Me parece increíble la cantidad de grasa que quemaste, y ahora mírate, estás en buena forma y ganando masa muscular, aunque siendo honesta, no me gustaría que fueses tan musculoso.
—Eso le dije a Manuel, la verdad es que no quiero llegar a extremos que hagan verme grotesco de tanto músculo.
—Aunque debo decir que, cuando estabas gordito, me parecías un chico tierno.
La grata conversación se extendió hasta que llegamos a una zona exclusiva de Ciudad del Valle, donde caminamos durante unos minutos por varias cuadras. Tan pronto nos establecimos frente a su casa, noté que a diferencia del resto, esta no era tan grande, pero para dos personas, era suficiente.
—Algún día me gustaría conocer a tu papá —comenté cuando entramos a la sala de estar de su casa, pues lo primero que veías al entrar era el gran retrato familiar de los Assunção; Sabrina se parecía bastante a él.
—Es un hombre de negocios, y sus inversiones solo las hace en Brasil —aclaró Sabrina.
—Comprendo, pero imagino que lo veré en Navidad… Sería un honor que me acepte como tu novio.
—Bueno, él ya sabe de ti, aunque sería mejor que se conociesen en persona.
—Sí, sería genial… Por cierto, vamos a saludar a tu mamá.
—Mamá no está en casa.
—¿Eh? ¿Por qué? Si me dijiste que estaba haciendo una parrillada con sus compañeros de trabajo.
—Exacto, pero no te dije dónde estaba.
Tenía razón, no había especificado ese detalle, aunque yo pensé que la parrillada se llevaba a cabo en su casa.
—No te preocupes, no haremos nada inapropiado, solo hemos venido a estudiar —aclaró con serenidad.
—Bueno, en realidad soy yo quien hará tu tarea, pero por ti está bien… ¿Tú qué harás? —pregunté.
—Prepararé algo de comer, ¿qué te apetece?
—Sorpréndeme —respondí emocionado, a lo cual ella reaccionó con una bella sonrisa.
Entonces, me establecí en el estudio de Sabrina, en el cual solía dedicarse a la lectura y sus tareas, mientras ella fue a su habitación para cambiarse, aunque tardó más de lo normal.
Sabrina entró al estudio al cabo de veinte minutos, su cabello estaba húmedo y emanaba un delicioso aroma a champú; solo eso bastó para que los pensamientos lujuriosos invadiesen mi mente.
—Ya decía yo que te tardabas demasiado —dije.
—Tenía mucho calor, ¿tú no estás acalorado? —preguntó.
—Sí, pero ya estoy por terminar la tarea, es más sencillo de lo que pensé —respondí.
—Si gustas, puedes ir a ducharte.
Quería hacerlo, de verdad quería hacerlo, porque sabía cuáles eran sus intenciones, pero una parte de mí rechazaba rotundamente esa petición.
—No tengo ropa para cambiarme —dije a modo de excusa.
—¿Eso crees? —preguntó con voz traviesa.
—Estoy muy seguro.
—Pues te equivocas, porque tu novia es muy atenta y te ha comprado ropa cómoda para una situación como esta… Así que ve a ducharte.
Tan solo necesitaba un argumento de su parte para ceder, por lo que dejé lo que estaba haciendo y la seguí hasta su habitación, donde me dejó a solas para ducharme.
El baño de Sabrina olía a jabón combinado con champú y una fragancia que solía llevar siempre; la de su perfume. Fue una dicha estar allí desnudo mientras dejaba que el agua golpease mi rostro.
Admito que solo el hecho de estar en su baño me hizo tener una erección, y recurrir a otros métodos para persuadir la excitación no me pareció correcto, sabiendo las claras intenciones de Sabrina.
De repente, la puerta del baño se abrió.
Mi reacción fue ocultar mis partes íntimas lo mejor posible, pero no pude por el asombro que me causó mirar aquel hermoso cuerpo desnudo, cuya blanca piel brillaba por la iluminación del baño. Sabrina tenía una bella silueta corporal, en proceso de desarrollo y con atributos que me dejaron boquiabierta.
—¡Vaya! Ya no es necesario convencerte —dijo, mientras miraba mi miembro erecto.
—Oye… Esto podría esperar un poco, ¿no crees? —pregunté nervioso.
—No —replicó, ya frente a mí y tomándose el atrevimiento de abrazarme.
Solo eso bastó para sucumbir, y a partir de ese momento, nos dejamos llevar en medio de apasionados besos, tactos intensos y traviesos, gemidos y gruñidos difíciles de contener. Sabrina estaba más que preparada para la ocasión, pues en la repisa del espejo había dejado un preservativo.
Esa tarde, hicimos el amor por primera vez, algo incómodo y doloroso por la inexperiencia, pero a la vez placentero y divertido por la excitación.
Definitivamente, fui muy afortunado al tener mi primera vez con una chica tan hermosa y sexy, alguien que, además de perder su virginidad conmigo, me amaba y era capaz de darlo todo junto a mí.
Sabrina, sin duda alguna, fue una chica que dejó mi corazón marcado y mi mente llena de recuerdos.