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Capítulo 17: Jugar a cazar

—Joe. —Cuando me acerqué varios pasos, intentó retroceder, hasta que notó que seguía atado—. Podemos superar esto, nadie te va a enviarte al infierno. Si te rindes como un cobarde y me abandonas aquí, nunca te lo perdonaré. Nunca.

Sus ojos se fijaron en los míos, con una luminiscencia diferente. Estaba quebrantado, deshecho. Me incliné para desatarlo, pero su mirada de advertencia me hizo detenerme.

—No te acerques. Voy a quedarme aquí amarrado. Y no me convencerás de desatarme.

Testarudo, pensé. Terco y obstinado.

Alcé las manos en señal de rendición.

—¡Adolph! —vociferé para llamarlo.

Antes de terminar de pronunciar su nombre, el hombre apareció en la puerta, acompañado de Nina y Alan. Los tres dirigieron su mirada a Joe.

—¿Estás atado? —indagó Nina, su voz denotaba cierta sorpresa.

—No, estoy teniendo una conversación con el poste de mi cama, de hecho —soltó Joseph sarcásticamente con una sonrisa en la mirada.

Nina puso los ojos en blanco antes de dar varios pasos en su dirección.

—Sí, éste es Joe. El de siempre —confirmó—. Vaya idiota, nunca cambiarás.

Él se rió de forma encantadora, sus hombros se movieron al compás de esa atractiva melodía. Aclaré mi garganta y parpadeé repetidamente, con el fin de borrar de mi mente la perfecta imagen de Joe medio desnudo atado a su cama mientras el eco de su risa resonaba en mis oídos.

—Angie, hay mejores maneras de retener a un hombre —bromeó Alan al tiempo que se frotaba una ceja tímidamente.

—Fue lo que yo le dije —continuó Joe con picardía.

Me sonrojé, reprimí una sonrisa y disparé miradas fulminantes a todos. Adolph adoptó una expresión inocente, mostrando las palmas en un gesto de "yo no fui".

—Hey, no he dicho una sola palabra —se excusó el hombre.

—Dejen de hacerse los tontos y ayúdenme a convencer a este chico obstinado de desatarse —discutí después de cruzar los brazos en mi pecho mientras taconeaba el suelo ansiosamente.

Adolph asintió solemnemente, su rostro adquirió una seriedad tan misteriosa como siempre.

—No es necesario llegar a esto, Joseph —su voz decidida y tenaz resonó con contundencia—. Jonathan está encargándose de Sam, no necesitas trabajar más para ese demonio. De verdad, no es necesario que te hagas esto. Te juro que no permitiré que lastimes a Angelique, y sabes que siempre cumplo mis promesas.

Desde el suelo, Joe pestañeó varias veces e intentó levantarse, pero fue halado de nuevo hacia abajo por las ataduras en sus muñecas.

—De acuerdo, ya está empezando a ser incómodo, desátenme —cedió. Nina se agachó y desgarró las cuerdas con sus dientes—. Ahora, ¿desde cuándo confiamos en Jonathan? ¿Desde cuándo somos amigos de un demonio que trató de asesinarnos? Debes estar delirando, hombre.

Había que admitir que Joe tenía razón en eso. Ravenwood había trabajado con Deborah para robar nuestras almas, y ahora, de pronto, parecía extremadamente interesado en nosotros.

—Conozco a Jonathan desde hace mucho tiempo. No digo que sea el tipo más confiable, pero sé que casi nunca miente —lo defendió Adolph.

Nina y Joe se levantaron de la alfombra. Él se tocó las muñecas con un gesto de disgusto. Su expresión era tan tierna que mi corazón comenzó a latir más rápido. Debía reconocer que jamás podría saciarme de admirar la belleza de ese vampiro. No pude evitar sonreír.

Alan avanzó lentamente hacia Joe, quien lo miró con desconfianza.

—Aléjate, hombre. No quiero que vuelvas a hurgar en mi cabeza —farfulló—. Escúchenme, hagan lo que hagan, no podrán cambiarme. Estos episodios de violencia se repetirán de todas formas, ya no sé qué hacer.

Eso no era justo para nadie, no podíamos permitir que se quedara así.

—¿Tienes idea de lo que te está pasando, Joe? —lo interrogó Adolph.

—Sí, es evidente que presento cuadros severos de bipolaridad, esquizofrenia, demencia y otros desórdenes mentales comunes, ¿cómo no lo han notado? Es común en vampiros —respondió irónicamente—. Por supuesto que no lo sé. ¿Crees que si lo supiera, me hubiera atado a una maldita cama?

—Un simple no era suficiente —Adolph soltó un suspiro—. Hay sangre de demonio corriendo por tus venas. Has hecho un poderoso trato con Sam, eso lo sabes, ¿no? Si ese tipo no regresa al infierno, seguirás bajo su dominio. Además, debemos ocuparnos del problema de tu sangre. Tenemos que encontrar una manera de revertir el ritual de La Daga de Sangre, y ni siquiera sé cómo hacerlo. ¿Sabes? No estás ayudando en absoluto comportándote como un adolescente rebelde. Estamos metidos en muchos problemas al mismo tiempo.

—Son mis problemas, no los suyos —replicó Joe antes de ponerse un abrigo que yacía en su cama y salir de la habitación.

Se instauró un silencio denso mientras el resto compartíamos miradas tensas.

—Diablos —murmuró Nina—. Esto será complicado. Iré a llamar a Jerry, ese chico tendrá que traer su culo aquí ahora mismo. ¿Dónde diablos se metió?

Fui la siguiente en retirarse, dejando a Alan y Adolph a solas.

Mi humor se había ido a la mierda. Quería patear algo rabiosamente, golpear a alguien, morder un cuello… Maldición, también estaba sedienta. ¿Habría alguna vez paz en mi eterna existencia?

Lo que más anhelaba en ese momento era sumergirme en un profundo sueño y despertar cuando la tormenta hubiera pasado. Prefería tener hermosas pesadillas de las que podía escapar justo antes de ser atrapada por el monstruo.

Me dirigí hacia la cocina con zancadas furiosas. Encontré a Joe reclinado cerca del lavavajillas, manipulando un recipiente metálico en sus manos. Casi logré fingir que lo ignoraba. Él tampoco pronunció una palabra, pero sus ojos me seguían mientras abría el refrigerador en busca de sangre fresca.

—¿No nos queda sangre? —exclamé antes de girarme violentamente hacia Joe, quien le lanzó una ojeada al vaso metálico que sostenía y luego me miró con los ojos entornados, como disculpándose.

—Lo siento, me he bebido lo último que quedaba —alegó. Intenté suavizar mi expresión de hastío, pero presentí que no funcionó—. De verdad, no sabía que tenías sed. Si lo hubiera sabido, no lo habría hecho —vaciló, girando el vaso térmico entre sus manos—. Te ofrecería mi sangre, pero ya ves, no puedes beberla, estoy endemoniado.

—¡Nina! —Ella vino corriendo al oír mi grito—. ¿Llamaste a Jerry? Si puedes, dile que traiga sangre. Se nos acabaron las reservas y creo que estoy teniendo una emergencia.

Abrió la boca para decir algo y, tras unos segundos, lo soltó:

—¿Estás sedienta como furiosa y salvaje o como débil y sin fuerzas? Porque he llamado al teléfono de Jerry y adivina lo que descubrí. La voz de la chica en su contestador automático es realmente dulce —dijo con su humor peculiar, que podría haberme hecho reír si no fuera por el hecho de que estaba empezando a impacientarme por beber sangre.

—Furiosa y salvaje, sin duda —respondí, llevando mis manos a mi estómago.

Mis colmillos ardían mientras Joseph acortaba la distancia entre nosotros. Su cercanía me sacudió.

—Eso podemos arreglarlo. —Nina me empujó más cerca de él—. Si los arrojamos a ambos en una cama, les aseguro que en unas horas estarán completamente felices, radiantes y saciados. —Con las mejillas encendidas, lancé una aguda mirada a esa chiflada vampira al tiempo que Joseph se reía suavemente—. ¡Uh! —Ella hizo una mueca—. Era una broma, no me mires así. Iré a ver qué podemos hacer al respecto. Estaba pensando que podríamos salir a cazar al anochecer. Hace tiempo que no lo hacemos.

—No podría estar más de acuerdo —le dije con demasiado entusiasmo.

—Si puedes esperar hasta que se oculte el sol, trato hecho. Lo hablaré con Adolph.

Se retiró alegremente, ondeando su cabello de manera cautivadora, lo que me llevó a alzar una ceja con suspicacia.

Escuché a Joe largar un suspiro. Últimamente era todo lo que escuchaba de parte de todos, lamentos. Seguía tan cerca que era imposible ignorar que su brazo rozaba el mío, brindando calor en la zona donde la fricción se hacía presente. Lo enfrenté. Él, en respuesta, ladeó la cabeza mientras me examinaba de arriba abajo.

—¿Y bien? ¿Qué quieres que hagamos ahora? —inquirió con curiosidad—. Podemos optar por gritarnos e insultarnos, o podríamos empezar a besarnos y quitarnos la ropa. O ambas, la mayoría de las veces suceden ambas.

Ninguno de los dos se rió. A pesar de que la entonación que había usado podía parecer una broma, ambos sabíamos a la perfección que no era ningún juego. Estaba exhausta, harta de que la maldita vida fuera tan difícil. ¿Por qué no podía simplemente yacer en la cama con el vampiro al que amaba por el resto de los días que le quedaban a la tierra? Claro, nada era tan sencillo.

Aunque no nos estábamos tocando, su mirada era tan penetrante que me envolvía por completo.

—¿Sabes qué me gustaría hacer? —confesé—. Llorar un rato.

Llorar sobre un fuerte hombro, con unas cálidas manos que acariciaran mi cabello para brindarme consuelo.

Él tomó mi palma en la suya, entrelazando nuestros dedos. Sus manos se sentían cálidas y reconfortantes, fuertes y protectoras. Parpadeó lentamente, una tristeza abismal se reflejaba en sus ojos grises, más profundos que el infinito cielo. Sus perfectos labios se apretaron.

—Me encantaría ser optimista y decirte que todo mejorará, pero la verdad es que no lo sé. Lo único que puedes hacer es permitirte llorar. Vamos —dio unas palmadas en su pecho, invitándome a recostarme en él—, llora todo lo que quieras. A veces, también desearía hacer lo mismo.

Moví la cabeza en señal de negación. Aunque mi mundo se desmoronara, no quería llorar frente a él ni nadie. Incluso evitaba compartir mis lágrimas con mi almohada, porque me hacía sentir como una niña débil que teme a la oscuridad. Aunque la oscuridad que me aterraba era de una naturaleza mucho más peligrosa y desconcertante.

—¡Vaya! Parece que hemos encontrado algo en común —balbucí—. A ninguno de los dos nos gusta llorar.

"El llanto no te hace débil, sólo te da más fuerza para seguir", susurró la voz de Darius en mi mente.

Me sobresalté al escuchar esas palabras. Al observar a mi alrededor, me di cuenta de que Darius no estaba físicamente presente, sólo en mis pensamientos.

—¿Has oído eso? —preguntó Joe en un murmullo.

Di un salto y mis ojos se abrieron de asombro. ¿Había escuchado eso?

—¿Qué cosa? —Tragué, temerosa.

—El llanto no te hace débil, sólo te da más fuerza para seguir —citó, lo que casi provocó que me atragantara. Aturdida, asentí—. Bueno, no sé de dónde diablos ha salido esa voz, pero fue muy extraño.

—Y creo que tiene razón, quiero decir, la voz.

Joe negó con el ceño fruncido.

—No sirve de nada —me contradijo—. ¿Tienes idea de todo lo que lloré cuando mi familia fue asesinada? Estaba ahí, observando como un cobarde, y por más que lloré, igual murieron —se aclaró la garganta antes de agachar la vista—. Cuando moriste, también lloré. Sin embargo, te quedaste allí, pálida, sin vida. Te necesitaba, pero nada pasó.

Tan pronto como alzó la mirada, vi sus ojos rojos. No lloraba, pero estos parecían contener lágrimas no derramadas. Los míos ardían con la calidez de lágrimas a punto de escapar, empañando mi mirada vidriosa.

Sin poder evitarlo, me recosté en su pecho. Y, en contra de mi voluntad, sollocé en silencio, mojando su sweater, mientras sentía la delicada caricia de sus dedos en mi cabello. Me dejé inundar por su aroma, apreciando la solidez reconfortante de su abrazo. Cerré los ojos con fuerza para intentar calmar el llanto. Pasaron varios minutos antes de que él hablara.

—¿Ves? —dijo en tono cariñoso—. Sí somos amigos. Los amigos se mojan de lágrimas los unos a los otros.

Levanté mi rostro para contemplar el suyo. Me obsequió una sonrisa con dientes centelleantes y colmillos que se insinuaban sutilmente. Froté mis ojos antes de secar mis mejillas.

—¡Ahg! Ya fue suficiente. Soy una chica grande, no puedo andar lloriqueando por ahí. Además, soy una vampira despiadada.

Sonreí de manera involuntaria cuando Joe se rió de mis palabras.

—¡Oh, no! ¿Una despiadada vampira? —fingió sorpresa—. Pensé que sólo eras una chica diabólica. ¡Mierda! ¿En qué me he metido?

Lo golpeé suavemente en el brazo.

—¡Ouch! —Se frotó el codo de forma exagerada.

***

—¿Qué dicen? ¿"Drácula" o "Los zombies vivientes"? —decía Nina mientras sostenía algunos DVDs en sus manos y rebuscaba entre un montón de películas de horror—. La del hombre lobo no me gustó en absoluto. Deberíamos cambiar un poco a historias de fantasmas o alguna de esas cosas. Lo cierto es que la temática de vampiros me tiene harta. ¿Quién demonios inventó que brillamos bajo el sol? Desde "Entrevista con el vampiro" no he visto nada a la altura.

—¿No han pensado alguna vez en comprar comedia romántica o algo de drama? —murmuré al notar la gran cantidad de películas de terror que se apilaban debajo del televisor.

Nina alzó una de sus finas cejas doradas hacia mí.

—¿Esas donde la protagonista nerd se enamora del sexy jugador de fútbol y éste le corresponde, pero siempre hay una malvada chica como tú que les hace la vida imposible? ¿O aquella otra donde la chica rebelde se enamora del guapo rubio millonario, pero el padre de la chica muere y te hace llorar hasta que no te quedan más lágrimas? —resopló—. Ya me cansé de eso. Prefiero una buena trama de zombis infectados que acabarán con el mundo, donde la mujer sensual de la portada les patea el trasero. —Cogió un DVD del suelo—. ¿Qué les parece "The Haunting of Molly Hartley? Chace Crawford es el protagonista y es un bombón.

Nuestras risas resonaron por lo bajo.

—Sí, deberíamos ver ésa —estuve de acuerdo con emoción.

Joe, que no había tenido ningún otro ataque de ira inesperado durante toda la tarde, me dirigió una mirada suspicaz.

—Ese tal Chace no puede estar mejor que yo —alardeó—. ¡Cielos! ¿Qué es lo que les sucede a las mujeres de ahora? Se desviven por el primer trasero caliente que ven.

Nina se rió muy alto, con auténtica diversión.

—Nosotras sabemos que lo mejor lo tenemos en casa.

—Exacto —confirmé—. Ustedes tienen los traseros más calientes de Nueva York.

—¿Sólo de Nueva York? —preguntó Alan indignado.

—Cuando conozca a los vampiros fatalmente sensuales de otros lugares, responderé a esa pregunta —afirmé entre risitas.

—Mejor iré a preparar el auto para salir, ya casi es medianoche —dijo Adolph, ligeramente ruborizado, al tiempo que esbozaba una sonrisa sublime.

Minutos después de que nuestro líder abandonara el lugar, comenzamos a pasearnos por toda la casa mientras nos cambiábamos de ropa para ir a cazar, debido a que Jerry seguía sin aparecer.

—¿Fantasy de Britney Spears o Can Can de Paris Hilton? —le consulté a Nina, refiriéndome a los perfumes.

—¡Oh, querida! —me miró con desaprobación—. Usa éste —sonrió y me roció con una nube de una fragancia femenina costosa.

Tosí ante su inesperado ataque de perfume. Ella se mordió el labio mientras negaba con la cabeza.

—¿Qué dicen, nenas, chaqueta de cuero o sobretodo? —Joe entró a la habitación sosteniendo ambas prendas en la mano.

—Cuero —respondimos las dos al unísono.

—El otro te hace ver muy aterrador, incluso para un vampiro —comenté antes de acercarme para ayudarlo con la chaqueta. Él sonreía mientras le arreglaba el cuello—. Chico malo, estás ardiente.

—También tú, preciosa. —Cuando aproximó su rostro al mío, mis rodillas se desestabilizaron—. Y hueles muy bien.

El vestido de Nina era diminuto, del mismo tono lila que su cabello, y marcaba su figura como la de una sirena. Pese a que su maquillaje era exagerado, se veía demasiado atractiva, a la vez que mortalmente temible. Pavoneándose, sacudió su cabellera falsa antes de sujetar un brazo de Adolph y otro de Alan.

Sus chicos, porque eran de ella.

Una vez que comencé a avanzar hacia la salida, alguien bloqueó mi camino.

Mi corazón se paralizó cuando descubrí a Joseph de pie delante de mí. Su sonrisa era tan cautivadora que mi cuerpo se estremeció. Caballerosamente, me ofreció su brazo para que lo tomara.

¡Dios! Qué hombre tan candente.

—Deberíamos ir caminando. Es posible que encontremos algunas víctimas paseando en la solitaria noche —sugirió.

Todos asentimos con complicidad.

Nuestras sonrisas eran amplias mientras nos adentrábamos en las sombrías calles. De noche, la ciudad podía ser muy peligrosa, en especial si había vampiros fuera de casa.

Una expresión macabra se dibujó en las comisuras de mis labios.

Es extremadamente divertido cuando tú eres el vampiro.

Aún prendida del cálido brazo de Joe, percibí un aroma distinto en el aire, que opacaba el olor a humo. Tuve que detenerme para tomar una profunda bocanada de aire. Los demás se detuvieron, volviéndose hacia mí

—Humanos —informé—, están cerca.

—Lo sé. Los escucho —señaló Alan.

El olor a sangre llegó hasta mí, acompañado de sonidos de risas y pisadas.

—¿Jugamos? —propuso Nina.

—Buena idea —secundó Joe.

Adolph indicó que hiciéramos silencio, colocando un dedo sobre sus labios. Luego nos hizo señas para que nos separemos. Alan se alejó por su cuenta, Adolph y Nina se desvanecieron juntos en la oscuridad, y Joe me agarró de la mano para conducirnos detrás de un camión, el cual utilizamos para ocultarnos.

—Silencio —susurró en mi oído antes de guiñarme un ojo—. Ahí vienen. —Lo observé sin hablar—. Hey, no hagas eso —añadió en voz baja. Noté su tensión debido a la rigidez en su cuello.

—¿Hacer qué? —musité.

—Tentarme —respondió—. Acabas de lamer tus labios y ahora los muerdes. Además, me miras como suplicante, con tus grandes ojos bien abiertos. Eso me enciende, me hace querer besarte.

Me sonrojé. Ni siquiera lo había notado.

Él tenía los ojos puestos en mi boca mientras me acorralaba lentamente contra el costado del camión.

—Bueno, me alegra no ser la única tentada a hacer eso. —Escapé de su dominio y, antes de que pudiera darse cuenta, lo atrapé entre mis brazos. Mis manos se apoyaron en el frío metal del vehículo a ambos lados de su lujurioso cuerpo de dios. Él mostró sorpresa—. Sé bien lo que estás haciendo. No creas que no he notado tus roces "accidentales" y la forma en que susurras cerca de mi cuello.

Se rió, satisfecho.

No hacía falta explicar cómo la vibración de su voz desencadenaba una oleada de fuego y estremecimientos en mis sentidos, la cual me hacía perder el equilibrio. Tampoco era necesario describir cómo el interior de mi vientre se contraía cuando su piel hacía contacto con la mía.

—Estamos cazando, recuérdalo.

No pude evitar contemplar sus labios cuando pronunció esas palabras.

—Exacto. —Junté mis pechos al suyo.

Su risa fue más modesta esta vez.

—Sí, pero no soy el objetivo. Si sigues acercándote, temo que estaré demasiado distraído para atrapar a los mortales. Tampoco quiero empezar a sudar antes de tiempo.

De mala gana, me aparté. Los pasos de los humanos sonaron más cercanos, indicando que eran varios chicos los que atravesaban la calle en medio de una animada charla. Me asomé desde un costado del vehículo, alerta a cualquier movimiento, mientras mis colmillos crecían.

De repente, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Sentí que cada músculo se tensaba, debido a que los labios suaves y firmes de Joe estaban besando mi cuello desde atrás. Con gentileza, apartó mi cabello y deslizó su boca a lo largo de mi garganta. Un gemido amenazaba con salir, pero lo contuve. Sus brazos me rodearon y sus manos se posaron en mi vientre bajo.

—Haces trampa en el juego —mi voz sonó ronca de excitación—. Me convences de no distraerte para luego atacarme por la espalda. Eres…

Mordí mis labios para sofocar un sonido de placer. Él había comenzado a acariciarme, explorando mi cintura con sus dedos. ¡Dios! Se sentía tan bien. Todo mi vientre vibraba. Me giré para buscar sus labios con los míos. Y todo se salió de control.

Su boca tomó la mía furiosamente, mordisqueando diestramente mis labios. Abrí mi boca ansiosa, anhelando el roce húmedo de su lengua. Sentí su mano recorrer mi espalda mientras la otra reposaba en mi nuca, deslizándose hábilmente hacia mi cabello. Con firmeza, sus manos y labios trazaron senderos por mi cuerpo.

Lo sujeté con fuerza antes de deslizar mis impacientes manos por su pecho, luego sobre sus hombros musculosos, para finalmente ascender desde su cuello hasta su pelo, sin interrumpir el beso ni por un segundo. Bajo mi vestido corto de color negro, sentía sus manos manoseando mi piel cubierta y descubierta. La tela ligera rozando mis zonas sensibles añadía una capa extra de éxtasis y erizaba cada rincón de mi cuerpo.

Inmersos en el beso apasionado, ambos gemimos sin poder contenernos. Alzó mi pierna, tomándola desde la parte trasera de mi rodilla para permitirme envolverlo entre mis muslos y que de esa forma nuestras caderas se unieran.

Respira. Me recordó mi subconsciente.

—¡Oh, Dios! —jadeé, separándome a regañadientes de sus labios.

Su respiración agitada lo traicionaba, nuestros pechos se movían en conjunto, chocando en una danza pesada de ascensos y descensos.

Necesitaba a ese vampiro igual que una adicta al crack en busca de su dosis. Él era mi droga, o peor que eso, una necesidad vital, como la insulina para un diabético o el aire que respiraba.

Aire, pensé sin aliento.

Los breves segundos que me separé de sus labios apenas bastaron para recuperar un poco el oxígeno. Porque pronto volvió a capturar mi boca en otro beso, esta vez más delicado y gentil. Hasta que fuimos interrumpidos por un fuerte golpe que resonó al otro lado del camión.

—De acuerdo —dijo después de separarse algunos centímetros de mí—. Si seguimos distrayéndonos, nos perderemos la caza.

Nos concedimos unos instantes para calmar nuestra respiración antes de salir a la acción. Tomados de la mano, entramos en escena.

Lo primero que llamó mi atención fue que Nina tenía a un apuesto muchacho acorralado contra el vagón de carga del camión. Cuando estaba a punto de hundir los dientes en su cuello, se detuvo para mirarnos. Nos obsequió una sonrisa, revelando un par de colmillos letales que sobresalían como dagas afiladas de su boca.

—Creí que se perderían de la diversión —nos dijo con astucia.

Mientras tanto, Adolph y Alan rodeaban a un grupo de jóvenes. Intercambié una mirada cómplice con Joseph.

—Si hubieran creído en vampiros desde hace algún tiempo atrás, quizás lo habrían pensado mejor antes de salir esta noche bajo la luz de luna —comentó Alan con un tono de amenaza.

—Los humanos siempre quieren cegarse —explicó Adolph mientras se aproximaba a una asustada mortal—. Nunca ven la realidad. Tienen miedo de creer en otra cosa que no sea ellos mismos. Todos tienen tanto miedo de morir.

Con elegancia, nuestro líder susurraba al oído de la joven, quien en ese mismo instante intentó huir. Como era de esperarse, el vampiro se movió con tanta rapidez que para los ojos humanos parecería una mancha en el aire.

—¿A dónde vas, hermosa? Aún no comenzamos —su voz, indulgente, podía persuadir a cualquiera para que hiciera lo que él quisiera.

Por su parte, Nina besó al muchacho que había atrapado, asegurándose de que no tratara de escapar.

—Bueno, niños. ¿Qué tenemos aquí? —intervino Joe—. ¿Dos chicas para tres chicos? ¿Cómo vamos a compartirlas? Todavía me niego a morder el cuello de un hombre.

Examiné con interés a mis víctimas, calificándolas. Entre ellas, un joven de corto cabello castaño atrajo mi atención. Era una lástima que su belleza estuviera destinada a desvanecerse con su inminente muerte.

—Joe, morderé el cuello de aquel apuesto muchacho —murmuré. Me sentí como si le estuviera pidiendo permiso mientras señalaba al humano que sería mi presa.

El mortal me observó, disimulando bien su miedo. Sin embargo, eso no era suficiente cuando tus agresores eran vampiros. Podía olfatear el temor en su sangre.

Joe apretó mi mano con más fuerza dentro de la suya.

—Me parece bien, pero no quiero que te manosee. Muérdelo y que sea rápido.

Sonrió antes de inclinarse para besarme afectuosamente una vez más. Fue un beso rápido, que dejó mis labios ardiendo.

—Lo mismo para ti, mi playboy.

Le di una suave palmada en el pecho después de guiñarle un ojo.

Una vez que liberó mi mano, saltó a toda velocidad hacia nuestras presas.

Miré directamente hacia el apuesto humano, haciéndole una seña con el dedo para que se acercara. Tragó saliva y frunció el ceño. Fue entonces cuando descubrí lo que realmente le aterraba: no temía por su vida, sino por la de su chica. Una bonita joven de bronceado perfecto, cabello azabache y grandes ojos oscuros que estaba tomada de su mano, con la mirada teñida de miedo.

—¡Oh! Lo siento —hablé despacio, como si intentara no espantarlos—. Ven, bonito. Tu chica estará bien. Te prometo que después de esto, estarán juntos para siempre.

Quería decirlo de manera perversa, pero mi tono no resultó tan frío como esperaba, casi podía apreciarse un atisbo de lástima en mi voz. Aquello era desagradable. ¿Cómo era posible que, cuando tenía la perfecta oportunidad de ser despiadada y sanguinaria, mis emociones se ablandaran? Al diablo con eso. En mi vida humana era cruel y superficial. Así debía seguir siendo.

Aunque, al ponerme en su lugar… Si yo fuera esa chica y Joe ese chico…

Olvídalo, no eres esa pequeña perra indefensa. Me convencí a mí misma.

En vista de que el humano no se alejaba de su novia, di lentas zancadas hacia ellos, con una sonrisa pertinaz en mis labios; mis colmillos expuestos ardían por la sed.

Joe, con un furtivo salto, se situó detrás de la chica aterrada que tampoco se desprendía de su novio. Le acarició el cabello para apartarlo de su cuello mientras sus dilatados colmillos se acercaban a su yugular.

—¡No la toques, chupasangre! —gritó el novio.

No lo vi venir, pero el apuesto mortal alzó el codo y golpeó el rostro de Joseph, quien, sin quejarse, retrocedió varios pasos hacia atrás. Se tocó la boca con expresión de enfado antes de contemplar la sangre que empezó a brotar de una pequeña incisión en el labio inferior.

—¡Vaya! Bastardo. Eres fuerte, creo que me agradas —balbuceó. Aunque su entonación y actitud no daban la impresión de que de verdad le agradara.

Tuve el impulso de preguntarle si estaba bien, pero me detuve a mí misma. No debíamos mostrar debilidad ante nuestras víctimas.

Entretanto, los demás se entretenían con el resto de los mortales, sometiéndolos a un peligroso juego.

Caminé de manera amenazante hacia el indefenso novio de la chica.

—¿No crees que son los humanos más adorables que hayas visto? —le pregunté a Joe.

Él me sonrió antes de moverse más cerca de su presa. Ella era envidiablemente hermosa. Un poco pequeña, pero atractiva. El joven, en cambio, era alto, más que yo, con un cuerpo esbelto y los ojos de un azul nefasto, como los de un lobo siberiano. Ambos fueron acorralados por nosotros hasta que sus espaldas se tocaron. Sus manos seguían entrelazadas mientras los encerrábamos en medio de nuestros pechos.

La sonrisa de Joe era eufórica. Me miraba a mí, en lugar de a la humana, y yo le devolvía un gesto malicioso. Nos estábamos coqueteando al tiempo que apresábamos a ese par de mortales que serían nuestra comida. Bebida.

—Creo que son la pareja de humanos más tierna que he visto —reconoció Joseph antes de inclinarse por encima de su víctima para darme un breve beso en los labios.

—Lástima que no puedo decir lo mismo —habló el humano—. Ustedes son la pareja de vampiros más aterradora que he visto.

Aproximé la nariz al cuello del muchacho para olfatear su sangre. Recorrí con la punta su deseable garganta mientras su olor despertaba mis instintos. Él estaba quieto, ni siquiera respiraba. Su cuerpo tenso y caliente. Incluso podía sentir que me deseaba, la espesa atmósfera olía a deseo. Y no precisamente entre Joe y yo.

—Suéltalo, perra —me insultó la pequeña humana.

Aquello me enfureció, así que tomé al mortal de la parte trasera de su cuello, lo acerqué a mi boca y lo mordí. Él reprimió un grito. Su deseo golpeó mi cuerpo, debilitándome. Su sangre era exquisita, de las mejores que había degustado. Casi tan buena como la de Jerry.

Beber sangre proporcionaba un deleite único. No sólo era el sabor acariciando mi lengua, sino la sensación de absorber un conjunto de emociones y energía de la persona de la que me alimentaba. Era como estar dentro de su piel. Este humano estaba enamorado, lleno de miedo y furia, una furia intensa.

—Oh, no. No debiste insultar a mi chica —escuché la voz de Joe, seguida del grito de la humana. La había mordido.

El joven al que ataqué tenía un peculiar aroma, con notas de hierbabuena, tela de jean, y tal vez un toque dulce, como la nuez moscada. Sabía bien, no sólo su sangre, sino también su piel. Bebí de su cuello con gran regocijo, sintiendo el ardor en mi garganta. Su sangre era un tanto picante, como fuego corriendo por mi cuerpo. Era delicioso, sorprendentemente adictivo.

Sus piernas y brazos flaquearon, volviéndose lánguidos entre mis brazos. Su cuerpo rígido se relajó gradualmente mientras perdía el conocimiento. A pesar de eso, continué bebiendo hasta saciarme.

De repente, se escucharon sirenas en algún lugar cercano. El retumbar en mis oídos era doloroso debido a la potencia del sonido asaltando mis sensibles sentidos agudizados.

—Maldición, alguien llamó a la policía —oí el gruñido de Adolph—. Será mejor que nos marchemos antes de que tengamos que matar a más humanos.

Haciendo un copioso esfuerzo, permití que mis colmillos salieran del cuello del humano. Todo a mi alrededor parecía más resplandeciente y, a la vez, distante, como una pintura bastante precisa y definida.

—Debemos deshacernos de los cuerpos antes de que lleguen —anunció Nina.

Era probable que alguien hubiera escuchado los gritos o visto algo. Estábamos en Nueva York, cualquiera podría haberlo presenciado desde la distancia. De un momento a otro, la calle se iluminó con luces rojas y azules parpadeantes.

—Muy tarde, ya están aquí —gruñó Joe.

La escena del crimen era horrorosa, habíamos sido atrapados en pleno delito. Me encontraba sobre el humano ensangrentado mientras otros adolescentes se hallaban dispersos por el asfalto.

Abandoné al humano en el suelo cuando dos agentes descendieron de una patrulla con sus armas apuntando hacia nosotros. Policías comunes, uno con sobrepeso y el otro con bigotes, ambos con uniformes azules. El de bigotes solicitó refuerzos por su radio, hablando en código.

—Quietos ahí, alcen las manos donde pueda verlas —ordenó el segundo oficial.

Obedecimos.

Alan se desplazó con una velocidad tan superior a la nuestra que parecía haberse transportado mágicamente hacia los dos humanos armados en el tiempo que dura un parpadeo.

Un momento… ¿se había movido rápido o realmente podía teletransportarse? De cualquier forma, al tocarles la frente, los hizo desmayarse.

—Listo, no recordarán nada de lo que han visto —aseguró el Zephyr antes de esbozar una radiante sonrisa de satisfacción.

—¡Vamos! Sigan divirtiéndose, me encargaré del desastre que dejaron —dijo una voz juvenil y jocosa. Era Jerry, que apareció sonriente y despreocupado desde alguna parte de la oscura y fría calle—. Después de todo, trabajo para ustedes. Estoy acostumbrado a limpiar basura de vampiros.

Ninguno de nosotros esperaba que el mortal apareciera en medio de la penumbra con su cara sonriente, su ropa desaliñada y su rostro adorablemente sonrosado. Nuestras miradas lo siguieron mientras caminaba con impasible confianza.

—Madre mía, ¿dónde estuviste, Brad Pitt? —exclamó Nina, provocando risas tanto en él como en mí.

—Fui a mi trabajo, y después estuve haciendo algunas visitas —confesó el muchacho rubio.

Avanzamos en la noche incipiente. Jerry se quedó atrás para limpiar las pistas de los asesinatos.

Iba de la mano con Joe, sintiendo cómo retozaba con mis dedos, entrelazándos con los suyos y acariciando mi palma. Los demás seguían adelante.

—Eso fue divertido —comenté en voz alta para que el resto me escuchara—. Nunca antes había jugado tanto durante una cacería.

—No has visto nada, pequeña —me aseguró Adolph con una mirada enigmática.

Pude percibir que la atención de Joe se concentraba en mí. Me volví para enfrentarlo, sosteniendo una sonrisa. Él alzó mi mano, aún unida a la suya, y presionó sus suaves labios contra mis nudillos. Al mirar mi rostro, hizo una mueca y detuvo su paso.

—Tienes un poco de sangre aquí. —Señaló la comisura de su labio. Cuando intenté limpiarme, me frenó—. Déjame a mí.

Su mano se posó en mi mejilla mientras acortaba la distancia entre nosotros. En lugar de usar sus dedos, removió la sangre con su lengua, trazando una línea desde mi mentón hasta mis labios. Mi respiración se cortó súbitamente.

Hacía demasiado calor, ¿no?

—Angelique —Adolph interrumpió su andar para mirarnos. Nos separamos rápidamente, mis mejillas ardían—. ¿Te aseguraste de que el chico que mordiste estuviera muerto? Porque sospecho que varios de ellos aún están con vida.

Me paralicé.

—Yo… Sí, creo que sí —vacilé—. Jerry se ocupará de ello de todas formas.

—¿Estás muy segura de eso? —preguntó una voz. Al principio pensé que se trataba de Adolph, pero no, no era él. Un desconocido estaba de pie a pocos metros de nosotros, su silueta apenas se distinguía—. Joseph, me has decepcionado. Has faltado al trabajo hoy —concluyó mientras avanzaba lentamente hacia nosotros.