—Con sus ojos rojos, parecía un monstruo —los monstruos de los que había oído hablar, aquellos de los que les advertían que nunca cruzaran caminos.
Lo que no podía entender era cómo este monstruo llegó aquí, cómo la encontró. Ella no estaba en un lugar cerca del salón de baile, estaba en la parte más profunda del castillo donde nadie visita. Su corazón latía tan fuerte que temía que él lo escuchara.
La bestia simplemente la miraba en silencio sin moverse.
El príncipe Rhaegal había seguido el extraño pero seductor aroma que había percibido antes, solo para encontrarse ante su asustada pequeña cordera de antes. La persona que hizo que sus labios se curvaran y, incluso ahora, el sonido rápido de su corazón le divertía.
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