___ EREN ___
Me llevo las manos detrás de la cabeza y me quedo mirando los paneles del techo mientras escucho mi canción favorita de Avicii. Suspiro y cierro los ojos cuando recuerdo la cara roja de Mikasa dándome la espalda y saliendo disparada por el pasillo.
"Menuda estirada" pienso para mis adentros, molesto. "Está claro que esa tía no tiene sentido del humor."
Noto que alguien me da unos golpecitos en la pierna y pongo los ojos en blanco antes de arrancarme— literalmente— los auriculares de los oídos y de incorporarme sobre el colchón. Connie me mira desde el suelo con una lata de cerveza en la mano y con una media sonrisa.
— Jean se está muriendo— canturrea con una cara de "te lo dije".
— ¡¡Cállate!!— le espeta él.
Me encojo de hombros; total, es su primera vez. Dejo mi MP3 a un lado y salto de la cama para unirme a los chicos. Avanzo unos pasos y me siento junto a Jean, que tiene todos los músculos en tensión, en especial los de la mandíbula.
— ¿Ya te has cansado? ¿Quieres que cambiemos?— pregunto con la voz relajada.
— No, lo tengo todo bajo control— me responde, cortante.
Apoyo ambas manos en el suelo, recostándome un poco, y observo con minuciosidad la pantalla que tenemos frente a nosotros. Me fijo en que su barra de vida apenas llega a la mitad y me rasco la nuca, molesto.
— ¿Aún vas por ahí?— me quejo, aunque lo cierto es que no me extraña.
Jean me manda callar y maldice algo ininteligible entre dientes mientras aprieta el mando de la Play entre las manos, sus nudillos adoptando un tono blanquecino. Ruedo los ojos y me limito a ser testigo de cómo el personaje de Jean es masacrado. Connie se parte de risa tras apurar su bebida y Jean frunce el ceño.
— ¡Arg, me rindo!— y me pasa el mando con desaire—. Es imposible.
— ¿Imposible?— reinicio la partida y consigo superar el nivel en cinco minutos. Le dedico una sonrisa triunfante. Él aprieta los labios—. ¿Decías?— vacilando.
— Pobre Jean...— dice Armin después de estudiar la cara de sorpresa del aludido.
— Será mejor que no provoques a Eren, Jean— ríe Connie desde detrás de nosotros—. Es el mejor gamer que conozco.
Jean pasea los ojos por las estanterías de mi habitación, deteniéndose en todas y cada una de las consolas que acumulan sobre ellas torres de videojuegos. Me encojo de hombros y me hago hacia delante para mirar a Armin.
— ¿Quieres probar?— le ofrezco el mando.
— No, que va. El Dark Souls no es lo mío— reconoce.
— Ey, Eren— me llama Connie, que ahora está acostado bocabajo en mi cama—. ¿Cuándo demonios piensas pasarme las canciones?
Me fijo en que se ha puesto los auriculares y que sostiene mi MP3 en la mano. Frunzo el ceño; compartir nunca ha sido lo mío.
— Tío, que es Avicii...— se queja cuando no obtiene respuesta.
— Cuando me pases el trabajo de historia, entonces hablamos— me levanto para apagar la tele y guardo el mando en un cajón del mueble del televisor.
— ¡Joder, tío!— exclama Connie con el ceño fruncido—. Ya nos pilló la profe la última vez, y paso de que me vuelvan a poner un cero.
— Nah, esta vez seré más discreto— le prometo, guiñándole un ojo.
— ¿Seguro que podemos quedarnos a dormir?— me pregunta Armin, cambiando de tema.
— Claro, no hay problema.
— ¿Tu padre no se enfadará?— Jean arquea las cejas, confundido.
— Bah— hago un gesto con la mano para quitarle importancia—. Estará fuera dos días, cosas del curro.
Sí, he colado a unos amigos en casa aprovechando que mi padre está en un viaje de negocios. Y no, no me considero un rebelde, pero reconozco que adoro jorobar a mi padre.
Yo solía vivir en Washington DC con mi madre, una ciudad de Nueva York que no estaba nada mal, debo admitirlo. Sin embargo, desde que cayó enferma y fue ingresada en el hospital, mi padre ha tomado mi custodia, obligándome a abandonarlo todo para irme a vivir con él a Londres.
No me llevo muy bien con mi padre, de hecho, nunca hemos hablado. Pero, ¿qué tiene de raro? Al fin y al cabo, me he criado sin ninguna figura paterna y si nunca la he considerado prescindible, no pienso hacerlo ahora. De todas formas, él tampoco se molesta mucho por saber nada de mí, simplemente se limita a cargar con el muerto, cosa que también hago yo.
Son aproximadamente las 02:15 y a pesar de que he hecho todo lo posible por intentar aburrir a los chicos un poco para que decidan dormirse, insisten en seguir dando la lata. Connie ha asediado mi cama; Armin se ha llevado todos los cojines y Marco se ha pedido el saco de dormir.
Marco. Ahora que lo pienso no ha abierto la boca en un buen rato. Me giro hacia el rincón en el que está sentado y abro los ojos como platos cuando reconozco ese libro en sus manos.
— Marco, ¿qué haces con esa mierda?— intento sonar calmado, pero no puedo evitar que mi pulso acelerado y el rojo en mis mejillas delaten mi nerviosismo.
El pecoso se sobresalta y alza la vista tímidamente para mirarme a los ojos, aunque su mirada de sorpresa se torna en una de emoción.
— ¡Son buenísimos!— me elogia con una sonrisa—. ¿Los has escrito tú?
Antes de que tenga tiempo de contestar, Connie me aparta de un empujón y sale corriendo para reunirse con Marco.
— ¿Eren escribiendo algo? ¡Esto no me lo pierdo!— ríe, y coge el libro—. "Poemas a una chica de Londres"— lee con una voz de retrasado que me saca de quicio—. Ey, ¿esa no era la tía que te ligabas por carta?
— ¡Trae eso aquí!— rugo antes de acercarme a ellos a toda prisa.
Una sonrisa maquiavélica pasa por el rostro de Connie. Alza el libro sobre su cabeza y yo ya me imagino lo que está planeando.
— ¡Armin!
El aludido atrapa el cuaderno al vuelo y abre una página cualquiera con una expresión de curiosidad en el rostro. Siento que voy a explotar de la vergüenza de un momento a otro, aunque procuro no exteriorizarlo.
— "Mientras caiga la lluvia"— comienza a decir en voz alta. No le da tiempo a leer las siguientes líneas, puesto que me acerco a toda prisa para intentar quitárselo.
— Armin...
Pero ni caso. El libro pasa a manos de Jean y vuelve a volar por los aires para parar en las de Connie. Me giro y una bocanada de aire escapa de mi boca, molesto. Abro uno de los cajones de mi escritorio y extraigo la pistola que escondo bajo un montón de papeles.
— Ni se te ocurra...— digo mientras dirijo la boca de fuego contra Connie, quien está a punto de leer otra frase del cuaderno. Él suelta una risotada y arquea una ceja en una expresión irónica.
— Eren, tío... ¿qué dispara eso, balines?
Me encojo de hombros y aprieto el gatillo. El mecanismo responde con un chasquido antes de que uno de los perdigones impacte en el hombro derecho de Marco. El pecoso se recuesta en la pared, cubriéndose con la mano la parte en la que ha recibido el golpe y haciendo una mueca de dolor. El balín rueda por el suelo.
— ¡Hijo de...!— y todos estallan carcajadas—. ¿Pero por qué me disparas a mí?
— Te lo hubieses ahorrado de no haberte puesto a fisgonear mis cosas.
— Marco, si son de goma— ríe Connie. Marco se baja el cuello de la camisa para examinarse el hombro y descubre un cardenal del tamaño de un guisante. A Connie le cambia la cara radicalmente—. Vale, me rindo. Toma tu libro, Shakespeare.
Me lanza el libro y yo lo atrapo en el aire antes de meterlo junto a la pistola en el cajón, me saco la llave que siempre llevo conmigo del bolsillo y echo el cierre.
— No sé cómo es que no lo he quemado— suspiro en voz baja.
— ¡Qué dices! Son geniales, ¿por qué dejaste de escribir?
— No me sentía inspirado— intento sonar cortante y giro la cabeza para que no noten que me estoy sonrojando. Se hace un silencio en la habitación y decido que es una oportunidad perfecta para cambiar de tema: no quiero seguir pensando en mi estúpido romance de hace dos años—. ¿Recordáis la propuesta de Annie?
Connie gira la cabeza tan rápido para mirarme que podría haberse roto el cuello. Me siento diminuto cuando me fijo en que ahora soy el centro de todas las miradas, pero reconozco que es mejor que seguir con el tema de mi chica fantasma. Miro hacia otro lado, incómodo.
— ¿Y bien?— pregunta Armin.
— Le he dicho que no.
— ¡¡Qué!!— Connie parece estar a punto de sufrir una taquicardia.
— ¿De verdad has rechazado su oferta?— Marco tampoco termina de creérselo.
Jean es el único que me mira con cara de no estar enterándose de una mierda, pero no lo juzgo. Al fin y al cabo, solo lo conozco de una semana.
— Eren— me llama Armin, alzando la voz para hacerse oír por encima de los gritos de Connie—, ¿en serio te has rehusado a unirte a los Titanes?
Asiento con la cabeza y él se lleva una mano a la frente en señal de exasperación. La mejor facepalm que he visto en mi vida.
— Pero, ¿por qué?— me giro para mirar a Marco—. Hubiera sido una oportunidad perfecta para participar en el concurso de rap de este año.
— ¡¡Exacto!! ¿No decías que te morías por ir?— Connie empieza a retorcerse en la cama de la rabia—. Te mato, ¡yo es que te mato!
— ¿Alguien puede explicarme de qué va esto?— Jean levanta la mano como si estuviéramos en clase.
— Que la manager de los Titanes le ofreció a Eren trabajar con ellos, ¡y el retrasado se ha negado!
— A ver, lo que pasa es que todos los años se celebra un concurso de rap en la capital, y nosotros... Bueno, lo normal sería que no pasásemos ni las pruebas de diciembre.
— ¡¡Y los Titanes ya han ganado el torneo tres veces!!
— ¿Y tenéis algún nombre artístico, o algo?
— ¡Pues claro que sí!— exclama Connie con los ojos brillando de la emoción—. Mira— y se señala el tatuaje que luce con orgullo en el brazo izquierdo.
— ¿Eso qué es?— pregunta Jean tras unos segundos de silencio. Connie ya está dudando de si matarme a mí o a él.
— Alas, Jean... ¡¡Alas!!— suspira y deja caer los hombros—. De verdad, me agotáis.
— Se llaman Alas de la Libertad, o para abreviar, Alas— le explica Armin.
— ¿Tú no participas?
— Soy su manager, pero no me gusta intervenir en sus peleas de gallos.
— Estos dos se pican demasiado con los Titanes— aclara Marco cuando Jean gesticula una expresión interrogante, y nos señala a Connie y a mí con los ojos.
Connie abraza la almohada y hunde la cabeza en la tela para ahogar uno de sus gritos de frustración. Se separa de ella al poco tiempo y se queda mirando los paneles del techo.
— Eren, eres como un tonto, pero sin el "como".
— ¿Y eso por qué?— me quejo.
— Si te hubieras unido a ellos al menos nos dejarían tranquilos. Además, está esa chica tan guapa que siempre va con ellos...
— ¿Eh? ¿Hablas de Historia?— niego con la cabeza y me cruzo de brazos.
— Sí, podrías echarle la caña y dejar de estar tan amargado, para variar...
Ignoro el último comentario y me siento sobre mi escritorio, mis pies descalzos a pocos centímetros del suelo.
— ¿Quieres que Reiner me parta la cara, o qué?— río con sarcasmo.
— Bueno, te la partirá de todos modos ahora que los has rechazado— interviene Marco.
— Ey, no lo tachéis de bruto— lo defiende Armin. Yo chasqueo la lengua y apoyo los antebrazos en las rodillas, inclinándome hacia delante.
— ¿Es que no te acuerdas de lo que hizo el año pasado?
— ¿Hizo algo malo?— pregunta Jean.
— Si aprecias tu vida, te recomiendo no acercarte a Historia— declara Connie, advirtiéndole con un dedo en alto.
— Y luego está Bertolt...— continúa Marco.
— Uf, el Armario...— suspira Connie, agobiado—. Ya está. Lo siento chicos, pero el tito Connie no volverá a pasarse por la residencia en mucho tiempo.
— ¡Ni de coña!— lo señalo con el dedo—. Mañana quiero verte allí o juro por Dios que te castro.
— Además, Connie, va a ir esa chica tan guapa a la que no le quitas el ojo de encima— añade Jean al tiempo que sonríe de lado, usando un tono sugestivo—. ¿Cómo se llamaba...?
— Blouse— me uno a Jean, siguiéndole el juego.
Connie se remueve en la cama, incómodo, pero finalmente se incorpora de golpe y nos mira más rojo que un tomate.
— ¡No me gusta Sasha!
— No... Para nada, para nada...— ríe Armin.
Mi almohada vuela por la habitación hasta acabar en la cara de Armin, que se da con la cabeza en la pared. Maldice algo entre dientes y le devuelve el golpe a Connie con la mitad de fuerza.
— Iré para demostraros que no es verdad— acaba diciendo, un poco molesto, pero aun así sonrojado.
— ¿Vendrá también Mikasa, no?— pregunta el rubio, que en una semana parece haber entablado una buena amistad con ella.
— Ya os dije que no...— respondo con la mirada clavada en otra parte y un nudo en el estómago.
— ¿Mikasa?— Jean parece haber despertado de un trance.
— ¿La conoces?— le pregunta Connie.
— Están saliendo— y todos miramos boquiabiertos a Marco, a excepción de Jean, que parece bastante orgulloso.
Finjo una mueca de asco y me acomodo un poco más en la madera de mi escritorio mientras intento ignorar las miles de preguntas que empiezan a acumularse en mi cabeza. Definitivamente, esto es lo último que me esperaba.
— ¿Cuánto lleváis?— por suerte para mí, Connie es más bocazas que yo.
— En realidad todavía no estamos saliendo, pero pienso pedírselo dentro de poco— le contesta con una tímida sonrisa que por algún motivo me saca de quicio.
— Vaya, qué confiado...— añade Connie, asombrado—. ¿Y si te dice que no?
— Lo dudo. Es demasiado obvio que siente algo por mí.
— ¿Demasiado obvio?— pienso en voz alta con una expresión sarcástica.
Los cuatro se giran para mirarme y se me para el corazón cuando soy consciente de lo que acabo de decir. Evito mirar a Jean a los ojos y me rasco la nuca, mi mente procesando una escusa lo más rápidamente posible.
— Q-Quiero decir... ¿cómo sabes eso?
— ¿Es que no los has visto?— ríe Marco—. Van juntos a todas partes, son casi inseparables.
— Bueno, entonces yo también debería plantearme pedirle salir a Eren— dice Connie con una mirada pícara—. ¿A que sí, cariño?
— Lo que tú digas, mi amor— le respondo con una sonrisa de complicidad que hace que todos estallen en carcajadas.
— Creo que ya es hora de que me vaya— suspira Jean después de recuperar el aliento.
— ¿No piensas quedarte? Ya te he dicho que no tienes que preocuparte por mi padre.
— Gracias por la oferta— se pone en pie y les estrecha la mano a todos—, pero tengo que recoger a Mikasa por la mañana para acercarla a la universidad.
Esbozo una sonrisa forzada y tengo que hacer acopio de toda mi voluntad para no soltarle el primer comentario que se me pasa por la cabeza. Jean se cuelga su mochila al hombro y se dispone a salir de la habitación.
— Espera, te acompaño.
Bajamos las escaleras y lo guío a tientas por el pasillo hasta la puerta principal. Él se gira para darme la mano y me veo forzado a sonreírle.
— ¿Podrías convencerla?— pregunto con un hilo de voz para que los otros no me oigan. Jean arquea las cejas en una expresión interrogante—. Ya sabes, para que vaya a la fiesta de mañana. Lo pasaréis bien.
— Dudo que se niegue.
...
..
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___ MIKASA ___
— Vale, está claro que elegir vestidos no es lo tuyo— me dice Sasha tras observarme de arriba abajo.
— Por favor, no quiero volver a entrar ahí— señalo el probador que hay a mis espaldas con el pulgar y hago un mohín—. Además, ¿por qué tenemos que llevar vestido? Son incómodos y hace demasiado frío para lo cortos que son.
— Porque es nuestra primera fiesta como universitarias y tenemos que destacar— responde con una sonrisa triunfante.
Como si eso fuera razón suficiente...
— No necesito destacar.
— ¿Lo dices por Jean? ¡No seas aguafiestas!— me lanza a la cara un vestido de color negro y pone los brazos en jarras—. Si quieres que se fije en ti, vas a tener que esforzarte un poco más. Hay muchas chicas guapas en la universidad que podrían darte mil patadas si se lo propusieran.
Dejo escapar un suspiro de resignación y vuelvo a colarme en el probador con el ánimo por los suelos. Me bajo como puedo la cremallera del traje verde que he escogido y me miro en el espejo.
De no ser por la persistente petición de Jean, quizás me encontrase estudiando o terminando el trabajo de literatura. Bueno, tampoco es que tuviese pensado ir al centro comercial nada más terminar las clases a por ropa nueva, pero Sasha había escuchado la conversación y había decidido tomar cartas en el asunto.
Salgo del probador con una sonrisa forzada y cruzo los dedos en mi espalda, deseando que no vuelva a obligarme a meterme ahí dentro. Sasha se lleva una mano al mentón y entrecierra los ojos mientras estudia la manera en la que el vestido se ciñe a mi cuerpo.
— ¡Perfecto!
...
..
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Sasha aprovecha un semáforo en rojo para retocarse el maquillaje, mirándose en el espejo del compartimento que hay sobre su cabeza. Carraspeo para que pise el acelerador cuando la luz cambia a verde y ella pone los ojos en blanco.
— No hagas como que yo soy la pesada— me quejo—. No entiendo por qué tienes tantas ganas de ir.
— Mikasa, nadie te está obligando a ir, aún puedo dejarte en casa si quieres. Ya me inventaré alguna escusa para Jean. O si quieres, podemos estar un rato y cuando te canses nos vamos.
Asiento con la cabeza y miro por la ventana del copiloto mientras me retuerzo los dedos disimuladamente, intentando esconder mis nervios.
He decidido ir para pasar un buen rato con Jean y el resto, pero todavía no he olvidado las palabras de Eren cuando estábamos solos en el pasillo. Me cabreó tanto que he decidido evitarlo el resto de la semana, aunque no me ha hecho falta. El moreno no se ha dignado a asistir a ninguna de las clases en las que coincidimos, pero sí que me lo he cruzado varias veces en las taquillas durante los cambios de clase, donde él ha hecho como que no existo y ha pasado de largo.
Se me hace un nudo en la garganta cuando pienso que quizás pueda encontrármelo en la fiesta y Sasha me espía por el rabillo del ojo mientras acaricia el cuero del volante.
— ¿Estás bien?
— Sí, claro...
— Mikasa... que nos conocemos desde el colegio.
— Que sí, que sí. Solo estoy un poco nerviosa...
— No te preocupes, mujer— ríe ella—. Vamos a divertirnos, ya verás— aunque yo no estoy tan convencida de ello.
Las 21:36 .
La residencia universitaria es más grande de lo que imaginaba y su fachada está rodeada de un césped bien cuidado. Sasha me agarra del brazo con fuerza cuando comenzamos a andar por el camino pavimentado que conduce a la puerta principal del edificio y tengo que morderme la lengua para no decirle mi característico "te lo dije". Era evidente que iba a tener problemas llevando esos tacones tan llamativos que tanto le gustan.
Ya me estoy agobiando de escuchar la música y los gritos de júbilo de los estudiantes que provienen de la residencia, y siento como unas gotas de sudor me recorren la espalda cuando me cruza por la mente la imagen de Eren escrutándome con una mirada gélida.
— Eh... creo que es una mala idea— pienso en voz alta.
— Tía, respira. No he estado tres horas intentando convencerte de que te vistas así para que ahora te eches atrás— me dice con una sonrisa.
Suelta mi brazo cuando pisa las losas pulidas de los escalones del edificio y se gira para mirarme.
— Mira, hagamos un trato— alza la voz para hacerse oír por encima de la música—. Tres horas y nos vamos.
Asiento con la cabeza a pesar de que el plan no termina de convencerme y Sasha da unos saltitos de la emoción. Se alisa su vestido de color coral y entramos juntas.
El olor a alcohol me inunda las fosas nasales y me limito a esquivar todas las miradas que la gente nos dirige mientras sigo a la pelirroja, abriéndonos paso entre la multitud. Le pregunto varias veces si sabe dónde están los chicos y ella tarda en darse cuenta de que le estoy hablando, pero finalmente me dice que Marco le había mandado un mensaje en el que explicaba claramente dónde nos esperarían.
Atravesamos un montón de salas hasta arriba de gente y finalmente llegamos a la que Marco nos había indicado. Encontramos a los chicos sentados en uno de los sofás que hay pegados a las paredes, pero lo primero que hacen mis ojos no es detenerse en la alegre sonrisa de Armin; ni en el cubata que Connie apura a toda velocidad; ni en las características pecas de Marco; ni siquiera en la cálida y brillante mirada que me dedica Jean cuando nos ve llegar...
Sino en unos ojos azules verdosos que me espían disimuladamente desde detrás de todos ellos.