"Luz eres una vil perra" se lo decía su madre en cada ocasión haciéndola sentir como una vulgar mujerzuela. Un cumulo de recuerdos de un pasado doloroso y lleno hasta el tope de cicatrices que no sanaban, esa era ella Luz Noceda. "Por tu culpa tu padre nos abandono" era otra de las armas que su madre usaba en su contra en cada oportunidad, restregándole en la cara situaciones de las cuales no tuvo ni un control. No era su culpa, nada de del pasado era su culpa. "¡Tú lo sedujiste!" ¿Yo? ¿Seducir a alguien? Solo tenia 11 años mamá, mi mundo estaba lleno de fantasía y buenas intenciones, los placeres carnales eran lo ultimo en mi inocente lista de preocupaciones.
Habían sido una familia ejemplar, sus padres trabajaban de sol a sol para que no le faltara nada. Tiempos de sol, recuerdos que olían a lavanda, así recordaba esa parte de su pasado, como un cuento feliz. Pero tarde descubrió que ningún cuento termina con "felices por siempre" solo era una vulgar mentira que todos repetían hasta el hartazgo pero que no era real, una ilusión, un fantasma, solo para mantener la ilusión en las masas de un mundo mejor a la vuelta de la esquina.
La felicidad termino cuando su padre abuso de ella justo en su cumpleaños. Fue un día que comenzó hermoso, sus amigos, padres, una piñata y un gran pastel "feliz cumpleaños Luz, que disfrutes tus 11 años y que cumplas más", "te queremos Luz, eres nuestra querida hija" putas mentiras que no impidieron a su padre violarla en su propia cama esa misma noche.
Como un zorro abrió la puerta mientras dormía, como un cerdo se puso sobre ella y como un monstruo despreciable la penetro y penetro hasta que sacio su animalidad. Ella no dijo nada, la primera vez que sintió el miembro erecto de su padre golpear sus entrañas y sacarle sangre, entro en shock, no grito, no protesto, solo se quedó como una tonta niña asustada viendo como su progenitor la penetraba una y otra vez como un vil animal, retiro lo dicho, ni siquiera los animales se violan a sus hijos. No, él era humano, vil y podrido en el interior como todo humano que repta sobre la tierra.
Los abusos siguieron por meses, tenía miedo, mucho miedo para pedir ayuda o de buscar un refugio en algún lado, pero al final su silencio solo le trajo más dolor a la larga. Su madre los descubrió jodiendo en el sofá de la sala, aun podía escuchar sus fuertes gritos y el sonido de los platos golpeando al caer. "Ahí está, ahora termino mi pesadilla" se dijo a sí misma, pero ese solo era el comienzo de otra.
Su padre se fue esposado de la casa para caer en prisión, cadena perpetua ¡Yupi! No podía contener su alegría de ver a ese desgraciado tras las rejas por todo lo que le hizo. Pero su madre, ella comenzó a odiarla con pasión. Le había robado su matrimonio y de las tontas promesas que se había hecho con su mal nacido padre, "¡mamá no fue mi culpa!" no importaba cuantas veces se lo digiera ella aún seguía culpándola.
Y luego llegaron los golpes, Dios, como temía ser golpeada por su propia madre. Ella no escatimaba fuerza ni métodos para hacerla sufrir lenta pero dolorosamente. Cachetadas, puñetazos, correas, zapatos, botellas, una vez incluso le lanzo una taza de café hirviendo en la espalda. Su cuerpo estaba cubierto de cicatrices, dolorosas cicatrices del invierno de su vida.
No le quedaba más que sonreír cada día, para hacer del sufrimiento algo mejor, algo más soportable. Por eso siempre tenía una sonrisa en la escuela, con sus amigos, con sus profesores, con extraños, incluso con su madre. Aun después de ser herida, su sonrisa no menguaba, porque el día que dejara de sonreír, bueno, ese sería el día en que perdiera toda la esperanza, el día en que por fin dejaría este mundo.
El mundo siguió su curso, días buenos en los que podía reír junto a sus amigos de las estupideces del mundo, días en los que hacia cualquier travesura tonta para llamar la atención en clases y días malos en los que su madre se ensañaba una vez más con ella, por haber hecho tontas travesuras. Pero nada le quitaba su sonrisa, ni siquiera cuando su madre la envió a un tonto campamento para mocosos raros como ella. Tres meses de aburrimiento extremo le esperaban ese ese condenado lugar.
- Iré al campamento mamá y hare amigos fabulosos, ya lo veras. – le dijo a su madre mientras esperaba al autobús.
Pero su madre ni siquiera le respondió, solo la miro como siempre, como una bolsa de pútrido desperdicio que hubiera deseado nunca haber salido de sus entrañas. Pero no importaba, nada importaba con tal de que no la golpeara una vez más.
- El autobús llegara en un rato, pórtate bien o ya sabes lo que te espera.
- ¡Claro mama! No te preocupes, me divertiré en el campamento. – le dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
Esa sonrisa llena de optimismo y esperanza molesto a su madre una vez más, así que antes de irse, su torturadora tomo su libro favorito y lo lanzo a la basura, todo con una sonrisa de satisfacción la cual siempre mostraba cuando la hacía sufrir. Ese pequeño acto quebró algo que sus golpes constantes no habían podido quebrar, su esperanza. ¿Qué hacía en ese lugar, y por qué le hacía caso a la perra de su madre? Tenía que escapar, ir donde sea, comer de la basura si era necesario, volverse una prófuga o algo ¡Pero tenía que salir de ahí y ya!
Cuando por fin su madre se alejó en la distancia, fue al basurero y busco su libro, pero un tonto búho lo había tomado y se lo había llevado en una bolsa.
- ¡Vuelve acá maldita rata emplumada! – le grito esa cosa.
Pero ese maldito no le respondió, claro los animales no hablan, estúpida. Corrió tras esa cosa siguiéndola por largos minutos por el bosque, hasta que entro en una vieja casa abandonada. El lugar la asustaba, le recordaba sus peores momentos en medio de la oscuridad, el aliento alcohólico de su padre que le besaba el cuello, los golpes de su madre con una vieja correa de cuero, todo volvía como una amalgama al ver ese roído lugar abandonado. Pero de la nada junto valor, y así fue como abrió la puerta a su nueva aventura…