A la mañana siguiente, Tadeo fue despertado por unos suaves golpes en la puerta.
Frunció el ceño y acarició a Naia, quien se acurrucaba cómodamente en sus brazos, para que siguiera durmiendo.
—¿Maestro? —Era la voz de Harold. Las cejas de Tadeo se alzaron, ya que el mayordomo normalmente no lo molestaba por la mañana a menos que él lo indicara.
Se levantó con cuidado de los brazos de Naia, que afortunadamente no estaban apretados esa mañana, y se puso la bata de baño antes de abrir la puerta.
—¿Qué pasa? —preguntó y el anciano le entregó un sobre marrón bastante grueso con el logo oficial del gobierno en la parte trasera.
—Nos habían instruido entregárselo tan pronto como llegara, así que...
—Está bien, gracias.
Harold se sintió aliviado, temiendo que el maestro se enojara con él por arruinar sus 'buenas acciones'. —¿Envío entonces el desayuno?
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