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Capítulo 3

Año desconocido. Zarina, 16 años.

Mi cumpleaños no era una época muy especial, lo único que realmente hacia era comer pastel de frutas con mis hermanas, y nos daban el día libre de tareas y responsabilidades. Según para disfrutarlo, cosa que no sucedía por el simple hecho de que nuestra salida estaba restringida, estábamos cumpliendo 16 años, y ni siquiera con esa edad Dianora nos consideraba actas para poder salir del templo. A veces pensaba que ella realmente no quería dejarnos ir, y solo retrasaba ese hecho con tontas escusas como: "No están listas", "Hay muchos peligros afuera", "Deben saber todo lo necesario sobre el mundo", y ese tipo de cosas. Sinceramente estaba cansada de escucharla decir lo mismo cada año, era casi como un mantra muy desmotivador.

-¿Ustedes creen que Dianora alguna vez nos considera actas para salir? –pregunto Zaira, todas nos encontrábamos en nuestra habitación, ninguna tenía muchas motivaciones por salir y hacer lo mismo, todos los años eran iguales.

-No lo sé, insiste mucho en que no estamos listas. La verdad es que no sé a qué le teme, y como no lo dice eso no nos ayuda a entenderla –respondió Zhiper.

-Lo que yo creo es que nos oculta algo –comente.

-¿Ocultar algo? ¿Qué puede estarnos ocultando Dianora? –pregunto Zuri.

-Ni idea, pero algo me dice que es eso –dijo estando completamente segura.

-Y si le preguntamos… -sugirió Zaira, estaba a punto de responderle eso pero tocaron la puerta, Zuri abrió y justamente era Dianora, venía con una cara de espanto, parecía como si hubiera visto un fantasma o algo más horrible.

-¿Sucede algo? –pregunte de inmediato.

-El guardián Eleazar está en el templo –la noticia nos tomó por sorpresa a todas, ahora entendía porque tenía esa expresión- vístanse y prepárense para responder cualquier tipo de orden, no sabemos porque está aquí –con eso ultimo salió rápidamente de la habitación, todas seguimos su ejemplo y nos apuramos a hacer lo que ella dijo, ya vestidas nos reunimos con las demás en el salón principal del templo.

Todas las sacerdotisas se veían muy nerviosas, esta era la primera vez que el guardián venía a este lugar, cuando entro al salón su presencia se hizo notar, su aura era mucho más abrumadora que la de Elena, retrocedí un paso, el miedo invadiendo mis sentidos. Me burlaba de quien le había llamado guardián, eso se le quedaba corto con todo el poder que podía sentir provenir de ese hombre, Dios, era un término más factible. Avanzo por el salón con paso seguro, al igual que Elena, tenía cabello dorado, y ojos azules, su rostro era cuadrado y lucía un expresión dura, además de que parecía medir un metro ochenta centímetros o tal vez más, no bastaba su cara o su estatura para dar miedo, su cuerpo estaba lleno de músculos aunque no exagerados, estaba segura de que podría partir un tronco grueso con sus manos. Elena estaba a su lado, la diferencia entre los dos era enorme, Elena se veía frágil y pequeña a su lado.

-Gracias por reunirse tan rápido –su voz fue como un estruendo, me sobresalte de inmediato, definitivamente este hombre me daba mucho miedo- se preguntaran porque estoy aquí, es muy sencillo… -hizo una pausa para mirar a su hija, la cual bajo la cabeza, no entendía que estaba pasando- me entere de algo muy grave. Hace 16 años, mi hija, Elena, les confió a ustedes, sus sacerdotisas, el cuidado de cuatro niñas recién nacidas. Quiero que me las entreguen –todo el mundo empezó a susurrar, me acerque a mis hermanas, y ellas hicieron lo mismo, nos sujetamos la una de las otras. No tenía que pensar demasiado, las únicas niñas que estaban entre esa edad éramos nosotras, y ese hombre no paso por alto eso, nos miró justamente a nosotras.

-Zarina, tengo miedo –me susurro Zipher.

-Yo también –le susurre de vuelta, él avanzo hacia nosotras y Dianora se colocó en frente.

-No se las entregare –declaro ella.

-Dianora, no hagas una estupidez –le dije asustada por ella.

-Padre, espera. No hagas esto yo… -empezó a decir Elena pero fue interrumpida por su padre.

-Estoy muy enojado contigo. Desobedeciste ordenes, y te liaste con el hijo del guardián Daklog, y el resultado fue ellas –dijo señalándonos- no puedo permitir eso, entiendo que sean tus hijas pero el orden debe mantenerse –declaro con una voz potente.

-¿Hijas? ¿De qué está hablando? –pregunte con nerviosismo.

-¿No saben nada? –Pregunto mirando a Elena, quien negó con la cabeza- incluso les escondiste lo que son… ustedes niñas, son hijas de Elena, y Darius, el hijo del guardián Daklog –dijo mirándonos.

-No, eso es mentira. Ella no puede ser nuestra madre… -dijo incrédula, mire a Dianora- dime que es mentira, que no es cierto –le exigí casi gritando.

-No está mintiendo. Mi señora Elena, es su madre –dijo ella con la mirada puesta en el suelo, ni siquiera se atrevió a mirarnos.

-No es cierto, no puede ser cierto… -comencé a murmurar, me estaba quedando sin aire, simplemente no podía ser cierto.

****

Había sido una tonta, mi padre había encontrado todas las cartas que Dianora, mi sacerdotisa de confianza me había mandado, en ella había leído sobre las niñas, luego me había exigido saber la verdad, no pude ocultar nada, ni pude mentir. Y ahora las quería muertas, por eso estábamos en el templo, ni siquiera tardo un segundo en saber quiénes eran, ahora mis hijas sabían la verdad y Zarina no lo estaba tomando muy bien, empezó a hiperventilar, me adelante para ir por ella pero mi padre me detuvo.

-Si te acercas empeoras su situación –me dijo él con mucha tranquilidad, para mi padre, acabar con una vida era inconcebible pero esas niñas eran algo que no debía existir, de alguna de ellas podía surgir un poder que pudiera acabar con todo, y sospechaba que Zarina era quien lo contenía aunque no estaba segura de ello.

Las demás niñas lograron hacer que se calmara.

-¿Qué quieres de nosotras? –logro articular Zarina mirando a mi padre con desafío.

-Estoy seguro que conocen las reglas, así que no es necesario que lo diga –dijo mi padre.

-Nos quieres muertas –dijo Zuri, se colocó frente a Zarina, quien aún seguía respirando con dificultad- los guardianes, ni sus sucesores pueden tener hijos de forma carnal, un ser nacido de ese acto es más poderoso que sus padres. Por eso está prohibido, Elena, nació de sus propios poderes, esa es la única forma en la que un guardián puede tener hijos –la expresión de Zuri al decir eso fue calmada, pero podía ver que temblaba, tenía miedo.

-Ese tipo de nacimientos crea un desequilibrio en la naturaleza, espero que entiendan que su muerte es necesaria –dijo mi padre.

-No lo entiendo –exclamo Zarina apartando a Zuri- y no lo voy a entender nunca, no pienso dejar que nos mates porque sí, me vale una pera el equilibrio del mundo. Mis hermanas y yo queremos una vida, libertad, ni tú ni nadie va a quitarnos eso y si tengo que matarlo, lo haré –intento avanzar pero fue detenida por Dianora.

-Zarina cálmate. No hagas esto, por favor –le dijo ella pero Zarina la aparto de un manotazo.

-No, no tienes derecho a pedirme eso. Tu sabias todo esto, y no tuviste el valor de decirnos nada –le reclamo.

-No es su culpa, yo le pedí que no dijera nada. Si alguien tiene la culpa soy yo –dije viendo la expresión de sufrimiento de Dianora.

-Ya basta. No pueden resistirse, es la hora, vengan por las buenas –exigió mi padre ya empezando a enojarse mucho.

-No –grito Zarina, su voz sonó por todo el salón y una honda provino de ella, termine por caer al suelo en un estruendo y no fui la única, las sacerdotisas se quejaban en el suelo, me senté lentamente y observe a mi alrededor, esa honda de poder había derribado a mi padre pero no por completo, tenía una rodilla en el suelo y su expresión era de furia, nunca lo había visto así. Mi mirada fue rápidamente al lugar en el que las niñas estaban pero ya no se encontraban ahí, busque por todo el salón con la mirada y no las encontré, con la conmoción seguro huyeron.

-Escaparon –dijo mi padre levantándose, miro a todas las sacerdotisas del templo y luego me miro a mí- Tus sacerdotisas y tú serán castigadas –ese anuncio nos asustó a todas y ninguna tuvo tiempo de replicar, en un instante todas estaban normal y ahora eran estatuas de piedras- es su castigo por haber ocultado lo que hiciste –lleve las manos a mi boca evitando gritar, las lágrimas comenzaron a salir.

-Pero padre… -me interrumpió de inmediato.

-Agradece que no terminaste igual que ellas, pero no te preocupes, están vivas, solo se convirtieron en estatuas, cuando considere que han tenido suficiente castigo las liberare –me explico, lo cual me tranquilizo pero por mi culpa ahora estaban así, me sentía muy culpable- ven, es mejor irnos de este lugar –obedecí sin rechistar, no quería empeorar la situación pero lo que paso este día sería algo que nunca podría olvidar.

****

Dolor, pena, angustia, ira, todas esas emociones se arremolinaban en mi pecho, quería gritar, quería golpear algo, incluso quería llorar pero no podía, simplemente no podía, no como las demás. Cuando note lo que sucedió luego de que grite, había agarrado a mis hermanas y de un momento a otro estábamos en un bosque, no sé cómo diablos lo había hecho, y prefería no saberlo. Lo único que sabía era que estábamos muy lejos del templo.

Zipher había roto en llanto y aún seguía llorando, Zuri estaba recostada contra un árbol y lloraba silenciosamente, y Zaira estaba enojada pateando un árbol no muy lejos de mí, y al igual que las demás, estaba llorando, la única que no lo hacía era yo.

Ahora que haríamos, ese hombre nos quería muertas, y no quería morir, no me importaba el hecho del equilibrio y esas cosas, por dios, era mi vida, y no quería que nadie decidiera por mí, ni siquiera cuando moriría, eso nunca, tampoco dejaría que les tocaran un pelo a mis hermanas, primero tendrían que pasar sobre mí.

-No podemos quedarnos aquí, y lamentarnos. Tenemos que irnos, y buscar un lugar donde no nos encuentren –comencé a decir yendo de un lado a otro- por favor chicas, yo sé que es difícil pero no podemos derrumbarnos aquí –les dije, ellas me miraron y se limpiaron las lágrimas.

-Pero… ¿A dónde iremos? –pregunto Zipher.

-No lo sé, pero lo veremos luego ¿Si? Ahora solo tenemos que irnos lejos, no puede encontrarnos si nos movemos –dije con la esperanza de animarlas, debía pensar con la cabeza fría, ya luego lidiara con los sentimientos que luchaban en mi interior.

-Está bien –dijeron las tres al unísono, las cuatro nos acercamos y nos abrazamos, al menos no estábamos solas en esto, mis hermanas lo eran todo para mí, y no las perdería por nada del mundo. Ahora que sabía sobre estos poderes, aprendería a usarlos para protegernos, y haría que ellas también aprendieran, la muerte no era una opción y nunca lo seria. Iba a luchar por nuestras vidas, y si debía matar a ese guardián, lo haría, para mantenernos seguras y vivir la vida que siempre quisimos.

Desde ese momento nos movimos de un lado a otro para evitar que nos encontraran, era una vida agitada pero con el tiempo nos fuimos acostumbrando a ello, nos quedábamos por un tiempo en los lugares donde veía que estábamos seguras pero era difícil, el guardián no se rendía con nosotras, había mandado personas para buscarnos.

Para mantenernos seguras había tenido que aprender a usar estos poderes que poseía, eran inestables y lo consideraba peligroso, pero no tenía muchas opciones. Poco a poco aprendí a materializar cosas, al principio fueron cosas sencillas como palos, ollas, collares, anillos, no entendía muy bien de donde procedían, aunque seguí intentándolo hasta que conseguí materializar cosas más grandes, entre ellas ropa e incluso espadas.

Aunque había descubierto ciertos aspectos de mis poderes, no sabía exactamente que podía hacer, eso era todo un misterio, y principalmente me daba miedo, podía sentir el poder en mi interior y sabía que no era algo normal. Mentiría si dijera que me agradaba poder hacer todo lo que hacía, era un recordatorio de lo que era, y quienes eran mis padres, más que todo de las ganas que tenían los guardianes de vernos muertas, si pudiera cambiarlo lo haría y con mucho gusto.

Suspire pesarosa, no podría cambiar lo que era por mucho que lo quisiera, tendría que vivir el resto de mi vida con el conocimiento de que era alguien no deseado.