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Life and Death #3: Después del amanecer

El final que vivirá por siempre «Beau no quería que nadie saliera herido. ¿Cómo iba a evitar que algo como eso fuera posible? ¿Es que había alguna posibilidad de que le pudieran enseñar con la suficiente rapidez para que se convirtiera en un peligro para cualquier miembro de los Vulturis? ¿O estaba condenado a ser un completo inútil para ver como su familia moría frente a sus ojos?» Crepúsculo dio rienda suelta a la peligrosa relación de Beau y Edward. Noche Eterna unió sus lazos más que nunca. Y ahora, en el último capítulo de la trilogía, las dudas sobre lo que ahora es Beau empuja a una confrontación con los Vulturis que cambiará sus vida por siempre.

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52 Chs

EN MEMORIA

Beau soltó un gran suspiró cuando al fin estuvo completamente apartado de los Cullen, principalmente de las repetitivas y estresantes peleas entre Julie y Royal. Si no fuera porque Luca y Eleanor están, ellos terminarían por matarse en cualquier momento. Aunque al menos eso alegraba los días de la familia luego de lo acontecido.

Pensaban que lo superarían pero no fue así; día tras día mientras esperaban que el anochecer llegara, vividas imágenes los inundaban, como una pesadilla que jamás se iría. Un efecto secundario de la misma.

Al menos cuando Beau estaba en ese prado, podía recordar aquellas pequeñas cosas que alegraban su vida, todas esas pequeñas cosas que había logrado ver con sus ojos.

Algo simple y sencillo cuando tu cerebro funciona mucho mejor que el de un humano.

Sin embargo, por más que se concentrara, su escudo no era capaz de borrar sus propios recuerdos. Borrar todas esas pérdidas en el campo de batalla; justo como se lo había previsto, los lobos más jóvenes no debían de estar ahí, pues murieron dos de ellos. Los hijos de la luna también habían perdido a uno, pero solo pareció dolerle a ellos mismos, aunque Seth consoló a Valter por esto. Bree y Fred habían perdido a Diego, el líder de su clan y la pareja de Bree. Aunque ambos fueron bien acogidos por el clan de los Denali, a la vez que Kate parecía preparada para probar una vida nómada a lado de Garrett, que también parecía querer probar la vida sedentaria.

La muerte de Irina les sirvió de recordatorio de que la familia siempre sería una parte muy esencial de ellos, por lo que todos acordaron reunirse una o dos veces cada seis meses. Para mantenerse comunicados y al tanto de lo que pasaba con cada uno de ellos.

Las amazonas habían perdido a Senna, pero ellas veían la muerte de una forma diferente, como si esa fuera la manera de darle paso a una nueva vida llena de felicidad y esperanzas. Ambas estaban fascinadas con Beau y Luca, por lo que les rogaron que de vez en cuando fueran a visitarlas, y que para Zafrina sería un honor ayudar a Beau con mejorar su don.

El muchacho había aceptado de inmediato, su escudo seguía siendo una incógnita y valía la pena seguir autodescubriéndose. De hecho, él se sintió muy halagado cuando su familia y aliados lo alabaron por ser el héroe de la historia.

«—Los Vulturis no habían perdido una lucha en veinticinco siglos, y nunca, nunca jamás, habían combatido en una batalla donde estuvieran en posición de desventaja, en especial desde que Jane y Alec se incorporaron a sus filas. Sólo habían tomado parte en masacres porque sabían que no estaban en desventaja… hasta que apareciste tú.»

Le había dicho Dídima cuando ella y Marco contaron su historia a todos los presentes, historia que Beau y Luca ya habían escuchado. Eso ayudó para que tanto ella como Marco quedaran libres de la sentencia que estaba planeada para los Vulturis que aún defendían con honor a Sulpicia.

Vladimir y Stefan hicieron una alianza con Marco y Dídima, en la cual los cuatro tomarían las decisiones de éste nuevo clan de Volterra, que prometía no ser cruel a la hora de mantener el secreto y las leyes de los vampiros a salvo.

Incluso hubo antiguos miembros de la guardia de los Vulturis que se unieron a ellos, aunque se les dejó en claro que podían irse cuando ellos quisieran.

«—Tal vez ya era hora de que nuestro mundo se librara de los Vulturis.» Dijo Siobhan al ver que ya no tendría por qué temer.

Y de hecho, Carine le había pedido de favor que encontraran a Alistair para explicarle lo sucedió, porque, en sus palabras: «No me fascina la idea de que se pase toda una década escondido tras una roca.»

Benjamin y Tia se lo harían saber a Amun y Kebi cuando volvieran a Egipto, aunque nadie tenía en claro si volverían a unirse a él para quedar bajo su sombra. Les provocaba morbo probar la vida de nómada que Garrett y Kate llevarían. Así que tal vez ellos dos también lo hicieran.

Beau estaba muy agradecido con Luca por todo lo que había hecho por él, le había devuelto la felicidad cuando había creído perderla.

—¿Beau, está todo bien? Me dijeron que viniera pero nadie me dijo el porqué.

Cuando Beau escuchó su voz, supo que era el momento.

***

La vida se le estaba yendo por los ojos a Edward y Beau perdía las esperanzas de que hubiera algo que pudiera hacer. La mano de Edward estaba firme sobre la de Beau, como si éste no quisiera que lo volvieran a apartar de su lado.

Entonces Luca apareció corriendo con un cuchillo en su mano.

—Beau lo lamento tanto —dijo entrecortado—. Lo había olvidado por completo.

Beau frunció el ceño, sin saber de qué hablaba su hermano.

—¿Recuerdas lo que te dije? ¿Sobre que Joham —Luca se cortó la palma de su mano mientras hablaba. Beau lo miraba incrédulo— estaba asombrado de que la sangre de las estriges produjera lo inverso a la de las hadas?

El hada acercó su palma a la herida en el pecho de Edward. Mientras Beau asent��a.

—Sanación —masculló Beau.

—No sé si vaya a funcionar pero tal vez mi sangre y tu ponzoña lo haga reaccionar.

Beau no lo pensó dos veces e hizo de todo para que en su boca se almacenara la ponzoña suficiente. O más que suficiente. Ya no tenía nada que perder, Edward estaba por morir así que no le costaba nada probar una sugerencia de su hermano.

La sangre de Luca salía como un chorro de sangre verde que se introducía justo por el hueco, que seguía expandiéndose, del pecho de Edward. Cuando Beau ya tenía la suficiente ponzoña la arrojó también por la herida y luego le dio un mordisco a Edward en el cuello.

El contacto era distinto al que Beau solía tener con su alimento, pues en primera, su piel era demasiado dura y en segunda, no iba a absorber, si no a expulsar su veneno. No sabía si éste podría correr dentro de Edward porque todo dentro de él estaba todo muerto.

Edward permanecía entre los brazos de Beau, inmóvil como una estatua que sufría de agonía por dentro. Tenía los ojos cerrados, con las ojeras muy marcadas, de un púrpura oscuro, y los brazos relajados a ambos lados del cuerpo con una de las palmas vueltas hacia arriba y la otra sobre la de Beau. Su expresión estaba llena de horror, como si estuviera soñando cosas extrañas. La piel marfileña de su pecho estaba al descubierto y había un pequeño revoltijo de tela blanca sobre éste.

Luca observó el comportamiento de Beau mientras él se aseguraba de que su sangre cayera sobre todas las heridas que la sangre de hada había causado sobre su piel. Beau parecía estar besándolo. Le rozó con los labios la garganta, las muñecas y el pliegue interior del codo.

Escuchó una y otra vez las obscenas perforaciones de los colmillos en la piel de Edward. Su prometido estaba inoculándole veneno en el cuerpo por el mayor número posible de puntos. Luca acertó a ver cómo le lamía los cortes sangrantes a la espera de que funcionara.

Un segundo.

Dos segundos.

Nada pasaba y Beau comenzaba a preocuparse, pensando que quizá habían tardado mucho en ejecutar ese plan.

Tres segundos.

Cuatro segundos.

Soltaba suspiros una y otra vez, y después tragaba una bocanada de aire para volver a suspirar con impaciencia. Su mano volvió a aferrarse a la del vampiro.

Cinco largos minutos en los que no pasaba nada, la gente comenzaba a perder la esperanza. Incluso Luca se sentía mal por haberle ofrecido falsas esperanzas a su hermano.

Y entonces…

Sus heridas comenzaron a cerrarse, de alguna forma su piel se estaba regenerado y cubría como una nueva capa limpia a la que ya no funcionaba. El resto de la sangre de hada había desaparecido y solo era visible la sangre de Luca y la ponzoña de Beau que hacían efecto.

Edward soltó un suspiro.

—¡Edward! —gritó Beau— ¡Edward, mírame!

Edward sonrió de forma imperceptible sin escuchar a Beau y alzó la mano con la que lo sujetaba y la colocó sobre su pecho recién curado.

Beau chocó contra él con tanto ímpetu que la fuerza del impacto lo habría aventado al suelo si sus brazos no lo hubieran agarrado. El golpetazo lo dejó sin aliento y con la cabeza vencida hacia atrás.

Sus ojos dorados se abrieron lentamente mientras los pájaros comenzaban a cantar. Todos a su alrededor sonrieron con mucha alegría sin creerse todavía que el plan de las estriges hubieran funcionado.

Edward miró a Beau con tranquila sorpresa.

—Asombroso —dijo con la voz maravillada y un poco divertida—. Carine tenía razón.

—Edward —intentó respirar, pero la voz no le salía—. Estás a salvo ¡Otra vez estamos juntos!

Él pareció desconcertado al escuchar las palabras de su prometido. Le acarició la mejilla suavemente con la mano para asegurarse de que todo fuese tan vívido como esperaba. No parecía darse cuenta de que Beau intentaba hacerle entrar en razón.

Era muy extraño, porque Beau sabía que los dos estaban fuera de peligro. Sin embargo, en ese momento, se sintió confundido. Por completo. Podía notar otra vez el palpitar desbocado de los corazones de los lobos contra las costillas y la sangre que latía caliente y rápida por las venas de Luca. Los pulmones se le llenaron del dulce perfume que derramaba el cuerpo de Edward. Era como si nunca hubiera existido un agujero en su pecho. Todo estaba perfecto, no curado, sino como si desde el principio no hubiera habido una herida.

—No puedo creerme lo rápido que han sido. No he sentido el momento en el que todo se pausaba para traerme hasta aquí —musitó Edward mientras volvía a cerrar los ojos y presionaba los labios contra la frente de Beau. Su voz era de terciopelo y miel—. «Muerte, que has sorbido la miel de sus labios, no tienes poder sobre su belleza» —murmuró y Beau reconoció el verso que declamaba Romeo en la tumba—. Hueles exactamente igual que siempre —continuó él—. Así que quizás esto sea el infierno. Y no me importa. Me parece bien.

—No estoy muerto —le interrumpió Beau—. ¡Y tampoco tú! Por favor, Edward, ya todo ha terminado, podemos volver a casa.

Luchó contra sus pensamientos y Edward frunció el ceño, confuso.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó educadamente.

—Ya basta —dijo—. Soy Beau, no una aparición. No estás muerto ni en el infierno, Edward. Vas a vivir. —Lo tomó de la cintura y lo ayudó a ponerse en pie—. Vas a estar bien.

Edward parecía deslumbrado por la luz del sol. Le puso las manos a Beau en los hombros. Hubo un momento en el que Beau podría haberse apartado, pero no lo hizo. Se acercó a Edward cuando este se acercaba a él, y pudo oler su propio veneno sobre él, y luego se besaron.

La curva de los labios de Edward bajo los suyos le resultaba tan familiar a Beau como el sabor del azúcar o la sensación del sol. Pero no había azúcar ni sol ahí, nada brillante o dulce, solo la oscura sombra de lo que había pasado a su alrededor y el olor a cenizas. Y aun así, su cuerpo respondió al de Edward, y apretó al otro chico contra su cuerpo, agarrándolo, deslizándole las manos por la piel, notando las cicatrices y las heridas cerradas bajo los dedos.

Beau sintió como si se elevara y dejara su cuerpo, y de nuevo se hallaba en aquel prado donde había visto a Edward brillar, agarrados de la mano mientras se admiraban el uno al otro, inclinándose contra él para apreciar mejor cada detalle, le requemaba la curiosidad y se le llevaba la risa. Los brazos de Edward lo rodeaban y sus labios se habían posado en su mejilla, lo único cálido en un mundo frío.

Y entonces se apartaron, recordado que tenían público, Edward miró rápidamente a los demás, ofreciéndoles una sonrisa y recibiendo una de vuelta, en especial de Carine y Earnest. Beau seguía con la mirada puesta sobre la de Edward, con esa sonrisa de alegría, una sonrisa que demostraba que había perdido todo y luego lo había recuperado a la vez.

—Creí que no sobrevivirías.

—No te escaparás de mí tan fácil.

***

Edward caminaba con tranquilidad hacia Beau, cuestionando todo.

—Sé que traman algo porque casualmente no pude leer los pensamientos de nadie —dijo—. ¿Te encuentras bien, amor?

Beau se giró y lo vio con esa sonrisa de siempre. Su pelo cobrizo brillaba por los rayos del sol al igual que su piel resplandecía como un diamante. Era como si ambos estuvieran ardiendo en llamas mientras más se acercaban el uno al otro.

Los labios de Edward chocaron contra los de Beau en un deseo inmenso de tenerlo más cerca que nunca, un fiero deseo que ninguno de los dos quería que se fuera.

—Sí, ahora estoy bien —dijo Beau cuando se despegó de Edward, sin separar sus frentes y con los ojos cerrados.

Edward rió por lo bajo.

—Ya cuantos años y sigo sorprendiéndome con tu don justo como la primera vez.

—La práctica ha hecho las cosas más sencillas —dijo Beau—. Aún hay cosas que no entiendo de mi escudo, pero sé que es capaz de hacer más de lo que ya sé.

Las manos de Edward estaban sobre la cintura de Beau, y las manos de Beau estaban sobre el cuello de Edward. Ambos encajando a la perfección, como si estuvieran destinados a quedarse así para siempre.

—Debo reconocer que en este momento Julie me tiene muy impresionado —dijo Edward cambiando el tema.

—Los lobos ya no causan el mismo impacto, ¿o qué?

—No me refería a eso. Desde que volvieron ella y Luca, no ha pensado en todo el día que, de acuerdo con lo expuesto por Allen y Dídima, Luca ya no representa una preocupación más, ni siquiera tú.

Beau consideró el asunto durante cerca de un minuto.

—Cuando lo ve no piensa en un monstruo del infierno o si en algún punto se volverá otro. Únicamente desea su felicidad.

—Lo sé. Como te he dicho, es impresionante. Me resulta extraño decirlo, pero a ambos les podría haber ido peor.

Frunció el ceño.

—Julie estaba tan sorprendida de que él fuera para ella, que cuando lo miraba pensaba que estaba soñando.

Edward se carcajeó y luego suspiró.

—He visto la forma en que los hijos de la luna ven a Julie y también a vampiros y hadas fascinadas con Luca —dijo Edward muy impresionado—. Ambos van a tener competidores por los que preocuparse de ahora en adelante, me alegra que ya hayamos pasado y acabado con eso.

Frunció más el ceño.

—Lo he notado —dijo Beau—. Incluso ayer cuando estaba con Luca, Victoria estaba vigilando a su hermano, como si la gente a nuestro alrededor fuera a comérselo.

—Ah, no lo miraba a él, te miraba a ti.

Eso era lo que le había parecido a Beau, pero no tenía mucho sentido.

—¿Y por qué…?

—Porque estás vivo —contestó él en voz baja.

—¿Qué? No tiene nada de sentido lo que estás diciendo.

—Toda su vida se ha acostumbrado a pensar en su padre, y los hijos de su padre, como unas criaturas diabólicas, unos asesinos por naturaleza. Esas niñas a las que crió como suyas han sido entrenadas para cazar y asesinar, pero a ellas no les preocupa nada de eso porque el tal Joham las ha instruido con la idea de que los humanos son poco más que animales y ellos, dioses. Pero es Victoria quien ha educado a Luca, y él era la persona a quien más quería. Eso ha dado otra forma a su perspectiva, y en cierto modo, se odiaba así misma porque pensaba que tarde o temprano su hermano sería justo como las hijas de Joham y no podría hacer nada.

—Qué triste —murmuró Beau.

—Entonces, llega y los ve a ustedes dos conviviendo como si nada, después de años atormentada, y comprende por primera vez que el ser casi inmortal no tiene por qué ser necesariamente perverso. Me mira a mí como tu creador y piensa en lo que podía haber sido su padre.

—Tú eres el ideal perfecto en todo —admitió Beau.

Él bufó y luego se puso serio otra vez.

—Cuando te mira, ve la vida que tu madre debió haber llevado.

—Pobre Victoria —musitó.

Suspiró, ya que sabía que jamás podría pensar mal de ella después de haberlos apoyado, sin importar lo incómodo que pudiera sentirse por sus miradas.

—La verdad es que Victoria no merece tu pesar. Es una loca y extraña hada feliz. Hoy, al fin, ha empezado a perdonarse por ver a Luca como su pequeño monstruo.

Sonrió al saber de la felicidad que causaba Luca en los demás y luego pensó que desde hace cinco años, sus días pertenecían al reino de la felicidad. Aunque sus recuerdos sobre la ejecución de varios de sus aliados eran una sombra oscura en un terreno iluminado por la luz blanca e impedía que la felicidad fuera perfecta, resultaba imposible negar la alegría. La vida por la cual tanto él había luchado volvía a estar a salvo. Su familia se había reunido y a su hermano y mejor amiga les aguardaba un futuro infinito por delante. Acordaron ir a casa de Charlie al día siguiente, a las sombras de él, para que vieran la dicha que había reemplazado la tristeza en sus ojos y así también lo había convertido en un hombre feliz. De pronto, Beau tuvo la seguridad de que no iba a encontrarle solo. En los últimos años no había podido estar muy atento, pero en ese instante tomó conciencia de algo que había sabido hacía mucho tiempo. Sue y Charlie estaban juntos, la madre de los licántropos con el padre de los vampiros. Él ya no iba a estar solo. Sonrió satisfecho ante esta nueva perspectiva.

Pero el hecho más significativo en esta oleada de felicidad era el más seguro de todos: Edward iba a estar con Beau para siempre.

No tenía interés alguno en revivir otra vez ese día, pero debía admitir que lo hacían valorar lo que tenía más que nunca.

—Vaya ganas tenías de condenarte eternamente…

—Sabes que en realidad no crees lo que dices.

—¿Ah, no? —sonrió.

—No.

Edward lo fulminó con la mirada y empezó a hablar, pero Beau le interrumpió:

—Si de verdad hubieras creído que habías perdido el alma, entonces, cuando Luca y yo cerramos tus heridas, hubieras comprendido de inmediato lo que sucedía, en vez de pensar que habíamos muerto juntos. Pero no fue así… Dijiste: «Asombroso. Carine tenía razón» ���le recordó triunfal—. Después de todo, sigues teniendo la esperanza.

Por una vez, Edward se quedó sin habla.

—De modo que los dos vamos a ser optimistas, ¿está bien? —sugirió Beau—. No es importante. No necesito el cielo si tú no puedes ir a él.

El silencio había incomodado un poco a Beau, ya que no estaba llegando a su objetivo.

—Estás despierto, Edward.

Edward sacudió la cabeza.

—Seguro, seguro. Eso es lo que tú quieres que yo piense, y entonces, cuando despierte, todo será peor; si me despierto, cosa que no va a ocurrir, porque estoy muerto. Dios. Esto es horrible… —dijo Edward en tono sarcástico.

—Ya veo que me has confundido con una pesadilla —dijo Beau siguiéndole la corriente—. Lo que no me puedo imaginar es qué es lo que debes de haber hecho para terminar en el infierno. ¿Te has dedicado a cometer asesinatos en mi ausencia?

Le hizo una mueca.

—Pues claro que no. Tú no podrías estar conmigo si yo estuviera en el infierno.

Beau suspiró.

Edward le rodeó el rostro con las manos antes de mirarlo fijamente a los ojos.

—Pero al menos te tengo aquí, para siempre —prometió de forma un poco teatral.

—No te pido más —respondió Beau.

Luego volvieron a apretar sus labios en un beso que parecía no tener fin.

—Y de hecho —dijo Beau separando nuevamente sus labios de los de Edward—. Que bueno que tocas ese punto.

Ahora más que nunca, Edward deseaba ser capaz de leer los pensamientos de Beau, sin embargo, su escudo lo hacía sentir como si estuviera solo. Algo planeaba Beau y él no lo podía saber de nadie, todos en casa tenían el escudo.

—¿Ya me dirás por qué me excluiste de mi propia familia?

Beau asintió alejándose un poco de él, solo sus manos serían unidas. El muchacho agachó la mirada y trató de recordar el discurso que ya tenía planeado.

—Los último meses he estado pensando mucho en algo, pero la verdad es que no sabía cómo hacerlo —comenzó Beau—. Así que decidí meterme a Google e investigarlo por mí mismo, claramente no iba a arriesgarme a preguntarle a alguien en la casa si estabas tú.

Edward se alzó de hombros.

—No te sigo.

—Déjame terminar. —Dijo Beau esperando no perder su concentración—. Así que con la información que obtuve de fuentes «confiables» me puse a armar mi propia versión de un mundo en el cual tú y yo nos hubiéramos conocido en otra época. Específicamente a inicios del siglo XX; una época en la que claramente ni tú ni yo fuéramos vampiros, solo simples humanos.

»Tú el chico alto de tez apiñonada con cabello cobrizo y ojos verdes. Y yo el chico que apenas si llega a tus hombros, piel clara de pelo castaño y ojos azules, lo suficientemente torpe para mantenerse de pie. Pero sin embargo ahí, viviendo una época en la que la mayoría de los hombres solo soñaba con ser un soldado dado los eventos de la Guerra Mundial.

»Lo más seguro es que cuando nuestros caminos se cruzaran, por mi cabeza solo pasarían imágenes de todo lo que me gustaría hacer contigo, como: organizar un baile en el cual ambas familias estuvieran presentes, tener tertulias y veladas acompañados de nuestros chaperones —Beau suelta una risilla demasiado nervioso—, Estaríamos en una puesta de sol magnífica mientras tomamos el té, y cerraríamos con un evento en el cual ambos mostraríamos nuestros mejores dotes… allí sabría que eres el mejor tocando el piano.

Beau retiró sus manos para colocarlas en la parte de atrás, su mirada gacha era lo único que le permitía mantener la confianza en sí mismo, pero ya no era suficiente, tenía que mirar a Edward a los ojos.

Y lo hizo.

—Pero claramente eso no era para nosotros, la sociedad no estaría preparada para nosotros y por supuesto que yo no iba a esperar a que lo estuvieran. Así que te habría dicho que nos fugáramos, irnos a cualquier otro lugar apartados de todo el mundo.

»Luego te robaría uno que otro beso, feliz de que al fin pudiéramos hacerlo sin miedo a que nos mataran. Y aunque así lo fuese, sabría que valió la pena.

»Por lo que me arrodillaría —dijo mientras lo hacía—, y te ofrecería un anillo.

Sacó una cajita de terciopelo rojo y extendió su brazo para que Edward lo viera. Éste sonreía por todo lo que su prometido estaba haciendo.

—Edward Anthony Cullen —pronunció con total seguridad—. Te prometo cada momento de nuestras vidas por la eternidad. ¿Me harías el extraordinario honor de casarte conmigo?

Hubo un largo silencio en el cual ninguno de los dos produjo un sonido o movimiento, sus miradas fijas sobre el otro.

—Vaya que te tomaste el tiempo necesario para realizar una buena recolección de información —fue lo primero que dijo Edward.

—Mi plan era recrear algún escenario, pero te ibas a dar cuenta.

—Beau, no importa cuánto te esfuerces o cuan mínimo sea lo que hagas. Ya conoces mi respuesta porque yo hice esta pregunta primero.

—¿Entonces?

—Si, Beau. Acepto casarme contigo.

Cuando Beau se puso de pie, Edward puso sus labios otra vez sobre los suyos y a Beau se le hizo imposible volver a hablar. El fuego corría por todo su cuerpo, quemándole donde la piel de Edward tocaba la suya.

Se quedaron allí como estatuas durante un minuto, intentando frenar el ritmo de sus respiraciones.

Las nubes empezaron a dejar caer la lluvia justo en ese momento, unas cuantas gotas dispersas que sonaron con suaves golpes sordos cuando se estrellaron contra la hierba.

Beau se obligó a concentrarse. Le costó un esfuerzo enorme el simple hecho de liberar sus manos del pelo de su prometido, y trasladarlas a su pecho, pero lo hizo. Y después le empujó, en un intento de frenarse.

Fulminó al cielo con la mirada.

—Vayamos a casa —le limpió las pequeñas gotitas de agua de las mejillas a Beau.

—La lluvia no es un problema —refunfuñé—. Esto sólo quiere decir que es el momento de hacer algo que va a ser muy tedioso e incluso peligroso de verdad —los ojos se le dilataron alarmados—. Es estupendo que estés ahí para no abatirme de los planes que seguramente Alice comenzará a hacer —suspiró—. Vas a necesitar ese anillo. Vayamos a decirle a la familia que me dijiste que sí.

Se rió ante la expresión dibujada en el rostro de Beau.

—Peligroso de verdad —admitió. Se rió otra vez—. Pero al menos no hay necesidad de hacer una fiesta a lo grande.

Beau deslizó el anillo en su lugar, en el tercer dedo de la mano izquierda de Edward. Justo en el mismo lugar en el que se encontraba el anillo que Edward le dio a Beau.

Donde probablemente estaría durante toda la eternidad.