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Life and Death #3: Después del amanecer

El final que vivirá por siempre «Beau no quería que nadie saliera herido. ¿Cómo iba a evitar que algo como eso fuera posible? ¿Es que había alguna posibilidad de que le pudieran enseñar con la suficiente rapidez para que se convirtiera en un peligro para cualquier miembro de los Vulturis? ¿O estaba condenado a ser un completo inútil para ver como su familia moría frente a sus ojos?» Crepúsculo dio rienda suelta a la peligrosa relación de Beau y Edward. Noche Eterna unió sus lazos más que nunca. Y ahora, en el último capítulo de la trilogía, las dudas sobre lo que ahora es Beau empuja a una confrontación con los Vulturis que cambiará sus vida por siempre.

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52 Chs

DISTURBIO

La chica tenía una mano en el barandal y la otra en la empuñadura del cuchillo que Silas le había dado. Podría convertirse en lobo y sacar a todos, pero no tenía a un traductor, así que sería muy difícil. Varios de los invitados a la fiesta se acercaban cautelosamente a ella y la protección que ofrecía. Erictho escaneó la habitación, esperando ver quién hacía el primer movimiento.

El hombre lobo jefe de seguridad estaba bajando las escaleras con rapidez. Zé, que seguía al pie de la escalera hizo un pequeño gesto y el jefe de seguridad corrió sobre la multitud en la pista de baile lanzando a uno de los soldados de Oberón, éste golpeó el suelo de mármol y se deslizó hasta la pared. Tara corrió a su lado inmediatamente, ayudándolo a levantarse mientras se encorvaba y aferraba sus costillas.

El lobo no miró qué había pasado con el hada. Era un hombre bajo, con barba, ojos de serpiente y piel demasiado dura. Escaneó la multitud mientras se abría camino hacia el suelo.

—Oberón y Puck. —La mirada en el rostro del lobo fue atronadora cuando señaló con el dedo al rey que se mantenía delante de sus guardias. Un ligero vapor parecía salir de la punta de su dedo—. Quieres quitarnos todo lo que conseguimos de buena fe.

—Escuchen, ciudadanos de Elfame —dijo Oberón—. Los hijos de la Luna han pedido batalla, pues han osado cruzar las tierras de las hadas con un batallón.

—¡Patrañas! En estos momentos han enviado a un montón de tus tropas a atacar el castillo en el que yo y mis hermanos hemos vivido en paz y armonía —bramó Zé—. ¡Lo único que te pido es justicia!

La mayor parte de la multitud se dispersó a través de los arcos abiertos de la habitación hacia la noche, aterrorizados. Otros, más valientes o más estúpidos, se quedaron congelados, incapaces de mirar hacia otro lado.

El grupo de Zé corrió hacia Oberón, quién comenzó a retroceder en cuanto sus soldados fueron al ataque. Había fuego, rayos y sangre arrojándose por todas partes. Julie disfrutó de la transformación de los hombres lobos, eran mucho más grandes que los quileutes, y sus garras parecían del doble de tamaño que cualquiera que haya visto. La mansión gimió cuando las ventanas se rompieron, los trozos de hielo que adornaban algunos pasillos se hicieron agujeros en las paredes y los chorros de llamas salieron disparados por el suelo.

Un rayo de hielo golpeó la pared a unos pocos pies de distancia, haciendo llover escombros sobre un grupo de hadas. Julie saltó hacia ellas, tomó un trozo de piano y lo levantó sobre sus cabezas como un escudo.

—¡Deberíamos hacer algo! —le gritó a Erictho—. Esto no era parte del plan.

—O —dijo Erictho—, podríamos reconocer que esto no nos concierne en absoluto y salir de aquí.

—Van a derribar toda la mansión. ¡Alguien va a salir lastimado!

Erictho levantó las manos y bloques de mármol se desprendieron del suelo, formando una pared corta que protegía a las hadas de un segundo rayo de hielo.

—Alguien definitivamente se va a lastimar y muy probablemente seamos nosotras. —Pero Julie estaba en modo de héroe y no había mucho que Erictho pudiera hacer para detenerla—. Y aun así, intentaré mitigar el daño —agregó.

La habitación gimió y tembló, y una de las paredes se dobló. Un hada anaranjada empujó a unos chicos hada fuera del camino de la mampostería, luego limpió el polvo de mármol blanco con impaciencia de las rastas de uno de los muchachos.

—No me siento bien. Estoy cansado —dijo el chico de las rastas—. ¿Se está cayendo el edificio o comí demasiado?

—Ambos —dijo la chica a su lado.

—Yo también estoy bastante cansado —contribuyó el hada naranja—, de que seas un glotón, Rumpel.

—Hola, Corrius —dijo Erictho al hada naranja—. ¿Tal vez te gustaría seguir a Julie afuera?

Señaló el lugar donde había estado Julie. Y ella no estaba ahí. En cambio, vio que la barandilla del balcón se soltaba. Se cayó en pedazos hacia la cabeza de una ajena bruja adolescente mientras ayudaba a varias personas heridas.

Erictho observó a Julie —quien por algún extraño motivo seguía en su forma humana y con una daga en la mano—, corriendo hacia el fuego cruzado, girando alrededor de dos tuberías metálicas que lo aferraban, apenas evitando que su cabeza fuera arrebatada por el pulpo candelabro. Se lanzó justo a tiempo para apartar a aquella bruja del camino y aterrizó de rodillas con ella segura en sus brazos.

—Seguir a Julie no parece prudente —dijo Corrius detrás de Erictho—. Dado que parece estar corriendo directamente hacia el peligro.

—No lo sé, pero esta gente que acabo de conocer siempre lo hace —dijo Erictho.

Corrius examinó sus uñas.

—Podría ser bueno —dijo—, tener a un grupo de chicos dispuestos a salvarte del peligro. Como guardaespaldas del mundo sobrenatural.

Erictho no respondió. Su atención fue captada por un brujo que se encontraba a lado de Julie y la brujita.

La chiquilla había estado parpadeando ante Julie, pareciendo ligeramente sorprendida. De repente ella comenzó a luchar, gritando una advertencia.

Julie levantó la vista, pero ya era demasiado tarde. Otra porción del techo se había liberado; estaba colgando, a punto de caer y aplastarlos. Era demasiado tarde para escapar y Erictho sabía que aquella joven bruja estaba por poner en riesgo su vida sin saber la poca magia que poseía. Cuando eres un brujo joven, empiezas por lo más simple: sanar a quienquiera que estuviera herido y aprender a guardar un poco de magia para ti.

Erictho vio con horror como Julie arrojó su cuerpo sobre el de ella, preparándose para que el derrumbe las enterrara vivas a ambas.

Una cantidad de magia color rojo resplandeció. El otro brujo levantó las manos, brillando como lámparas en las sombras.

—¡Ustedes dos! —gritó—. ¡Aléjense!

Julie levantó la vista, sorprendida de no ser aplastada hasta la muerte gracias a ese brujo calvo. Pamphile. ��Qué hacía él aquí?

Pamphile miró a Erictho, con los ojos morados bien abiertos, a través de las ruinas del salón de baile. Pamphile mantuvo ambas manos firmes, esforzándose por mantener el gran trozo de hormigón flotando justo por encima de sus cabezas.

Julie y la chica se pusieron de pie, huyendo a través del traicionero salón de baile hacia Erictho. Más tuberías vivas bloquearon su camino, tratando de envolver sus tentáculos de metal alrededor de los tobillos de Julie. Ella esquivó y saltó para evitarlos. Uno logró enrocarse alrededor de su tobillo, causando que tropezara.

Empujó a la bruja hacia el frente, y Erictho la tomó de la mano y la atrajo hacia ella poniéndola a salvo.

—¿Dónde estás? —Escuchó Erictho que Julie decía rebuscando con ferocidad en su vestido, hasta que logró sacar de nuevo la daga. Ella misma se sorprendió que de una tajada pudo cortar el metal a sus pies. Julie llegó a Erictho justo cuando los soldados de Oberón incendiaron todo el piso del salón de baile.

Zé respondió con su bendición, las aguas que quedaban sobre el piso parecieron recibir una orden suya. El agua se arremolinó alrededor de los soldados, derribándolos y luego sacó a Dugan. Ambos chicos fueron sacados del Palazzo, el hada aullando de alegría, como si estuviera en un paseo acuático en un parque de diversiones.

Todos, a excepción de los vampiros, respiraron hondo. El Palazzo siguió cayendo en ruinas a su alrededor.

—He cambiado de opinión —anunció la joven hada. Ella puso su brazo alrededor del cuello de Julie y le dio un abrazo—. Me agradas.

—Oh —dijo Julie, pareciendo desconcertada—. Gracias.

—Por favor cuídate mucho —agregó la chica.

—Lo intento —dijo Julie.

La chiquilla le dio a Erictho una mirada encantada por encima del hombro de Julie.

—Por fin —murmuró la chica—. Una chica valiente.

—¿Podemos salir del edificio derrumbado ahora? —dijo Erictho malhumorada, aunque estaba secretamente complacida por el espectáculo.

La bruja y otro chico se dirigieron a las puertas, guiando a unos cuantos hombres harapientos y heridos. Las hadas, los hombres lobo que estaban obligados a trabajar aquí y muchos otros rondaron a Julie.

Julie miró a su alrededor.

—La escalera al piso superior se derrumbó. Hay gente atrapada en el piso de arriba. ¡Y no sé dónde demonios estén Beau y los Cullen!

Erictho maldijo y luego asintió. Una nueva explosión repiqueteó justo detrás de ellos, el sonido no venía de la mansión, era justo en el castillo de los lobos. Donde Seth y Leah debían de estar ahora mismo. Julie quedó pasmada.

—Iré a investigar que sucede y trataré de buscar más ayuda —dijo Erictho—. Tú haz lo que haces mejor y ve a salvar a tus amigos. Ya sabrás donde reunirnos.

La bruja agitó las manos en un amplio gesto y las vides metálicas que habían sido las tuberías del Palazzo se enderezaron y se reunieron en un puente sobre el torrente de agua del canal que salía del Palazzo hasta un portal con dirección al castillo de los lobos. Erictho se volvió para mirar a Julie, quien estaba muy agitada y con el corazón acelerado de solo pensar en sus amigos siendo atacados por todo un ejército de hadas. Entonces Julie se volvió, se arrojó en dirección al humo y las chispas, y desapareció.

***

Con un edificio cayendo alrededor de sus oídos, algunos de los duendecillos habían entrado en pánico. Royal sabía que era comprensible, pero desafortunado. Cuando cualquier tipo de criatura mágica entraba en pánico, su magia tendía a causar daños. Además de estallar en sangre, soltar dientes e intestinos.

Tres hadas en una unidad que gruñía estaban aprisionando a un grupo de aterrorizados hombres lobo. Royal corrió para interponerse entre los dos grupos, mientras el polvo de mampostería se sentía como lluvia alrededor de ellos, cegándolos. Royal apenas se agachó esquivando una pata con garras y se deslizó hacia un costado mientras uno de los soldados de Oberón se lanzaba hacia él.

Luego los otros lo alcanzaron y fue todo lo que pudo hacer para evitar ser destripado. Eleanor miró a Royal a punto de ser atacado por esos soldados. No quería perderlo y seguir como si nunca hubiera estado.

Cinco largas dagas fallaron en rasguñarlo en el rostro y luego, la punta de otra se las arregló para cortarle en el brazo. Un grupo de cuchillos estuvo por alcanzarlo en el hombro y estaban a punto de sujetarlo cuando Eleanor agarró a una de las hadas sujetando con fuerza su barba y rodó, ejecutando un golpe que arrojó al hombre de espaldas, deslizándose hasta que golpeó los escombros.

El último soldado tropezó con el pie de Corrius. Eleanor lo golpeó precipitadamente en la parte de atrás de su cabeza con el antebrazo y el hombre se quedó en el suelo.

—Eso fue un accidente —dijo Corrius, con Rumpel y la niña pegados detrás de él—. Él se interpuso en mi camino mientras estaba intentando irme.

—Está bien —jadeó Royal.

Limpió el polvo y cenizas de sus ojos. El DJ Grx se tambaleó hacia ellos, con unas dagas en las manos y luego giró uno de sus cuchillos para sostener el mango otra vez.

—Alguien me arrojó un pedazo de techo —dijo Grx, parpadeando de una forma que era más propia de un búho que de un hada—. Qué desconsiderado.

Eleanor se dio cuenta que Grx no lucía tanto como un asesino fuera de control sino como alguien con una contusión.

—Tranquilo —le dijo, mientras Grx se caía sobre su pecho.

Miró a su alrededor buscando a la persona más confiable, alguien que estuviera en su equipo. Ella se arriesgó y pasó a Grx a los brazos de la chica a lado de Rumpel.

—Vigílalo por mí, ¿puedes? —le pidió—. Asegúrate de que se recupere.

—Dorothy, suelta a esa hada borracha inmediatamente —ordenó Corrius.

—En verdad duele que digas eso —murmuró Grx y cerró sus ojos.

Dorothy observó la cabeza de Grx, apoyada en su blusa color lavanda.

—No quiero soltarlo ��declaró—. La vampira alta me dio a este DJ para cuidarlo.

Grx abrió un ojo.

—¿Te gusta la música?

—Sí —dijo Dorothy—. Adoro el jazz.

—Genial —respondió él.

Corrius alzó sus manos.

—¡Esto es ridículo! Bien —espetó—. Bien. Abandonemos la mansión derrumbada, ¿quieren? ¿Podemos todos estar de acuerdo en esa divertida y no suicida actividad?

Royal condujo al grupo de hadas desobedientes a la salida más próxima, recolectando a hadas con las alas rotas y un par de brujos aturdidos o ebrios, mientras se iban. Se aseguró que la mayoría de ellos estuvieran fuera, inundando las calles de Elfame en una brillante carrera que hizo que los canales parecieran inmóviles. Sin embargo, él y Eleanor se llevaron la sorpresa de su vida al darse cuenta de que también el pueblo entero ardía en llamas.

***

Julie corrió a toda velocidad por las calles oscuras que ardían, llamando una y otra vez a Leah y a Seth. Al abandonar el puente inundado de luces y penetrar en el corazón de la ciudad, su pulso se aceleró. Las calles eran como un cuadro del Bosco que hubiese cobrado vida: llenas de criaturas: llena de criaturas aterrorizadas y turbadas y escenas de repentina y horrenda violencia. Desconocidos llenos de miedo empujaban a Julie a un lado sin mirar y pasaban corriendo por su lado, chillando, sin un destino aparente. El aire apestaba a humo y pólvora. Algunas casas estaban en llamas; otras tenían ventanas rotas. Los adoquines centelleaban cubiertos de cristales rotos. Mientras se acercaba a un edificio, comprobó que lo que le había parecido un trozo de pintura descolorida era una enorme franja de sangre fresca que había salpicado el enlucido. Giró en redondo, mirando en todas direcciones, pero no vio nada que lo explicara; con todo, se alejó tan deprisa como pudo.

La pobre Julie, de entre toda la gente que pudo ir a rescatar a sus amigos, fue la valiente para aventurarse por las calles de un pueblo relativamente nuevo, creyó que al cruzar el portal de Erictho, mágicamente aparecería en el castillo, justo como le fue con Pamphile, sin embargo, no fue así, la chica pasaba a lado de relucientes torres, calles llenas de cenizas cayendo desde el cielo, las líneas del fuego alzándose como cadenas de oro por todas las casas y una estatua, ya rota, sobre una fuente que estaba al frente de un salón. De solo imaginar que los Clearwater estaban bajos los escombros sintió una extraña punzada en el corazón, con cierto dolor al pensar en Silas junto a ellos. Ver la ciudad de este modo representaba la muerte de todas las esperanzas que tenía. Al doblar hacia una avenida más amplia, una de las calles que discurrían desde un Salón enorme y bien guardado, vio una fila de guerreros hada que se escabullían por una entrada en arco, siseando y eufóricos. Arrastraban algo tras ellos… Un arma que se retorcía y se contraía mientras resbalaba por la calle de adoquines. Echó a correr adelante, pero los soldados ya se habían marchado. Y no fue lo único que la dejó con la boca abierta, pues mientras corría pretendía cambiar de forma, sin embargo, no lo logró, ¿Acaso Silas le había mentido y esa bebida sí era mágica…?

Encogida contra la base de un pilar había una forma inerte que derramaba un delgado rastro de sangre. Cristales rotos crujieron como guijarros bajo sus pies cuando Julie se arrodilló para darle la vuelta al cuerpo. Agradeció de inmediato que su piel fuera tan resistente. Le bastó una única ojeada al rostro morado y deformado; se estremeció y se alejó de allí, dando gracias porque no fuese nadie que conociera.

Un ruido le hizo ponerse en pie a toda prisa. Olió el hedor antes de verla: la sombra de algo enorme y acercándose mientras se deslizaba hacia ella desde el otro extremo de la calle. ¿Un hada muy alta? Julie no aguardó para averiguarlo, quizá no pudiera transformarse, pero sabía pelear y defenderse. Cruzó la calle como una flecha en dirección a una de las casas más altas, saltando sobre el alféizar de una ventana cuyo cristal habían hecho pedazos. Unos pocos minutos más tarde se izaba ya sobre el tejado, con las manos doloridas y las rodillas arañadas. Se puso en pie, se sacudió el polvo de las manos y contempló Elfame desde allí.

Las torres del castillo de los hijos de la luna, proyectaban su apagada luz sin vida al suelo sobre las calles enardecidas de la ciudad, donde hadas trotaban, se arrastraban y se escabullían entre las sombras de los edificios, igual que cucarachas que corretean por un apartamento a oscuras. El aire contenía gritos y chillidos, el sonido de alaridos, de nombres pronunciados al viento… y también gritos de hombres lobos, aullidos de caos y satisfacción, chillidos que perforaban el oído humano como una punzada de dolor. El humo se alzaba por encima de las casas de piedra de color miel en forma de neblina, envolviendo las agujas del salón frente a la fuente. Alzando la vista hacia la mansión de la que vino, Julie vio una avalancha de enormes hombres lobo que descendían a la carretera el sendero de la colina, iluminados por un collar de plata en sus cuellos. Los soldados de Oberón descendían a presentar batalla.

Se acercó al borde del tejado. Los edificios en esa zona estaban muy pegados y los aleros casi se tocaban. Fue fácil saltar del techo en el que estaba al siguiente, y luego al situado más allá. Se encontró corriendo ágilmente por los tejados, saltando las escasas distancias entre casas. Era agradable sentir el aire frío en el rostro, sofocando el hedor de la sangre.

Llevaba corriendo unos cuantos minutos cuando advirtió dos cosas: una, que corría en dirección a las agujas blancas del salón. Y dos, que había algo más allí delante, en una plaza entre dos callejones, algo que parecía una lluvia de dagas que se elevaban… Excepto que eran azules, del oscuro azul de una llama de gas. Julie había visto dagas azules como aquellas antes. Se las quedó mirando fijamente durante un instante antes de empezar a correr.

El tejado más próximo a la plaza tenía una pronunciada inclinación. Julie resbaló por la pendiente y sus pies golpearon algunas tejas planas sueltas. Suspendida precariamente en el borde, miró abajo.

Una plaza redonda y llena de piedras estaba a sus pies, y su visión quedaba obstaculizada en parte por un enorme poste de metal que sobresalía de la mitad de la fachada del edificio sobre el que se encontraba. Un letrero de madera de una casa colgaba de él, balanceándose con la brisa. La plaza que tenía debajo estaba repleta de soldados de Oberón: tenían el típico armamento de un soldado pero estaban bañados de una sustancia parecida a humo negro enroscado, cada uno con un par de ardientes ojos verdes. Habían formado una línea y avanzaban lentamente en dirección a la solitaria figura de un hombre que llevaba un enmarañado cabello rojo, obligándolo a retroceder contra una pared. Julie no pudo hacer otra cosa que mirar atónita. Todo en aquel hombre le resultaba familiar; la enjuta curva de la espalda, la desgreñada maraña de cabellos rojizos, y el modo en que las dagas azules eran lanzadas con estilo de sus dedos igual que cianóticas libélulas desenfrenadas.

«Silas». La estrige-hada estaba arrojando dagas azules con fuego a los soldados que estaban en frente; una daga alcanzó en el pecho a un soldado que avanzaba hacia él. El soldado emitió un sonido que fue como un balde de agua arrojado sobre el fuego, se estremeció y desfalleció en medio del resto de sus compañeros. Los otros se movieron para ocupar su lugar —la mayoría de los soldados novatos no eran muy listos— y Silas arrojó otro torrente de dagas llameantes. Varias hadas cayeron, pero en esta ocasión otro soldado, más astuto que los demás, había flotado alrededor de Silas y se aglutinaba tras él, listo para atacar…

Julie no se detuvo a pensar. En lugar de eso, saltó, agarrando el borde del tejado mientras caía, y luego se dejó caer, se sujetó al poste de metal y se columpió para reducir la velocidad de caída. Al soltarse cayó con suavidad al suelo. El soldado, sobresaltado, trató de volverse con los ojos verdes como gemas llameantes; Julie sólo tuvo tiempo para reflexionar que, de ser Seth, se le habría ocurrido algo ingenioso que decir antes de sacar la daga del bolsillo de su vestido y atravesar con él al soldado. Con un alarido confuso el soldado se derrumbó y la violencia de su caída hasta el filo de un pedazo de metal salpicó el vestido de Julie con una fina lluvia de cenizas que quemaron parte de la tela.

—¿Julie?

Silas le miraba con asombro. Había despachado al resto de los soldados, y la plaza estaba vacía a excepción de ellos dos.

—¿Acabas de… acabas de salvarme la vida?

Julie sabía que debería encontrar algo que decir como: «Por supuesto, porque soy una chica lobo con instintos de heroína y eso es lo que hacemos», o «Ése es mi deber ahora que estamos conectados el uno del otro». Seth habría dicho algo parecido. Seth siempre sabía lo que había que decir. Pero las palabras que realmente surgieron de la boca de Julie fueron muy distintas… y sonaron irascibles, incluso a sus propios oídos.

—Te rogué para que no te fueras de mi lado —dijo—. Y te habría llamado muchísimas veces más pero preferí evitar las risas de la gente. O más bien las de Royal.

Silas miró a Julie como si ésta se hubiese vuelto loca.

—La ciudad está siendo atacada —dijo—. El plan no salió como esperábamos y las calles están repletas de soldados de Oberón y de hombres lobos que siguieron a Zé. ¿Y tú quieres saber por qué no me quedé?

Julie apretó la mandíbula en una obstinada línea.

—Sí, quiero saber por qué no te quedaste conmigo. Odio ser cursi y tú me hacer comportarme como nunca antes en mi vida.

Silas levantó las manos en un gesto de exasperación. Julie advirtió con interés que, cuando lo hizo, la ponzoña de sus ojos consumió por completo a sus lentes de contacto, devolviendo sus ojos a esa extraña combinación del rojo y el blanco.

—Eres tan tierna.

—¿Por eso no te has quedado? ¿Por qué soy demasiado tierna?

—No. —Silas fue hacia ella a grandes zancadas—. No me quedé porque debía de llegar con Adão para evitar que algo como esto pasara. Pero sin embargo, cuando llegué, Zé se había quedado para demostrar «quiénes mandaban», y a la vez, todo un ejército de hadas apareció. Y bueno, también me fui porque pensé que quizás tenías razón.

—¿Entonces no te fuiste porque ya no te gustara?

—Eres una chica muy despistada para ser un Alfa —dijo Silas en tono paciente—. ¿Por qué otra cosa crees que iba a ser? ¿Por qué otro motivo habría convencido al rey Oberón de que ni a ti ni a tus amigos les pusieran las manos encima, dejando que solo llevaran a Edward y a Beau? Por no mencionar que evité que ese hilo rojo acabara contigo aunque quizá ahora mismo estés experimentando efectos secundarios.

—No lo había considerado de ese modo —admitió Julie a la vez que se daba cuenta de que era por culpa del hilo rojo que no podía transformarse.

—Por supuesto que no. Jamás consideraste que te quería besar porque realmente sintiera algo por ti. —Los ojos de estrige de Silas brillaban de ira—. Tengo veintitrés años humanos y ciento diez en el reino de las hadas, Julie Black. Sé cuándo algo va a funcionar. Aunque para ti las cosas avancen muy lento.

Julie le miró sorprendida.

—¿Tienes ciento diez años?

—Bueno —corrigió Silas—, ciento doce. Pero no lo parezco. De todos modos creo que no lo has entendido. La cuestión es…

Pero Julie no pudo averiguar cuál era la cuestión porque en aquel momento una docena más de soldados hada llegaron en tropel a la plaza. Sintió que se le desencajaba la boca.

—Maldición.

Silas siguió la dirección de su mirada. Los soldados se abrían ya en semicírculo a su alrededor, con los ojos verdes refulgiendo.

—Es el momento de cambiar de tema, señorita Black.

—Te diré qué —Julie alargó la mano para empuñar nuevamente la daga—. Si salimos con vida de esto, te prometo que te daré ese beso.

Silas alzó las manos; las cuchillas parecían tener vida propia al resplandecer en tonos azules que iluminaron su amplia sonrisa con un ardiente resplandor.

—Trato hecho.