Al llegar al lugar donde vivía Román me imaginé que podría terminar atada en el sótano, pero estaba equivocada, no con lo de terminar en un sótano, sino con lo de estar atada.
El novio de Marceline nos hizo pasar a su casa, que para mi sorpresa no era un lugar lúgubre y sombrío como lo imaginaba. En realidad era un lugar cálido y normal, con las típicas fotos de la boda de sus padres y un par más de un niño en nada más que pañales.
—Es mejor que vayamos a mi guarida secreta antes de que mi madre se dé cuenta de que están aquí y empiece a hacer preguntas —¿guarida secreta?, ¿acaso todas las personas como Marceline y Román tenían una?, si así era no me sorprendía en lo absoluto. Ahora solo me cuestionaba una sola cosa, ¿acaso yo necesitaba una guarida secreta?.
Caminamos por una pasillo hasta una puerta que estaba al final de este, y cuando Román abrió la puerta un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Definitivamente aquel lugar si parecía una guarida, pero de un asesino en serie.
Unas escaleras que descendían en la oscuridad fue lo que causo mi escalofrío, parecía que la luz no penetraba en aquel foso sin fondo.
—Olvidé dejar la luz encendida cuando salí —susurró Román para sí mismo buscando algo en la pared.
Al parecer no buscaba el interruptor ya que bajó despacio por las escaleras sosteniéndose de algo con su mano, había una barandilla, eso era lo que él buscaba.
Después de que los tres bajáramos unos cuantos escalones, Román encontró el interruptor de la luz y al fin pudimos ver que tan abajo habíamos llegado, no tanto como lo había imaginado, justo enfrente había una puerta de metal con cintas en amarillo y negro con la leyenda "No pasar" impresa en ella, ¿de dónde la sacó?, ¿de una escena de crimen real?
—Bienvenidas a mi guarida —Román abrió la puerta para mostrarnos más oscuridad—. Rayos, también apagué esta luz.
Se notaba que era muy distraído.
—¿Es regla general que todos los nerds tengan una guarida? —pregunté sin darme cuenta mientras Román buscaba entre la oscuridad el apagador de la luz en una pared—. Si yo quisiera pertenecer a su club, ¿necesitaría una guarida secreta?
—¿Qué? —exclamó el distraído y guapo Román mientras la luz se encendía.
—Nada, mi amiga es muy extraña, dice cosas sin sentido —se adelantó a decir Marceline antes de que yo abriera mi bocota. La duda era genuina, ¿por que Marceline tenía que cohibirme?
—Okey —dijo Román mirándonos extrañado—. Pueden sentarse si quieren.
El sótano de Román no parecía un sótano, era más una habitación decorada con un montón de luces led azules resplandecían en las paredes grises, estantes de metal plateado llenos de cables, partes de computadoras y lo que parecían celulares a medio armar, junto con partes de cosas que no sabía qué diablos eran.
En el fondo había una pequeña cama junto a una mesita de noche, no había ventanas ya que estábamos bajo tierra, y por lo tanto la única luz provenía de luces led azules y blancas. Esto era el mas grande miedo de un claustrofobico.
El lugar para sentarnos que Román había señalado eran dos pufs de colores verde neón y negro, del otro lado de la habitación había un gran escritorio lleno de lo mismo que los estantes metálicos, parecía que el chico estaba armando Transformers por la cantidad de piezas de tamaños y colores diferentes que tenía esparcidas por todo el lugar.
Román tomó la silla giratoria del escritorio y se sentó frente a nosotras, Marceline había tomado asiento en el puf de la manera más elegante posible, mientras que yo casi me voy de espaldas tratando de acomodarme en el intento de sillón que eran aquellas almohadas gigantes rellenas de pequeñas bolitas extrañas.
—¿Estas bien? —me preguntó Marceline al verme pelear con el estúpido sillón.
—Si, yo puedo solita —dije tratando de quedarme muy quieta para no caerme.
Román nos miraba entretenido desde su silla gamer, admito que había hecho un circo tratando de sentarme, pero no era exactamente yo a la que miraba más de lo normal, Marceline era el centro de su atención. Se notaba que el chico babeaba por mi amiga, y no es de sorprenderse, Marceline es muy bonita, de pelo corto hasta los hombros y ondulado en tonos caoba, ojos negros, nariz respingada y unas pequeñas pecas que la hacían lucir inocente, bajita y con curvas, era normal que Román no le quitara la mirada de encima.
—Ajammm... —me aclaré la garganta para llamar la atención del babeante chico y mi amiga—. Cuentame Román, ¿qué fue exactamente lo que Marceline te contó sobre por qué estamos aquí?
Román pasó su mirada de Marceline a mí, y de mi a Marceline un par de veces, estaba claro que no sabía que decir.
—¿Marceline?, ¿por qué te sigue llamando así? —fue una pregunta que no me esperaba, de todas las que podía hacer, ¿solo le parecía extraña la manera en la que me refería a mi amiga?, ¿no había otra cosa que le llamara la atención de nuestra presencia en su guarida?
—Es un apodo que Alexis y Kathe me pusieron cuando empezamos a ser amigas —le explicó Marceline con un movimiento de mano para que Román no le prestara atención a su apodo.
—¿Y bien? —cambié de tema abruptamente— ¿Qué te contó Marceline del por qué estamos aquí?
Podía parecer insistente, pero de verdad quería saber cómo era que Román nos ayudaría con nuestro plan para sacarle información a Salvador en la fiesta del viernes.
—Se todo —dijo de la manera más neutral posible.
¿A qué se refería con todo?, ¿sabía sobre las fotos de Kathe y Erick?, ¿o solo sabía que investigábamos el homicidio de Kathe? Su respuesta no había ayudado a aplacar todas las preguntas en mi cabeza, solo las había enardecido.
—¿A qué te refieres con todo? —hice hincapié en saber que era todo— ¿Todo, todo, o solo todo?
Ni siquiera yo entendía mi última pregunta, pero esperaba obtener una respuesta más útil que la anterior.
—Sé que encontraste pruebas de que alguien estaba chantajeando a Kathe, y sé que desconfías de un tal Salvador, y también desconfías de Erick y Sofía. No estoy muy seguro de entender la relación entre Erick, Sofía y Kathe porque no conocí a tu amiga, mucho menos a Erick y Sofía, pero estoy seguro de que puedo ayudarles a grabar todo lo que Salvador les pueda decir en la fiesta del viernes —Marceline le había contado todo, todo.
—Eres una traidora, me impediste contarle a Rafael pero tú le contaste a alguien que conociste en internet —la confronté señalándola aun y cuando trataba de hundirse en el sillón puf para esconderse de mí.
—Román podría ayudarnos, y no conoce a los involucrados, incluyendo a la víctima. Contárselo no es peligroso —explicó a manera de excusa barata.
Román se levantó de la silla haciéndonos parar de pelear. Eso a mi no me detendría, seguiría con mi reclamo cuando saliéramos de la casa de Román.
—¿Quién es Rafael? —preguntó Román viéndonos con extrañeza.
—Nadie —contesté cortante pero con una sonrisa en mi cara. Un silencio incómodo, y luego como si no pasara nada, Román volvió a hablar.
—¿Por qué no mejor ubicamos a los sospechosos en el espacio tiempo a la hora del asesinato? —no entendí ni una sola palabra de lo que Román dijo, por lo que le pregunté.
—¿Ubicarlos en qué?
—A lo que me refiero es que deberíamos tener muy claro en donde estaban todos los sospechosos a la hora del asesinato de Kathe —recuerdo que la policía me preguntó algo parecido cuando tuve que ir a declarar sobre la muerte de Kathe.
No recuerdo exactamente lo que sucedió después de que el cadáver de Kathe cayera justo frente a mí, todo fue caos total. Chicas llorando, chicos gritando que llamaran a una ambulancia con la esperanza de que mi amiga siguiese viva, y yo solo me quedé parada observando el cuerpo sin vida de mi amiga. Después de eso solo recuerdo estar diciéndoles a los policías donde había estado toda la noche y que poco después de llegar a la fiesta Kathe se había ido. Luego mis padres llegaron y me llevaron a casa donde estuve encerrada por días, solo salí para ir al velorio de Kathe.
—Creo que será mejor que les cuente todo lo que sucedió desde que llegamos a la fiesta —suspiré tratando de darme ánimo para hablar sobre esa noche.
***
—Kathe y yo llegamos a la hacienda de Erick más o menos a las 8:00 de la noche, estuvimos platicando, bailando y bebiendo un rato con Cristal y Eva, después llegó Daniel y me fui a bailar con él. Cuando regresé a donde estaban las chicas, Kathe se había ido, Eva y Cristal me dijeron que recibió una llamada y tuvo que ir a contestarla afuera porque la música no la dejaría escuchar, le envió un mensaje a Cristal y a mi diciendo que sus padres la habían llamado y tenía que regresar a casa. En ese momento fue muy extraño que sus padres le llamarán para decirle que regresara a casa, pero como había escuchado de Kathe decir que sus padres se estaban separando, creí que era algo relacionado a eso.
Marceline no movía ni una pestaña, estaba muy atenta a cada una de mis palabras. Román había tomado una pequeña y envejecida libreta en la que había comenzado a escribir lo que les estaba contando.
—Le envíe un mensaje preguntándole que si estaba en casa, a lo que solo me contestó que sí y que después hablábamos, luego de eso no supe nada mas de Kathe, me emborrache tanto que me quedé dormida sobre un sillón junto con Eva y Cristal, al día siguiente encontré a mi ex engañándome, y cuando iba a salir de la hacienda de Erick el cuerpo de Kathe cayó justo enfrente de mí, llegó la policía, me hicieron muchas preguntas y les conté lo que les acabo de contar, eso es todo.
Román examinó mi cara un rato y después miró a Marceline, la mirada que le arrojó a Marceline era más de dulzura que la de investigador privado como la que me dio a mí, el amor crea idiotas, lo sé de experiencias previas.
—¿A qué hora te envió el mensaje que decía que estaba en casa? —Román estaba haciendo las mismas preguntas que la policía.
Saqué mi teléfono y abrí la conversación que tuve por última vez con Kathe, se lo di a Román, quien regresó hasta el escritorio, miró la pantalla y anotó algo en su libreta.
—Eran las 10:35 cuando recibiste el mensaje donde decía que había tenido que irse antes, tú le preguntaste que si estaba ya en casa a las 10:42 y ella contestó que sí, que hablarían después a las 10:45 —relató Román apoyando un codo sobre su escritorio para poner su mano sobre su boca y mirar analíticamente mi teléfono en su otra mano.
Me regresó el teléfono, y dijo firmemente mirándonos a las dos:
—Tenemos que averiguar la hora de muerte de Kathe que el forense determinó, eso nos dirá si fue Kathe quien te envió el mensaje o fue alguien más —mi boca se abrió de par en par al pensar en que el asesino me mandase aquel mensaje desde el teléfono de mi amiga.
Marceline tenía casi la misma expresión que yo.
—¿Y cómo vamos a conseguir eso?, es imposible saber quién tiene el expediente del caso de Kathe como para poder ir a robarle la hora de muerte —recalcó Marceline desanimada cruzándose de brazos. Solo sus padres podrían saber quien lleva el expediente.
—No lo sé, podrían coquetearle a un joven policía de la comandancia para que suelte la lengua, les hable del caso y quien lo está llevando —propuso Román casualmente, estaba loco si pensaba que Marceline o yo haríamos eso.
—Claro, si funciona en las películas debería funcionar en la vida real, además de que sonó muy machista de tu parte —le recriminé mirándolo de reojo con desaprobación.
Román se levantó de nuevo, con la libreta en la mano caminó hasta una pared cubierta por un gran poster de Nirvana, una mano quitó las cintas cuidadosamente hasta removerlo.
Román murmuró una disculpa y siguió con lo que hacía.
Volvió al escritorio y de él sacó una cinta adhesiva. Arrancó la hoja en la que había escrito mientas yo les contaba sobre la noche del asesinato de Kathe, y la pegó un poco más arriba de la altura de su rostro.
—¿Viste a Erick y Sofía en la fiesta después de que se fuera Kathe? —me preguntó tomando su libreta, y una pluma del escritorio.
Rebobiné para recordar todas las caras que pudiera de aquella noche en la fiesta, el alcohol los hacia verse borrosos y todo era confuso, pero recordaba a la perfección el descaro de Sofía al coquetear con Erick cuando ya todo estaban tan borrachos como para rechazar a una chica.
—Recuerdo a Sofía tirándole los perros a Erick, supongo que ya estaba borracha como todos los demás. Eso sucedió casi a media noche y ellos lucían muy relajados, después los perdí de vista, y a la mañana siguiente solo pude ver a Erick cuando todo el mundo corría de un lado a otro buscando un teléfono para llamar a una ambulancia.
Marceline se levantó del suelo con dificultad (los puf no son los sillones más cómodos del mundo), y parándose junto a Román para mirar el papel pegado en la pared dijo:
—Seguimos en la misma situación, pudieron haberlo hecho ellos después de la media noche, o incluso antes, regresar a la fiesta aparentando estar relajados y felices para que nadie sospechara nada, pero todas son suposiciones hasta que tengamos la hora de la muerte de Kathe y más pruebas que los incriminen —Román arrancó otra hoja de su libreta en la que también había escrito, y se la paso a Marceline junto con un pedazo de cinta para que ella la pegara justo debajo de la hoja que ya había en la pared.
La curiosidad me picaba, así que me levanté del artefacto de tortura que Román llamaba sillón, y me acerque a los dos nerds frente a la pared para ver lo que ellos veían.
Román había escrito en el primer papel mi nombre junto con la fecha y el lugar del asesinato de Kathe en la parte de arriba, luego había puesto la hora en la que Kathe y yo llegamos a la fiesta de Erick, luego la hora en la que había recibido el primer de mensaje de Kathe donde decía que se iba y por último la hora del mensaje donde decía que ya estaba en casa, todo en orden descendiente y dejando grandes espacios entre cada acontecimiento.
El segundo papel pegado en la pared tenía escritos los nombres de Erick y Sofía en el centro de la hoja junto con el lugar y la hora en la que les había dicho que los había visto, unas flechas en la parte de arriba y abajo de los nombres, fecha y lugar sobresalían con las palabras "¿antes?" y "¿después?" respectivamente junto a cada flecha.
Román había formado una línea del tiempo con lo que le había contado, y había dejado espacio para poner más información sobre lo sucedido esa noche.
—¿De verdad es necesaria la hora de muerte de Kathe para saber quién la mató? —lo cuestioné con un nudo en la garganta.
—Si, necesitamos su hora de muerte y las declaraciones de Salvador, Erick y Sofía para poder ubicarlos en la línea de tiempo y ver si hay incongruencias en sus cuartadas, claro, si es que las tienen —Román se cruzó de brazos mirando fijamente la hoja donde estaban los nombres de Erick y Sofía, se veía tan guapo de perfil, y al parecer no era la única en notarlo ya que Marceline también lo miraba disimuladamente.
—¡Zafo!, yo no seduciré a ningún policía para sacarle información —grité asustándolos.
Marceline me miró con ojos grandes tratando de intimidarme. No mi reina, yo no haré el trabajo sucio.
—Creo que primero podríamos centrarnos en ir a la fiesta el viernes para que puedan hablar con Salvador y saber en dónde estaba esa noche, además de que también deben de preguntarle por qué rompió con Kathe, podría ser un punto clave —proclamó Román antes de que Marceline me asesinara con su mirada.
Claro, la maldita fiesta universitaria a la que Rafael me había invitado, casi lo había olvidado.
—Sí, yo también creo que deberíamos centrarnos en eso primero —dije aliviada de no tener que ligar con un policía por ahora.
Marceline parecía tener una idea para acercarnos al ex novio de Kathe, sus ojos se habían iluminado y su sonrisa se había curvado hacia arriba de sobremanera haciéndola parecer aterradora, lo que sea que se le hubiese ocurrido parecía el plan perfecto por su manera de mirarme.
—Ya sé cómo llegar hasta él para que nos diga todo lo que queremos saber —sentenció Marceline aun con su sonrisa a lo Pennywise.
—Oh ¿en serio?, di me que será sencillo —le imploré con la ilusión de un niño en navidad.
Ella dudó por un segundo y luego asintió lentamente sin decir una sola palabra.
Desde el principio debí de sospechar por ese simple gesto que aquel plan no podía ser bueno, porque no lo fue, incluso podría decir que tuve que dejar mi dignidad en casa esa noche de viernes para hacer que Salvador me dijera algo que valiera la pena.
Marceline, Satanás te espera en el infierno por empujarme a hacer lo que hice esa noche de viernes.