—Y, por último —dijo el abogado del demandante—, quisiera llamar al estrado al señor Donald Ceive.
Todos los presentes se volvieron hacia el lugar del demandado. Ahí, Donald Ceive (quien era mejor conocido en los medios como D.Ceive, ya que muchos lo consideraban un estafador y, además, él mismo firmaba de esta manera) se puso de pie y, después de recibir unas palabras de parte de su abogado, se dirigió al estrado. Él era un hombre con una barba castaña clara, prominente y bien cuidada (y esto se debía al tratamiento para cuidado del vello facial All Men Are Kings™, que incluye un tónico de barba de 30 ml y un bálsamo de barba de 80 g, y disponible en alive.com a $399.99 USD). Sus ojos eran azul claro, y sus anteojos, de armazón negro y duro (producidos por la marca Third Eye Eyewear™ y distribuidos exclusivamente por alive.com a $899.99 USD). Su cabello era largo, sedoso (y esto se debía al tratamiento para cuero cabelludo All Men Are Kings™, que incluye un shampoo de 250 ml y un acondicionador de 200 ml, y está disponible en alive.com a $299.99 USD), ligeramente más oscuro que la barba, y estaba recogido en un chongo. Él vestía un traje de lino color beige (de la línea primavera-verano del diseñador Antonio Samsara y disponible en alive.com a $2,499.99 USD) sin corbata y una camisa blanca de lino (producida por la distinguida marca de ropa Velo de Maya™ y distribuida por alive.com a $899.99 USD) abierta. De su pecho colgaban varias piedras de cuarzo, lapislázuli, amatista, topacio (los collares estaban hechos con cuerda de cáñamo, y estaban disponibles en alive.com a $249.99 USD cada una), y en sus muñecas había varias pulseras artesanales de colores (elaboradas en la comunidad de Tanchumilpia y distribuidas por alive.com a $199.99 USD cada una). En sus pies usaba unas simples sandalias de cuero sintético café oscuro (disponibles en alive.com a $299.99 USD).
D.Ceive, ya en el estrado, juró decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad y tomó asiento.
—Señor Ceive —dijo el abogado del demandante mientras se paseaba por el tribunal—, tengo entendido que usted es el CEO de la compañía alive. ¿Es correcto?
—Sí —respondió D.Ceive lacónicamente.
—Y la compañía alive —prosiguió el abogado— se encarga de vender y distribuir tanto suplementos alimenticios como productos homeopáticos, de cuidado personal, prendas de vestir y engaños. ¿Es correcto?
Esta acusación provocó que algunos de los presentes se levantaran de sus asientos y aplaudieran, ya que estaban completamente de acuerdo; mientras que otros, escandalizados ante aquella acusación, lanzaron insultos, abucheos y calumnias hacia el abogado.
—¡Orden! ¡Orden! —gritó el juez mientras golpeaba una base de madera con el mazo judicial.
Los presentes guardaron silencio.
—Entonces, dígame, señor Ceive —prosiguió el abogado mientras miraba fijamente a un D.Ceive que había permanecido impávido en todo momento—, ¿es correcto?
—Con excepción de los engaños, sí, es correcto —respondió D.Ceive lacónicamente.
—¿Está seguro? —preguntó el abogado—. Según el testimonio de mi cliente, la señora Sanz —cuyo nombre completo era Nubia Sanz, aunque D.Ceive la llamaba Nui, Nui Sanz—, su compañía le proporcionó un tratamiento homeopático y varios suplementos alimenticios para su cáncer de hígado, el cuál había sido detectado dos años atrás como etapa I, y ahora es etapa IV. Obviamente dichos productos no fueron de ninguna ayuda para—
—¡Objeción! —exclamó el abogado de D.Ceive y se puso de pie—. El abogado del demandante está haciendo acusaciones sin presentar ninguna prueba. No conocemos el papel que jugó el tratamiento de alive en el progreso de la enfermedad del paciente en cuestión.
—Además —prosiguió D.Ceive—, como ya hemos mencionado anteriormente, se le explicó antes de recibir el tratamiento que este se encargaría de brindarle bienestar y de mejorar su calidad de vida, pero no se garantizaba ninguna mejoría en su estado de salud.
—Entonces —el abogado de Nui Sanz fingió sorpresa e indignación—. ¿Me está diciendo que la compañía alive vende tratamientos que no curan?
—Nosotros nunca mencionamos la palabra curar —explicó D.Ceive—. Nosotros simplemente hicimos hincapié en que el tratamiento paliaría cualquier malestar en general, tanto físico como psicológico, y cualquier síntoma propio de la enfermedad, como pérdida de peso, pérdida del apetito, sensación de llenura tras comer poco, náuseas o vómitos, agrandamiento del hígado, agrandamiento del bazo, dolor en el abdomen o cerca del omóplato derecho, hinchazón o acumulación de líquido en el abdomen, picazón, ictericia.
—Entonces eso quiere decir que ustedes nunca trataron la enfermedad en sí. ¿Es correcto? —el abogado de Nui Sanz preguntó.
—Bueno, como ya hemos mencionado anteriormente —dijo D.Ceive—, nosotros le explicamos al paciente que el tratamient—
—Responda la pregunta, señor Ceive —el abogado de Nui Sanz interrumpió a D.Ceive—. ¿Su tratamiento nunca trató el cáncer del paciente?
D.Ceive miraba impávido al abogado del demandante.
Y suspiró.
—No, nunca lo trató —dijo finalmente D.Ceive.
—No más preguntas —dijo el abogado de Nui Sanz, y regresó a su asiento.
El jurado se retiró para deliberar, y pronto regresó.
—El jurado encuentra al demandado, Donald Ceive, culpable.
Al oír esto, algunos de los presentes se levantaron de sus asientos y aplaudieron, ya que estaban completamente de acuerdo; mientras que otros, escandalizados ante aquella decisión, lanzaron insultos, abucheos y calumnias hacia el jurado, el demandante y su abogado.
—Entonces —el juez se puso de pie—, por el poder que me confiere —bla bla blá— Donald Ceive, deberás pagarle a la cantidad de $25,000,000 USD —bla bla blá, y golpeo una base de madera con el mazo judicial.
Ya en la oficina de D.Ceive, tanto él varios miembros directivos e inversionistas de alive cuyos nombres D.Ceive nunca se había tomado la molestia de aprender charlaban. D.Ceive estaba sentado en uno de los sillones que había en un rincón, junto con los libreros plagados de libros de autoayuda que su compañía tanto promocionaba y que él jamás había leído y de botellas de Rivas Cheagal casi vacías y que él reemplazaba constantemente.
—Y ¿qué hacemos entonces? —preguntó uno de los inversionistas—. Esa hija de su reputísima madre nos va a costar 25 millones.
—No se preocupen —dijo D.Ceive después de beberse un trago de whisky—, ella va a regresar ese dinero. Yo me encargo de eso
—¿Cómo? —preguntó otro inversionista.
—Confíen en mí —dijo D.Ceive y dirigió a la salida—. Ahora discúlpenme que tengo que hacer un retiro.
D.Ceive salió de las oficinas de alive y caminó hacia su auto. Abrió el asiento del piloto y entró. Encendió el auto, arrancó y marcó un número en su celular.
—Hola. ¿Gully? Habla Ringo —dijo D.Ceive, cuyo nombre verdadero era Ringo Jones (aunque sus amigos lo llamaban Swindle Jones, y por eso él nunca mezclaba amistad con negocios)—. Oye, voy a necesitar un poco de dinero. Tengo unas grandes inversiones en mente y… ¿Qué? ¿Quieres que nos veamos? Está bien, pero déjame decirte que no me vas a reconocer. Hasta me pinté el pelo…