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Diario de Elfriede, hija del barón Von Dranitz

Prohibido leerlo.

Quien lo haga perderá todo el cabello y será bizco para siempre como la vieja Koop.

3 de agosto de 1940Arriba en mi habitación,por la tarde, hacia las cinco

Son malos conmigo. Todos. Incluso mamá. Por nada me hacen quedarme en mi cuarto hasta que la señorita Sophie me venga a buscar. Probablemente no me darán la cena. Pero me da igual. De todas formas no me apetece comer nada. Y la boda de la semana que viene me la puedo ahorrar. No voy a ir. ¡Basta! Es mi última palabra.

Que no se crean que me voy a poner ese vestido horrible que me han cosido. Un saco de color rosa. Corto como el de una niña pequeña. Y ya tengo catorce años.

Franzi, claro, llevará un vestido largo. Rojo con flores blancas. Con cintura y sin mangas. Además, se pondrá el bolero blanco que en realidad me dio a mí.

En esta casa a nadie le interesa que ya tenga pechos. Me tratan como a una…

La señorita sube la escalera, oigo sus bufidos, por lo visto tiene prisa…

5 de agosto de 1940

Anteayer llegó Heini. Es el único motivo por el que al final bajé a cenar. Heini llevaba su uniforme nuevo con charreteras, ahora es subteniente. Todos estamos muy muy orgullosos de él porque fue condecorado en la heroica victoria contra la Francia enemiga.

—¿Por qué llorabas, Elfriede? —me preguntó cuando entré en el comedor.

—Se ha puesto terca otra vez —contestó Franzi.

Eso es típico de Franzi. Contesta a preguntas que no van dirigidas a ella porque me las han hecho a mí. Y, claro, ahora los tengo otra vez a todos en contra. La niña malcriada, díscola y obstinada. El diablo pelirrojo…

—Siéntate en tu sitio, por favor, Elfriede —dijo mamá—. Y no nos arruines la alegría del reencuentro.

No dije nada más. Tampoco comí nada. Solo cuando Heini me guiñó el ojo le devolví la sonrisa. Papá me miró unas cuantas veces, pero se quedó callado. Mine, que servía la sopa, hizo un gesto de desaprobación con la cabeza y me dijo que tenía que comer algo porque estaba muy delgada. Pero a mamá le da igual si peso media libra…

7 de agosto

Hoy ha sido un día bonito. He ido a remar al lago con Heini y Franzi, y nos lo hemos pasado muy bien. Franzi ha estado a punto de caerse al agua por querer arrancar un nenúfar. Yo la he sujetado, y Heini se ha ocupado de que el bote no volcara.

Mañana viene Jobst con su novia. La tía Susanne y el tío Alex ya están aquí, duermen en la habitación de invitados. Todos tenemos que apretarnos un poco porque hay muchos invitados a la boda. Yo tengo que dormir con Franzi porque los Wolfert ocupan mi cuarto, y Brigitte, la que se casa con mi hermano Jobst, también dormirá conmigo y Franzi hasta el sábado. Luego Jobst y ella tendrán su propio dormitorio, pero no por mucho tiempo, porque a finales de semana Jobst tiene que volver con su unidad. Brigitte es rubia y lleva los labios pintados. Me ha traído chocolate, como si fuera una niña pequeña…

Esta tarde me han dejado estar con los adultos en el cuarto de caza y beber media copa de vino tinto. Estaba asqueroso, pero he dicho que estaba delicioso. Todos se han reído. Ha sido una tarde divertida, el abuelo y papá han contado historias de cazadores, y el tío Bodo ha cogido la guitarra de mamá y se ha puesto a cantar.

10 de agosto de 1940Por la mañana, hacia las cinco, en la habitación de Franzi

Hoy es la boda. Estoy muy emocionada, pero Franzi y Brigitte siguen dormidas. Brigitte se ha rizado el pelo con unos rulos metálicos, está ridícula. Tiene la nariz chata y los ojos pequeños, no sé qué le encuentra Jobst. Tampoco es simpática. Ayer, antes de dormir, estuvo mucho rato cuchicheando con Franzi. Yo me hice la dormida, pero lo oí todo. Hablaban del compañero que ha traído Jobst. Se llama Iversen, y es comandante. Jobst lo ha invitado como testigo, por si acaso, porque no sabíamos si Heini tendría vacaciones, pero ya no lo necesitamos. Ayer le estuvo haciendo la corte a Franzi. Fuera ya había anochecido y Liese había colocado farolillos en la terraza.

Más tarde fuimos todos por el jardín con lámparas hasta el lago, y Heini repartió a todo el mundo en los botes. Al final subieron Franzi y el comandante Iversen al bote, y yo me senté con ellos. El comandante es alto, tiene el pelo moreno y los ojos muy azules. Se iluminan como si hubiera una luz detrás de ellos. Sabe gastar buenas bromas. Cuando se ríe es cuando más me gusta.

Ahora se ha despertado Franzi. Se ha puesto de costado y ha gruñido. Brigitte no se mueve. Luego tenemos que ayudarla a vestirse. El peinado se lo hará la señorita Sophie, y luego hay que sujetar de algún modo el velo al cabello y a los hombros. Ha dicho que mide tres metros de largo y es todo de encaje.

Fuera llueve…

10 de agosto de 1940En la buhardilla, junto al baúl

Me encontraba fatal, por eso me he ido corriendo. He corrido por el jardín oscuro, mojado por la lluvia, y me he refugiado bajo un plátano; pensaba que tenía que vomitar. Sin embargo, al poco tiempo me encontraba mejor. Me he levantado despacio y me he apoyado en el tronco. Era bonito estar bajo el gran árbol, respirando el aire limpio de la noche y escuchando la lluvia. Solo se distinguía de la mansión una gran sombra angulosa, con las ventanas iluminadas brillando en medio.

Al cabo de un rato cerré los ojos y volví a oír su voz, tan clara como si estuviera a mi lado. «¿Me concede un baile, señorita?»

Como llovía, después del banquete apartaron la mesa larga para poder bailar en el salón.

—¿Me concede este baile, señorita?

Yo miré alrededor porque no podía creer que el comandante se refiriera a mí. Pero detrás solo estaban la abuela Dranitz y el tío Alwin, y con ellos seguro que no hablaba.

—Señorita Elfriede, ¿cierto? ¿Me concede ese gusto? Por favor…

Me sonrió. A mí. De verdad, a mí.

Justo en ese instante ocurrió. Algo sobrenatural. Un rayo desde las nubes celestiales. Todo dio vueltas alrededor, noté los oídos sordos, el piano, las voces y las risas se desvanecieron. Solo quedaban sus ojos, su boca, la mano que me tendía.

—¿Yo? Pero yo… no sé bailar…

Era mentira, pues la señorita había practicado con Franzi, y yo presté mucha atención. Era el vestido. Ese vestido horrible de niña que me quedaba como un trapo rosa.

—No me lo creo. Una chica tan guapa tiene que saber bailar.

Había dicho «guapa». Completamente en serio. Sin sonreír.

Y luego bailamos. Fue maravilloso. Y fue horrible. Volé como un pájaro. Y sentía un miedo terrible. Él me guio. Me dio ánimos y me dijo que era ágil. Y musical. Y me miraba de una manera… No sé cómo. Pero me daba la sensación de que todo en mi interior temblaba y se desmoronaba.

Después no hubo nada más. Bailó con otras, y estuve con la abuela, esperando, pero no volvió a venir. Los milagros siempre ocurren una sola vez.

Entonces salí del salón. En el comedor, los dos criados con librea que mamá había contratado para la boda estaban sirviendo champán y vino en las copas que luego llevaron al salón en bandejas de plata. Las botellas vacías estaban en un carrito de servicio. En todas quedaba un sorbito, y yo me las llevé a la boca y las vacié, incluido el licor casero. Luego me encontré mal.

Escribo aquí arriba porque he escondido mi diario en el baúl. En la mansión hay demasiada gente, no se puede dejar nada importante por ahí.

15 de agosto de 1940

Ya ha terminado todo. Los invitados se han ido. Jobst regresó ayer con su unidad, Heini tuvo que irse hace ya tres días. Y él tampoco está. El comandante Iversen regresó a Berlín justo después de la boda. A primera hora de la mañana el cochero Leo enganchó la yegua y el macho castrado para llevar al tren a los Hirschhausen y al comandante, a Waren. La tía Susanne y el tío Alexander llevaban un montón de maletas y cajas, y mamá encima les ha dado productos ahumados y verdura en conserva. El comandante llevaba solo una maleta pequeña, la sujetaba en el regazo porque ya no quedaba sitio en el landó. Al irse alzó la vista y yo abrí la ventana para saludar. Me daba igual llevar solo el camisón. Levantó el brazo y me saludó. Luego la tía Susanne le dio un codazo en el costado a su marido y miró hacia arriba. Los dos hicieron un gesto de desaprobación con la cabeza.

Cuando se fue, una pena profunda se apoderó de mí. Solo podía pensar en él, daba igual dónde estuviera ni qué hiciera. Siempre veía sus ojos brillantes. Oía su voz. «Señorita, concédame el honor…»

En la casa nadie se ocupa de mí. Papá y el inspector se pasan todo el día fuera porque el centeno ya está segado y trillado, y mamá se ha ido a Güstrow, a casa del tío Bodo. También Grete, la hermana pequeña del carretero Schwadke a la que mamá había contratado para que ayudara, se ha ido. Lleva unas trenzas gruesas de color cobre y tiene la piel muy blanca y pecosa. Me cae bien porque es pelirroja, como yo. Cuando se ríe inclina el torso hacia atrás y se tapa la boca con la mano. A veces jugaba con ella a pillar en el jardín. Cuando aún estaba Heini se unió al juego dos veces, y fue divertido.

Ahora estoy completamente sola, abandonada por todos en la orilla del lago, mirando los insectos tejedores que corren con sus largas patas de hilo sobre la superficie del lago. La señorita Sophie está de vacaciones, de visita con su familia en Schwerin, y Franzi está pegada a Brigitte. Cuando entro en la habitación a verlas paran de hablar, y Franzi pregunta de manera muy desagradable qué quiero.

—Sentarme en el sofá a leer un libro.

—Eso también puedes hacerlo arriba, en tu habitación.

Sé que nadie me soporta.

En el patio todo está lleno de polvo. Los trabajadores polacos han extendido unos paños grandes para trillar el cereal. Golpean las espigas con los mayales, una detrás de otra. Pim, pam, pim, pam. El ritmo es importante, porque de lo contrario se molestarían unos a otros. Papá dijo que el año que viene tendríamos una máquina de trillar.

Aquí, en el lago, el ruido llega amortiguado. El agua brilla al sol, en la orilla, donde los sauces sumergen sus ramas, se esconden las crías de pato. Siento una pena horrible porque no paro de pensar en él.

Creo que si ahora mismo me ahogara en el lago, ni siquiera se darían cuenta. Como mucho cuando no apareciera para la cena…

17 de agosto de 1940En mi habitación, hacia las once de la noche

He cerrado la puerta. Fuera no hay nadie despierto, pero lo he hecho de todas formas. Me he dado cuenta de que funciona mejor con la puerta cerrada.

«Estimado comandante…», empiezo a escribirle la carta. Por desgracia, mi letra parece un garabato. Antes me parecía ridículo molestarse en escribir con una letra bonita, pero ahora me gustaría haber practicado más.

«Estimado comandante Iversen…»

Empiezo tres veces y vuelvo a tirar la hoja. De pronto me vienen a la cabeza las novelas de mamá que no me permite leer. Están en la biblioteca, en la parte baja de la estantería. La señorita Sophie dice que esos libros pecaminosos arruinarían el ánimo infantil. Pero a mí me parecen muy prácticos, porque de pronto sé lo que quiero escribir:

Ha dejado usted una impresión imborrable en mi alma, y me resulta completamente imposible olvidarle. Si volviera a venir a la mansión Dranitz sería la persona más feliz bajo el sol.

Le espera impaciente,

Su ELFRIEDE VON DRANITZ

Suena un poco exagerado, pero las cartas de amor se escriben así. Seguro que lo entenderá.

Mamá apuntó su unidad en el librito donde anota todas las direcciones. Lo vi porque ayer estaba abierto sobre su escritorio en el saloncito.

Cuando termino, doblo la carta y la meto en un sobre. Mañana se la daré a Leo, el cochero, que va a Waren a recoger a la señorita Sophie de la estación. Puede llevar la carta a correos.

Luego tendré que esperar. Tal vez llegue rápido. Quizá tarde mucho. Pero algo pasará. Eso seguro.

26 de septiembre de 1940

Hoy, cuando estábamos desayunando, ha llegado una carta con el correo. Papá le ha dado vueltas en las manos, y luego la ha abierto. La ha leído rápido, luego se ha dado cuenta de que mamá lo estaba mirando todo el tiempo y se ha levantado de la mesa. Se ha acercado muy despacio a mamá, le ha dejado la carta delante y luego la ha estrechado entre sus brazos. Mamá se ha llevado la mano a la boca, pero aun así se la oía llorar. Papá le ha acariciado los hombros mucho rato, como si no quisiera parar nunca.

—¿Jobst? —ha preguntado Brigitte a media voz.

Mamá ha negado con la cabeza, no podía hablar.

—Heinrich —ha dicho papá—. Hace tres días. Mientras patrullaba. Con alevosía y por la espalda.

Se ha desmoronado. Ha sido un momento horrible. Nunca había visto a papá tan desvalido. Ha llorado. Llorar de verdad. Y eso que siempre dice que solo las chicas lloran.

—Ahora tenemos que ser fuertes, Elfriede —me ha dicho Franzi—. Nuestro Heini no va a volver.

Me ha rodeado con los brazos y se ha puesto a llorar a mares. Tenía la blusa y el pelo completamente mojados.

—Tú tranquila —le he susurrado al oído—. Seguro que Heini vuelve. Por lo menos por Navidad. Me lo prometió.

16 de octubre de 1940

Ayer lo trajeron. El ataúd estaba en un depósito militar junto con cuatro más, que se llevaron a Malchin y Demmin. No quisieron decirnos los nombres, pero en las cajas mortuorias también había oficiales. Mamá dice que en nuestra familia varios hombres jóvenes ya sufrieron una muerte heroica porque la mayoría eligió la carrera militar. Vuelve a estar serena.

No lo entendí hasta que no estuve en el pasillo junto a la escalera del servicio y vi a las mujeres abajo, en la cocina, llorando a moco tendido. Entonces comprendí de repente que Heini está muerto. De un tiro. Caído. Fallecido. Me mareé, me pareció ver un gran pájaro oscuro volando por encima de mí. Sus enormes alas, unas alas fúnebres negras, se habían posado encima de mí. Me presionaban contra el suelo y no podía ponerme en pie.

Mine y la señorita Sophie me llevaron al salón verde y me tumbaron en el sofá. Entonces oí que mamá les decía a las mujeres de la cocina que estaba prohibido llorar.

Hoy Heini será enterrado en el cementerio familiar, fuera, en el jardín. Me alegro de que por fin encuentre la paz y nadie más vea su rostro destrozado. Lo han dejado en el salón toda la noche para el velatorio. Solo me han permitido verlo un momento, pero esta vez me alegré de que me echaran enseguida. Llevaba puesto el uniforme de subteniente, con las manos entrelazadas. La cara me resultaba desconocida, estaba desgarrada alrededor de la boca y muy oscura, casi negra. Han dejado flores y coronas al lado del ataúd, y en los dos grandes candelabros a derecha e izquierda ardían las velas.

Cuando lo vi, todo mi interior se volvió de hielo. Me metí en la cama y soñé que Heini remaba por el lago conmigo y que jugábamos a pillar en el jardín. Que saltaba del coche de caballos en el patio y subía los escalones del porche de columnas. Que me llamaba: «¿Elfriede? ¿Dónde estás? ¿Qué has hecho ahora, diablillo? Ven, cuéntamelo…».

El entierro de esta tarde ha sido bonito. Lucía el sol, y las hojas de los árboles del jardín brillaban. Estaban los Wolfert y los Hirschhausen, el tío Bodo y los abuelos. Jobst no ha conseguido vacaciones, ahora está en Noruega. Todos iban vestidos de negro. Yo llevaba un vestido heredado de Franzi y un abrigo de mamá. Ha venido todo el pueblo. La que más lloraba era la pobre Grete. Iba del brazo del carretero Schwadke, su hermano, y estaba muy pálida. Schwadke también estaba afligido porque ha recibido una notificación llamándolo a filas en la Wehrmacht.

Cuando llevaban el ataúd a la iglesia, ha llegado un invitado tardío. Ha venido en un vehículo militar gris con un conductor y el muchacho. Era el comandante.

17 de octubre de 1940Pasada medianoche en mi habitación

No puedo dormir. Contar ovejas no me sirve de nada, ya he imaginado como mínimo cincuenta ovejas y las mismas cabras, pero no puedo contarlas porque se mezclan todas. Tropiezan por todas partes, igual que mis pensamientos.

Tenía tantas esperanzas de que viniera, y de pronto ahí estaba. Ha venido al entierro de Heini. Me llevé un susto cuando lo reconocí. Sí, fui feliz. Se puede estar triste y feliz a la vez. Seguro que Heini lo habría entendido.

No se ha quedado mucho. En la mesa larga se ha sentado entre mamá y Franzi. Ha estado hablando con Brigitte y también con los abuelos. Yo he tenido que sentarme detrás, con el primo Kurt-Erwin y la prima Gerlinde, que nació el mismo año que yo, pero aún es muy tonta y pueril. Ha sido bochornoso sentarme con ellos, seguro que el comandante cree que aún soy una niña tonta. Me ha mirado dos veces y me ha hecho un gesto amable con la cabeza. Nada más. Hacia las cuatro se ha despedido porque tenía que volver a Berlín. Me ha dado la mano rápidamente y me ha murmurado un «le acompaño en el sentimiento». Franzi y mamá han salido cuando se iba, pero yo he tenido que jugar a la pulga saltarina con Kurt-Erwin y Gerlinde porque me lo ha pedido la señorita Sophie…

Cuando estaba en el baño me he percatado de que en la habitación de Franzi aún había luz. Se veía por la rendija de la puerta. Probablemente tampoco puede dormir y está leyendo sus libros de poemas. Odio la poesía, porque la señorita siempre quiere que me aprenda alguno de memoria.

13 de noviembre de 1940

Ha llegado el frío. Hoy a primera hora el tejado rojo de la casa del inspector estaba blanco por la escarcha, igual que las casitas a ambos lados de la mansión, las de caballería, donde se veían hilos de hielo en las tejas. Liese ha recorrido toda la casa a primera hora para encender las estufas. Ayer mamá y papá tuvieron la misma discusión de todos los años. Papá considera que se gasta demasiada madera. Los dormitorios solo hay que calentarlos cuando hay alguien enfermo, y las estancias que la familia no utiliza tampoco necesitan estufas. Mamá, en cambio, no quiere dejar que el salón verde y la biblioteca se enfríen del todo por el papel pintado y los costosos muebles. Además, hay que pensar en el agua.

Como de costumbre, papá ha cedido en la mayoría de los puntos, y mamá ha prometido dar instrucciones a las chicas para que ahorren madera.

Franzi quiere ir a Berlín a estudiar fotografía. Papá de momento se niega, porque a mamá le preocupa que encuentre malas compañías allí. Son artistas de dudosa moral. Toda una Franziska von Dranitz no puede arruinar su reputación.

Franzi considera que mamá está desesperadamente anticuada. Según ella, hoy en día es normal que una mujer aprenda un oficio, solo hay que ver las películas de la genial Leni Riefenstahl. Sin embargo, no era un buen ejemplo, porque mamá había leído algo sobre esa mujer en la prensa.

—¿Y qué has leído? —pregunté.

—Eres demasiado joven para eso, Elfriede —contestó mamá—. Pero Franziska sabe perfectamente a qué me refiero.

Antes he ido a la habitación de Franzi. Se ha alegrado de verme y me ha dicho que soy la única que la puede entender. Brigitte es una boba que repite lo que sale de boca de mamá, y además siempre se encuentra mal porque está embarazada.

He estado mucho tiempo con Franzi y hemos hablado sobre Berlín. Eso es la auténtica vida, ha dicho. Aquí, en la mansión, una mujer joven solo puede marchitarse. Ha sido muy cariñosa conmigo y me ha regalado dos vestidos, con sus zapatos a juego. Ya soy casi tan alta como Franzi. En febrero cumpliré quince años.

27 de noviembre de 1940

Ha ocurrido algo horrible. La pobre Grete Schwadke está muerta. Esta mañana a primera hora la ha encontrado su madre sin vida en la cama. No querían decirme de qué había muerto, pero lo he oído junto a la puerta de la cocina. La cocinera Hanne ha dicho que la ha matado la vieja Koop. Y Liese ha comentado que Grete era preciosa. Demasiado. Y demasiado joven. Entonces Mine ha asegurado que todos deberían haber cuidado mejor de la chica. Ni siquiera sabía cómo explicárselo por carta a Karl-Erich. Se desesperaría del todo, le tenía mucho cariño a su hermana y aún quería más a Mine por cuidar de la chica. En ese momento la señorita Sophie me ha pillado escuchando y he tenido que subir con ella a la biblioteca, donde he tenido que escribir veinte veces: «Nunca volveré a escuchar detrás de una puerta porque es una insolencia y da mal ejemplo a los empleados».

Sigo sin saber de qué ha muerto la pobre Grete. Si la vieja Koop la ha matado, ¿cómo lo ha hecho? ¿Esa bruja asquerosa entró de noche en el dormitorio para matarla?

Pues no me lo creo. Va coja, y ya no tiene muy buena vista. Pero, por si acaso, cerraré bien mi ventana.

2 de diciembre de 1940

Ha nevado durante la noche. Lo he sabido en cuanto me he despertado porque en el patio se oía rascar la pala sobre los adoquines. Cuando he corrido las cortinas los cristales estaban llenos de flores de escarcha. Son maravillosas, tan delicadas y transparentes, pero pronto el sol las derretirá hasta convertirlas en gotitas de agua.

En el patio, Leo y dos jóvenes mozos de cuadra han abierto un camino para el coche de caballos. Mamá y Franzi querían ir hoy a Berlín. Franzi tiene una oferta de un estudio de fotografía y mamá quiere verlo todo bien antes de dar su permiso. Franzi viviría en casa de la tía Guste y el tío Albert, unos parientes de mamá. Ya son bastante mayores, pero no los he visto ni una sola vez.

Franzi siempre consigue lo que se propone.

La señorita Sophie se irá de la mansión después de Navidad porque se casa, así que me pondrán una señorita nueva. Será la cuarta y espero que la última educadora. No me gusta nada estudiar. Calcular es fácil, pero los dictados me parecen horribles. Aún peores son las redacciones, no paro de mordisquear el lápiz y no se me ocurre nada hasta que casi ha pasado el tiempo. Lo peor es memorizar, porque se me olvidan enseguida las palabras y frases. Por desgracia, ahora mismo la señorita Sophie se esfuerza especialmente conmigo. Tengo que sentarme con ella a hacer tareas no solo por la mañana, sino también dos horas más por la tarde. No quiere que su sucesora la culpe, así que ahora tengo que pagar yo que me haya enseñado mal. ¡Es increíble! Me encantaría ir a Berlín. Él está allí y tal vez podría verlo. Pero mamá no quiere que vaya con ellas de ninguna manera.

12 de diciembre de 1940

Ayer volvieron. El coche de caballos estaba lleno de paquetes, Mine y Liese tuvieron que subir la escalera por lo menos cinco veces y volver a bajar hasta que todo estuvo en su sitio. Papá hizo un gesto de desaprobación y dijo que no entiende cómo habían metido todas esas cosas en el compartimiento del tren. Franzi se lanzó a su cuello y le besó en las mejillas. Estaba muy relajada y no paraba de reír.

Durante la cena han estado hablando de Berlín. De la pensión donde se habían alojado. Del Tiergarten. De la ópera. De una plaza Ku'Damm por donde habían «vagado». También han ido al cine y han visto una película sobre Bismarck. A mamá el estudio de fotografía le ha parecido muy correcto, está en Charlottenburg y el dueño le ha dado una impresión muy seria.

—Hemos acordado que después de Navidades, para empezar, contratará de prueba cuatro semanas a Franziska. Luego ya veremos —informó, y después ha contado que en el Tiergarten se encontraron por casualidad con el comandante Iversen y las acompañó a la ópera y al cine.

—El comandante Iversen ya no tiene familia —dijo mamá—. Cuando termine su servicio, vendrá a Dranitz unos días por Navidad. Lo he invitado.

Enseguida me pareció oír campanas en la cabeza. «¡Va a venir!», grité de júbilo por dentro. «Por Navidad estará aquí, con nosotros. Ha recibido mi carta y sabe que lo espero».

Después de cenar estuvimos un rato juntos en el cuarto de caza. El inspector Schneyder también nos acompañó y papá sirvió vino tinto francés. Dentro de unas semanas el inspector Schneyder tiene que irse a la Wehrmacht. Papá dijo que lo iba a echar mucho de menos. Brigitte fue la primera en irse a dormir, está cada vez más delgada y pálida, pero por lo menos ya no vomita después de cada bocado. Era asqueroso, yo misma me encontraba muy mal cuando se levantaba de la mesa de un salto y se iba corriendo.

Más tarde Franzi y yo subimos juntas la escalera.

—Tengo que hablar contigo, Elfriede… —dijo.

Yo estaba demasiado contenta para notar algo. El hecho de que no se dirigiera a mí con un diminutivo tendría que haberme llamado la atención. Quiso que fuera a su habitación, y yo obedecí. Hacía un frío terrible en los dormitorios, pero Mine había cerrado las contraventanas y había puesto bolsas calientes en las camas.

—El comandante Iversen me ha dado esto… —Franzi abrió su bolsa de viaje, con un bordado de colores, y empezó a buscar dentro. Sacó algo. Un sobre. Con mi letra. Sacó la carta del sobre, leyó por encima las escasas frases y me miró con un gesto de desaprobación—. Creo que tú misma sabes lo insensato que ha sido tu comportamiento, ¿no?

No pude contestar, estaba helada hasta los huesos. Le había dado mi carta a Franzi. ¿Qué significaba eso?

—Al principio, el comandante pensó que tu carta era una broma, pero luego temió haber cometido una torpeza durante su estancia en Dranitz. Por eso me pidió consejo y le prometí solucionar el asunto contigo.

Yo seguía callada. Despacio y sin piedad se fue rompiendo algo grande y bonito en mi interior, se desintegró y los pedacitos se fueron volando con el viento como hojas de otoño.

—Esta historia quedará entre nosotras, ¿de acuerdo? Mamá se alteraría demasiado, no vale la pena. —Franzi me sonrió. Me clavó un puñal en el corazón con una sonrisa—. Por favor, prométeme que nunca vas a volver a hacer algo tan inoportuno. Es muy bochornoso, he pasado mucha vergüenza por ti.

De pronto la odiaba. Ahí delante, con esos aires de superioridad. Tan displicente. Con mi carta en la mano, gesticulando con ella. El cuerpo del delito. La prueba de mi increíble estupidez. Salté hacia ella como un rayo, le arranqué la carta de la mano y le di un golpe en el pecho con todas mis fuerzas. ¡Eso sí que no se lo esperaba! Oí el grito, medio ahogado, entre jadeos, pero yo ya estaba en el pasillo. Me puse a salvo en mi cuarto, di un portazo y cerré por dentro. Apoyé la espalda en la puerta y escuché. Nada. Solo mi estúpido corazón, que latía como un martillo de forja. Más tarde me senté en el suelo y rompí la carta en mil minúsculos trocitos. Paré cuando fueron tan pequeños que ya no podía manejarlos, ni siquiera con las uñas. Aún abrumada por la vergüenza y la decepción, lo recogí todo, abrí la ventana y lo solté en la noche.

19 de diciembre de 1940

Todas las mañanas, antes del desayuno, camino hasta el cementerio para hablar con Heini. Nuestro sepulcro familiar está rodeado de un muro bajo de ladrillo, con una pequeña capilla en el medio, y alrededor están situadas las lápidas. Algunas son muy antiguas y están tan cubiertas de moho y manchas grises que apenas se leen los nombres y las fechas. La tumba de Heini es un montículo bajo con coronas de hoja de pino y hiedra, aún no hay lápida, solo una cruz de madera.

Subteniente Heinrich-Ernst von Dranitz

Nacido el 15 de marzo de 1917

Caído por la patria el 23 de septiembre de 1940

En primavera tendrá una lápida como Dios manda, papá ya la ha encargado.

A Heini puedo contarle todas mis penas. Igual que antes, cuando aún estaba vivo. Me escucha y me da consejos. Nunca me reprocha nada. A veces se ríe de mis historias, otras me dice que se alegra cuando voy a verlo. Se siente muy solo en el cementerio. Le he prometido visitarlo todos los días. Mientras viva.

Me ha aconsejado que no pierda el tiempo en pensar más en él. Es un traidor.

«No te merece, pequeña Elfriede», oigo que dice. «Déjalo. Vendrán otros. Vendrá el adecuado. Un día. Estoy seguro».

«Sí», contesto. «Tienes razón, Heini». Entonces busco grava y la coloco en su montículo de manera que parezca un corazón. No le digo a Heini que para mí no hay otro. Solo él. Y un día será mío. Estoy segura.

26 de diciembre de 1940

Casi me muero. Fue horrible. Jamás volveré a hacerlo. Me duele todo un horror. Los brazos, las piernas, la cabeza, la barriga. Sobre todo, el pecho. Como si me ardiera un fuego dentro. Papá se sienta en mi cama y me acaricia la cabeza. «¿Por qué lo has hecho, Elfriede? ¿Por qué?»

No sabía que me quisiera tanto.

Todos los demás en esta casa me odian. Sobre todo, Franzi. Me dijo a gritos que soy un maldito bicho y que solo lo había hecho para estropeárselo todo. Se equivoca. Lo he hecho porque me ha mentido y engañado. Y porque no puede hacerme eso.

Él llegó ayer con Jobst, que tiene dos días de vacaciones por Navidad. Fuimos todos juntos a la misa de Nochebuena en la iglesia del pueblo, luego mamá y Franzi obsequiaron a nuestro pueblo. Como todos los años. Pero apenas había hombres, casi todos estaban con la Wehrmacht. Las mujeres y las niñas recitaron poemas de agradecimiento y, mientras las escuchábamos, vi cómo él ponía un brazo con mucho cuidado alrededor del hombro de Franzi. Entonces entendí lo tonta que había sido. Más tonta que un arado. Hice como si no viera nada, pero ahora sabía que mi hermana Franzi era una traidora cruel. Por eso no me sorprendió en absoluto lo que ocurrió por la noche. Esperaron hasta que Mine y Liese llevaron los postres, buñuelos de harina con ciruelas pasas, además de vino dulce húngaro. Mamá no quería baile porque Heini ha caído, por eso llevaba también un vestido negro.

Papá ha pronunciado un discurso. Ha dicho que su hijo menor tuvo una muerte heroica y que la vida debe continuar, pese a todo. Luego ha anunciado el compromiso.

El comandante y Franzi han recibido las felicitaciones de todo el mundo, y Jobst quería ser testigo a toda costa. Brigitte le ha dado un abrazo a Franzi y la ha llamado «hermana», y mamá tenía lágrimas en los ojos.

Nadie me prestaba atención. He salido corriendo al jardín, he cruzado el gran prado y luego he corrido entre los árboles. La hierba estaba blanca de escarcha, y las hojas de pino tenían puntas de hielo plateadas. Cuando ya estaba casi en la orilla del lago, he oído que alguien me llamaba. Creo que era Mine. Las luces de la mansión se reflejaban mortecinas en el lago helado, vi la casa guardabotes y subí a la pasarela. Entonces me di cuenta del frío que hacía. El hielo crujió un poco, pensé en el agua oscura y fría que había debajo y me entró miedo. Me dieron ganas de dar media vuelta y volver corriendo a la casa, si no hubiera sido porque oí de pronto una voz.

—¡Elfriede! ¡Vuelve ahora mismo!

Era mi hermano Jobst. Mine debía de haberlos alertado a todos. Vi luces entre los árboles, antorchas, linternas. Franzi estaba con ellos, la oía gritar, y también a él.

—¡Señorita Elfriede! —me llegó su voz—. ¡No haga ninguna tontería, se lo ruego!

Entonces supe que tenía que hacerlo. Me senté en el borde de la pasarela y coloqué los pies en la superficie de hielo. Luego me puse en pie. El hielo aguantó unos cuantos pasos, luego crujió y se rompió a mi alrededor, y de pronto todo fue muy rápido. El agua negra me engulló.

Fue bonito estar muerta. Solo que el despertar fue horrible.