Cuando solo habían sonado tres canciones el camionero Jerry ya empezó a dar su no preguntada opinión —¿Por qué ese afán de hacer máquinas asesinas eh?— dijo con tono burlón y le ignoré; pero siguió hablando.
—A ver, vosotros tenéis experiencia de sobra para haberle dicho que no era una buena idea. Yo estuve en el famoso accidente ¿Sabes?— Se calló por un instante con una expresión lúgubre y de espanto. Cómo agradecí ese silencio, ojalá no hubiera dicho más —Estuve en esa misma sala con dos amigos más, nos echaron de allí diciendo que esa muñeca, ese monstruo, estaba sin acabar. Juro que no la vi— dijo con lágrimas en los ojos —Siento la pérdida— agregó.
—Yo también siento mi pérdida— le contesté —Pero estoy arto de la falsa compasión de la gente— admití con la mayor frialdad posible. Jerry se quedó perplejo y continué —Si tanto lo sientes ¿Por qué no diste tu testimonio?,¿Por qué no ayudas con la búsqueda?,¿Por qué no te fijaste mejor ese día Jerry? Crees que está muerta ¿Verdad? Lo está, pero del asco hacia las personas, los salvadores de la palabra que se van del pueblo sin dar alguna pista ni contactar con las autoridades de otros pueblos, ciudades, ¡Hasta estados Jerry, eres un puto camionero!— paré, dos segundos paré.—Pero yo no puedo quejarme, no recuerdo nada. Es como si no tuviera voz en este caso, je— me calmé.
No me di cuenta por mi pataleta de que llegamos ya a Hurricane. Me bajé del camión y Jerry, en un intento de calmarme dijo —No pierdas la cabeza Sam, siento haber sacado el tema—.
Simplemente asentí, ya me dio igual ese juego de palabras tan retorcido y de mal gusto por que sé que no lo hizo adrede; ya que al marcharme se quedó blanco como la nieve. Y yo, por fin, me dirigía a mi casa para poder descansar de esta tortura llamada día.