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Episodio 7: Muchas cosas.

Victor se encontraba sentado en una silla improvisada, mirando a las mujeres reunidas frente a él. A su alrededor, sus esposas, Bianca, Luci, Karen y María, también mostraban signos de incomodidad. La situación generada por la llegada de Natalia y las demás mujeres reclamando respuestas sobre los niños era tensa, y las miradas desconfiadas hacia Victor solo aumentaban su malestar.

Bianca, con su habitual serenidad, trataba de mantener la calma, pero era evidente que no estaba cómoda con la escena. Luci y Karen se miraban entre sí, tratando de encontrar algún tipo de explicación o solución a lo que estaba ocurriendo. María, la más reciente de sus esposas, observaba con preocupación, sin estar del todo segura de cómo manejar la situación.

—Bueno… —comenzó Victor, rascándose la cabeza, incómodo bajo la mirada penetrante de Natalia—. Creo que esto ha sido un malentendido bastante grande. No esperaba que… —tragó saliva— que todo esto pasara de esta manera.

Natalia, cruzada de brazos y con el ceño fruncido, no parecía dispuesta a aceptar excusas. —¿Un malentendido? ¿Malentendido es que tengamos hijos tuyos y no hayas tenido la decencia de aclarar lo que realmente sucedió? —dijo, su tono frío pero cargado de reproche.

—Ehm, bueno, la verdad es que… —Victor titubeó, mirando de reojo a Bianca, esperando que ella interviniera. Sin embargo, Bianca solo le devolvió una mirada de "esto es tu problema".

—No fue culpa mía —continuó, sabiendo que debía aclarar las cosas cuanto antes—. Fue por culpa de Evil Victor. Él fue quien causó esto, no yo. Yo nunca… —se detuvo, sabiendo que intentar defenderse demasiado sonaría sospechoso.

—¿Y cómo podemos saberlo? —interrumpió otra de las mujeres, visiblemente molesta—. Necesitamos pruebas, Victor. No podemos quedarnos con una simple excusa.

—Sí, pruebas —repitió Natalia, entrelazando sus dedos en el cabello de Victor y tirando suavemente como advertencia—. Queremos ver la verdad.

Las esposas de Victor lo miraron con ojos inquisitivos. Aunque sabían que él no mentiría, la situación seguía siendo incómoda para todas ellas. Bianca, en un esfuerzo por aliviar la tensión, se adelantó.

—Lo resolveremos de la mejor manera posible —dijo con calma—. Les construiremos casas a ustedes y a los niños para que tengan un lugar donde quedarse. Pero, Victor… necesitamos aclarar esto de una vez por todas. No puede haber más incertidumbre.

Victor suspiró, claramente incómodo. —Está bien, está bien. Haré lo que sea necesario para demostrar que todo esto no fue por mi culpa. —Se levantó y miró a las mujeres—. Tendremos que encontrar la forma de hacer las pruebas que mencionaron.

Las mujeres asintieron, aunque la desconfianza todavía rondaba en sus miradas. Victor sabía que, aunque había dado un paso hacia la resolución, aún quedaba un largo camino por recorrer para limpiar su nombre y aclarar la situación.

Victor, con una mezcla de frustración y resignación, suspiró profundamente antes de decidir que ya era hora de enfrentar la situación directamente. Con la mirada fija en el suelo por unos momentos, se levantó lentamente y, mirando a sus esposas y a las mujeres frente a él, murmuró:

—Esto tiene que parar. Si alguien puede aclarar todo, es él.

Victor, con un gesto de su mano, activó su dispositivo de comunicación, llamando a la única persona capaz de explicar lo sucedido: Evil Victor. Después de unos momentos de espera, una figura oscura apareció en la pantalla holográfica. Evil Victor, con su habitual sonrisa torcida, observaba a su contraparte con curiosidad.

—Vaya, vaya… —dijo Evil Victor, con su tono burlón—. ¿A qué debo el honor de esta llamada, querido yo?

Victor respiró profundamente, tratando de mantener la compostura. —No estoy para tus juegos, Evil Victor. Necesito que aclares algo. Tus acciones están afectando mi vida, y tengo que arreglar este desastre que dejaste.

Evil Victor rió ligeramente, inclinándose hacia la pantalla. —¿Ah, sí? ¿Te refieres a los niños? ¿A todas esas mujeres? —dijo con un tono sarcástico—. No puedo evitar sonreír ante el caos que generé. Es hermoso, ¿no te parece?

Victor cerró los puños, tratando de contener su enojo. —No. No es hermoso, y quiero que aclares todo de una vez. Tienes que decirles la verdad. Ellas creen que todo esto es culpa mía, cuando tú fuiste el responsable.

Evil Victor hizo una pausa, su sonrisa se desvaneció un poco. —Oh, ya veo… quieres que me haga responsable. —Se encogió de hombros—. ¿Y por qué haría eso? Me divierte ver cómo te retuercen el cuello, hermano.

—Porque si no lo haces, yo mismo me encargaré de ti —respondió Victor, su tono lleno de determinación—. Y créeme, no te gustará lo que tengo preparado.

Evil Victor lo miró fijamente durante unos segundos, antes de soltar una risa suave y asentir con la cabeza. —Está bien, está bien. No quiero arruinar mi día por un enfrentamiento innecesario contigo. Aclararé las cosas, pero solo porque me divierte ver cómo intentas limpiar tu desastre.

Evil Victor giró la cabeza y miró a las mujeres que estaban detrás de Victor. —Escuchen bien, damas. Los niños que tienen no son de Victor, sino míos. Aunque claro, como ambos compartimos la misma genética, entiendo por qué pueden haberse confundido. La esencia, la sangre, son iguales. Pero el caos, el desorden... es mío.

Las mujeres, atónitas por la confesión, miraron a Victor, quien simplemente levantó las manos en señal de inocencia. Evil Victor, por su parte, soltó una risa maliciosa antes de cortar la comunicación.

Victor, aliviado pero aún molesto, se giró hacia las mujeres. —Ahí lo tienen. Espero que esto ponga fin a toda esta confusión.

Justo cuando Victor pensaba que el asunto estaba resuelto, sintió una extraña sensación detrás de él. Antes de que pudiera reaccionar, Evil Victor se teletransportó de repente, apareciendo justo detrás de él. Con una sonrisa traviesa en el rostro, Evil Victor susurró:

—Buu...

Victor dio un pequeño salto, sorprendido por la repentina aparición. Se giró bruscamente con los ojos entrecerrados, claramente molesto.

—¿De verdad, Evil? —dijo Victor, cruzando los brazos—. ¿No tienes nada mejor que hacer que molestarme?

Evil Victor soltó una carcajada. —Oh, vamos, hermanito. Tienes que relajarte. Si no me divierto contigo, ¿con quién lo haré? Además, tu cara cuando te asusto es… impagable.

Victor respiró hondo, intentando mantener la calma. Sabía que enfrentarse a Evil Victor en ese momento solo lo empeoraría todo, pero la frustración comenzaba a acumularse.

—Ya resolviste el malentendido —dijo Victor, con una voz firme—. Así que no veo por qué sigues aquí.

Evil Victor se encogió de hombros, aún sonriendo. —No podía resistir la tentación de ver tu reacción en persona. Además, este lugar está lleno de tensión, y no hay nada más divertido que el caos, ¿no crees? —dijo mientras daba un paso hacia adelante.

Victor lo miró fijamente, pero sin perder la compostura. —Solo te pido una cosa —dijo en un tono firme—. Si ya terminaste de jugar, vete. Tengo que resolver las cosas aquí, y tu presencia no ayuda.

Evil Victor hizo una pausa, observando a su contraparte con una mezcla de admiración y burla. Finalmente, levantó las manos en señal de rendición. —Está bien, está bien. Te dejaré en paz… por ahora. Pero sabes que no puedo prometer quedarme lejos por mucho tiempo.

Cuando Evil Victor apareció detrás de Victor con su sonrisa traviesa y su actitud despreocupada, algunas mujeres en el lugar, especialmente Natalia, no pudieron evitar un escalofrío que recorrió sus espaldas. El mero hecho de verlo les recordó de inmediato los momentos traumáticos que habían vivido a manos de su versión oscura. La risa burlona y su presencia intimidante trajeron a la superficie recuerdos que preferirían olvidar.

Natalia dio un paso atrás, el terror pintado en su rostro. Su respiración se aceleró, y su mirada se oscureció al recordar los horrores del pasado. Otras mujeres cercanas también comenzaron a mostrar signos de miedo y ansiedad. Murmullos nerviosos se extendieron entre ellas, y algunas incluso se llevaron las manos a la boca, conmocionadas por el repentino recordatorio de su sufrimiento.

Victor, al percatarse del cambio en el ambiente, de inmediato miró a las mujeres y entendió lo que estaba ocurriendo. Su mirada pasó de la molestia a la preocupación. Sabía que Evil Victor no era solo una molestia para él; su mera existencia era una fuente de dolor para muchas de las mujeres que estaban allí. Al ver el miedo en sus ojos, Victor se volvió hacia el lugar donde Evil Victor había desaparecido, sintiendo una ola de culpa e impotencia.

—No debí llamarlo —murmuró Victor para sí mismo, claramente afectado por la reacción de las mujeres.

Se acercó a Natalia, quien estaba visiblemente conmocionada, y le habló con una voz suave pero firme.

—Él no puede lastimarlas más. Lo prometo —dijo, tratando de brindarles algo de consuelo—. Ya no es el mismo… o al menos, eso quiero creer. Pero si alguna vez vuelve a cruzar esa línea, no dudaré en detenerlo.

Natalia lo miró con los ojos llenos de miedo, pero también de una furia contenida. Victor sabía que las palabras no podían borrar el dolor que Evil Victor les había causado, pero no dejaría que volviera a suceder. Se comprometió en su interior a protegerlas, sin importar lo que sucediera.

Evil Victor se teletransportó de regreso a su propio reino, el lugar donde compartía su vida con Victoria. Apareció en el vasto salón del castillo, rodeado por el ambiente oscuro y místico que reflejaba su propia naturaleza. La atmósfera se sentía densa, con una energía que siempre lo hacía sentir en control. Pero esta vez, al ver a Victoria esperándolo, algo era diferente.

Victoria, parada frente a la entrada, lo observaba con una mirada fría e intensa. Su postura firme y la expresión en su rostro lo decían todo: estaba molesta, y no iba a disimularlo. El cabello de Victoria, que normalmente caía en suaves ondas, parecía electrificado por la ira contenida. Sus ojos brillaban con una mezcla de enojo y decepción.

—¿Y se puede saber dónde has estado? —preguntó Victoria con un tono que dejaba claro que no estaba dispuesta a dejar pasar el asunto.

Evil Victor, acostumbrado a su propio dominio sobre las situaciones, esbozó una sonrisa confiada, pero incluso él sabía que esta vez la situación sería diferente.

—Solo fui a hacer una visita rápida, nada importante —respondió, restándole importancia al asunto, como siempre solía hacer cuando intentaba evitar confrontaciones.

Pero Victoria no se dejó engañar. Dio un paso adelante, cerrando la distancia entre ambos.

—¿Una visita rápida? —repitió, su voz cargada de sarcasmo—. No me importa si fue rápida o no. Lo que importa es que te fuiste sin decirme nada. Ni una palabra, ni una señal. Y sabes que odio cuando haces eso.

Evil Victor, que en cualquier otra circunstancia podría haber reaccionado de manera desafiante, se encontró sorprendido por la intensidad en la mirada de Victoria. A pesar de su poder y su habilidad para enfrentarse a cualquier adversario, cuando se trataba de ella, las reglas eran diferentes.

—Victoria, no pensé que fuera para tanto… —comenzó a decir, pero se detuvo al ver que sus palabras no calmaban el enojo de su esposa.

—Siempre es lo mismo, Victor. Me prometiste que seríamos diferentes, que dejarías de lado esas actitudes. ¿Y ahora te vas, dejando todo atrás, sin siquiera avisarme? —Victoria cruzó los brazos, manteniendo su mirada fija en él—. Somos un equipo. Pero si sigues actuando por tu cuenta, eso no significa nada.

Evil Victor suspiró, dándose cuenta de que, por más que intentara controlar la situación, había cometido un error. Se acercó lentamente, bajando la guardia, algo poco común en él.

—Tienes razón, Victoria. Fui un imbécil. No debí irme sin decirte nada —admitió, su tono más suave—. No volveré a hacerlo, te lo prometo.

Victoria mantuvo su postura por unos segundos más, como si estuviera evaluando sus palabras. Finalmente, soltó un suspiro, aunque su expresión aún mostraba algo de descontento.

—Más te vale cumplir esa promesa, Victor. Porque no pienso tolerar que esto se convierta en un hábito. Somos una familia. Y eso significa que tomamos decisiones juntos.

Evil Victor asintió, sabiendo que Victoria tenía razón. Había sido su roca, su compañera, y aunque él siempre había sido un espíritu libre y caótico, ella era el equilibrio que lo mantenía centrado.

—Lo sé —dijo finalmente—. No volverá a pasar.

Victoria lo miró por un momento más, luego se relajó, aunque aún quedaba una pizca de frustración en sus ojos.

—Bien. Porque si te vas de nuevo sin avisar, la próxima vez no seré tan indulgente —añadió, antes de darle la espalda y caminar hacia el trono, dejando que sus palabras quedaran en el aire.

Evil Victor, con su sonrisa habitual, supo que había escapado de una situación complicada. Pero también entendió que no podía permitirse repetir el error.

Victoria, con una determinación peligrosa en sus ojos, cerró la puerta con un leve clic, dejando claro que esta vez, Evil Victor no tenía opción. Sin darle tiempo a reaccionar, lo agarró firmemente del cabello y lo tiró hacia la cama con una fuerza sorprendente. Evil Victor, acostumbrado a controlar la situación, por primera vez sintió una ligera preocupación. Intentó mantenerse tranquilo, pero el aire se volvió tenso en la habitación.

—No estoy jugando, Victor —susurró Victoria mientras se inclinaba sobre él, besando su cuello con un toque que rápidamente se convirtió en algo más oscuro.

Evil Victor, que solía ser el que controlaba, sintió una presión extraña mientras intentaba resistir. No tenía deseos de seguir este juego. Pero Victoria no le daba opción. Sin miramientos, clavó sus uñas en su pecho, rasgando su piel, lo suficiente para dejar marcas. El dolor que sintió era real, pero era la mezcla de esa sensación y la falta de control lo que lo desconcertaba.

—Victoria... —intentó hablar, pero ella lo interrumpió con otro beso, esta vez más agresivo, mordiendo ligeramente su labio inferior.

El pecho de Evil Victor empezó a sangrar ligeramente donde ella lo había herido, pero no era el dolor físico lo que le incomodaba. Era la vulnerabilidad, el hecho de que, por una vez, él no estaba al mando. Victoria se deleitaba en su incomodidad, sabiendo que cada gesto suyo lo afectaba más de lo que él jamás admitiría.

—Esto es lo que pasa cuando desapareces sin decir nada —dijo ella, su voz firme, pero con una chispa de satisfacción.

Evil Victor trató de contenerse, pero cada herida que ella infligía, cada beso que dejaba, aumentaba la tensión. Estaba atrapado entre su orgullo y el dolor que ella le causaba, mientras Victoria mantenía el control, disfrutando de cada segundo en el que él no podía escapar.

Victoria, con los ojos llenos de fuego y determinación, se inclinó aún más sobre Evil Victor, su respiración cálida sobre su piel. Con un movimiento brusco, agarró su cabello oscuro, tirándolo hacia atrás con fuerza, exponiendo su cuello. Evil Victor, que normalmente irradiaba poder y confianza, ahora sentía una sensación de vulnerabilidad que no le era familiar.

—No te irás tan fácilmente —susurró Victoria, su voz cargada de una amenaza dulce pero peligrosa. Sin esperar respuesta, hundió sus dientes en su cuello, con una mordida que no era solo para causar dolor, sino para recordarle que ella tenía control, aunque fuera solo por ese instante.

Evil Victor, por un breve momento, dejó escapar un gruñido, no tanto por el dolor físico, sino por la sensación de impotencia. Las marcas de los colmillos ardían, mientras la sangre comenzaba a correr lentamente. Intentó moverse, pero Victoria lo inmovilizó con su fuerza, su mano apretando con firmeza su pecho, justo donde un corte fresco brillaba por la herida reciente.

—¿Así que creías que podías desaparecer sin decir nada? —preguntó Victoria, sus labios acercándose peligrosamente al oído de Evil Victor, mientras su voz se tornaba aún más oscura—. Este es tu castigo por ignorarme, por olvidarte de mí.

Evil Victor respiró hondo, sus ojos llenos de furia contenida. No era alguien que se sometiera fácilmente, y sentir que alguien lo tenía en esta posición lo consumía por dentro. Trató de soltarse, su cuerpo tensándose bajo el peso de Victoria, pero ella lo empujó con más fuerza contra la cama, su mano recorriendo el pecho herido con una presión que lo hacía estremecer.

—No te atrevas a desafiarme —dijo ella, con una sonrisa cruel en los labios, mientras lo observaba con la seguridad de alguien que había ganado esta batalla.

El cuarto parecía haberse llenado de una tensión insoportable, cada pequeño sonido amplificándose, desde la respiración de ambos hasta los latidos rápidos de Evil Victor, que sentía cómo su poder era inútil en este momento. Al fin, con una sonrisa que mezclaba desafío y sumisión, murmuró:

—Esto aún no ha terminado, Victoria.

Ella, imperturbable, solo le devolvió la mirada con esa misma intensidad salvaje, inclinándose nuevamente sobre él.

—Nunca lo está —respondió antes de morderlo una vez más, dejando claro que esta sería una noche que Evil Victor jamás olvidaría.

Evil Victor, frustrado y agitado, trató de sacudirse, buscando liberarse del agarre feroz de Victoria. Pero antes de que pudiera moverse con éxito, ella ya lo había inmovilizado, atándole las manos con una velocidad y destreza que le hicieron sentir un escalofrío de impotencia recorrer su cuerpo. Victoria lo volteó con fuerza, su rostro ahora enterrado contra la almohada mientras ella se posicionaba sobre él, manteniéndolo firmemente bajo su control.

—No vas a ir a ningún lado esta vez —dijo con una mezcla de deleite y malicia.

Sin darle tiempo a procesar lo que sucedía, Victoria se inclinó y mordió con fuerza su espalda, sus dientes dejando marcas profundas y visibles en su piel. Evil Victor, incapaz de resistir por completo, dejó escapar un sonido entre el dolor y la furia, notando cómo cada mordida se convertía en una nueva cicatriz marcada en su cuerpo. Las marcas moradas y rojas aparecían rápidamente, cada una como una firma de dominio, un recordatorio de que Victoria no tenía intención de detenerse.

Los mordiscos continuaron, esta vez en su cuello, donde la piel era más sensible, el dolor intensificándose con cada contacto de sus dientes. Evil Victor apretó los dientes, su cuerpo tensándose bajo el peso de Victoria, pero sabía que en ese momento no tenía escapatoria. La sensación de las mordidas se mezclaba con la frustración creciente de estar atrapado, y aunque intentaba resistir, el poder de Victoria se hacía sentir más con cada segundo.

—¿Duele? —susurró ella con voz peligrosa mientras continuaba dejando sus marcas—. Bien. Así recordarás que no puedes ignorarme.

Cada palabra estaba cargada de la misma intensidad con la que le mordía, mientras Evil Victor, incapaz de moverse o luchar, sentía cómo su rabia crecía, pero también el reconocimiento de que, al menos por esta vez, Victoria lo había vencido.

Evil Victor soltó un gemido fuerte, una mezcla de sorpresa y vulnerabilidad que resonó en la habitación. Su rostro, normalmente seguro y lleno de arrogancia, se tiñó de un intenso rubor. Se sintió extraño, incómodo, y la mezcla de emociones lo abrumó. Las lágrimas comenzaron a caer de sus ojos, no solo por el dolor de las mordidas, sino también por la sensación de humillación que lo invadía. Nunca había estado en una situación como esta, y la intimidad cruda lo dejó expuesto.

Victoria, viendo cómo su esposo se sonrojaba, no pudo evitar sonreír con una mirada pervertida. Había una mezcla de satisfacción y triunfo en su expresión, como si estuviera disfrutando de cada momento de su dominio. Se inclinó más cerca, susurrando al oído de Evil Victor, disfrutando de su incomodidad.

—¿No se supone que tú eres el fuerte? —bromeó, su voz cargada de burla y picardía—. Mira lo que he hecho contigo, y aún ni siquiera he terminado.

La situación era un torbellino de emociones. Mientras las lágrimas caían de los ojos de Evil Victor, la confusión y la mezcla de dolor y placer se apoderaron de él. La humillación que sentía era nueva y desconcertante, y lo único que podía hacer era permanecer ahí, atrapado en el torbellino de su propia vulnerabilidad. Victoria lo miraba, disfrutando del control que tenía sobre él, cada mordida y cada risa suya reforzando su poder.

Evil Victor trató de despejar su mente, de encontrar una forma de salir de este lío, pero se dio cuenta de que en este momento, su resistencia era inútil. Las lágrimas continuaban cayendo, mezclándose con la angustia de no poder hacer nada mientras la mujer a la que había subestimado le demostraba quién realmente tenía el poder en su relación.

Fin.