Heidi se quedó quieta, sosteniendo un palo en el agua cuya red estaba hecha de alambre en la punta. De vez en cuando, Howard, el cochero de la familia Curtis, y Heidi iban al río para atrapar peces de agua dulce y hoy era uno de esos días.
Su tío, Raymond Curtis, los iba a visitar aquella noche junto a su esposa y su padre le había pedido que preparara pescado para la cena, ya que era la carne favorita de su hermano. No era porque el mercado no los tuviera. El mercado de su ciudad tenía muchos peces, que se vendían a sus conciudadanos, así como a las ciudades circundantes. Howard y Heidi, en lugar de gastar el dinero que se les daba para comprar el pescado, lo guardaban para ellos. Más bien Howard se lo daba a ella aseverando que se estaba haciendo viejo para ahorrar a su edad.
Sus pies estaban sumergidos en el agua fría mientras ésta se dirigía hacia ellos, entretanto se vieron envueltos por el sonido tranquilo del agua que fluía a un ritmo cambiante.
—La cantidad de peces ha disminuido —señaló. Había pasado casi un mes desde la última vez que habían visitado el arroyo y la cantidad de peces que nadaban hacia su ciudad definitivamente se había reducido.
Howard, que había capturado con éxito dos peces con el palo cincelado, habló con su voz profunda cuando salió del arroyo:—Es posible que sea porque riachuelo ha pasado antes por la ciudad anterior a nosotros. Deben estar atrapándolos para ellos mismos o para enviarlos a la ciudad principal de Woville —dijo después de colocar el pescado en la canasta.—¿Cuántos tienes allí? —le preguntó a ella.
—Tres —sonrió Heidi, haciendo sonreír al hombre de mediana edad.
—Por supuesto —dijo él, al otro lado de la orilla del agua.
Después de meses de experiencia, la joven estaba mejorando en la captura de los peces. La vio alzar la vara concentradamente, la red entrando y saliendo junto con los movimientos de su mano. Casi atrapó el pez antes de que saltara, escapando de la trampa que ella le había tendido.
—Parece que tenemos compañía —escuchó a Howard hablar y se dio la vuelta para ver a un hombre rubio caminando hacia la corriente del río junto con las ovejas, que habían empezado a dispersarse. Era Noah Arendel. Su pelo dorado irradiaba como los rayos del sol, su caminata no era lenta ni rápida, sino que se movía de manera normal mientras observaba a sus ovejas. Al ver a Heidi, la miró sorprendido antes de saludarla con una amplia sonrisa.
—Buenas tardes, señorita Heidi —saludó Noah y luego hizo una reverencia a Howard, que el hombre le devolvió.
—Buenas tardes —respondió ella cortésmente.
—Tiene mucho talento, ¿no es así, señorita Heidi? —la felicitó al ver lo que estaba haciendo y continuó: —Sabes cómo atrapar un pez y también tienes fuerza cuando se trata de llevar varias cosas en tus brazos.
—No es tan difícil. Hay muchas mujeres que llevan objetos más pesados que yo —respondió tímidamente girando la cabeza hacia un lado para que el joven no pudiera ver sus mejillas enrojecerse por el cumplido.
—Aunque es difícil de creer —dijo, frotando la cabeza de un cordero cercano.
A Heidi le resultaba difícil creer que el hombre más popular de su pueblo la alabara mientras hablaba con ella. Era lo suficientemente guapo como para pararle el corazón a cualquier chica de la ciudad, pero aquí estaba, siendo lo suficientemente educado como para venir a hablar con ella. Sus pálidos ojos brillaban mientras sonreía y mantenían una charla informal. Su hermana Nora era hermosa de pies a cabeza y los hombres como él normalmente buscaban chicas con esas apariencias que les convenían.
—Tienes una campana para él. ¿Qué edad tiene? —preguntó Heidi al verlo acariciar la cabeza del cordero. Notó que la campana de bronce tintineaba alrededor de su cuello cuando se inclinaba.
—Este pequeño tiene menos de tres semanas —le oyó responder mientras el cordero caminaba hacia el agua para calmar su sed.—Él es el bebé de la manada y no queremos que se pierda. Con el número de lobos que han estado atacando al ganado y a una manada de ovejas y cabras, la campana hace que sea más fácil encontrarlos —suspiró.
Ahora que miraba desde donde estaba junto a las otras ovejas que estaban esparcidas por la orilla, podía escuchar el tintineo de las campanas sobre el sonido del agua. Mientras miraba al corderito sintió que su corazón se derrumbaba con sólo verlo. «Tan inocente», pensó para sí misma y al mismo tiempo, se sentía culpable por ser una de los humanos que debe matarlo y comérselo.
A Nora y Heidi no les gustaba ver cómo los mataban, por lo tanto, siempre era Howard quien compraba carne en el mercado, lo cual era una de las razones por las que no tenían una sola oveja o vaca en su patio trasero. Apartando los ojos de ello, decidió pescar otro pez.
Heidi, quien había tenido sus pies en el agua durante todo este tiempo, de repente sintió un dolor punzante en uno de sus pies y se agachó para agarrarlos pies con ambas manos.
—¡Argh! —exclamó ella con incomodidad.
—¡Srta. Heidi! —exclamó Howard.
—¿Estás bien? —preguntó Noah y entró al agua para ver si algo la había mordido.
—Mis pies... me duelen demasiado —se estremeció cuando los músculos de sus pies se tensaron de dolor. No había movido los pies y no sabía por qué de repente comenzaron a dolerle tanto. Incluso dar un solo paso era doloroso.
—Déjame verlos —dijo el joven con el ceño fruncido agachándose mientras ella se agarraba los pies con ambas manos. Dos de sus dedos habían comenzado a superponerse el uno con el otro. Él tomó sus pies en las manos y comenzó a frotar la parte superior de sus pies ininterrumpidamente.—¿Cuánto tiempo has estado en el agua hoy? Los músculos se han torcido.
—¿Puede pasar? —preguntó Howard con una mirada de sorpresa en su rostro.
—Los músculos tienen una tendencia a torcerse a veces sin razón, pero en tu caso, te quedaste en el agua durante demasiado tiempo —dijo Noah a Heidi.—Debes tener cuidado cuando entres en lugares como estos. ¿Mejor ahora? —preguntó.
—Sí, gracias —le agradeció Heidi con una sonrisa al sentir que sus músculos tensos se relajaban. Poniéndose de pie, salió del agua de inmediato, ya que no quería que el dolor volviera.
—Tenemos suficiente pescado para esta noche. Lo podemos dar por terminado hoy, señorita Heidi —dijo Howard y vio a la joven señorita asentir con la cabeza. Dando las gracias al joven y deseándole un buen día, tanto Heidi como él regresaron a la casa.