Sora y Paimon se encaminaron sin rumbo fijo. Tras su breve descanso dedicado a conocerse un poco más, avanzaron por la playa. La arena clara se amontonaba en las suelas de las botas del joven. La pequeña chica flotaba junto a él, de vez en cuando haciendo acrobacias en el aire.
— ¡Deberíamos comer algo! —gritó Paimon, súbitamente—. Pero no quiero caminar mucho hasta encontrar un lugar donde comer…
— ¿Cami—? Paimon. Tú. Puedes. Volar.
— Aun así, volar también es agotador.
"El descaro de esta chica no deja de sorprenderme", pensó Sora.
— Bien, ¿qué te parece si lo decidimos con piedra, papel o tijera? —propuso el aventurero—. Si gano, esperaremos un poco más hasta llegar a un sitio donde podamos hacer una fogata.
— ¿Y si yo gano? —inquirió Paimon, cruzándose de brazos, aún flotando.
— Cazaré algo y lo cocinaré como decidas.
— ¡De acuerdo! Pero espero que no decidas cocinarme un filete de Hilichurl.
— Trato hecho. Bien. Piedra, papel o…
— ¡Supertorbellino de Paimon! —gritó la chica, girando sobre sí misma y golpeando a Sora en el rostro.
— ¡Pero—! ¡¿Qué haces?!
Sora se frotó la nariz, bastante enrojecida por el golpe. "Esta enana tiene más fuerza de la que aparenta", pensó.
— Jeje. Ahora cocíname un buen filete de jabalí. ¡No! Mejor aún, ¡un jabalí entero!
— Tú… ¡Enana tramposa!
— Una apuesta es una apuesta. Perdiste, así que es hora de cocinar algo —dijo Paimon, con una expresión burlona en el rostro—. Vamos, si lo haces bien, tal vez hasta te deje probar un po—¡Uaaaaaaaaah!
Sora retrocedió de un salto, observando a su compañera con preocupación tras el súbito grito de ésta. Una preocupación que se desvaneció tan rápido como había aparecido, y fue sustituida por una risa socarrona.
Una esfera de color azul cielo, pegajosa, se había adherido a la espalda de la desprevenida Paimon. La extraña criatura dirigió sus grandes ojos hacia el aventurero.
Era un Slime. Uno de clase Hydro, para ser exactos. El ser, similar a una burbuja gigante, había comenzado a absorber a la pequeña chica.
— ¡A-AYÚDAMEEEEEE! —gritó, desesperada. El Slime seguía absorbiéndola poco a poco, ininterrumpidamente.
Sora, observándola, extendió su mano derecha. Un ligero resplandor dorado se hizo presente en su mano, alargándose hasta formar una espada, delgada y plateada. Saltó hacia su objetivo, blandiendo la hoja con fiereza—quizás más de la necesaria.
El monstruo fue empujado hacia atrás, regurgitando a Paimon sobre la arena. Antes de caer el suelo el Slime estalló, salpicando la arena y a Sora con partículas diminutas, húmedas y viscosas.
— ¡Guácala! —dijo, sacudiéndose un poco en un intento de sacarse de encima la extraña sustancia.
— ¡P-Pudiste partirme por la mitad! —gritó Paimon, elevándose nuevamente. Su pequeño cuerpo aún temblaba de terror.
— Tranquila. No te apunté a ti. Aunque verte gritar así por un Slime fue bastante divertido —respondió Sora, burlándose.
— ¡Claro que no fue divertido! ¡No es divertido que un monstruo quiera alimentarse de ti!
Soltó la espada, como si fuera a dejarla caer en la playa. Pero ésta nunca recibió el efecto de la gravedad. En su lugar, se esfumó en el aire de la misma forma en que había aparecido. El arma se desvaneció completamente, como si el joven nunca la hubiera tenido en primer lugar.
— Vámonos, Paimon. Te prometo que comeremos en el primer sitio que encontremos —dijo Sora, encaminándose hacia la salida de la costa y entrando en un sendero.
— ¿De verdad? ¡Yupiiiiiiiii! —exclamó, siguiéndolo en el aire.
Caminaron varios minutos, siguiendo el sendero. Era un camino de tierra sencillo, entre una montaña de roca a la izquierda y otros desniveles de terreno, ligeramente más pequeños, a la derecha. Parecían estar en el interior de un acantilado. Siguieron caminando—Paimon flotando, hasta que se toparon de frente con un desnivel especialmente grande que les impedía el paso.
— Oh, oh. El camino termina aquí —comentó la chica.
— ¿Deberíamos continuar? ¿O mejor regresamos y buscamos otro camino?
— Sería mejor continuar. El sendero sigue desde aquí. Supongo que tendremos que escalar.
— Querrás decir que yo tendré que escalar. Tú vuelas, Paimon.
— Cierto, cierto. Te espero arriba —dijo la chica, volando hacia el risco y desapareciendo tras el desnivel.
"Esta chica ni siquiera puede esperarme…".
Sora se aproximó al muro de piedra formado por la elevación del terreno y apoyó su pie derecho. Sujetándose con fuerza a las irregularidades del terreno con ambas manos, apoyó su pie izquierdo, y comenzó a trepar, lentamente. El levantamiento no era tan alto como aparentaba, pero no dejaba de ser un esfuerzo importante el tener que treparla. Una vez estuvo arriba Sora miró a su alrededor, buscando a su compañera.
Sin embargo, Paimon no se hallaba por ningún lado. Sólo podía ver una pequeña cascada que caía sobre una diminuta laguna, un árbol con un nido de pájaro, y la continuación del sendero, que se dirigía hacia la derecha.
— ¿Paimon?
— ¡Aquí arriba! —sonó su aguda voz.
Sora dirigió su mirada hacia arriba, y ahí la vio. Cerca del borde de la montaña de piedra, observando fijamente algo que se hallaba fuera del alcance de su visión.
— No me digas que esperas que suba hasta allá…
— ¡Encontré un campamento abandonado! —gritó la chica—. ¡Podríamos buscar algo de comer antes de seguir nuestro camino!
— ¿De verdad? —inquirió Sora, comenzando a trepar. Había olvidado lo hambriento que estaba. La última vez que habían comido algo había sido la noche anterior, y entre contarle su historia a Paimon, salvarla del Slime Hydro y escalar el primer desnivel se había abierto aún más su apetito.
Conforme escalaba, su apetito crecía cada vez más. Lentamente, el borde superior del acantilado se acercaba, hasta que finalmente estuvo a mano. Usando toda su fuerza, Sora logró llegar a la cima. Poniéndose de pie sobre el risco, observó a lo lejos.
En efecto, había un pequeño campamento, unos metros más adelante. La tienda, de tela bastante maltratada, denotaba que no había sido utilizada en algún tiempo; aunque la fogata seguía extrañamente encendida. Paimon se encontraba en el interior de la vieja tienda, revisando el contenido de cuanta caja encontraba.
— Paimon, ¿estás segura de que el campamento está abandonado?
— Por supuesto. Es lo más probable —respondió la pequeña chica mientras revisaba un baúl.
— ¿"Probable"? ¡Paimon! ¡Esto es robar! —exclamó Sora.
Sin embargo, la chica ya no lo escuchaba. Estaba saliendo de la tienda, con los brazos llenos de diversos tipos de carnes crudas.
— ¿Cocinamos? —inquirió con descaro.
— Paimon, vámonos de aquí —dijo Sora, sujetándola por la capa, un hermoso trozo de tela oscura impregnado de estrellas relucientes.
— ¡Waaaaaaaah! ¡E-Espera! ¡Quiero comeeeeeer!
— Robar está mal —la riñó Sora, tirando con fuerza. La pequeña tenía bastante fuerza si era capaz de oponer resistencia.
Estaban en plena discusión cuando un gruñido agudo los interrumpió. Al mirar en la dirección del sonido a la vez, pudieron divisar a un grupo de criaturas enmascaradas que se aproximaba hacia ellos.
"Deben ser los dueños del campamento", pensó Sora.
Eran Hilichurls, monstruos con la estatura de una persona adulta y con una inteligencia bastante cuestionable. Pertenecientes a una tribu especialmente agresiva contra los humanos, eran famosos por aglomerarse en campamentos y bloquear rutas comerciales, o por asaltar a aventureros desprevenidos.
Y, para empeorarlo, estaban armados, y la forma en que uno de ellos apuntaba su ballesta hacia el dúo de exploradores denotaba la clara intención de asesinar.