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Fría como el hielo

Skay ha pasado toda su vida entrenando para ser digno del trono de su padre y digno de ser llamado rey, muy a pesar de que los Dioses no lo hayan elegido. Toda su vida ya está preparada: cuánto más debe entrenar, cuánto más debe estudiar, con quién se tiene que casar y cuál es su misión en la vida. Alice, en cambio, no cree en la magia, ni tampoco en los aliens, los Dioses o los fenómenos paranormales. Tan solo cree que está enferma y que es un peligro para la sociedad. Nadie se atreve siquiera a rozarla, ya que su tacto es tan frío que te congela los huesos. Sin embargo, todo está a punto de cambiar, Alice es en realidad la legítima heredera al trono de un mundo que no conoce y que le resulta hostil. Un mundo donde los fríos y los cálidos son divididos. Un mundo donde la guerra es constante. Alice no tiene ni idea de quién es, ni de lo que es capaz de hacer. ¿Resultará ser el error que todos creen que es o un milagro de la naturaleza? "Deberás descubrir tu pasado para poder salvar tu futuro." "No importa el cuerpo, sólo el alma" Esta es una historia únicamente sacada de mi cabeza, donde encontrarás fantasía, ciencia ficción, mitología y romance. *** Increíble portada realizada por CynthiaDannot

Emma_Aguilera · Kỳ huyễn
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76 Chs

Capítulo 1

Alice

Cuchicheos, miradas recelosas y comentarios.

Era la primera vez que llegaba cinco minutos tarde de la hora exacta. Normalmente siempre era puntual, ya que prefería pasar inadvertida, hundirme en la silla y dejar pasar el tiempo, mientras mantenía la mirada hacia delante y fingía que escuchaba el monótono diálogo del profesor.

Aquel día, en cambio, todos mis compañeros se sorprendieron por el hecho de que llegara un poco tarde. Sentí que mi cuerpo se llenaba de una vergüenza inmensa al llamar a la puerta y pasar por delante de todos los presentes. Todas esas miradas estaban puestas en mí, repasándome de arriba abajo, juzgándome.

Mientras caminaba por la clase en busca de mi sitio, escuché a mi compañera de clase, Claudia, susurrar al oído de la chica con la que se sentaba:

- Qué raro, la fría llega tarde. ¿Habrá encontrado algo interesante que hacer?

La otra muchacha se rio ante su comentario y le respondió con algo ingenioso que no logré escuchar.

Comentarios como ese mismo que acababa de escuchar, hacían que me sintiera cada día peor. No tener a nadie en el instituto que me considerara una persona normal y quisiera mantener una simple conversación conmigo era frustrante, más que frustrante era indignante y aunque no quisiera reconocerlo, sentía un dolor permanente en el pecho que a veces no me dejaba respirar y me iba matando de forma pausada y lenta por dentro. Todos necesitábamos poder hablar con alguien de vez en cuando, pero en aquel mundo no existía nadie para mí, ya que parecía que todos estuvieran en contra mío en lugar de conmigo.

Me sentía sola, pero intentaba llevar mi vida lo mejor que podía, sin rendirme. Además, no sabía quién era mi padre y mi madre nunca lo mencionaba. Si al menos lo hubiera conocido, quizá habría podido encontrarme a mí misma, saber si él también era como yo, saber si tenía la misma enfermedad que yo. Una enfermedad que los médicos juraban no saber nada de ella.

Suspiré y me senté en la silla del final de la clase, lo más rápido que pude para poder volver a sentirme inadvertida y a salvo de aquellas miradas indiscretas. ¿Quién había inventado el instituto? Le cantaría las cuarenta, ya que para mí cada segundo dentro de él era una pesadilla.

Mi seguridad no llegó en cuanto llegué a mi asiento, ya que el profesor de matemáticas, Ignacio, me dijo desde la pizarra:

- Es un placer que hoy nos honre con su presencia, señorita Alicia. ¿Sabría resolver el problema de la pizarra?

Quise protestar que mi nombre no era Alicia, sino Alice, pero en realidad me daba igual, ya que había soportado una inmensidad de cosas peores. Aquello no me mataría, pero puede que quedarme en blanco delante de todos los presentes acabara conmigo.

Miré la pizarra y luego al profesor, que sujetaba una tiza de color blanco y esperaba impaciente a que dijera algo o me levantara de mi asiento para resolver lo que me decía. Tragué saliva y leí el problema, intentando entenderlo. Era de ecuaciones de segundo grado, aquellas que podían tener dos resultados y que no recordaba cómo hacer. Siempre estaba algo ida en las clases, despistada y ensimismada en mis propios pensamientos, enfadada con el mundo por haberme enfermado de esta manera.

Me tragué las lágrimas que hacían intentos con salir de mis lagrimales y me levanté de la silla lentamente y, como si me llevaran al matadero, caminé hasta la parte delantera de la clase. Todas las miradas estaban puestas en mí y pude imaginarme la mirada odiosa y la sonrisa satisfactoria de Claudia a mi espalda.

Cogí la tiza que el maestro me tendía con poca paciencia, cerré los ojos y la clavé en la pizarra para empezar escribir. Entonces, pensé en el problema, en cómo se hacían las ecuaciones de segundo grado, pero no conseguí concentrarme, esas voces estaban en mi cabeza, torturándome:

"Qué rara es"

"¡Con lo fácil que es el problema y no sabe resolverlo!"

"FRÍA, su enfermedad seguro que es contagiosa"

"FRÍA"

"FRÍA como el HIELO"