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Soldados del Cielo

Otro día nevado, otro día en esa maldita montaña, así es como la mayoría de sus compañeros llamaban a aquel lugar. Lilia encontraba ese clima extremo particularmente familiar, un vago recuerdo de su infancia que calentaba su corazón.

Llevaban días sin ningún choque con el ejército enemigo, por lo que algunos soldados comenzaban a creer que habían hecho enojar a la reina y esta era su forma de castigarlos, mandándolos a patrullar una de las zonas más alejadas y heladas del Valle de las Espinas.

Eran un pelotón con 12 miembros, la mayoría de ellos no pasaban los 200 años, aunque no lo pareciera eran todos casi unos infantes. Se encontraban acampando en una caverna, aunque esta no era tan profunda los resguardaba ligeramente de los vientos helados.

—Carajo— se quejaba por quinta vez su compañero a su lado, Baúl era de los fae qué mayor resentía el clima helado, sus escamas parecían azules, por más que acercara sus manos a la fogata el frío no lo dejaba en paz.

—¿Quieres que te preste unos guantes?— se burlaba Lilia de su camarada.

Ambos eran apenas unos cadetes en el ejército que lideraba la reina Maleficia Draconia. Aunque a diferencia de sus compañeros, Lilia ya tenía un amplio entrenamiento y experiencia militar, por lo que no quejarse por acampar en climas hostiles era algo que ya tenía dominado.

Baúl estaba por exigirle que se callara cuando otro soldado se sentó frente a ellos.

—No presumas Van rouge— sonreía el otro soldado de cabello rojo, —Que te criara el rey loco no te hace mejor que los demás.

Solo el viento sonaba, aquel fae no se molestó en moderar su voz para que los demás no lo escucharan. 

Lilia se levantó molesto, alguno de sus compañeros se pusieron frente a él temiendo un enfrentamiento.

—Maldito— defendía Baúl a su amigo, —¿Quién te crees para…?

—Déjalo Zigvolt— ordenaba Lilia saliendo de la cueva para sorpresa de todos. El fae pelirrojo sonrió de lado considerándose vencedor, pero antes de que pudiera celebrar su victoria una bandada de murciélagos lo rodeo, mordiéndole la cara y rasguñando sus manos.

—No te atrevas a hablar mal del rey Sahira de nuevo— amenazaba Lilia poniéndose su máscara y abandonando la cueva.

No camino tan lejos, era consciente de lo peligroso que era perderse en una tormenta como esa. En realidad las palabras de ese sujeto no era lo que lo había hecho enojar, era el que le hubiera hecho recordar a su padre adoptivo lo que lo había molestado.

—Idiota— se regañaba el hada, ya habían pasado demasiados años desde la muerte de Jareth y, aun así, era una herida que no había dejado de doler.

Permitió que el frío lo envolviera, sumergiéndose en los tiempos en que él y su padre eran felices.

A la mañana siguiente, el pelotón avanzaba por las montañas a su siguiente punto de observación. Para algunos, saber que este era el último punto de su patrullaje los alentaba a no detenerse.

Solo unas horas los separaba de volver a ver a sus familias.

Baúl soltaba un largo bostezo y estiraba los brazos, —La montaña ha decidido ser benevolente con nosotros— se veía alegre, incluso sus escamas parecían renovadas. Lilia a su lado solo sonreía, la guerra estaba lejos por terminar, pero unos días de descanso no pintaban mal.

—Dense prisa, debemos llegar a la base antes del medio día— alentaba Lilia a sus compañeros, sin embargo, el fae pelirrojo no tomo estas palabras de buena manera.

—No te atrevas a ordenarnos Van rouge— retaba enojado el fae.

—Solo les recordaba nuestra misión— respondió rodando los ojos.

—Te crees la gran cosa— avanzo el pelirrojo hasta estar cerca del más bajo. A pesar de la diferencia de altura, Lilia no se dejaría intimidar fácilmente.

—Ustedes dos, paren de una vez— exigía otro de los cadetes.

—Díselo a este— se defendía el fae, —Te recuerdo que ya no eres líder, eres solo un perro que la reina recogió porque le era útil.

—¡Discúlpate!— exigía Baúl colérico.

Todo el pelotón se vio envuelto en una discusión, la cual los convirtió en blanco fácil.

Lilia dejó de hablar al escuchar un extraño ruido, uno que se acercaba rápidamente a ellos.

—¡Cuidado!— grito invocando una barrera alrededor del pelotón, pero no lo suficientemente a tiempo para evitar que un cañón impactara contra ellos y los hiciera caer al suelo.

Más cañonazos comenzaron a rodearlos. Habían cometido el error de descuidar su entorno, por lo que ahora un grupo de humanos altamente armados los cazaban con bastante facilidad. 

—¡Retirada!

—¡Regresen a la caverna!

Los gritos de los fae se mezclaban con el sonido de las explosiones, la nieve les impedía ver bien, por lo que les era imposible detectar en donde se encontraban sus atacantes y, de esta forma, poder al menos defenderse de los proyectiles.

Lilia y Baúl corrían lo más rápido que podían, lamentablemente los humanos habían logrado separar a su pelotón, por lo que la supervivencia individual se había convertido en su única salida.

Ambos fae llegaron a un camino angosto, un paso en falso y caerían por la ladera de la montaña. Lilia alcanzó a ver por el rabillo del ojo a un soldado humano, con un arma lista a disparar.

—¡Zigvolt!— grito quitando de la trayectoria del proyectil a su compañero, acción que lo llevo a caer por el precipicio.

El peli verde trato de tomar la mano de Lilia, sin embargo, la gravedad jalo al más chico al vacío.

—¡LILIA!

Todo le dolía.

Como era posible que siguiera vivo, no lo sabía.

La nieve comenzaba a cubrir gran parte de su cuerpo, por lo que debía de haber permanecido inconsciente por más de cinco horas. Estaba rodeado por grandes árboles, lo que oscurecía aún más su vista, y el dolor en su pierna no le permitía pensar con total claridad.

Era un soldado, entrenado para se una máquina de muerte, ¿por qué estaba llorando entonces?

Simplemente, era demasiado. La discusión con sus compañeros, la incertidumbre de si su amigo estaría vivo, el dolor de su cuerpo, la guerra, la muerte, su padre…

Su padre que ya no estaba.

Se sentía patético, llorando como un niño pequeño, ¿como un ser que tenía las manos llenas de sangre podía ser un mar de lágrimas?

—Papá… papá…— llamaba Lilia a alguien que sabía que ya no iría en su auxilio.

Escucho ruidos, el hada rogó que fura lo que fuera, acabara con su vida en ese momento. No soportaba un día más en esa guerra.

"Lilia"

Esa voz, sin importar cuantos años hubieran pasado, reconocería esa voz donde fuera. Ladeo su cabeza, su mente no cuestiono si eso era una ilusión o realidad, el hada solo sabia que le observaban desde lejos, escondido por los árboles.

—¿Padre?

"Yo no crie a un debilucho"

Lilia dio un gran esfuerzo por ponerse de pie. Mientras se levantaba con dificultad notaba el resto de heridas que tenía, sentía algunas costillas rotas, su pierna definitivamente estaba quebrada, además de innumerables cortes y moretones.

Tardo demasiado en ponerse de pie, cuando lo logro su padre ya no estaba, haciendo que entrara en pánico, dando vueltas buscándolo, atento a cualquier sonido.

"Lilia"

Se dio la vuelta, en un paraje donde los árboles parecían abrirse Jareth le esperaba. Su mirada era altiva y con actitud arrogante, justo como lo recordaba. Lucia exactamente igual a como lo vio por última vez, con su cuerpo herido y sangre manchando sus ropas.

Aun así, a diferencia de Lilia, al elfo sus heridas parecían no dolerle.

Se dio la vuelta, comenzando a caminar y alejarse de Lilia.

 —¡Espera!— grito desesperado el hada, haciendo un gran esfuerzo por alcanzarlo.

Así comenzó una carrera por detener al elfo, a pesar de dolor o de la temperatura que comenzaba a bajar nuevamente mientras más se acercaba el atardecer, Lilia se mantenía firme en su propósito de alcanzar a Jareth.

No sabía a donde se dirigía, a Lilia esa zona de la montaña no le parecía conocida, ¿tan lejos había caído?

Cuando la noche cayó sobre ellos, el viento y la nieve le impedían ver con claridad. Por más duro que fuera su esfuerzo, su cuerpo lastimado era cada vez más lento. Finalmente, Lilia colapso en el piso agotado, sus brazos no le ayudaban a levantarse del suelo helado.

Un par de botas se detuvieron frente a él, con gran esfuerzo Lilia levanto su mirada, no sabía cómo interpretar la mirada de Jareth. Esperaba algun rastro de enojo, ira, incluso desilusión, la última emoción que le demostró.

Pero en su lugar, solo un rostro serio lo observaba.

El elfo se alejó de Lilia, quien no pudo evitar sentir un horrible déjà vu, —¡Padre!— grito extendiendo su mano, la nieve engullía la silueta de su padre, convirtiéndola en un punto negro.

—¡PADRE!

La silueta se detuvo.

Lilia vio a ese punto en el horizonte regresar a él deprisa, sonrió al ver esta acción. Comenzó a caer en la inconsciencia, esperaba ver la silueta de su padre regresar por él; sin embargo, mientras más se acercaba, menos reconocía de quién se trataba.

Perdió el conocimiento antes de descubrir quién era.

A pesar de ser una mañana sin nubes, ninguno podía disfrutar de ese amanecer.

Lilia tomó un pequeño descanso. A pesar de que sus compañeros habían curado la mayoría de sus heridas, los huesos rotos y heridas internas no le permitían moverse con mucha velocidad.

De un pelotón de doce faes, solo cuatro habían sobrevivido.

Escucho unos pasos acercarse a él, no tuvo necesidad de ver de quién se trataba.

—El karma le cobro muy caro— menciono Baúl mirando el cuerpo a medio enterrar.

El de ojos rojos suspiro, bajando la mirada para ver el rostro sin vida del fae pelirrojo.

—Incluso si fuera un imbécil, nunca le hubiera deseado este final— respondía cubriendo la parte superior del soldado con nieve.

—Espero que al menos pueda descansar en paz.

Los soldados humanos los habían dado por muertos a todos, por lo que abandonaron la montaña dos horas después del ataque.

Baúl junto a los otros dos faes sobrevivientes se habían dedicado a buscar al resto de sus compañeros, a dos los encontraron con vida, pero debido a las heridas y el clima helado con el paso de la noche fallecieron.

El fae de escamas todo el tiempo había insistido en ir en búsqueda de Lilia, pero los otros dos estaban temerosos de otro ataque. Era de madrugada cuando Zigvolt escucho el grito de su amigo, corrió al exterior de la caverna, vio a su amigo tirado en el piso, con una de sus manos extendidas gritando por su padre.

Los tres veían como un milagro el que su compañero estuviera vivo después de tremenda caída, y aún más después de presenciar las heridas que tenía.

Al medio día terminaron de enterrar los cuerpos de sus compañeros, habían tomado las medallas de identificación, así como algunos objetos personales que devolverían a sus familias.

El regreso a casa perdió la esperanza del día anterior, alejados de los otros dos, Lilia y Baúl intercambiaban de vez en cuando preguntas.

—¿Por qué llamabas a tu padre?— trataba de ser delicado Baúl.

Lilia se encogió de hombros, —Mi cerebro creo una alucinación por el estrés— respondió restándole importancia.

El otro fae no estaba del todo convencido.

—Tal vez… tu padre sigue cuidando de ti.

NOTA: este es un serie derivada de mi fic “Los Otros Siete”. Para darles contexto si no lo han leído, en ese fic Lilia fue adoptado por el antiguo rey de las hadas (mi oc Jareth Sahira), pero su relación termino mal debido a mentiras y traiciones de los humanos, y la muerte de su padre adoptivo fue algo que cargo por mucho tiempo.

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