—¡Inez! —Pequeñas llamas se encendieron en los ojos del Señor Flint mientras su mano alcanzaba el corte en su mejilla. El corte no era profundo, pero tampoco superficial, gotas de sangre se acumulaban en sus dedos y cuando bajó la mano, el Señor Flint notó rastros de gotas de sangre en sus yemas—. ¡Tú... cómo te atreves!
—Esa debería ser mi frase —Inez siseó mientras se levantaba de la silla y se ponía de pie en toda su altura. Era una mujer alta, con tacones de hasta tres pulgadas, parecía aún más alta. Así que cuando se acercó al Señor Flint, era ella quien lo miraba desde arriba.
Ella rizó los labios de un lado y dijo al Señor Flint:
—¿Crees que tienes derecho a decir esas palabras, dado que le prestaste más atención a tu amante que a nuestro hijo cuando todavía estábamos casados?
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