—¿Ava?
—¡Ava!
El grito mental de Selene me hace sacudir la cabeza, sorprendida. He vuelto, y es como si nunca me hubiera ido.
—Ava, ¿estás escuchando? —Lo siento. ¿Qué sucede?
Selene está frente a mí, con las orejas inquietas. Estabas aquí, pero nuestro vínculo estaba en silencio. Como si estuvieras lejos.
—Ah —aclaro mi garganta, que está seca ahora que he vuelto—, parpadeo hasta acostumbrarme a la oscuridad de mi habitación, en comparación con el brillo de ese lugar mágico en el que estaba hace momentos.
—Selene, ¿cómo es la Diosa de la Luna?
—¿Por qué preguntas? —La cabeza de Selene se inclina, sus ojos helados me estudian con una intensidad que sería inquietante si no estuviera ya tan acostumbrada.
Miro a Marcus, quien está de centinela en la puerta, antes de concentrar mis pensamientos hacia dentro. Es mucho más difícil pensar así, y me pregunto si alguna vez se sentirá completamente natural. —Creo que la conocí. A la Diosa de la Luna.
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