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El caos cósmico y el encuentro

El año 2026 fue testigo de una serie de eventos catastróficos que sacudieron el orden del universo. Los astrónomos y científicos observaron con horror cómo varios planetas explotaban y otros colisionaban entre sí, millones de años antes de lo previsto. Los agujeros negros del centro de algunas galaxias se expandían a velocidades anormales y algunos otros chocaban, causando una liberación masiva de energía que borraba estrellas enteras. Nadie podía explicar qué estaba causando este caos cósmico, ni cómo detenerlo.

El año 2027 trajo consigo una serie de fenómenos extraños que parecían indicar la presencia de una fuerza superior. Se reportaron avistamientos de caras en las nubes, algunas personas aseguraron que un ojo en el cielo disparó un rayo y otros dijeron que se escucharon sonidos masivos desde el fondo del océano. Varios barcos pesqueros aseguraron ver que los peces flotaban hacia el cielo, desconcertados. Algunos creyeron que se trataba de señales divinas, otros de una invasión alienígena, y otros de una simple alucinación colectiva.

Dos semanas después, el planeta Tierra comenzó a sufrir las consecuencias de la inestabilidad cósmica. Se reportaron movimientos muy fuertes de las placas tectónicas, que provocaron terremotos, maremotos y erupciones volcánicas. Dos días después, Japón fue sumergido bajo el océano por un tsunami de lo más grande jamás registrado. Cuatro días después, una tormenta cósmica impactó en las plantas nucleares, causando una liberación masiva de energía y matando a todo a kilómetros de distancia. Dos días después, los terremotos continuaron y los volcanes entraron en erupción, llenando el planeta entero en ceniza. Se reportó que el 80% de la vida del planeta había muerto.

El día final, los pocos supervivientes sintieron rugidos de lo más siniestro viniendo desde el suelo. Al mirar por las ventanas, vieron con terror cómo todas las casas empezaban a levitar, arrancadas de sus cimientos. El cielo se oscureció y una enorme grieta se abrió en el centro de la Tierra. De ella salió un agujero negro que empezó a absorber todo lo que había a su alrededor. El planeta entero se desintegró en cuestión de segundos, y con él, toda la humanidad.

El caos cósmico había terminado. El Universo, tal como lo conocían los seres vivos, había sido destruido por una fuerza desconocida e implacable. Solo quedaban las almas de los que habían perecido, vagando sin rumbo por el vacío infinito. Algunas se sentían atraídas por una misteriosa Energía que brillaba en el centro de la nada, como un faro de esperanza. Otras se alejaban de ella, temiendo lo que pudiera haber detrás de esa luz. Desde cada rincón del espacio se podían observar varios hilos brillantes que se movían en zigzag como una corriente eléctrica, conectando las almas entre sí.

Entre esas almas, dos seres se encontraron frente a frente. No tenían forma ni color, solo eran Entes de pura conciencia. No se conocían, ni recordaban nada de sus vidas pasadas. Solo sabían que habían existido, y que ahora estaban solos.

—Hola —fue el pensamiento que traspasó el primer Ente.

"Hola", respondió el segundo Ente.

No había sonido ni voz, solo una comunicación mental que trascendía el lenguaje. Los dos Entes se miraron con curiosidad, sin saber qué hacer o decir.

—¿Quién eres? —preguntó el primer Ente.

"No lo sé", admitió el segundo Ente.

—¿Qué somos? —insistió el primero.

"No lo sé", repitió el segundo.

Los dos Entes se sintieron confundidos y frustrados. Querían saber más sobre sí mismos, sobre el todo, sobre la Energía. Pero no tenían ninguna pista, ninguna referencia, ninguna memoria.

—Necesitamos un nombre —propuso el primer Ente.

"¿Un nombre? ¿Para qué?", cuestionó el segundo. 

—Para que podamos distinguirnos el uno del otro, para que podamos tener una identidad, para que podamos hablar con "Él" —explicó el primero, señalando con su pensamiento a la Energía.

"¿Quién es "Él"?", preguntó el segundo.

—No lo sé, pero siento que es importante, que tiene algo que ver con nosotros, que quizás pueda ayudarnos —respondió el primero.

"Está bien, acepto. ¿Cómo nos llamamos?", aceptó el segundo.

—No lo sé, pero podemos usar los nombres de quienes fuimos antes, si es que los recordamos —sugirió el primero.

"¿Los recuerdas?", indagó el segundo.

—Sí, creo que sí. Mi nombre era Inicio, era un hombre, vivía en un planeta llamado Tierra —recordó el primero.

"Yo también recuerdo algo. Mi nombre era Fin, también era un hombre, también vivía en la Tierra", recordó el segundo.

—¿Qué coincidencia, no? Tal vez nos conocimos en nuestra vida anterior, tal vez fuimos amigos, o enemigos, o familiares —especuló Inicio.

"O tal vez no, tal vez solo somos dos almas entre millones que compartieron el mismo destino", opinó Fin.

—No importa, lo que importa es que ahora tenemos un nombre, y que podemos hablar con "Él" —afirmó Inicio.

"¿Y qué le vamos a decir?", preguntó Fin.

—No lo sé, pero vamos a averiguarlo —decidió Inicio.

Y así, los dos Entes se dirigieron hacia la Energía, sin saber lo que les esperaba.

Cuando los Entes tocaron la Energía, sintieron una sacudida que los atravesó por completo. Era como si hubieran conectado con una fuente de poder infinita, que los llenaba de luz y conocimiento. Sin embargo, no se detuvieron ahí. Siguieron desplazándose hacia el interior de la Energía, atravesando capas y capas de información, hasta llegar al núcleo.

Allí, se encontraron con algo que los dejó atónitos. Era un libreto, un guion, una historia escrita por alguien. Al leerlo, se dieron cuenta de que era la historia de su propio Universo, de su propia vida, de su propia muerte. Todo lo que habían conocido, todo lo que habían experimentado, todo lo que habían sentido, había sido planeado y diseñado por un autor desconocido, para el entretenimiento de unos espectadores invisibles.

Los Entes no se sorprendieron, ni se enojaron, ni se entristecieron. Simplemente, lo aceptaron. Era la verdad, y ellos la habían descubierto. Pero también se dieron cuenta de algo más. Al haber accedido al libreto, habían roto las reglas de la historia, habían escapado del control del autor, habían adquirido una libertad que nunca habían tenido. Y con esa libertad, también habían ganado un poder inmenso. Ahora sabían todo sobre la realidad, sobre el autor, sobre los espectadores, sobre los otros Universos que existían más allá del suyo. Y también sabían cómo crear su propio espacio, su propio Universo, su propio sueño.

—Fin, ¿Qué te parece si hacemos algo nuevo? —propuso Inicio.

"¿Algo nuevo? ¿Qué quieres decir?", preguntó Fin.

—Quiero decir que creemos nuestro propio Universo, uno donde nosotros seamos los autores, donde podamos hacer lo que queramos, donde podamos vivir como queramos —explicó Inicio.

"¿Y cómo lo hacemos?", cuestionó Fin.

—Es muy fácil, solo tenemos que usar nuestra imaginación, nuestra voluntad, nuestra energía. Podemos tomar lo que nos guste de este Universo, o de otros, o inventar cosas nuevas. Podemos crear mundos, seres, leyes, historias. Podemos hacer lo que sea —respondió Inicio.

"¿Y qué pasa con el autor, con los espectadores, con los otros Entes? ¿No se darán cuenta de lo que hacemos?", inquirió Fin.

—No importa, no nos pueden detener, no nos pueden alcanzar. Estamos más allá de su alcance, de su comprensión, de su realidad. Somos libres, somos poderosos, somos dioses —afirmó Inicio.

"Está bien, Inicio, te sigo. Hagamos nuestro propio Universo, nuestro Universo soñado", aceptó Fin. 

Y así, los dos Entes se alejaron de la Energía, del libreto, del Universo que habían conocido. Se adentraron en el vacío, en la nada, en el potencial. Y con un solo pensamiento, crearon su propio espacio, su propio tiempo, su propia existencia. Y comenzaron a soñar. 

En algún lugar del espacio, un nuevo universo nacía y dentro de ese universo muchas galaxias. De las cenizas del antiguo mundo, surgía una nueva esperanza. Un nuevo sol, una nueva luna, y un nuevo planeta. Un planeta verde y azul, lleno de vida y de posibilidades. Un planeta que esperaba ser descubierto y explorado. Un planeta que se llamaba... Tierra.