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La ciudad del Sur, Oshovia

Cuando se giró a verlo, Anselin casi escupió una bocanada de sangre desde lo más profundo de su estómago.

Daimon se había parado tranquilamente a su lado, sonriéndole con una expresión amable que le causó pequeños es calosfríos por toda la piel.

Todavía permanecía con su apariencia humana; tenía el cabello bien peinado, y ropas limpias y elegantes. Realmente parecía un ilustre. Aunque Anselin ya había confirmado tiempo atrás que cualquier cosa que usase le favorecería.

Se dio cuenta de que tenía la boca abierta, y se apresuró a cerrarla. Daimon entrecerró los ojos y ensanchó su sonrisa un poco más.

El Rey rió a carcajadas. ―Dices que no se conocen, pero por la reacción del Príncipe, hubiera jurado que eran íntimos con el erudito Daemón, ¡jajaja!

Con clara confusión volvió su vista al Rey y pronunció con voz perturbada. ―­¿Daemón?

"Daemón" negó con la cabeza. ―Incluso si nos conociéramos, el Príncipe no sería íntimo de alguien tan insignificante como yo ―Soltó. Anselin detectó cierta agresividad en sus palabras. ―Solo vine a saludar.

El Rey volvió a reír y Anselin pensó que fue poco original para crearse una nueva identidad.

El Príncipe del Sur que había estado callado desde entonces, de repente habló―: Erudito, antes te habías mostrado interesado en la ciudad de Oshovia. Ahora que el Príncipe Anselin se dirige hasta allí, es el momento perfecto para ir y contar con su protección durante el viaje. ¿Qué te parece?

La forma en la que se dirigían a él era como si lo conocieran desde hace un tiempo. Existía la posibilidad de que después del incidente ocurrido hace un año en Tinopai, Daimon haya terminado ocultándose en este reino. Eso también podría explicar por qué no supo nada sobre él desde entonces.

Cuando Anselin se volteó para mirarlo, dedujo por su semblante (que todavía se mantenía sonriente pero sin intenciones amigables), que no tenía una buena relación con el Príncipe del Sur.

A pesar de parecer irritado de oír su voz, Daimon respondió con gentileza. ―Es muy considerado conmigo. Entonces molestaré al Príncipe Anselin pidiéndole su cuidado.

¿Cuál cuidado? ¡Eres más fuerte que yo, mucho más fuerte! ¿Te burlas de mí?

El Príncipe del Sur sonrió satisfecho, con la idea en mente de que mataría a dos pájaros de un tiro.

Toda esta situación era extraña y difusa para Anselin. Sentía la necesidad de sujetar a Daimon por los hombros y sacudirlo para exigirle explicaciones. Su naturaleza curiosa suplicaba por detalles de lo que había sucedido con él durante todo este tiempo. Sin embargo, teniendo en cuenta de que ahora fingía no conocerlo, iba a quedarse con la duda.

La puerta principal volvió a abrirse con un rechinar. Lou finalmente había terminado de escalar las infernales escaleras llegando un poco tarde a la reunión. Su respiración era notablemente agitada, pero aun así mantenía una caminata recta y firme.

Los ojos del Rey brillaron en cuanto lo vio, recibiéndolo con alegría. ―¡Mi mejor cazador está aquí!

Con una pequeña sonrisa en sus labios, Lou llegó hasta ellos y los saludó con una reverencia.

El Rey lo señaló con una mano. ―Louis es el mejor cazador de este reino. Conoce cada parte como la palma de su mano. Él los guiará a Oshovia.

Mientras tanto, en su interior el Príncipe del Sur se regocijaba de felicidad. Ahora se desharía de todas las piedras en su zapato.

Por otro lado, a pesar de mantener la calma en el exterior, por dentro Anselin gritaba.

¿¡Hay alguna otra identidad secreta de la que deba enterarme!?

Durante todo el viaje Daimon se comportó distante. No lo insultó, golpeó o trató mal ni demostró su odio hacia él. Se mantuvo serio y amable, pero obviamente lo estaba evitando.

Anselin hizo el intento de entablar una conversación varias veces para crear una ambiente más ligero y menos incomodo, pero el demonio no mostraba interés ni colaboración, respondiendo lo justo y necesario con oraciones cortas.

Era evidente que no tenía deseos de hablar con él. Sin embargo una duda surgió desde hace un tiempo en el Príncipe, así que a pesar de que las posibilidades de ser ignorado eran de un noventa y nueve por ciento, acercó su caballo al de él y volvió a insistir. ―¿Por qué te ves como un humano?

Daimon giró ligeramente la cabeza y lo miró por un segundo antes de volver la vista al frente. ―¿Es lo único que Su Alteza tiene para decir?

―¿Ah?, ¿A qué te refieres? También quiero saber por qué quieres ir a Oshovia.

Esta vez no se molestó en contestar; Anselin lo oyó espirar por la nariz antes de agitar las riendas de su caballo y alejarse de él.

Parpadeó confundido. ¿Acaso preguntó algo que lo ofendió?

Observó la espalda del demonio y suspiró.

Lou que se había mantenido cerca y atento durante todo el viaje, no pasó por alto las actitudes de estos dos. Lo encontró similar a cuando sus padres habían discutido hasta separarse. ―¿Ya conocías a Daemón?

El Príncipe estaba sumergido en sus pensamientos y se sobresaltó un poco con la pregunta. ―Sí... ¿Hace cuánto tiempo llegó aquí?

Lou lo pensó un momento. ―Hace poco. Un día apareció diciendo que era un erudito que recorría el mundo para aprender diferentes culturas. El Rey a pesar de ser gentil, su juicio se guía por las apariencias. Al ver su buen aspecto le creyó de inmediato y se ganó su confianza con rapidez. Por otro lado, el Príncipe es suspicaz, así que no le dio una bienvenida amable ―Anselin se dio cuenta de ello con solo un breve vistazo.―. También supe por gente del castillo, que suele salir muy seguido pero nadie sabe a dónde...Pero él fue el que me pidió que... ―Al percatarse de que estaba hablando de más, guardó silencio.

―¿Qué te pidió? ―Insistió.

Pero la boca de Lou parecía haberse sellado con cemento. Dándose cuenta de que no le sacaría otra palabra al respecto, cambió el tema―: ¿No eres muy joven para ser el mejor cazador del reino?

Lou lo miró casi ofendido. ―Cumplí diecisiete este año.

Solo era cinco años más pequeño que Anselin, pero su estatura rondaba por el metro sesenta. Tenía una apariencia linda y adorable. Su cabello y pestañas blancas le recordaban bastante al conejo que había encontrado aquella vez en el bosque. Sabía que no debía juzgar por lo que ve, pero le resultaba difícil imaginar al niño siendo un cazador experto.

Anselin sonrió, y le habló con voz cantarina. ―Ya casi eres un adulto.

La piel blanca de Lou hizo que el sonrojo se notara con más intensidad.

A pesar de que se conocían desde hace poco tiempo, el Príncipe ya lo había adoptado como a un hermano pequeño y con frecuencia cuidaba de él atentamente. Daimon simplemente los observaba sin decir una palabra, con el semblante serio y esforzándose por ocultar un sentimiento que para Anselin pasó por desapercibido.

Cuando llegaron al destino se encontraron con que las puertas estaban cerradas a cal y canto como les habían dicho. Sin embargo, un aura extraña parecía sobrepasar los muros de la ciudad.

El pelirrojo tocó la puerta y dijo en voz alta―: ¿Hola? ¡Somos enviados del Rey, venimos a ayudar! ―Al no tener una respuesta, acercó su oreja a la puerta e intentó oír algo detrás de ella. ―Silencioso... ―Se apartó, agachándose para ver por una rendija―. No hay nadie. Es extraño.

Lou se acercó. ―¿Qué hacemos?

―Pues, nos abran o no, debemos entrar. ―Ambos miraron a su alrededor; no había árboles y los muros eran demasiado altos para alcanzarlos. Después de estudiarlo por un rato, dijo―: Tal vez si encontramos algo para clavar en el muro, podamos usarlo para escalarlo...

―Eso me parece complicado ―Lou hizo una mueca.

Daimon se había quedado en silencio a un costado apoyado en el muro, observando con desinterés la situación. De repente en sus labios se dibujó una sonrisa sutil. ―Sin duda es complicado. Tal vez... ―Hizo una pequeña pausa, mostrándose pensativo. ― si alguien se sube sobre mis hombros, pueda alcanzar la cima.

Anselin apoyó un puño sobre la palma de su mano, con expresión de eureka. ―¡Eso es! Puedes alzar a Lou para que cruce y nos abra la puerta.

Lou y Daimon intercambiaron miradas, y el primero se apresuró en decir―: Odio admitirlo, p...pero mi estatura es pequeña, no alcanzaría la cima.

―Creo que Su Alteza debería ser el que suba. ―El demonio intervino.

Anselin giró su rostro con brusquedad y lo miró con desconcierto, mientras Daimon lo esperaba todavía recargado en el muro y con los brazos cruzados. Por razones que el Príncipe no comprendía, lo invadió un rubor excesivo; no solo le quemaba el rostro y las orejas, sino todo el cuerpo le había comenzado a arder.

Solo pensar que tenía que sentarse sobre los hombros de Daimon, aunque sea por un segundo, lo hacía querer abandonar la misión.

Al ver que no reaccionaba, Daimon levantó las cejas indicándole que se apurara.

Tragó saliva al mismo tiempo que desvió la mirada, y caminó con nerviosismo hasta él. Cuando estuvieron frente a frente, el nerviosismo del Príncipe creció cuando Daimon en lugar de levantarlo, primero se tomó un momento para observarlo. Anselin se esforzó para esquivar sus ojos penetrantes.

Finalmente lo tomó de la cintura. El contacto allí lo hizo creer que estaba a nada de derretirse. Y ni hablar cuando fue levantado y colocado sobre los hombros anchos de Daimon.

Muy cerca... ¡Esta muy cerca de donde no debe! ¡Se sentía vulnerable!

El rostro de Anselin había comenzado a sudar por la vergüenza. En ese momento agradecía que fuera imposible que su cabeza chiflara y le saliera humo por las orejas.

Se apresuró a estirar los brazos para llegar a la orilla, pero todavía le faltaban varios centímetros para alcanzar. ―No, no alcanzo. Lo mejor será que pise tus hombros.

Daimon negó con la cabeza, haciendo que Anselin contuviera el aliento. ―Si me pisas, luego me dolerán los hombros. Debes seguir intentando, Príncipe.

Q­uería agarrar a Daimon por el cabello para obligarlo a que se quedara quieto y dejara de moverse. El rose lo estaba torturando y parecía hacerlo a propósito.

Haciéndole caso, intentó unas veces más hasta que no pudo soportarlo. Sin pedirle permiso, se sujetó de su cabeza, jalándole el cabello intencionalmente, para pisarle los hombros. Llegó a la superficie del muro y sin mirar abajo saltó al otro lado.

Cuando cayó al suelo, necesitó tomarse un momento para calmarse y recomponerse antes de abrir la puerta.

¡No se iba a humillar a sí mismo dejando que lo vean así!

¡Es una reacción completamente normal e involuntaria! ¡No es mi culpa!

Pero, ¿¡Por qué no podía controlarlo!?

La voz de Lou detrás de la puerta preguntándole si se encontraba bien, hizo que recordara su objetivo.

Se levantó rápidamente y se aseguró de cubrirse bien con la capa que llevaba de abrigo.

Cuando estaba a medio abrir la puerta, escuchó un golpe seco a su izquierda. Volteó y se encontró con que Daimon había saltado el muro, así sin más.

―¿Lo... saltaste?

―Su Alteza tardaba en abrir la puerta y creí que había pasado algo.

A Anselin le tomó un momento procesarlo, y cuando se dio cuenta frunció el entrecejo a la vez que abría la boca con indignación. ―¿¡Entonces pudiste abrirla tú!? ―Destrabó la puerta para dejar pasar a Lou.

El demonio abrió los ojos, como si estuviera asombrado. ―Es verdad. Que tonto fui.

¡Todavía conservaba sus capacidades demoniacas y aun así lo hizo subirse a sus hombros! Bien. Al menos le había jalado el cabello.

El niño pasó de ellos dando vuelta los ojos. Si querían hacer esas cosas, ¿por qué no las hacían y ya?

Daimon se acercó a ellos con el pelo todavía alborotado. Al verlo así todo su enojo se esfumó. Bufó y decidió olvidarlo. ―Acomódate el cabello.

Dio varios pasos al frente para inspeccionar el panorama. La ciudad tenía un aire bastante campestre, y de no ser por la extraña sensación que le recorría por el cuerpo, estaba seguro de que era un pueblo acogedor.

―¿Por qué esta tan desolado?

Lou se dirigió un poco más al frente y se puso de cuclillas para tocar la tierra. ―Hasta hace poco caminaron por aquí.

―Vayamos a la puerta del límite, tal vez en el camino encontremos a alguien.

Comenzaron a marchar, pero Anselin se detuvo cuando se dio cuenta de que Daimon no los seguía. Se giró para saber la razón; el demonio estaba de pie, moviendo la vista por todas partes. Daba la impresión de que buscaba algo. Su actitud hosca lo alarmó un poco.

―¿Qué sucede?

―...Están aquí. ―Soltó de la nada.

Anselin frunció el entrecejo. ―¿Quiénes?... Acaso... ¿Demonios?

Daimon se acercó a él sin abandonar su actitud vigilante. ―Sí. Tengo razones para creer que hace mucho tomaron esta ciudad.

Los ojos de Lou se abrieron con alarma, a diferencia de Anselin que ya lo venía sospechando.

El Príncipe llevó una mano hasta su mentón. ―Lo sabía. Pero si tú lo sabías desde antes que yo, ¿por qué no hiciste nada al respecto?

Daimon agudizó los ojos, formando una medialuna con ellos. ―¿Su Alteza insinúa que estoy confabulando con ellos? No he tenido tiempo de venir hasta ahora.

―No estoy insinuando nada. Debiste estar muy ocupado, erudito Daemón.

Estaba siendo sarcástico y los tres lo sabían. Lou ya conocía cómo terminaba esto, así que se apresuró a intervenir. ―Entonces, si hay demonios aquí, caminar con esta libertad podría ser peligroso. Tenemos que ser muy cautelosos, ¿de acuerdo?

Anselin se sintió avergonzado cuando se dio cuenta de que el niño estaba siendo el más sensato de ellos.

La puerta del límite entre los mundos se encontraba al final del bosque de Oshovia, por lo que salieron de la ciudad y entraron en él sin tener ningún inconveniente o cruce inesperado. Sin embargo, eso estaba muy lejos de dejarlos tranquilos, porque tanta quietud se sentía como la calma antes de la tormenta. Al ser una ciudad tomada por demonios, Anselin hubiera imaginado casas destruidas, cadáveres en el suelo y sangre en las paredes. No había nada de eso, y ni rastros de lo que pudo haber pasado con los habitantes de la ciudad.

La nieve había dejado de caer, pero aun así se veían cubiertos de ella cuando caía de los árboles. Sus pasos eran amortiguados por el colchón blanco que se había formado en cuestión de horas. Tanto la nieve, como la arena lo ponían incomodo; era difícil correr sobre ella y estaba seguro de que hoy tendría que usar sus piernas.

Los dos más grandes fueron guiados por Lou; el joven sacó el arco que llevaba colgado en la espalda y lo preparó. Caminaba con cautela y estaba listo para disparar si la situación lo requería.

Anselin lo observó con una sonrisa. ―Cazador, ¿por qué sacas el arco?

El niño continuó por el camino sin voltear a verlo. ―Es una ciudad tomada por demonios, si nos acercamos a la entrada de su mundo, por lógica puede que nos crucemos con uno.

El Príncipe asintió con las cejas levantadas, impresionado por la lógica en sus palabras a pesar de que ya lo sabía. ―Ya veo porque eres el mejor cazador de este reino.

Daimon intervino. ―No hay demonios cerca.

―¿Cómo puedes saberlo?, ¿Tienes algo como un sexto sentido?

Todavía tenía mucha curiosidad con todo lo relacionado a él. El tiempo que pasaron juntos durante el pasado, en el bosque y el castillo, no había sido suficiente para saber más sobre Daimon y sus cualidades. Ansiaba conocer más de su lado demoniaco.

―Si hay demonios cerca, yo le haré saber al Príncipe.

―De acuerdo, no tienes que explicarme. Confío en ti. ―Aceptó sus palabras y se rindió.

Al terminar de pronunciar aquello, Daimon se tensó como si hubiera dicho algo inesperado. Volteó a verlo con la mirada suavizada y las pupilas dilatadas. Fue una mirada brillante y conmovida que duró apenas unos segundos antes de que volviera la vista al frente, pero fueron suficientes para que Anselin se diera cuenta.

No había dicho la gran cosa, pero Daimon reaccionó, aunque fue por un breve momento, como si la chica que le gustaba le hubiera dicho algo que hizo que su corazón se emocionara.

Eso deslizó la idea en su cabeza que existía la posibilidad de que Daimon haya intimado con alguien este tiempo lejos del bosque y del castillo. Después de todo, a pesar de no saber su edad exacta, podía afirmar que rondaba por los veinte. Ya era lo bastante mayor para comenzar a tener ciertos deseos y necesidades. La primera vez, a pesar de que ignoraba que se trataba de él, en el burdel las jovencitas revoloteaban a su alrededor pidiéndole un poco de atención, y Alicia había comentado que sus compañeras solo se ponían así con un cliente frecuente y guapo.

Por el rabillo del ojo le dio un vistazo a Daimon. No iba a decir nada al respecto; ahora tenía una apariencia más atractiva y envidiable a los ojos del resto. Con una cara así podría tener a quienes quisiera bajo sus pies. Aunque, tenía que admitir que prefería su forma original con la que lo conoció.

No iba a quedarse con la pregunta en la boca. ―Daimon. ¿Te gustan los burdeles?

Giró a verlo con las cejas ligeramente fruncidas. ―¿Por qué preguntas eso? No frecuento esos lugares.

―Qué extraño. Estoy seguro de que una vez te vi en uno, rodeado de mujeres. ¿Me equívoco?

Daimon clavó sus ojos en el Príncipe. ―Fui porque tenía otros propósitos. No me interesa la compañía de esas mujeres.

Anselin hizo una media sonrisa. ¿Qué otro propósito puedes tener en un lugar así? ―Te creeré. Entonces dime, ¿tienes alguien que te gusta?

La pregunta lo tomó totalmente por sorpresa, y se notaba por el gesto en su rostro. Titubeó varias veces con nervios antes de recomponer su postura y hablar con confianza―: ¿Por qué sientes curiosidad por eso?

Anselin se encogió de hombros. ―Es solo eso: curiosidad. Creo que debes tener a alguien, soy bastante bueno percibiendo esas cosas en los demás.

No le iba a decir que quería saber cómo se relacionaba con las personas.

Daimon lo observó de una manera que no supo descifrar. Su ceño seguía fruncido, pero parecía estar ocultando una sonrisa. De repente lo sintió más relajado y abierto a conversar.

―Ya veo, sin duda eres muy intuitivo. ―Más que un halago, parecía una burla. ― Sí hay alguien, pero me lastimó.

―¿Cómo?

―Decidió creer lo que otros decían de mí y me dejó solo.

―Suena como una persona muy influenciable... Supongo que te alejaste de ella.

Negó apenas con la cabeza. ―A pesar de que me duele, no puedo alejarme. Y todo este tiempo, a pesar de estar en caminos diferentes, siempre me mantuve cerca.

Anselin hizo una mueca de desagrado. ―Conmovedor. Pero estás siendo demasiado bueno; fue cruel e injusta contigo. No deberías querer estar cerca de alguien así. Pasaste mucho tiempo viviendo en soledad, y es normal que te aferres a alguien... pero conocerás personas mejores.

Daimon no aguantó más y dejó escapar una pequeña risa. Era la primera vez que Anselin lo escuchaba reír después de mucho, haciendo que su corazón se emocionara. ―Sí es bastante cruel e injusto conmigo, pero también fue bueno. Desde hace mucho tiempo él es muy importante para mí.

¿Él? ¿Estábamos hablando de un hombre? ¿¡Quién era el hombre que lo había tratado así de mal!?

Anselin carraspeó un poco para digerir la pequeña sorpresa. ―Bien, entonces no hay nada que decir. Si lo amas, lo amas. ―Hubo silencio por un momento, hasta que lo rompió con otra pregunta. ―En el palacio del Rey del Sur... ¿por qué fingiste que no me conocías?

―No tengo una buena relación con el Príncipe de este reino, y no sabía a qué habías venido. Pensé que si decía que ya te conocía, te pondría las cosas difíciles.

Asintió. ―Considerado. ­¿Y por qué decidiste venir con nosotros?

―¿Por qué cree Su Alteza?­­

Lou nunca había sentido tantos deseos de cabecear una flecha como ahora. ¿Por qué era el único que se estaba tomando toda esta situación en serio? Daemón le dijo que les haría saber cuándo haya demonios, ¡y el Príncipe tomó su palabra y se relajó por completo!

En lugar de estar en una importante misión, sentía que los dos adultos estaban en un paseo por el bosque, donde uno coqueteaba torpemente y el otro ni siquiera se daba cuenta.

Alzó la vista al cielo con un gran suspiro. Decidió apresurar el paso pero antes de que se alejara demasiado, Daimon lo detuvo.

―Calma. Estamos muy cerca. ―dijo.

Anselin lo confirmó en el momento que el viento trajo consigo un olor fétido y nauseabundo.

A pocos metros de distancia en una gigantesca pared de piedra, había una enorme grieta que la dividía casi en dos. Los demonios habían formado una colonia allí mismo, ingresando restos de cadáveres humanos al inframundo, tal cual hormigas llevando comida al hormiguero dejaban las partes y volvían por más.

Ninguno de los tres había visto la puerta del límite antes, por lo que no sabían decir si antiguamente hubo una puerta allí y fue destruida, o todo este tiempo se trató de una grieta, literalmente, entre ambos mundos.

Ocultos entre los árboles y la frondosidad observaban el modus operandi de las criaturas.

Lou estaba completamente afectado. Sus ojos estaban enrojecidos y se esforzaba por no dejar caer las lágrimas. ―Son... son los ciudadanos de Oshovia... ―Balbuceó con voz temblorosa.

Anselin apretó los puños.

Un demonio que acababa de salir de la grieta se acercó a otro que estaba parado en un costado, supervisando a los demás. ―¿Es todo lo que queda? ―Señaló un montículo de cadáveres y partes humanas.

―Sí, ya no queda ni uno en esta ciudad. ―Al ver que el otro estaba a punto de quejarse, se apresuró a decir con una sonrisa―: Pero el Príncipe del Sur hace poco envió un mensaje... Mercancía muy importante ingresó a la ciudad. Para formalizar nuestro trato, nos envió al mismísimo descendiente de Aston Tinop. ¡Imagina lo bien que quedaremos con el emperador cuando lo pongamos frente suyo!

El otro demonio se contagió de la alegría, pero se detuvo abruptamente. ―Espera, ¿Su descendiente?, ¿No es peligroso?

Negó sin borrar su sonrisa. ―El Príncipe especificó que no traía ninguna espada consigo. Y por rumores que he oído de otros, no tiene la espada matainmortales con él. Es un humano común y corriente sin ella.

Anselin sentía su cólera incrementar con cada palabra que oía. Había notado que la actitud del Príncipe del Sur era extraña, pero jamás cruzó por su cabeza que éste haría un trato con demonios. Era completamente inaceptable que como Príncipe, fuera capaz de entregar a su propia gente para que las convirtieran en alimento.

No le importaba cuáles fueran sus razones, lo haría pagar por la vida de cada habitante de Oshovia.

Él no era el único que ardía por dentro; Daimon había hecho añicos el tronco del árbol en el que estaba apoyado, tan solo apretándolo. ―Les arrancaré la garganta. ―Siseó con la mandíbula apretada. Su entrecejo apenas estaba fruncido, pero sus ojos se habían oscurecido por completo con deseos de sangre.

El Príncipe y Lou querían saltar de su escondite y luchar con ellos en nombre de los inocentes que habían matado. Daimon, por su lado, solo quería masacrarlos desde el momento que mencionaron a Anselin

No tenían que ser muy inteligentes para saber que si lo hacían, estarían en gran desventaja. Anselin era completamente inútil ante ellos sin La Lotus y solo serviría para estorbarle a Daimon que era el único capaz de deshacerse de ellos. Pero había al menos cien demonios que entraban y salían, era imposible asegurar de que él solo podría con todos.

Ahora que ya había confirmado sus teorías, y aceptado que no podían resolver esto sin ayuda, solo les quedaba retroceder para volver con el Rey del Sur, advertirle de lo que había hecho su hijo para que tomara las acciones necesarias. Seguidamente, el mejor plan era alertar a todos los reinos y recuperar su espada.

Pero en el momento que Daimon volteó de repente y paró una enorme hacha con la mano, el plan se había pospuesto.

Anselin y Lou rodaron a un lado a la vez que Daimon alejaba con brusquedad el filo del arma. El demonio que los había atacado retrocedió varios pasos y dejó salir humo de su nariz.

―Tú... no eres humano ―Bufó.

Lou no perdió el tiempo y con rapidez tomó su arco disparándole varias flechas, una detrás de otra. Apenas se clavaron en el cuerpo del demonio que ni siquiera se molestó en esquivarlas antes de levantar su hacha y agitarla nuevamente contra Daimon.

Anselin observó cuidadosamente al atacante. De inmediato lo identifico como un demonio del clan de los dragones. Su piel escamosa y oscura era similar a la que Daimon solía tener en algunas partes de su cuerpo; al igual que los cuernos, pero en excepción de la cola.

Daimon detuvo el golpe, pero la fuerza con la que había sido dado lo empujó a varios metros dejando la marca de sus zapatos en la tierra. En un momento a otro se encontraba parado en medio de la colonia demoniaca.

El Príncipe se levantó de un salto al verlo allí. ¡Se convirtió en el foco de atención de todas las criaturas! Quería gritarle que se apresurara para escapar, pero ya era demasiado tarde, todos habían detenido de pronto sus labores al verlo aparecer así de la nada.

El demonio supervisor se acercó extrañado por su apariencia. ―¿De dónde vienes, hermano? No te había visto antes... pero sin duda eres de los nuestros.

Daimon movió los ojos y vio a Anselin hacerle señas para que no se precipitara. Entonces no tuvo más opción que guardar silencio mientras le clavaba la mirada con desprecio al supervisor.

Si los demonios no lo atacaban y lo percibían como a uno de los suyos, las posibilidades de salir de allí con vida eran más altas.

El del hacha caminó hasta el centro, ignorando la pre­sencia de los dos humanos entre los arbustos. Se paró frente a Daimon y habló con voz gruesa. ―Muéstranos tú verdadera forma.

La mirada de ambos era amenazante y altanera. Daimon tuvo que levantar la cabeza para responder. ―Esta es mi verdadera forma.

El demonio dragón se encorvó un poco para mirarlo más de cerca. ―Mientes... Reconozco el aura de uno de los nuestros. Sin duda nuestra sangre también corre por tus venas. Así que identifícate.

La situación ya se había vuelto roja. Toda la colonia que al principio se había mostrado confundida al verlo, ahora sospechaba de él.

Los demonios tenían la habilidad de cambiar de formas y eso era gracias a la energía que les otorgaba la carne humana. Es por eso que también eran llamados "cambiones". Sin embargo, durante el último periodo había sido difícil para ellos mantener una forma que no fuera con la que habían nacido. Sin carne humana­, en cuestión de días o incluso horas, sus formas se pudrían hasta revelar sus verdaderos cuerpos y consumía gran parte de su energía. Por esta razón, era primordial volver a su forma cuando estaban entre demonios.

Es por eso que la actitud de Daimon levantaba sospechas.

Guardó silencio ante los cientos de ojos demoniacos. En su panorama, detrás del cuerpo del dragón, apareció Anselin medio escondido detrás de un árbol, agitando su brazo para llamar su atención.

"Haz tiempo, y luego huye. Resolveré esto" Leyó en sus labios e inconscientemente frunció el ceño. El Príncipe llegó a la conclusión que lo mejor sería salir de esa ciudad en lo que Daimon los distraía antes de huir también.

Hacha lo notó y con una pequeña sonrisa soltó―: ¿Es por esos humanos que finges ser uno? ―Sin darse la vuelta arrojó la herramienta por los aires hasta incrustarla en el árbol donde el Príncipe estaba escondido. ―. Que comportamiento más humillante.

Anselin logró huir antes de que el filo atravesara el tronco y casi lo cortara a él en dos. El acero había llegado a rosar su brazo izquierdo creándole una herida poco profunda, pero que no dejaba de sangrar.

Obligado a salir de su escondite y quedar a la vista de todos, fingió mirar la herida y con disimulo dirigió su vista a Lou. Con solo una gesticulación de sus cejas el niño supo lo que tenía que hacer.

Anselin volvió la vista al frente. ―Gracias por la cicatriz. La añadiré a la colección.

Para asegurarse de que Lou pudiera escapar sin ser visto, caminó varios pasos al frente a pesar de lo peligroso que era para él moverse allí.

―Cabello rojo... cabello rojo, cabello rojo. ¡¡¡Es la sangre de Aston Tinop!!!

Al oír eso, las caras y los ojos del resto de los demonios comenzaron a temblar y a desencajarse con sus ojos clavados en él. Eran unas criaturas salvajes ansiosas por atrapar a su próxima presa.

El supervisor también estaba enloquecido y se notaba que se esforzaba por contenerse. Devorar la carne y beber la sangre de un hijo del humano que los había obligado a vivir bajo tierra, era el mayor fetiche que había en Pandemónium. Deseaban tener su cuerpo y se excitaban con solo imaginarse su sabor.

Anselin con ambas manos en las caderas y bajó las comisuras de sus labios. ―No soy el único pelirrojo en el mundo.

―El Príncipe del Sur nos dijo que nos envió al Príncipe de Tinopai, hijo de la sangre de Aston Tinop. ¡Eres tú!

―¿Por qué creerías en sus palabras?

―Porque ese humano está desesperado por conservar su vida. ―La voz del demonio salió aguda y de su boca caían grandes hilos de saliva. ―Captúrenlo entero para nuestro emperador.

Daimon se estaba conteniendo con mucha dificultad. Sus pupilas se contrajeron y con un solo movimiento de su mano, la garganta del supervisor fue extraída de su cuerpo. Todavía conservando la misma posición, gruñó con voz áspera―: Atrévanse a moverse.

El cuerpo cayó al piso ante los ojos de los demonios que quedaron petrificados. Incluso Hacha que era el más grande de todos ellos, quedó horrorizado con lo que acababa de presenciar­. Daimon arrojó la tráquea a un lado y sacudió la mano para quitarse los restos de sangre, antes de comenzar a caminar hasta el Príncipe.

Lo que acababa de suceder era imposible; Desde hace tiempo no existía un ser en esta tierra capaz de matar a un demonio, ni siquiera ellos mismos. Aunque les cortaran la cabeza, estas seguirían vivas sin sus cuerpos. Estaban atados a este mundo hasta el fin de los tiempos.

Actualmente, solo quedaba por deshacerse de la espada que había sido forjada y bendecida por Dios, con la virtud de enviarlos a la nada misma. Tiempo atrás, el emperador que hoy regía en Pandemónium se había encargado de la segunda amenaza, asesinando al último humano bendecido por los dioses del cielo, capaces de matar inmortales con sus propias manos. Estos habían acompañado y ayudado a Aston Tinop, y así como a él se lo conocía como "libertador elegido", a estos humanos se los llamó "los bendecidos". Y era un legado que había desaparecido durante la caída del imperio de Fanhuí.

No existía forma de que este demonio fuese capaz de matar a un inmortal.

Los ojos de Hacha temblaron mientras observaba a Daimon pasar por su lado. ―Eras tú... Quill decía la verdad. ¡Eres el demonio que masacró a los nuestros!

En aquel entonces en la posada, solo había un demonio que se había escapado de las manos de Daimon. Anselin había creído que se trataba de una persona, pero en el momento que vio sus enormes alas negras, supo que posiblemente se trataba de un ángel caído.

Los demonios esperaban que el más grande de ellos diera la orden de atacar, pero el dragón estaba atrapado en su cabeza llena de dudas y posibilidades. Se dio la media vuelta y clavó sus ojos en la espalda de Daimon. ―Eres tú...

Anselin estaba confundido. Su reacción lucía como si estuviera realmente afectado al descubrir a Daimon. Parecía ir más allá de saber que él tenía la capacidad de hacerlos desaparecer.

La distancia entre Anselin y Daimon todavía era lejana, sin embargo el primero no se atrevió a moverse más allá de donde estaba. Tenía la impresión de que si daba tan solo un paso más se arrepentiría.

Pero entonces, Hacha intercaló su vista entre Daimon y el único humano, entendiendo. ―Fue un error venir aquí. ―Daimon detuvo su andar y medio giró el rostro, sin comprender.

―No te hablaba a ti.

En el momento que terminó de hablar, los demonios obreros ni siquiera esperaron otra palabra para arrojarse sobre ellos como una manada de lobos hambrientos. Tan solo el aroma de la carne de Anselin los sofocaba con deseo, y ya no podían contenerse frente al descendiente de a quien odiaban.

Más de la mitad fue directo a Daimon para atacarlo; se habían tirado sobre él creando una gran bola de demonios a su alrededor con la única intención de retenerlo mientras otro pequeño grupo se dirigía a Anselin.

El Príncipe observó aturdido, genuinamente más preocupado por Daimon que por sí mismo, aun sabiendo que el único que estaba en verdadero peligro era él.