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Encuentro inesperado

Los soldados tinopatense titubearon antes de apuntar al Príncipe con sus espadas.

―Su Alteza, por mandato de Su Majestad el Rey, usted queda bajo arresto.

Anselin volteó a verlos con indignación. ―Acaban de presenciar en carne propia que los demonios están entre los humanos, ¿cómo podría seguir siendo importante mi captura?

―Son órdenes directas del Rey, Alteza. Debemos ignorar lo demás y cumplir con nuestra orden.

¿¡Cómo podría él ser más importante que esto!?

―Envíenle un mensaje a mi padre por mí; no... ―Ni siquiera fue capaz de terminar la oración cuando fue tomado por la cintura y conducido hasta el ventanal roto, desapareciendo en la oscuridad del mar y la noche.

Anselin sintió que todo a su alrededor dio vueltas, y cuando se estabilizó, chocó contra alguna pared. En el momento que levantó la mirada, se dio cuenta de que ya le habían dado la espalda con intenciones de dejarlo solo otra vez.

Entonces se apresuró a pronunciar―: ¡Daimon!

La figura delante suyo se congeló al oírlo, deteniendo su andar. Sin embargo no volteó a verlo.

―Eres tú, ¿verdad? ­­­

Después de un tiempo, la otra persona levantó las manos y se bajó la capucha, revelando por primera vez su rostro ­cuando se medió giró.

Anselin contuvo el aliento sin darse cuenta. Estaba impresionado, porque sin duda era el rostro atractivo de Daimon, pero era muy diferente a como lo había visto por última vez hace poco más de un año.

Su piel ya no era grisácea, ahora más bien parecía de un color aterciopelado. De sus escamas y cuernos no había rastros y su altura era la de un hombre normal.

Su apariencia ya no era la de un híbrido, era con plenitud la de un humano. Solo la heterocromía de sus ojos dejaban rastro de su verdadera naturaleza.

Al ver la clara confusión en el rostro del ­Príncipe, las comisuras de los labios de Daimon se levantaron para formar una sonrisa amarga.―Ahora que me veo así, ¿Su Alteza todavía intentará matarme?

Anselin estudió su cuerpo y se esforzó para pronunciar―: No importa cómo te veas, eres lo que eres.

No hubiera imaginado que tan pronto lo dijera, la expresión de Daimon cambiaría por completo. Su mirada se volvió profunda y glacial.

No lo dijo con ánimos de ofender y mucho menos despreciarlo. Se mordió la lengua cuando se dio cuenta de que en realidad había sonado bastante despectivo.

¡No podían culparlo, estaba nervioso!

Y como era de esperarse, ­no aceptó sus palabras con alegría. Una risotada seca salió de sus labios. ―Claro, siempre seré un demonio. ―Apretó los dientes en la última palabra.

Anselin quiso decir: "Así como yo siempre seré un Príncipe", pero sintió que no era adecuado y no quería que esto se tratara de él.

Daimon había tenido el intento de irse, pero por alguna razón seguía allí parado. Se quedaron así uno frente a otro; mirándose como si no lo hubieran hecho desde hace mucho tiempo, esperando a que alguno de los dos dijera algo primero. ­El Príncipe no lo soportó más y tuvo que romper el silencio que se había alargado por varios minutos. ―Te he buscado todo este tiempo, y nos hemos cruzado varias veces. ¿Por qué no viniste, en lugar de esconderte?­

Daimon lo miró como si hubiera hecho la pregunta más estúpida del mundo. ―¿Me buscabas? ¿Puedo saber para qué?, ¿Culparme o quizá humillarme y luego intentar matarme? ―Escupió con la ira reprimida en su voz. Con cada pregunta avanzó hasta acorralar a Anselin contra la pared de piedra. ―. No me ocultaba de Su Alteza, solo no tenía deseos de estar cerca de ti.

El Príncipe no se movió, aceptando los reproches hacia él.

La noche cerca del mar era helada y ventosa. Las nubes cubrían el cielo, amenazando ­con una tormenta. La luz de las farolas al costado de la calle era lo único que los iluminaba vagamente, pero lo suficiente para poder apreciar las facciones de Daimon y perderse en ellas por un rato.

El viento sopló moviendo sus ropajes. Sus ojos volaron hacia abajo, percatándose de algo que lo hizo querer medio sonreír.

―Dices eso, pero sin embargo todavía tienes mi capa atada a la cintura. ―Le dijo.

Daimon abrió los ojos con nerviosismo. Abrió la boca para decir algo y la volvió a cerrar. En cambio, inmediatamente volvió a su expresión amenazadora. Se presionó cerca y habló con lentitud.―Solo para recordar a quien me traicionó.

La tensión en el ambiente podía cortarse hasta con una cuchara, y Anselin consideró que toda caía sobre él haciendo que su cuerpo se sintiera pesado. No alejó su rostro del de Daimon para demostrar una postura firme e inquebrantable. Pero la verdad era que ya no lo soportaba, además de que se moría de frío. Tanto que creía que si el demonio se acercaba un poco más él, no lo iba a detener con tal de sentir un poco de calor.

Estos últimos meses habían sido difíciles para él, descubriendo que tal vez no era tan fuerte como siempre se creyó.

―No fue mi intención traicionarte.

Las cejas de Daimon se fruncieron un poco más, volviendo sus ojos aún más oscuros. ―Permitir que me culparan, humillaran delante de todo el reino y levantar tu espada contra mi... ¿Su Alteza no considera a eso una traición? Siendo así, solo soy un rencoroso. ―Anselin guardó silencio, y a pesar de esperar una respuesta, el demonio no la obtuvo. Y con una sonrisa ladeada concluyó―: Entonces Su Alteza no se arrepiente.

―Hice lo que creí correcto en ese momento para proteger a mi reino.

La expresión de Daimon alarmó un poco al Príncipe, erizándole los bellos de la piel. ―Si ibas a pensar así de mí, ¡entonces debiste matarme en el bosque como te lo habían ordenado! ―Su voz había incrementado con cada palabra. Anselin no lo notó, y lo que pensó que en ese momento era ira y odio, en realidad era dolor―. Creí que Su Alteza era diferente. Resultaste ser igual al resto de los humanos... Hipócrita.

El Príncipe enmudeció. Con los pies plantados en el suelo, lo vio darse la vuelta y desaparecer en la nebulosa noche. Supo que realmente se había vuelto más débil, porque su corazón comenzó a doler.

Su nariz picó haciéndolo estornudar con fuerza.

Después de todo, hacía frío, estaba vestido como una damisela y experimentaba una sensación similar a la ruptura.

Se afligió al verse patético.

 

Ya no servía de nada continuar disfrazado. A estas alturas, consideró que solo cubrirse con su capa bastaría. No tenía ánimos de ser atrapado una vez más con vestimenta de mujer.

Su investigación había dado un giro de ciento ochenta grados, y avanzó en un día lo que no había logrado avanzar en meses. Descubrió a los involucrados en los asesinatos y se había reunido con Daimon por primera vez en mucho tiempo.

A pesar de que solo fue un año, para él se sintió como si hubiera sido toda una eternidad sin saber de él. Por alguna razón eso lo hacía sentirse incómodo. El reencuentro no había sido lo que imaginó, aunque sabía que no podría esperar otra cosa. Aceptaba el desprecio y odio de Daimon hacía él. No iba a desmentir lo que había hecho, o más bien, lo que no hizo. Dejó que el demonio sea culpado y a pesar de tener sus dudas al respecto no había actuado hasta que fue demasiado tarde.

Pero no tenía tiempo para pensar en ello. El conflicto de lo que pudo haber sido una amistad no era nada con lo que podría suceder a continuación. Anselin creía que el sello de la entrada a Pandemónium pudo haber sido destruido. Esperaba equivocarse, porque de ser así, ese no sería el único grupo de demonios en dominio humano.

Pandemónium, también conocido como el Reino Demoníaco o el Páramo de los Demonios, existía entre los límites de la tierra y el cielo. En otras palabras, era el mismísimo inframundo. Todo tipo de especies de carne y hueso yacían ahí desde hace dos mil años. Era un mundo completamente diferente al humano, siendo una distopía constante. No había reglas y sus comportamientos habituales se diferenciaban en gran medida con los humanos.

Hace dos mil años, el demonio más fuerte se quedaba con todo, convirtiéndose en el emperador hasta que alguien más fuerte lo destituya. Era pan de casi todos los días para el emperador demoníaco luchar contra cualquiera que quisiera su puesto.

Así fue hasta que el líder del linaje de los dragones tuvo una feroz e impecable batalla, convirtiéndose en el dueño de todo Pandemónium. Por primera vez en milenios, hubo reglas y civilización entre los demonios. Cambió por completo el régimen, y no había ninguna criatura que se atreviera a hacerle frente o siquiera cuestionarlo.

Este emperador tenía una afinidad por los humanos; siempre se había compadecido de ellos y era curioso por las debilidades y cortas vidas que estos poseían, y la forma en la que luchaban para vivir hasta el fin de sus días. Es por eso que desde que asumió el mandato por la fuerza, también tuvo mucho que ver en la liberación de los mortales. La puerta del Páramo fue cerrada de tal manera que solo él podría abrir, para que ningún demonio pudiera salir y causar calamidades.

Pero un día, el emperador quedó fascinado con una mujer humana, y como si su amor hubiera sido castigado por el destino, desapareció.

Desde aquel entonces, alguien más había tomado su puesto y después de algunos años, logró romper el sello que los separaba del resto del mundo.

Esto ponía en peligro a toda la humanidad. Con la puerta del Páramo abierta, los demonios podían ir y venir como les plazca.

Hasta este entonces, habían estado actuando bajo las sombras, asesinando y secuestrando humanos para llevárselos como alimento. Nadie jamás sospechó que no se trataba solo de un demonio, sino de muchos más. Ahora por alguna razón que Anselin desconocía, decidieron darse a conocer.

No había oído a nadie más hablar sobre ataques de este tipo en otras tierras, y puede ser que esto se deba porque Ilac era de los primeros reinos al sur, cerca del límite. Por lo que si los demonios salieran, naturalmente sería uno de los primeros lugares afectados.

Los únicos rumores que escuchaba, eran sobre él: el mundo se había enterado la verdadera razón por la cual los soldados de Tinopai estaban hasta debajo de las piedras. Si era buscado de esa manera, era obvio que algo muy grave había hecho.

Sabiendo que su reputación cada vez se hundía más, suspiró y pasó ese problema a la lista de espera de cosas por solucionar.

No habría reputación que arreglar si todos morían.

Ir a bibliotecas de pueblo para buscar información sobre demonios era inútil. Como se esperaba, la única rica en esa información era la biblioteca de su palacio que guardaba registros desde el comienzo de los humanos como seres civilizados. Pero volver a palacio podría significar su captura inmediata.

Así que Anselin pasó un buen rato sentado en el suelo de un callejón poco concurrido, intentando recordar los registros que había leído.

El tema demoníaco era algo tabú para los humanos. A pesar de ser parte de su historia, todas las personas de máxima jerarquía decidieron hace mucho que lo mejor para los ciudadanos era mantenerse ignorantes al respecto. Por lo que no existían clases, ni libros sobre demonología y lo relacionado a ello. Entonces el mundo hizo de cuenta que los demonios habían dejado de existir. Ignorantes, pero felices.

Debido a esto, encontrar textos sobre todo lo relacionado a ellos, era raro de hallar incluso dentro del palacio.

Existían ese tipo de registros, pero estaban ocultos y guardados en algún lugar remoto.

Desde niño Anselin se interesó mucho, y bajo el privilegio de ser Príncipe, su padre le permitió leer solo algunos de estos libros. Los demás solo los tendría a su disposición cuando se convirtiera en Rey.

Después de un rato exprimiendo sus neuronas, eligió la ciudad de Oshovia como próxima ruta.

Esta ciudad, ubicada en el Reino del Sur, era la única en la tierra que delimitaba con Pandemónium, apodándola también "el fin del mundo". Al final de esta, se encuentra la gran puerta que separa al reino humano con el demoníaco. Y a pesar de que fue sellada desde hace miles de años, muchas personas consideraban que eran tierras con mal augurio.

Su clima era terriblemente frío, incluso en verano y era una leyenda entre la gente que esas heladas provenían desde alguna grieta de la puerta del límite. Es un lugar poco deseado para vivir, y era muy extraño recibir visitas de extranjeros. Nadie quería acercarse al inframundo.

Anselin esperaba encontrar respuestas allí.

 

El viaje fue duro, incluso para él. Los días a caballo y las noches acampando a la intemperie fueron difíciles con el clima empeorando cada vez que avanzaba. Inclusive varias veces se sintió acechado, pero al final siempre se oía un débil quejido en la oscuridad y nada pasaba.

Tal vez su cabeza ya comenzaba a jugarle en contra.

Después de varios días, Anselin llegó a la puerta del Reino del Sur. Caminó hasta ella siendo empujado por el viento y con la nieve pasándole los tobillos. Tiró de la cuerda de su caballo para que no se separara de él, y golpeó la puerta. Le pareció extraño que a diferencia de otros reinos, no había nadie custodiándola desde afuera. Aunque tampoco le sorprendía con este clima.

Golpeó un total de diez veces, pero nadie abrió.

El viento comenzó a soplar con más fuerza, arremolinándose alrededor de él. Podía sentir que incluso sus mocos estaban más duros que un pedazo de piedra.

Perdió el equilibrio hasta casi caer de rodillas al suelo. ―¿¡Hay alguien ahí!? ¡Si no me dejan entrar, moriré aquí!

De un momento a otro, la puerta frente a sus narices desapareció y lo único que podía ver era un entorno blanco y gris.

Se encontró envuelto en medio de una tormenta de nieve que lo sacudía de un lado a otro. Cuando estuvo a punto de derrumbarse al suelo, unas manos lo sujetaron del brazo para ayudarlo a que no perdiera el equilibrio.

Escuchó unas bisagras rechinar y cual ciego, se dejó guiar.

Después de un momento de haber depositado su confianza en un completo extraño, fue empujado al interior de algún lugar. Todo su cuerpo temblaba y tenía nieve hasta en las pestañas. Se sacudió, y al escuchar un portazo detrás suyo volteó con rapidez.

Un niño que para Anselin no pasaba los dieciséis años y estaba cubierto de pies a cabeza con ropajes de pieles de animales, lo miraba con molestia.

El chico le habló en un idioma diferente al suyo. Al escuchar el "¿qué?" de Anselin y darse cuenta de que no fue comprendido, dijo―: ¿Quién eres, y por qué viniste aquí?

Anselin tenía más ganas de arrojarse sobre el fuego que de responder. ―Necesito calor ―respondió con los dientes castañeando.

El jovencito lo estudió con cautela por un momento, y al parecer no lo percibió como una amenaza porque de inmediato lo empujo cerca de una chimenea.

El Príncipe ni siquiera se molestó en resistirse. Poco a poco comenzó a sentir como la sangre volvía a recorrerle el cuerpo.

Mientras pensaba en lo agradable que sería meterse dentro de la chimenea, sentía los ojos del chico pegados a él. Soltando un escalofrío, deslizó su vista por el lugar. Levantó las cejas cuando notó la numerosa cantidad de armas que colgaban de las paredes, y artilugios de pesca. Detrás de un pequeño escaparate de madera de roble, un hombre barbudo lo miraba con desconfianza.

No se había percatado de él hasta ahora. Inclinó la cabeza y lo saludó con respeto. ―Gracias por dejarme entrar.

El hombre miró al niño y pronunció un par de palabras mientras Anselin era señalado. El Joven le respondió en el mismo idioma. Entonces el hombre no contestó y continuó afilando un enorme gancho para pesca.

―Pregunté quién eres, y qué viniste a hacer aquí.

El Príncipe se giró a él, que aún mantenía una expresión de molestia. ―¿Cuál es tu nombre?

Dudó un poco antes de responder―: Lou. Ahora dime el tuyo.

Anselin no sabía si era seguro revelar su identidad. Sin embargo, conocía que el Reino del Sur vivía en una burbuja de marginación. Al no recibir visitantes, era realmente muy extraño que alguien llevara y trajera rumores de otros países.

Eligió arriesgarse. De salir mal, solo deberá dormir en la nieve. ―Soy el Príncipe Anselin de Tinopai.

Esperó ansioso la reacción de los desconocidos que lo miraron por varios segundos.

―¿A qué vino un Príncipe aquí?

Genial. No podía importarles menos quién sea él.

Anselin había tensado su cuerpo, esperando insultos o algo por el estilo. Ahora viendo que su presencia no podía ser menos insignificante, se relajó. ―Estoy de camino a la ciudad de Oshovia.

El hombre que se había mostrado desinteresado, levantó la vista y pronunció varias palabras al escuchar el nombre de la ciudad.

Lou lo oyó atentamente, y lo tradujo para el Príncipe. ―Será imposible. Las puertas de Oshovia fueron cerradas porque está infectada con una enfermedad contagiosa.

Anselin ladeó la cabeza con curiosidad. ―¿Qué tipo de enfermedad es tan grave como para que toda una ciudad sea aislada?

El joven Lou tradujo sus palabras al que podría ser su padre y después, volvió a dirigirse a Anselin. ―Es desconocida. El Príncipe dijo que era muy peligrosa y cerró las puertas. Nadie sale, y si entra, no vuelve.

― ¿Desde hace cuánto es así?

―Dos años.

Le pareció realmente extraño. ¿Una terrible enfermedad aparece en el límite de los mundos? No importa cómo lo pensara, debía estar relacionado con la ruptura del sello.

Después de hablar un rato más con Lou y su padre, supo que entrar a Oshovia era tan difícil como salir. Solo hablando con el Rey del Sur podría encontrar una posibilidad de obtener un permiso para ingresar.

El Reino del Sur, era un país considerablemente grande. Anselin apenas había entrado, por lo que todavía le quedaba un largo y difícil recorrido hasta el castillo. Los senderos eran peligrosos y cada vez más empinados. Era complicado sobrevivir a ellos sin un guía que conociera el lugar exacto donde pisar.

No esperó que Lou se ofreciera para ser su guía. No le parecía correcto que un niño de dieciséis años atravesara por un viaje tan peligroso, pero parecía muy interesado en ayudar. Le pareció creer que dijo algo como que le pidieron que no muriera, pero a veces le costaba entenderlo.

 

Llegar a la capital del Reino del Sur les tomó medio mes, y Anselin hubiera muerto más de dos veces de no ser por la agilidad y control de su cuerpo. Perdió la cuenta de cuantas veces casi cayó por un acantilado a lo largo del viaje. Lou que al principio se asustaba, después comenzó a simplemente verlo y seguir su camino mientras lo dejaba subir solo.

Soportaron vientos despiadados e infernales nevadas*, y Anselin se dio cuenta de que el único que sufría era él; Lou permanecía relajado, como si este camino fuera el que tomara todos los días para ir a la escuela y no un sendero de la muerte.

Ahora empezó a entender porque no era un lugar visitado.

Llegando a la capital, el ambiente era un poco diferente de la primera ciudad que había pisado. Se podía notar la diferencia económica en la estructura de los edificios. No eran ostentosos como el de otras ciudades, pero había un claro contraste.

Con la nieve cayendo sobre ellos, caminaron por las calles de piedra con rumbo al castillo.

Aun con la capa de pieles que tenía encima, Anselin podía sentir el frio traspasarle hasta llegar a su piel. Deseaba que dentro del castillo tuvieran una chimenea y le permitieran sentarse junto a ella.

Frente a la enorme puerta de madera y hierro, un par de guardias los detuvieron pronunciando algo en el idioma nativo. No entendió, pero igual se presentó―: Soy el Príncipe Heredero de Tinopai, y he venido a ver al Rey.

Los hombres se miraron entre ellos, claramente sin comprender. Sin tener más remedio, Lou intervino y después de intercambiar varias palabras se giró a Anselin. ―Dicen que necesitan una prueba.

Afortunadamente, hace un año atrás también había robado su placa de identificación que lo distinguía del resto de las personas. Solo la realeza y nobleza tenían estos beneficios. Oro para los reyes y príncipes, plata para la aristocracia en general. Cada una llevaba la insignia de su reino y familia; la de Anselin tenía esculpidas flores de loto alrededor de una espada que claramente era La Lotus.

Si no fuera por la mala reputación que ahora lo persigue, con solo mostrarla en cualquier lugar conseguiría todo lo que quisiese. Naturalmente nunca abuso de eso.

Al extender su mano y ponerla frente a sus ojos, los guardias la reconocieron casi de inmediato. Le dieron un respetuoso saludo, y lo escoltaron hasta el interior del castillo.

Después de haber visto la placa, Lou parecía estar igual de sorprendido y no dejaba de observar a Anselin. Este le devolvió la mirada y levantó las cejas esperando a que preguntara.

―¿Si eres un Príncipe?

―¿Dudabas de mí?, Si no creías que lo fuera, ¿por qué me acompañaste hasta aquí?

Lou guardó silencio por un momento y pareció querer decir algo, pero al final no respondió.

Posteriormente de atravesar el jardín, Anselin contempló los cien escalones frente suyo con aflicción. Los soldados se detuvieron y señalaron en esa dirección. A continuación gritaron algo en voz alta pronunciando su nombre.

―Hay que subir. ―Dijo Lou.

El Príncipe quería pedir que por favor alguien lo cargara hasta el palacio. Llevaba días de desgaste físico y su pobre cuerpo le suplicaba que se detuviera.

Tomó aire, estiró su cuerpo, y subió los escalones corriendo y saltándolos de dos en dos.

Lou que ya había avanzado varios escalones con todo el rigor y energía de la juventud, lo miró con incredulidad cuando lo vio pasar por su lado como si se lo quisiera llevar el diablo.

Solo le tomo un par de minutos llegar a la cima con todo descaro. Se inclinó sobre su cuerpo para recuperar el aliento y volteó para ver cuánto le quedaba al niño para alcanzarlo.

No llevaba ni la mitad.

Se reincorporó todavía agitado y le gritó―: ¡Lou!, ¡Te esperaré adentro!

No se tomó las molestias de que el niño le respondiera y caminó hasta la puerta. Los guardias que ya habían sido avisados de su presencia le abrieron, uno de ellos lo guió por el interior.

Dentro de la sala del trono, el Rey del Sur parecía estar esperándolo. Al verlo entrar, lo recibió con una sonrisa.

Entonces Anselin se dio cuenta de que definitivamente los rumores sobre él no habían llegado a oídos de este Rey.

El Príncipe del reino también se encontraba allí, sentado en un trono a la derecha de su padre. A diferencia de su progenitor, no parecía contento de ver a Anselin.

Anselin se paró frente a ellos, e hizo una reverencia. Supo por Lou que hablaban un poco de su idioma, así que sin temor a no ser entendido, pronunció―: Majestad, Alteza, es un honor para mí conocerlos.

El Rey sonrió con calidez. ―¡El honor es todo nuestro! Cuando me informaron que el Príncipe de Tinopai estaba en mi reino, no daba crédito de ello. ¿Qué nos honra con su visita?

―Majestad, iré al grano. He oído que una terrible enfermedad azota una de sus ciudades. Vine hasta aquí para ofrecerles mi ayuda y evitar su propagación.

El Rey acarició el pelo blanco de su barba, con una expresión afligida y pensante. ―Me temo que no es tan fácil. Hace un año mandamos a nuestros mejores médicos, pero contrajeron la enfermedad y ya no pudieron regresar.

El Príncipe del Sur pronunció―: La enfermedad es maliciosa y terriblemente contagiosa. La mejor solución fue cerrar sus puertas para que nadie salga. Desde entonces no se propagó en otros lugares. No hay nada que hacer.

Anselin creyó que tal vez era su imaginación, pero este Príncipe parecía hablarle con prepotencia. No recordaba haberlo ofendido, así que lo pasó por alto y dijo―: Me preocupa pensar que puede que no se trate solo una enfermedad, sino de demonios.

Al pronunciar eso último, el Rey detuvo su mano que no había dejado de peinar su barba, y el Príncipe abrió los ojos. Sin embargo, su expresión no era de sorpresa.

El Príncipe del Sur parecía levemente alterado. ―¿A qué te refieres con demonios? ¡Eso es absurdo, no han molestado a los humanos durante milenios!

Anselin lo observó por varios segundos, antes de contestar―: Hace no muchas semanas, yo mismo los vi en la ciudad de Ilac. Atacaron a varios humanos. Eso me lleva a pensar que el sello de la puerta del límite fue destruido. De ser así, no solo este reino, sino todos los del mundo están bajo grave peligro.

El Príncipe frunció el ceño con claro enfado. ―¿Cómo sabemos que dices la verdad? Estoy a cargo de Oshovia, he visto con mis propios ojos la enfermedad en las personas. ¿Me llamas mentiroso?

El Rey intervino. ―De ser así, ¿qué es lo que propone, Príncipe Anselin?

―Con el permiso de Su Majestad, me gustaría ir e investigar la situación y encontrar una solución lo más pronto posible.

El Rey asintió. ―Bueno, después de todo eres el descendiente de Aston Tinop. Si alguien puede solucionar algo como eso, definitivamente eres tú.

El Príncipe del Sur intentaba disimular su enojo y nerviosismo, pero no pasó desapercibido de los ojos de Anselin que lo encontró extraño.

Se estaba ofreciendo para resolver un problema en su reino, ¿por qué se negaba tanto?

Esperó pacientemente la respuesta del soberano, que al cabo de varios minutos, este volvió a hablar―: De acuerdo. Tienes mi permiso de ingresar a Oshovia. Sin embargo, si no se trata de demonios y contraes la enfermedad ya no podrás salir. ¿Estás bien con eso?

Anselin estaba convencido de que no había ninguna enfermedad. ―No tengo objeciones.

De golpe, se oyó el sonido de la puerta detrás suyo. Seguro de que se trataba de Lou, esperó a que llegara a su lado. ―El joven viene conmigo. ―Le avisó al Rey.

Le pareció rara la expresión del soberano, que con asombro dijo―: ¿El Príncipe ya conocía al erudito?

Anselin frunció el entrecejo. ¡Lou no le había comentado que era un erudito conocido por el Rey!

Pero cuando el erudito llegó a su lado y lo oyó pronunciar unas palabras, se petrificó y el corazón le palpitó con fuerza.

―Es la primera vez que veo al Príncipe.

¿¡Daimon!?