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EL OSCURO DESIGNIO (53)

A Tom Rider le gustó la idea.

¡No! dijo Farrington. ¡Es demasiado peligroso! No confío en esos frágiles sacos de gas. Además, hay que utilizar hidrógeno, ¿no? ¡El hidrógeno se incendia con sólo chasquear los dedos!

Hizo chasquear los dedos.

Además, son presa fácil de los vientos fuertes y las tormentas. Y por otro lado,

¿dónde piensas encontrar a un buen piloto de dirigibles? Puede que los pilotos de aviones

sean fáciles de conseguir, aunque personalmente sólo he conocido a dos. Además, nosotros tenemos que formar parte de la tripulación, y eso significa que tenemos que ser entrenados. ¿Y si no servimos para ello? Y hay otra razón...

¿Un ataque de hígado? dijo Tom, sonriendo. Martin enrojeció, y sus manos temblaron.

¿Qué te parecería si te hiciera saltar unos cuantos dientes?

No sería la primera vez dijo Tom Rider. Pero tómatelo con calma, Frisco, sólo estaba intentando pensar en algunas otras razones por las que no pudiéramos hacerlo. En cierto modo, intentaba ayudarte.

Frigate sabía que Jack London nunca había sentido ningún interés por volar. Y sin embargo, un hombre que había vivido tan aventureramente, que siempre había sido valeroso, y que era tremendamente curioso al mismo tiempo, hubiera debido sentirse ansioso por montar en una de esas nuevas máquinas volantes.

¿Era posible que le tuviera miedo al aire?

Podía ser. Más de una persona que parecía no temerle a nada en el mundo se sentía aterrada ante la idea de abandonar la superficie. Era uno de esos condicionamientos de la naturaleza humana, por el que nadie debía sentirse avergonzado.

Sin embargo, Martin podía sentirse avergonzado de evidenciar miedo.

Frigate se admitió a sí mismo que en ocasiones había sentido ese tipo de vergüenza. La había superado a veces, pero aún le habían quedado muchos residuos. No temía admitir un miedo si había algún motivo racional para sentirlo. Revelar su miedo si sus bases eran irracionales era más difícil de aceptar para él.

La reacción de Farrington tenía algo de lógica. Podía ser peligroso, incluso quizá estúpido, subir a un dirigible en condiciones inevitablemente inciertas.

Nur y Pogaas fueron llamados para oír la nueva idea de Frigate. Frigate procedió a explicarles cuáles podían ser los peligros.

Pese a todo, considerando el tiempo que ganaremos, es más eficiente, más económico, ir en dirigible. Realmente, considerando el tiempo necesario para un dirigible contra el tiempo que necesitaría un barco, encontraréis que es mucho más peligroso el barco.

¡Maldita sea, yo no le tengo miedo al peligro! ¡Me conoces mucho mejor que eso! Se trata tan sólo que...

La voz de Martin se esfumó. Tom sonrió.

¿De qué te estás riendo? dijo Farrington. ¡Te pareces a una mofeta comiendo mierda!

Pogaas también sonrió.

No hay necesidad de excitarnos ahora dijo Tom. Primero tenemos que ir a ver lo que ese gran manitú. Podebrad, puede hacer por nosotros. Lo más probable es que no quiera construirnos un dirigible. ¿Por qué debería hacerlo? Pero vayamos hasta su casa y veamos qué tiene que decir al respecto.

Nur y Pogaas tenían otros asuntos más importantes que hacer, de modo que el capitán, el primer contramaestre y el marinero caminaron hacia un enorme edificio de piedra caliza que uno de los transeúntes les señaló.

Supongo que no hablaréis en serio acerca de robar uno de los barcos de vapor dijo

Frigate.

Eso depende respondió Tom.

Nur no querrá intervenir en eso dijo Frigate. Y algunos de los otros tampoco.

Entonces quizá lo hagamos sin ellos dijo Tom.

Se detuvieron ante la casa de Podebrad, que se erguía en la cima de una colina, su puntiagudo techo de bambú tocando casi las ramas inferiores de un alto pino. Los guardias los hicieron pasar a una sala de recepciones. Un secretario les escuchó

atentamente, luego desapareció durante un minuto. Al regresar, les dijo que Podebrad los vería dentro de dos días, después de la comida.

Decidieron ir a pescar el resto del día. Rider y Farrington capturaron algunas «percas» listadas, pero pasaron la mayor parte del tiempo planeando cómo apoderarse de un barco de vapor.

Ladislas Podebrad era pelirrojo y de mediana estatura, muy ancho y musculoso, cuello de toro, labios delgados, mandíbula masiva. Aunque sus rasgos eran formidables y su comportamiento glacial, permitió que la entrevista durara más de lo que los tres habían esperado. Incluso se sintieron satisfechos de ella, aunque no tanto como esperaban.

¿Por qué tienen tanta prisa por alcanzar el Polo Norte? He oído hablar de esa Torre que se supone está en medio del mar al otro lado de infranqueables montañas. No sé si creer esa historia. Pero parece posible. Quizá, incluso probable.

»Este mundo puede haber sido originalmente construido por Dios. Pero es evidente que unos seres humanos, o algo similar a ellos, han remodelado la superficie de este planeta. Es evidente también, para mí al menos, como científico, que nuestra resurrección ha sido ocasionada por medios físicos, a través de la ciencia, y no por una intervención sobrenatural.

»Por quién, no lo sé. Pero la Iglesia de la Segunda Oportunidad tiene una explicación que suena en cierto modo lógica. Aunque les faltan muchos datos y no poseen la menor certeza.

»De hecho, tengo la impresión de que la Iglesia conoce mucho más que cualquier otro acerca de este asunto, si puedo expresarlo de este modo.

Tabaleó sobre la mesa con unos dedos largos y finos, mientras todos permanecían en silencio. Frigate, observándole, pensó que no se correspondían con su rechoncho físico y con sus anchas y gruesas manos.

Podebrad se alzó y se dirigió hacia el armario, lo abrió, sacó un objeto. Mostró entre sus dedos un hueso en espiral de un pez cornudo.

Todos ustedes saben lo que es esto. Los de la Segunda Oportunidad lo llevan como símbolo de su fe, aunque yo personalmente preferiría que mostraran más conocimientos sobre los que apoyar su fe. Pero si tuvieran más conocimientos, entonces no necesitarían la fe, ¿no creen? A este respecto son como todas las demás religiones, terrestres o del Mundo del Río.

»Sin embargo, sabemos que hay una vida después de la muerte.

»O quizá, debiera decir, había una vida después de la muerte. Ahora que la gente ya no resucita después de morir, ya no sabemos qué esperar. Ni siquiera la Iglesia tiene respuesta a la cuestión de por qué las traslaciones han cesado de repente. Especula que, quizá, la gente ha tenido tiempo suficiente para salvarse, y que ya no hay razón para proseguir con las resurrecciones.

»Si uno no ha sido salvado ya, es inútil que espere salvarse a estas alturas.

»Realmente, no sé cuál pueda ser la verdad.

»Caballeros, yo fui un ateo en la Tierra, un miembro del Partido Comunista checoslovaco. Pero aquí encontré a un hombre que me convenció de que la religión no tiene nada que ver con lo racional. Al menos, sus fundamentos, las bases de su existencia, no lo tienen.

»Una vez se produce el acto de fe, por supuesto, se busca luego la racionalización, su justificación pseudológica. Sin embargo, ni Jesús ni Marx, ni Buda ni Mahoma, ni los hindúes ni los confucianistas, ni los taoístas ni los judíos, supieron ver el mundo después de la muerte. Cometieron más errores respecto a este mundo que respecto al otro en el cual nacimos.

Se encaminó hacia el escritorio, se sentó tras él y colocó el hueso en espiral sobre su superficie.

Sinjoroj, hoy iba a anunciar mi conversión a la Iglesia de la Segunda Oportunidad. Y a anunciar también mi dimisión como jefe del estado de Nova Bohemujo. Algunos días más tarde, iba a embarcarme Río arriba para viajar hasta Virolando, que, me han asegurado, existe realmente. Y allí pensaba preguntarle al líder y al fundador de la iglesia, La Viro, algunas cosas. Si él me las respondía satisfactoriamente, a incluso si admitía que no conocía todas las respuestas, iba a ponerme bajo su jurisdicción. Hubiera ido donde él me dijese, hubiera hecho lo que él me ordenase.

»Pero si mi información es correcta, y no tengo razones para creer que mis informadores sean unos mentirosos, Virolando se halla a millones de kilómetros de distancia. Iba a tomarme más de la mitad de una vida terrestre llegar hasta allí.

»Y ahora, aparecen repentinamente ustedes con una proposición. Algo que me sorprende no haber pensado por mí mismo antes. Quizá porque realmente estaba más interesado en el viaje que en su final.

»Los viajes son siempre más fructíferos en el descubrimiento de uno mismo que en el descubrimiento de todo lo demás ¿no es cierto? Quizá fue por eso por lo que lo obvio se me escapó.

»Sí, caballeros. Puedo construir un dirigible para ustedes.

»Sólo hay una condición. Tienen que llevarme a mí también.