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EL OSCURO DESIGNIO (10)

Tinieblas en el exterior. En el interior, una noche retorciéndose como serpientes de pálida luz, culebreantes e indistintas. Un poco más tarde, en un lugar donde no existía el tiempo, un brillante rayo taladró la oscuridad como surgido de las lentes de un proyector cinematográfico. La luz era un susurro en el aire; en la mente de ella, era un grito. El film estaba siendo proyectado sobre un osciloscopio de rayos catódicos; había una serie de letras, palabras rotas, signos, y símbolos, todo ello parte de un indescifrado código. Quizá: indescifrable.

Peor aún, parecía estarse proyectando a la inversa, rebobinándose a... ¿la realidad? Era un documental hecho para la televisión para rebobinar al bobo espectador alrededor del tubo bobo. Sin embargo, ir hacia atrás era una excelente técnica. Las imágenes destellaban para sugerir, para reverberar, para crear ecos, para evocar, para lanzar intimidación tras intimidación con rapidez electrónica. Como hojear las páginas de un libro ilustrado desde el final hasta el principio. Pero el texto, ¿dónde estaba el texto? ¿Y en qué estaba pensando cuando pensaba en las imágenes? No había imágenes. Ningún guión, pero tenía que ser reunido a partir de sus varios pedazos. Oh, muchos pedazos. Casi lo tenía, pero se había escapado deslizándose de nuevo.

Gimiendo, despertó. Abrió los ojos y escuchó la lluvia golpeando contra el techo de paja.

Entonces recordó la primera parte del sueño. Era un sueño de un sueño, o lo que ella creía que era un sueño aunque no estaba segura. Estaba lloviendo, y ella se había despertado a medias o así lo parecía. La cabaña estaba a veinte kilómetros de ésta, pero era casi idéntica, y el mundo fuera de la cabaña, tal y como lo veía a la luz de los ocasionales destellos de los relámpagos, no difería mucho de éste. Se había dado la vuelta, y su mano no había encontrado la esperada carne. Se había sentado y había mirado a su alrededor. El estallido de un relámpago, lo suficiente cerca como para sobresaltarla, mostró que Jack no estaba en la cabaña.

Se había levantado y encendido una lámpara de aceite pescado. No sólo no estaba allí, sino que sus ropas, armas, cilindro habían desaparecido.

Salió corriendo a la tormentosa noche para buscarle.

Nunca lo encontró. Había desaparecido, y nadie sabía donde ni por qué.

La única persona que hubiera podido ser capaz de decírselo había desaparecido también la misma noche. El también había abandonado a su compañera de cabaña sin decir una palabra acerca de sus intenciones. Resultaba evidente para Jill que se habían marchado juntos. Sin embargo, por lo que ella sabía, tan sólo se conocían ocasionalmente.

¿Por qué la había abandonado Jack, tan silenciosa y cruelmente?

¿Qué le había hecho ella?

¿Era posible que Jack hubiera decidido que no podía seguir viviendo con una mujer que no aceptaba jugar un papel de segunda fila en sus relaciones? ¿Se había visto apresado de nuevo por el anhelo de viajar? ¿Impulsado por ambos motivos, simplemente se había levantado y se había ido, por usar uno de sus vulgares americanismos?

Fuera cual fuese la verdad, no viviría nunca más con ningún hombre, nunca más. Jack era el mejor, y el último era el mejor, como debía ser, pero no había sido lo suficientemente bueno.

Estaba aún sumida en su reacción emocional cuando conoció a Fátima, la pequeña turca ojinegra, una de los centenares de concubinas de Mohammed IV (que había gobernado Turquía de 1648 a 1687), y que nunca había ido a la cama con él. Sin embargo, no había sufrido mucho por la falta de satisfacción sexual. El Serrallo estaba lleno de compañeras prisioneras que preferían como amantes a su propio sexo, bien por inclinación natural, bien por condicionamiento. Se convirtió en la favorita de Kosem, la abuela de Mohammed, aunque ésta no era abiertamente homosexual en sus relaciones.

Pero Turban, la madre de Mohammed, buscaba arrebatarle a Kosem el control del gobierno, y finalmente Kosem fue víctima de una partida de asesinos enviados por Turhan, que la estrangularon con los cordones de la cortina de su propia cama. Fátima tuvo la mala fortuna de hallarse junto a Kosem cuando ocurrió esto, y compartió su misma suerte.

Jill recibió a la sexy pequeña turca como compañera de cabaña después de que Fátima se peleara con su amante, una bailarina francesa de ballet (muerta en 1873). Jill no estaba enamorada de ella, pero era sexualmente excitante y, tras un cierto tiempo, empezó a sentir aprecio por ella. Fátima, sin embargo, era ignorante y, peor aún, era imposible enseñarle nada. Era egoísta y seguiría siendo siempre así, era infantil y seguiría siendo siempre así. Jill empezó a cansarse de ella tras un año. Pese a todo, se sintió tremendamente dolida cuando Fátima fue violada y luego golpeada hasta morir por tres sículos borrachos (¿nacidos el año 1000 antes de Cristo?). Su dolor se vio intensificado por la realización (la creencia, puesto que no había ninguna prueba) de que Fátima estaba realmente muerta. Las resurrecciones, aparentemente, se habían detenido. Ninguna persona muerta aparecía ya al día siguiente al amanecer, lejos de la escena de su muerte.

Antes de sucumbir a su pesar, sin embargo, Jill había plantado una flecha en cada uno de los asesinos de Fátima. Ellos tampoco volverían a alzarse.

Años más tarde, había oído rumores de que se estaba construyendo un gran dirigible

Río arriba. No sabía si eran ciertos o no, pero sólo había una forma de confirmarlo.

De modo que allí estaba, aunque le hubiera tomado un largo tiempo llegar.