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El Mundo del Río y otras historias (10)

Después de contarle a Stafford lo de la Reina, Mix fue a su cabaña y se bebió lo que le quedaba de whisky, casi un litro.

¿Quién hubiera podido pensar que hubiera un sosias de Tom Mix, y que este fuera un antiguo judío, por el amor de Dios? Era una lástima que Yeshua no hubiera nacido en la misma época que él. Yeshua hubiera podido ganar un buen dinero como su doble.

Pese al ruido que aún se oía en torno a la cabaña, consiguió dormir bien. El descanso no duró mucho tiempo, sin embargo. Dos horas más tarde, Channing lo despertó. Tom le dijo que se largara. Channing siguió agitando su hombro, luego olvidó aquel método de despertarle, y vació un balde de piel lleno de agua sobre su rostro. Escupiendo agua, maldiciendo, golpeando con sus puños, Mix se levantó de la cama. El sargento echó a correr fuera de la cabaña, riéndose a carcajadas.

El consejo duró una hora, y luego regresó a la cabaña para dormir un poco más. Fue despertado momentáneamente cuando las piedras de cilindros retumbaron. Afortunadamente había prometido algunos cigarrillos a un hombre si colocaba la copia de Mix por él de modo que no se quedara sin cenar.

Un poco más tarde entró Delores, depositó sus copias, y luego intentó despertarle para hacer por primera vez, y quizá por última, el amor con él. Él le dijo que se fuera, pero ella hizo algo que muy pocos hombres pueden ignorar. Más tarde, comieron, y luego fumaron un par de cigarrillos. Puesto que era probable que no volviera vivo de la invasión, un cigarrillo no iba a hacerle ningún daño. Además, a Delores no le gustaba fumar sola después de un buen coito.

El cigarrillo, sin embargo, le hizo toser, y se sintió mareado. Juró de nuevo no volver a fumar más, aunque realmente el tabaco sabía delicioso. Un momento más tarde, sin embargo, habiendo olvidado su resolución, encendió otro.

Un cabo apareció entonces tras él. Tom besó a Delores. Ella se echó a llorar y dijo que estaba segura de que no volvería a verlo nunca más.

Aprecio tus sentimientos dijo Tom. Pero no son reconfortantes precisamente.

Las flotas de Anglia y Nueva Cornualles, un estado vecino que había decidido en el último minuto unirse a la invasión, estaban acercándose a las orillas de Nueva Albión. Tom, vestido con su sombrero de ala ancha, capa, chaleco, faldellín, y botas Wellington, subió a la nave insignia. Era el mayor barco de guerra de Nueva Albión, con sus tres mástiles y sus diez catapultas. Tras él se situaron las otras embarcaciones mayores, cuatro buques de guerra. Detrás iban veinte fragatas, como eran llamadas las embarcaciones de dos mástiles, aunque se parecían muy poco a las fragatas de la Tierra. Después venían cuarenta cruceros, catamaranes de un solo palo pero grandes.

Siguiendo a estos iban sesenta y una canoas de guerra de un mástil, construidas con troncos de bambú gigante ahuecados.

El cielo nocturno resplandecía en un Río en el cual el tráfico de embarcaciones agrupadas era intenso. Se produjeron algunas inevitables colisiones, pero sin que resultaran grandes daños, aunque causaron un montón de gritos y maldiciones. El peligro se incrementó cuando los Hunos, o escitas, sacaron su flota. Linternas de ojo de buey quemando aceite de pescado parpadeaban por todas partes. Un observador en las colinas hubiera pensado en una danza de luciérnagas en la Tierra. Pero si quedaba aún algún espía, no encendió ningún fuego señalizador ni batió tambores. Debía permanecer escondido, ocultándose todavía de los grupos de búsqueda. Todos los soldados masculinos que quedaban atrás guardaban los fuertes y otros puestos importantes. Quienes batían ahora las colinas eran mujeres armadas.

Los kilómetros fueron sucediéndose lentamente. Luego la flota ormondiana salió para unirse a ellos, con el estandarte del duque en vanguardia. Se cruzaron más señales.

Justo al norte de Ormondia estaba el decididamente neutral estado de Jacobea. Stafford y Ormondia habían discutido el invitarlo a convertirse en un aliado, pero finalmente habían decidido en contra. Había pocas posibilidades de que se uniera a ellos, y aunque lo hiciera, no podía confiarse en su seguridad. Ahora, mientras la flota se aventuraba en aguas jacobeanas, los gritos de los centinelas llegaron hasta ellos. Las tripulaciones vieron encenderse antorchas, y oyeron el retumbar de los tambores de troncos huecos cubiertos con piel de pez. Los jacobeanos, temiendo una invasión, salieron de sus cabañas, las armas en la mano, y empezaron a situarse en formación.

Allá arriba en las colinas empezaron a encenderse fuegos. Eran producidos por espías de Kramer, a quienes Jacobea permitía operar sin molestarlos.

Sin embargo, las nubes estaban empezando a formarse en el cielo. Quince minutos más tarde, vaciaron su contenido, ahogando los fuegos. Si los planes de Stafford funcionaban como estaba previsto, no habría relevos que permitieran que las señales llegaran hasta Kramer.

El hombre de las señales en la embarcación del duque parpadeó un mensaje a los jacobeanos. Identificó las flotas y dijo que no tenían intención de producir ningún daño. Estaban navegando contra Kramer, y si Jacobea quería unirse a ellos, serían bienvenidos.

No lo harán, por supuesto dijo Stafford. Se echó a reír. Pero esto va a ponerlos frenéticos. No sabrán qué hacer, y terminarán no haciendo nada. Si nos siguen a la batalla, y perdemos, Dios no lo permita, entonces Kramer tomará venganza contra ellos. Si vencemos, con la ayuda de Dios, y no nos ayudan, entonces se encontrarán en mala posición con respecto a nosotros, que podemos invadirles. Sería de justicia que lo hiciéramos, y les serviría de escarmiento. Pero no deseamos

traer más dolor y sangre sobre esta tierra. Claro que ellos no lo saben.

En otras palabras dijo Mix, no saben si cagarse de miedo o lanzarse a ciegas.

¿Qué? Oh, entiendo lo que quieres decir. Es una frase descriptiva, pero más bien desagradable. Exactamente como los excrementos a los que te has referido.

Haciendo una mueca, se dio la vuelta.

Cualesquiera que fuesen los cambios que el Mundo del Río había causado en Stafford, uno de ellos no había sido la tolerancia hacia el lenguaje obsceno. Ya no creía en el Dios del Antiguo y del Nuevo Testamento, aunque seguía usando Su nombre, pero reaccionaba tan intensamente aquí como en la Tierra a las palabras

«sucias». La mitad del No Conformismo seguía viviendo todavía en su interior. Lo cual debía producirle un dolor diario, pensó Mix, puesto que los exmonárquicos y los excampesinos en aquella zona no eran contrarios al habla realista.

Las embarcaciones pasaron por el estado situado justo debajo de Deusvolens mientras la niebla ascendía del Río y descendía de las colinas según lo previsto. A partir de entonces, los hombres en las torretas de vigía por encima de las grises nubes dirigían la navegación tirando de cuerdas. Los hombres que sujetaban esas cuerdas en cubierta indicaban a los timoneles hacia qué lado debían girar la caña y cuándo esperar el giro de las grandes botavaras. Era una navegación peligrosa, y en dos ocasiones Mix oyó el crujir de dos embarcaciones chocando.

Tras lo que pareció un tiempo interminable, fue dada la señal de que Deusvolens estaba a la vista. Al menos, esperaban que se tratara de su destino. Navegando tan a ciegas, con tanto los planos como el Río ocultos por la niebla, no podían estar seguros.

Poco antes de que el cielo empezara a palidecer bajo el gran resplandor del naciente sol, la «ciudad» capital de Fides fue avistada. Uno de los vigías bajó para informar.

Hay grandes luces por todo el lugar. Hay algo agitándose allí, mi lord mayor. Un momento más tarde hubo un grito procedente de lo alto.

¡Botes! ¡Muchos botes! ¡Están dirigiéndose directamente hacia nosotros!

¡Atención, milord!

Stafford reveló que podía maldecir tan bien como cualquiera cuando se hallaba sometido a una gran presión.

¡Por las heridas de Cristo! ¡Es la flota de Kramer! ¡El maldito cerdo! ¡Está iniciando su propia invasión! ¡Vaya maldita casualidad! ¡Ojalá se pudra eternamente en el culo del diablo!

Frente a ellos les llegó el clamor de guerra, hombres gritando, el resonar de flautas, el batir de tambores, luego, débilmente, el sonido de grandes embarcaciones embistiendo unas contra otras, gritos de hombres cayendo al agua o siendo

alanceados, acuchillados, golpeados con mazas o hachas.

Stafford ordenó que su nave ignorara la flota krameriana, si era posible, y pusiera rumbo a Fides. Ordenó también que fueran enviadas señales a las demás embarcaciones albionianas.

¡Dejemos que el duque y los cornuallenses y los hunos se encarguen del enemigo en el agua! dijo. ¡Iremos a la orilla tal como habíamos planeado!

A medida que el sol iluminaba las montañas a su izquierda, reveló una alta muralla de tierra y rocas en cuya parte superior había un muro de troncos verticales extendiéndose hasta tan lejos como el ojo podía ver. En su base la niebla era como un colchón de lana, pero pronto sería barrido por el sol. Había miles de cabezas provistas de casco detrás del muro, y sobre ellas las puntas de miles de lanzas. Los enormes tambores de alarma estaban resonando aún, y sus ecos reverberaban en las montañas tras ellos.

Entre el ensordecedor ruido, la Invencible, la nave capitana, pasó a lo largo de la puerta principal, justo más allá del extremo de los muelles, y arrojó, una tras otra, las grandes piedras de sus catapultas. Se estrellaron contra las puertas principales. Otras naves, en fila india, pasaron tras ella y arrojaron también su carga. Algunas piedras golpearon demasiado alto, otras demasiado bajo. De todos modos, se abrieron cinco enormes agujeros en el muro de troncos, y unos cuantos defensores resultaron aplastados.

En vez de girar en redondo para utilizar las catapultas del otro lado, una maniobra que hubiera tomado mucho tiempo, las embarcaciones siguieron navegando a lo largo de la orilla. Tenían que seguir un cierto tiempo antes de tomar tierra para evitar ser embestidas por las que venían detrás. Cuando la nave insignia hubo avanzado lo suficiente como para dejar sitio a sus seguidoras se detuvo, sus velas fueron arriadas, y su proa giró hacia tierra. Las anclas, enormes piedras atadas con cuerdas, fueron arrojadas en los bajíos. Inmediatamente fueron arriados los botes más pequeños, y puesto que no había sitio en ellos para todos los que iban a bordo, muchos soldados saltaron al agua.

Avanzaron en enjambre hacia la orilla bajo una granizada de lanzas, mazas, piedras lanzadas con hondas y hachas, hasta la franja de tierra entre la base de las murallas y el borde de la orilla. Corrieron hacia la destrozada puerta, muchos de ellos llevando altas escaleras.

Mix iba en cabeza. Vio a los hombres caer delante y a ambos lados de él, pero escapó de ser herido. Al cabo de un minuto, se vio obligado a frenar su marcha. La puerta estaba todavía a casi un kilómetro de distancia; estaría demasiado cansado para luchar inmediatamente si corría a toda velocidad. La estrategia de Stafford y el Consejo no parecía tan buena ahora. Estaban perdiendo demasiados hombres intentando agruparse en las brechas para un asalto masivo. Sin embargo, si los planes

hubieran ido como se esperaba, el asunto hubiera podido funcionar muy bien. Las demás flotas tenían que navegar a lo largo de los muros y arrojar las enormes rocas a intervalos sobre y más allá del lugar donde se hallaban las naves de Stafford. De este modo hubieran podido abrirse cincuenta brechas distintas y los deusvolenstianos hubieran tenido que dispersar sus fuerzas para luchar contra todos los asaltantes.

Si tan sólo la flota de Kramer no hubiera decidido zarpar justo antes de que se iniciara el gran ataque. Si tan sólo esa era la divisa de los generales, sin mencionar a los pobres diablos de soldados que tenían que pagar por los si tan sólo.

Mientras corría, miró de tanto en tanto hacia el Río. La niebla ya casi había desaparecido por completo. Pudo ver

El ensordecedor trueno de las piedras de cilindros entrando en erupción casi hizo que su corazón se paralizara. Las había olvidado por completo. Estaban en el interior de las murallas de piedra, protegidas con empalizadas de troncos. Al menos el enemigo no iba a tener tiempo de tomar su desayuno.

Miró de nuevo hacia su derecha. En medio del Río había al menos cincuenta embarcaciones aferradas en parejas, con sus tripulaciones intentando abordarse mutuamente. Muchas otras se hallaban maniobrando todavía, intentando alejarse lo suficiente del enemigo como para poder lanzar sus misiles: bombas incendiarias de aceite de pescado, piedras, lanzas arrojadas por hombres vigorosos, mazas, piedras atadas a mangos de madera. Era una lástima que no hubieran tenido tiempo de hacer bumeranes y entrenar a los hombres a utilizarlos. Hubieran sido muy efectivos.

No podía determinar cómo estaba yendo la batalla en el agua. Dos naves estaban en llamas. Si eran amigas o enemigas era algo que no podía determinar. Vio hundirse a una canoa de guerra, con un agujero en su fondo causado por una roca lanzada por una catapulta. Una fragata estaba avanzando a popa de un enorme catamarán. Era demasiado pronto para decir a quién le estaba sonriendo la victoria. La cual, incidentalmente, era una zorra traicionera. Justo en el momento en que piensas que no puedes perder, da un repentino giro que hace que los derrotados se conviertan de pronto en conquistadores.

Ahora los atacantes se habían agrupado frente a la gran puerta o delante de las otras brechas. Tuvo que recuperar su aliento, y lo mismo hicieron la mayoría de los demás. Sin embargo, los hombres que habían tomado tierra en las embarcaciones que se habían detenido más cerca estaban ya trepando por las murallas y penetrando por los orificios en el muro. Intentándolo, al menos. Muchos muertos o heridos yacían en las laderas y en las entradas. Sobre ellos los kramerianos arrojaban lanzas o piedras o derramaban aceite de pescado hirviendo de cubos de cuero a través de múltiples orificios inclinados practicados en las piedras.

Tom arrojó su lanza y tuvo la satisfacción de verla hundirse en uno de los rostros que coronaban los puntiagudos extremos del muro de troncos. Extrajo su pesada

hacha de su cinturón y siguió corriendo.

Sólo unos cuantos defensores podían mantenerse en las pasarelas detrás del muro, y muchos de ellos habían sido derribados por lanzas o grandes piedras de bordes afilados atadas a astas de madera.

El suelo detrás del muro debía estar sembrado de cadáveres, superando con mucho los de los invasores. Al principio los defensores se apiñaron al otro lado de la puerta, pero ahora, dominada la primera oleada de albionianos, los deusvolenstianos estaban retirándose, aguardando la segunda oleada para recibirla, abrirse, rodearla, y atacarla desde todos lados.

Un comandante lanzó un grito para iniciar la siguiente carga. Mix se alegró de no poder estar en ella. No hasta que aquellos que estaban delante de él tuvieran el suficiente éxito como para que todos los demás pudieran entrar.

Stafford, de pie cerca de Mix, le gritó al comandante que retuviera el ataque. Dos fragatas estaban acercándose. Podían lanzar sus catapultas por encima de las naves ancladas y por encima del muro y a los hombres que había detrás de él. El mayor no pudo oírle en medio de todo el estrépito. Aunque hubiera podido, tampoco hubiera podido detener la acción. Aquellos que estaban detrás de él lo empujaban hacia la puerta. Mix lo entrevió recibiendo una lanza en pleno pecho, luego desapareció de su vista.

Finalmente, Tom se vio empujado hacia adelante por los hacheros que había tras él. Cayó una vez sobre un cuerpo, fue pisoteado brutalmente varias veces, luchó por volver a ponerse en pie, y empezó a trepar por la empinada ladera de tierra. Luego cruzó la puerta, caminando sobre cuerpos derribados, resbalando, intentando mantener el equilibrio, y se encontró en medio del tumulto.

Luchó como pudo en medio del amasijo de cuerpos, pero apenas había entablado batalla con un lancero que se vio girado hacia un lado y se encontró luchando con otro hombre, bajo y de piel obscura, con un escudo de piel y una lanza. Mix arrojó a un lado el escudo con su hacha y bajó la lanza de un golpe. Alzó el hacha, alcanzando al hombre en la barbilla. El tipo retrocedió tambaleándose, pero algo golpeó la muñeca de Mix, y este dejó caer el hacha.

Rápidamente, Tom extrajo su tomahawk con su mano izquierda y saltó sobre el hombre, acabando de derribarlo. A horcajadas sobre él, dejó caer su arma, abriéndole el cráneo entre los ojos. Se puso de nuevo en pie, jadeante. Un albioniano se tambaleó hacia atrás y cayó contra él, derribándole de nuevo. Se debatió bajo el peso y consiguió apartarlo y levantarse otra vez. Limpió de un manotazo la sangre que cubría sus ojos, sin saber si era suya o del soldado que le había caído encima. No era consciente de haber recibido ninguna herida en la cabeza.

Jadeante, miró a su alrededor con llameantes ojos. La batalla estaba decantándose contra los invasores. Al menos una cuarta parte de ellos eran ya bajas, y otra cuarta

parte estaba a punto de serlo. Aquel era el momento de una retirada estratégica. Pero entre él y la puerta había al menos un centenar de hombres, mirando hacia adentro, sus lanzas dispuestas, aguardando. Los invasores estaban atrapados.

Más allá de ellos, en las otras brechas, la lucha aún continuaba. Había, sin embargo, tantos kramerianos entre él y las entradas que no podía distinguir claramente los detalles.

Stafford, ensangrentado, perdido el casco, los ojos desorbitados, aferró su brazo.

¡Tenemos que formar a los hombres para cargar contra la puerta y salir de aquí! Era una buena idea, pero ¿cómo llevarla a la práctica?

Repentinamente, por esa inexplicada pero innegable telepatía que existe entre los soldados en combate, todos los albionianos llegaron a la misma decisión. Se volvieron y se lanzaron contra los que bloqueaban la salida. Fueron alanceados por la espalda mientras corrían, empujados desde atrás por mazas y hachas, o derribados por otras armas desde los lados. Stafford intentó controlarlos para lanzar un ataque disciplinado. Hubiera debido saber que era demasiado tarde, aunque lo intentó valientemente, pese a todo. Fue derribado por dos hombres, se levantó, y volvió a caer. Quedó tendido de espaldas, la boca abierta, uno de sus ojos mirando fijamente al cielo. El otro estaba atravesado por la punta de una lanza.

Lentamente, empujado por el peso del asta de la lanza, su cabeza se volvió, y su único ojo miró fijamente a Mix.

Algo golpeó a Tom en la nuca, y sus rodillas se aflojaron. Fue vagamente consciente de que estaba cayendo, pero no tenía la menor idea de quién era o dónde estaba, y no tuvo tiempo de imaginarlo.