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EL LABERINTO MÁGICO SECCIÓN 12 - Los últimos 30.000 kilómetros (41)

Los últimos 30.000 kilómetros (41)

Fue difícil detener el fluir de sus palabras, pero finalmente Burton dijo, muy fuerte y firmemente, que era ella quien tenía que contestar a las preguntas de él.

De acuerdo dijo ella. Escucho a todas las personas sabias. ¿Tú eres sabio?

Lo suficientemente sabio dijo él, y con mucha experiencia, lo cual es lo mismo si tú no eres una estúpida. Empecemos por el principio. ¿Dónde naciste, y qué eras tú en la Tierra?

Blessed le dijo que ella había nacido como esclava en Georgia en 1734, en la casa de su dueño. Vino antes de lo previsto, pilló por sorpresa a su madre en la cocina mientras estaba ayudando a preparar la cena. Fue educada como una esclava doméstica y bautizada en la fe de su padre y de su madre. Después de que su padre muriera, su

madre se había convertido en predicadora. Era una mujer muy devota y muy fuerte que asustaba a su congregación, aunque era muy querida por ella. Su madre murió en 1783 y ella en 1821. Pero ambas habían resucitado cerca de la misma piedra de cilindros.

Naturalmente, ella ya no era muy vieja. Resultaba extraño ver a mi vieja mamá como una mujer joven. Eso no significó ninguna diferencia para ella, sin embargo. Era tan devota y tan recta y tan llena con el espíritu que cuando había vivido en la Tierra. Porque, le diré, cuando predicaba en la iglesia, había gente blanca que acudía desde kilómetros de distancia para escucharla. La mayoría de ellos eran basura blanca, pero ella los convertía, y entonces se encontraba con problemas...

Estás yéndote de nuevo por las ramas dijo Burton. Ya es suficiente para conocer tu entorno. ¿Por qué deseas venir conmigo?

Porque tú tienes esa lancha que puede viajar más rápido que un pájaro.

¿Pero por qué deseas ir hasta el final del Río?

Te lo hubiera dicho si tú no me hubieras interrumpido, hombre. Entiende, el que mi madre se encontrara de pronto aquí no hizo vacilar en absoluto su fe. Ella decía que estábamos aquí, todos nosotros, debido a que en la Tierra habíamos sido pecadores. Algunos peores que los oíros. Esto era realmente el Cielo, o su antesala como mínimo. Lo que el dulce Jesús deseaba era que los; auténticos creyentes fueran Río arriba, siguiendo el dulce Jordán, para encontrarle al final. El estaba allí arriba, aguardando para abrazar a todos aquellos que realmente creyeran, a todos aquellos que se tomaran la molestia de buscarle. Así que ella emprendió el viaje.

»Ella quería que yo la acompañara, pero yo estaba asustada. No estaba segura de que ella supiera de qué estaba hablando. Pero no se lo dije. Hubiera sido como golpearla en pleno rostro, y nadie tiene el valor suficiente como para hacer esto. Fuera como fuese, no era sólo eso lo que me impedía ir con ella. Tenía conmigo a un hombre adorable, y él no quería ir con ella. Decía que le gustaban las cosas tal como estaban ahora. De modo que dejé que mi sexo pensara por mí, y me quedé con él.

»Pero las cosas empezaron a ir mal entre yo y mi hombre. El empezó a perseguir a otras mujeres, y yo empecé a pensar que quizá aquello era un castigo por no haber obedecido a mi mamá. Quizá ella estuviera en lo cierto, quizá Jesús estuviera esperando a los auténticos creyentes. Además, echaba realmente en falta a mi mamá, pese a que algunas veces discutíamos y discutíamos sin parar. De modo que viví algún tiempo con otro hombre, pero no era en ningún aspecto mejor que el primero. Luego, una noche, mientras estaba rezando, tuve una visión. Era el propio Jesús, sentado en Su trono de diamantes y perlas, con los ángeles cantando a Su alrededor, todo ello en medio de un resplandor de gloriosa luz. Me dijo que dejara de pecar y que siguiera las huellas de mi madre, y yo emprendí mi camino hacia el cielo.

»Y aquí estoy. Han pasado muchos años, hermano, y he sufrido como cualquiera de los propios mártires de Dios. He sentido enfermedad en la carne y debilidad en los huesos, ¡pero aquí estoy! La noche pasada recé de nuevo, y vi a mi madre, sólo por un segundo, y ella me dijo que fuera con usted. Ella dijo que usted no era un buen hombre, pero que tampoco era malo. Estaba usted en medio. Pero yo sería quien lo llevaría hasta la luz, lo salvaría, y juntos iríamos hasta el Reino Celestial, y el dulce Jesús nos rodearía con Sus brazos y nos daría la bienvenida a su glorioso trono. ¡Aleluya!

¡Aleluya, hermana! dijo Burton. Siempre estaba dispuesto a arrojarse de bruces hacia cualquier religión mientras se sonreía por dentro.

Todavía queda un largo viaje, hermano. Me duele la espalda de remar mi canoa contra la corriente, y he oído que hay brumas y frío en la mayor parte del camino a partir de ahora y ni un alma que ver. Va a ser muy solitario ahí. Es por eso por lo que me gustaría ir contigo y con tus amigos.

Burton pensó, ¿por qué no?

Sólo hay sitio para uno más dijo. Sin embargo, no aceptamos pacifistas, puesto que tal vez tengamos que luchar. No deseamos ningún peso muerto.

No te preocupes por mí, hermano. Puedo luchar como un ángel vengador del Señor para ti, si tú estás del lado del bien.

Depositó sus escasas posesiones en la lancha unos pocos minutos más tarde. Tom Turpin, el pianista negro, se mostró contento al primer momento al verla. Luego supo que ella había formulado voto de castidad.

Está loca, capitán le dijo a Burton. ¿Por qué la aceptas a bordo? Tiene un cuerpo tan estupendo que va a volverme loco si no me deja meterle mano.

Quizá te convenza para que tú formules el voto también dijo Burton, y se echó a reír.

Turpin no lo encontró divertido.

Cuando la lancha reemprendió su viaje después de cuatro días, no dos días como se había planeado, Blessed cantó un himno, luego gritó:

Tú me necesitabas, hermano Burton, para completar tu número. ¡Tan sólo erais once, y ahora sois doce! Doce es un buen número, un número sagrado. ¡Los apóstoles de Jesús eran doce!

Sí dijo Burton suavemente. Y uno de ellos era Judas. Miró a Ah Qaaq, el antiguo guerrero maya, un Hércules tamaño de bolsillo echado a perder. Muy pocas veces se ofrecía a iniciar una conversación, aunque hablaba fluentemente si se veía forzado a ello. Pero no retrocedía si alguien le tocaba. Según Joe Miller, X, cuando visitó a Clemens, no quiso ser tocado, de hecho actuó como si Clemens fuera alguna especie de leproso. Clemens había pensado que X, aunque solicitara la ayuda de los habitantes del Valle, se sentía moralmente superior, y por lo tanto tenía la impresión de que el contacto de uno de ellos lo mancharía.

Ni Ah Qaaq ni Gilgamesh actuaban como si debieran mantener a los demás a una distancia adecuada. De hecho, el sumerio insistía en estar muy cerca cuando hablaba, casi nariz contra nariz. Y tocaba frecuentemente al que hablaba con él, como si la conversación requiriera también un contacto corporal.

Esa insistencia en la proximidad podía ser una sobrecompensación, pensó. El Etico podía haber descubierto que sus reclutas habían notado su desagrado hacia la proximidad y estaba obligándose a sí mismo a acercarse a la gente.

Hacía mucho tiempo, el agente, Spruce, había dicho que él y sus colegas aborrecían la violencia, que librarse a ella los hacía sentirse degradados. Pero si eso era cierto, era evidente que habían aprendido a ser violentos sin dar muestras de ninguna repulsión. Los agentes en ambos barcos habían luchado tanto y tan bien como los demás. Y X, como Ulises y Barry Thorn, habían cometido las suficientes muertes como para satisfacer a Jack el Destripador.

Posiblemente, el deseo de X de evitar que le tocaran no tenía nada que ver con ningún sentimiento personal. Podía ser que el contacto con otro ser humano dejara alguna clase de huella psíquica. Quizá psíquica no fuera la palabra correcta. Los wathans, las auras que todos los seres semientes irradiaban, según X, podían dejar alguna especie de huella dactilar. Y ésta podía permanecer durante un cierto tiempo. Si era así, entonces X no podría regresar a la Torre hasta que la «huella» se hubiera desvanecido. Sus colegas podrían verla y preguntarle cómo la había adquirido.

¿Era esa especulación demasiado extravagante? Todo lo que X tenía que decirles a sus interrogadores era que volvía de una misión y que había sido tocado por uno de los habitantes del Valle.

¡Ah! ¿Pero y si se suponía que X no tenía que haber estado en el Valle? ¿Y si tenía una coartada para su ausencia que no incluía una visita al Valle? Entonces no podría explicar satisfactoriamente por qué su wathan llevaba la huella de un extraño.

Esta especulación, sin embargo, requería que la huella de un agente o un Etico fuera distinta que la de un resucitado, y reconocible instantáneamente como tal.

Burton agitó la cabeza. A veces, casi se sentía mareado intentando pensar en esos misterios.

Decidiendo abandonar ese errar por su laberinto mental, se fue a hablar con Gilgamesh. Aunque el hombre renegaba de todas las aventuras atribuidas al mítico rey de Uruk, le gustaba alardear de las hazañas que no habían quedado registradas en las leyendas. Sus negros ojos chispeaban, y sonreía cuando contaba sus alocadas historias. Era como los hombres de las fronteras americanos; como Mark Twain, exageraba hasta unos límites increíbles. Sabía que su oyente sabía que estaba mintiendo, pero no le importaba. Todo aquello era divertido.

Los días pasaron, y el aire iba haciéndose más frío. Las brumas colgaban más densas, negándose a disiparse hasta después de las once de la mañana. Se detuvieron más frecuentemente para ahumar los peces que pescaban y para hacer más pan de bellotas. Pese al débil brillo del sol, la hierba y los árboles eran tan verdes como sus colegas de más al sur.

Hasta que llegó el día en que arribaron al final de la línea. No había más piedras de cilindros.

Procedente del norte, arrastrado por el frío viento, les llegaba un débil retumbar. Permanecieron de pie en la cubierta delantera, escuchando el ominoso sonido. El

ocaso ahora siempre presente, y las brumas, parecían hacer presión sobre ellos. Por encima de las imponentes paredes negras de las montañas el cielo era brillante, aunque no tan brillante como en los climas sureños. Joe rompió su silencio.

Eze ruido ez el de la primera catarata que noz encontraremoz. Ez grande como el infierno, pero no ez más que un pedo en un vendaval comparada con la que zurge de la cueva. Pero tenemoz un largo y duro camino antez de que lleguemos a ella.

Iban envueltos y encapuchados con gruesas ropas y parecían como fantasmas en la bruma. Un frío rocío se acumulaba sobre sus rostros y manos.

Burton dio órdenes, y la Prohibido Fijar Carteles fue atada a la base de la piedra de cilindros. Empezaron a descargar, terminando en una hora. Después de colocar todos sus cilindros en la piedra, aguardaron la descarga. Pasó una hora, la piedra entró en erupción; los ecos se repitieron largo tiempo antes de apagarse.

Comed todo lo que os apetezca dijo Burton. Esta será nuestra última comida caliente.

Quizá también nuestra última comida dijo Aphra Behn, y se echó a reír.

Ezte lugar ze parece al purgatorio dijo Joe Miller. No ez tan malo. Ezperad a que lleguéiz al infierno.

Yo he estado allí y he vuelto muchas veces dijo Burton.

Hicieron un gran fuego con madera seca que llevaban en la lancha, y se sentaron con sus espaldas apoyadas en la base de la piedra mientras éste les calentaba. Joe Miller contó algunos de sus chistes titántropos, la mayoría acerca del viajante de comercio y la esposa del cazador de osos y sus dos hijas. Nur relató algunas de sus historias sufies, pensadas para enseñar a la gente a pensar de otra manera, pero alegres y divertidas. Burton contó algunas historias de las Mil y Una Noches. Alice explicó algunos de los relatos paradójicos que el señor Dodgson había creado para ella cuando ella tenía ocho años. Luego Blessed Croomes les hizo cantar himnos, pero se puso furiosa cuando Burton empezó a intercalar versos ligeramente subidos de tono.

De todos modos, la velada fue divertida, y todos se fueron a la cama sintiendo sus corazones alegres. El alcohol también ayudó a elevar sus espíritus.

Cuando se despertaron, comieron su desayuno junto a otro fuego. Luego cargaron sus enormes fardos y empezaron a andar. Antes de que la lancha y la piedra desaparecieran entre la bruma, Burton se volvió para echar una última mirada.

Aquel era su último lazo con el mundo que había conocido, aunque no siempre amado, desde hacía tanto tiempo. ¿Volvería a ver la lancha, una piedra de cilindros, alguna vez?

¿O pronto dejaría de ver cualquier cosa?

Oyó la resonante voz de Joe, y desvió la mirada.

¡Zagrado humo! ¡Mirad lo que tengo que cargar yo! Ez trez vecez máz que el rezto de vozotroz. Mi nombre no ez Zanzón, ya lo zabéiz.

Turpin se echó a reír y dijo:

Eres un negro blanco con una gran nariz.

No zoy un negro dijo Joe. Zoy un caballo de tiro, una beztia de carga.

¿Y cuál ez la diferencia? remedó Turpin, y se rió cuando Joe agitó un gigantesco puño hacia él. El enorme peso que llevaba a sus espaldas lo desequilibró, y cayó de bruces.

Las risas resonaron en múltiples ecos en las paredes del cañón.

Apostaría que esta es la primera vez que las montañas se ríen dijo Burton.

Al cabo de un momento, sin embargo, se quedaron todos en silencio, y emprendieron el camino hacia adelante con el aspecto de almas perdidas en uno de los círculos del Infierno.

Pronto llegaron a la primera catarata, la pequeña, dijo Joe. Era tan amplia que no podían ver el otro lado, pero debía tener diez veces la anchura de las cataratas Victoria. Al menos, eso parecía. Caía de entre las brumas de arriba con un rugir que hacía imposible toda conversación por mucho que se gritaran al oído.

El titántropo guió el camino. Treparon hacia arriba más allá de la caída de agua, que ahora era como una lluvia de rocío cayendo sobre ellos. Su avance era lento pero no abiertamente peligroso. Cuando hubieron ascendido quizá unos setenta metros, encontraron un amplio reborde. Allá descargaron sus bártulos mientras Joe seguía trepando. Al cabo de una hora, el extremo de una larga cuerda cayó de la bruma como una serpiente muerta. Ataron los bultos, de dos en dos, a la cuerda, y Joe los izó hasta que desaparecieron oscilando y golpeando por entre la bruma. Cuando toda la carga estuvo en lo alto de la meseta, ascendieron cautelosamente por el farallón. Arriba volvieron a cargar sus bártulos y reanudaron su camino, haciendo frecuentes paradas para descansar.

Tai-Peng relató historias de sus aventuras en su país natal y les hizo reír a todos. Llegaron a otra catarata y dejaron de reír. Escalaron el farallón a su lado, y entonces decidieron que aquello podía considerarse ya un día. Joe echó algo de alcohol de grano sobre un montón de madera un terrible derroche de buen alcohol, dijo, y tuvieron fuego. Cuatro días más tarde habían agotado toda la madera. Pero la última de las cataratas «pequeñas» estaba a sus espaldas.

Tras caminar por espacio de una hora sobre una suave pendiente ascendente de lisa piedra, llegaron a los pies de otro farallón.

Ezte ez dijo Joe excitadamente, Ezte ez el lugar donde encontramoz una cuerda hecha de ropaz. Había zido dejada por loz Eticoz.

Burton lanzó hacia arriba el haz de su linterna. Los primeros tres metros eran escarpados. A partir de allí y para arriba, hasta tan lejos como podía ver, que no era demasiado, era de una verticalidad tan lisa como el hielo.

¿Dónde está la cuerda?

¡Maldita zea, eztaba ahí!

Se dividieron en dos grupos, cada uno en dirección opuesta a lo largo de la base del farallón. Sus linternas eléctricas iluminaban con sus haces frente a ellos, y silueteaban sus dedos de luz a lo largo de la piedra. Ambos regresaron sin haber encontrado la cuerda.

¡Hijoz de puta! ¿Qué ha ocurrido?

Diría que los otros Éticos la encontraron y la quitarondijo Burton.

Tras una deliberación, decidieron pasar la noche en la base del farallón. Comieron verdura que les había proporcionado los cilindros y pescado seco y pan. Estaban ya hartos de su dieta, pero no se quejaron. Como remate, el licor les calentó un poco. Pero en unos pocos días se terminaría también.

Traje unaz cuantaz botellaz de cerveza dijo Joe. Podemoz celebrar una última fiezta con ellaz.

Burton hizo una mueca. No le gustaba la cerveza.

Por la mañana los dos grupos recorrieron de nuevo la base del farallón. Burton iba con el que se dirigió hacia el este o lo que él suponía que era el este. Era difícil determinar la orientación en aquel brumoso ocaso. Llegaron hasta el fondo de la enorme catarata. No había ninguna forma de cruzarla al otro lado.

Mientras regresaban, Burton habló con Joe.

¿Estaba la cuerda en el lado derecho o el izquierdo del Río? Joe, iluminado por el haz de una linterna, dijo:

De ezte lado.

Me parece que X puede haber dejado otra cuerda en el lado derecho. Después de todo, no sabía si sus seguidores iban a llegar por el lado derecho o el izquierdo.

Bueno, me parece que vinimoz por el lazo izquierdo. Pero ezo fue hace tantoz añoz.

¡nfiernoz, no puedo eztar zeguro! El pequeño y narigudo moro, Nur el-Musafir, dijo:

A menos que podamos alcanzar el otro lado, y eso no parece posible, la cuestión es irrelevante. Fui hacia el oeste, y creo que puedo subir hasta la meseta.

Después del desayuno, todo el grupo caminó ocho kilómetros o así hasta el borde de la montaña y las paredes del farallón. Ambas formaban un ángulo de aproximadamente 36 grados, como si fueran las paredes de una habitación muy mal construida, y estaban muy cerca la una de la otra. Nur ató una cuerda muy delgada en torno a su cintura.

Joe dice que debe haber unos trescientos metros hasta la meseta de arriba. Estima la distancia según sus recuerdos de su altura, y por aquel entonces Joe no estaba muy acostumbrado a los sistemas métricos. Puede que sea menos de lo que él recuerda. Esperémoslo.

Zi te zientez demaziado canzado, vuelve abajo dijo Joe. No quiero que caigaz.

Entonces échate para atrás para que no te golpee dijo Nur, sonriendo. Me dolería la conciencia si cayera sobre ti y muriéramos los dos. Aunque pienso que tú no resultarías más herido que si un águila defecara sobre ti.

Me dolería mucho dijo Joe. Laz aguilaz y zu mierda eran un tabú para mi gente.

Entonces piensa en mí como en un gorrión.

Nur se dirigió hacia el ángulo y cruzó los brazos por delante de él, apoyando su espalda contra una pared y sus pies contra la otra. Empezó a subir lentamente por el ángulo, apoyando sus pies contra una pared, el pie izquierdo extendido unos pocos centímetros más que el derecho. Cuando su presa estuvo segura, deslizó su espalda hacia arriba tanto como pudo, apoyando a los lados sus manos contra la pared. Luego deslizó un pie hacia arriba hasta que su rodilla estuvo casi a la altura de su mentón. Manteniendo ese pie apretado contra la pared, deslizó lentamente el otro hacia arriba. Luego volvió a deslizar su espalda hacia arriba, y repitió las mismas maniobras.

No pasó mucho tiempo antes de que desapareciera entre la bruma. Los que se quedaron abajo podían calcular su avance por la rapidez con la cual ascendía la delgada cuerda. Era muy lento. Alice dijo:

Va a necesitar una gran resistencia para llegar hasta arriba. Y si no encuentra un lugar donde atar su cuerda para hacer subir otra, será mejor que vuelva abajo.

Esperemos que el farallón no sea tan alto como eso dijo Aphra Behn.

O que la abertura entre las dos paredes no se ensanche dijo Ah Qaaq.

Cuando el reloj de pulsera de Burton indicó que Nur llevaba veintiocho minutos de ascensión, le oyeron gritar.

¡Buena suerte! ¡Hay una cornisa aquí! ¡Lo suficientemente ancha como para que dos hombres puedan mantenerse en ella de pie, si no contamos a Joe! ¡Y también hay una proyección a la cual puedo atar la cuerda!

Burton miró al titántropo.

Evidentemente, el farallón no es tan liso como un cristal.

Zí. Bien, debí zubir por el lado derecho del Río, Dick. Aquella parte era completamente liza en todo el camino de zubida. Al menoz, la parte por donde yo zubí era tan pulida como el culo de un gato.

Los Éticos no se habían molestado en hacer inescalable el farallón en toda su altura. Habían dejado la parte inferior lisa pero habían dejado la parte superior, invisible en la bruma, en su estado original.

¿Había sido X el responsable de tal decisión?

¿Había arreglado también las cosas para que quedara aquella abertura allí, y quizá la abertura cruzando el Río, en un ángulo tal que una persona de poca estatura y peso pudiera utilizar su espalda y piernas para subir?

Era muy probable.

Si lo había hecho así, entonces había planeado todo aquello antes de construirlo. Porque aquello no era una formación natural. Los Éticos habían diseñado y construido aquellas montañas con enormes máquinas, fueran las que fuesen.

Nur volvió a llamar para que ataran una cuerda más resistente al extremo de la más ligera. Lo hicieron, y al cabo de un rato gritó que la segunda cuerda estaba asegurada.

Burton trepó ayudándose con ella, apoyando sus pies contra la pared, su cuerpo extendido casi en un ángulo recto con respecto a él. Estaba jadeando y sus brazos le dolían cuando alcanzó la cornisa. Nur, sorprendentemente fuerte para un hombre tan pequeño y enjuto, le ayudó a subirse al reborde.

Luego subieron los fardos.

Nur miró hacia arriba a través de la bruma.

La pared es escarpada dijo. Parece posible subir por ella si utilizo los pitones. Sacó un martillo y algunos pitones de uno de los fardos. Estos últimos eran cuñas de

acero que podían clavarse a la superficie de la pared rocosa. Algunos de ellos tenían agujeros por los que podía pasarse una cuerda.

Nur desapareció en la bruma. Burton oyó su martillo de tanto en tanto. Al cabo de un rato, el moro le gritó a Burton que subiera. Nur estaba en otra cornisa.

La superficie es tan irregular que podríamos trepar simplemente utilizando nuestras manos. ¡Pero no lo haremos!

Por aquel entonces Alice había subido por la cuerda hasta la proyección en la cual se hallaba Burton. Burton le dio un beso y siguió tras de Nur.

Diez horas más tarde, todo el grupo estaba sentado en la parte superior del farallón. Una vez se hubieron recuperado, buscaron un lugar donde refugiarse del viento. No encontraron ninguno hasta que hubieron recorrido al menos cinco kilómetros. Allí llegaron, como Joe había dicho que llegarían, a la base de otro farallón. A su izquierda el Río, ahora a varios kilómetros de distancia, rugía al precipitarse por el borde de la catarata.

Joe recorrió el haz de su linterna a lo largo de la roca.

¡Maldita zea! Zi fuimoz por el lado derecho del Río, entoncez eztamoz atrapadoz. ¡El túnel eztá en aquel lado, y no podemoz cruzar el Río!

Si los Eticos encontraron la cuerda de X y la quitaron, también habrán encontrado el túnel dijo Burton.

Estaban demasiado cansados como para buscar la fisura que tenía que ser la embocadura del túnel. Caminaron siguiendo la pared hasta que encontraron una especie de voladizo. Joe utilizó algunos de los pocos maderos que les quedaban para hacer un pequeño fuego, y cenaron. El fuego se apagó rápidamente. Amontonaron telas gruesas

en el suelo de roca y unas cuantas más encima de ellos, y durmieron mientras el Río rugía.

Por la mañana, mientras comían pescado seco, tasajo y pan, Nur dijo:

Como ha señalado Dick, X no podía saber por qué lado subirían sus recluías. Así que debió dejar dos cuerdas. Del mismo modo, tuvo que construir dos túneles. Deberíamos encontrar uno en este lado.

Burton abrió la boca para decir que ese túnel, si existía, habría sido también cegado. Nur alzó su mano para hacerle callar.

Sí, lo sé. Pero si la obturación no es muy grande, podemos localizarlo, y tenemos los instrumentos para, horadarla.

Un grupo de búsqueda no se había alejado más de siete metros del campamento cuando halló la obturación. Estaba a unos pocos metros en el interior de una fisura lo suficientemente amplia como para que incluso Joe pudiera entrar por ella.

Había sido aplicada una gran cantidad de calor para fundir la redonda boca en el cuarzo que la rodeaba.

¡Perroz calientez! dijo Joe. ¡Zalchichaz de Franckfurt! ¡Quizá tengamoz una pozibilidad dezpuéz de todo!

Quizá dijo de Marbot. Pero, ¿y si es todo el túnel el que está cegado?

Entonces probaremos lo de antes. Si X era lo suficientemente listo, tuvo que imaginar que los túneles podían ser descubiertos. Así que debió disponer alguna fisura escalable como hizo en el otro lugar.

Burton examinó la pared del farallón, con el haz de su linterna abriendo un brillante agujero en la bruma. Hasta tres metros de la base, la roca era rugosa y fisurada. Pero bruscamente se volvía tan lisa como un espejo desde allí hasta tan lejos como podían ver.

Joe golpeó con su martillo la obturación. Burton, con el oído pegado a la roca, exclamó:

¡Está hueca!

Eztupendo dijo Joe. Sacó varios escoplos de aleación de tungsteno-acero de su mochila y empezó a martillear. Cuando hubo picado el suficiente cuarzo como para hacer seis agujeros, él y Burton instalaron explosivo plástico en ellos. A Burton le hubiera gustado cubrir el plástico con arcilla, pero allí no había.

Clavó los extremos de varios cables en el plástico y retrocedieron a lo largo de la cara del farallón, desenrollando los cables. Cuando el grupo se hubo alejado lo suficiente, apretó uno de los cables de su pequeña balería contra otro. Las explosiones les ensordecieron, mientras trozos de cuarzo volaban hacia todos lados.

Bien dijo Joe, al menoz mi carga zerá un poco máz ligera ahora. No tendré que llevar máz toda eza cantidad de pláztico y la batería. Ezte ez zu final.

Regresaron a la fisura. Burton introdujo el haz de luz de su linterna por ella. Los agujeros practicados por Joe se habían hecho más grandes. Algunos de ellos eran lo suficientemente grandes como para ver el túnel al otro lado.

Vamos a tener doce horas más de trabajo, Joe dijo.

¡Oh, mierda! Bien, noz rezignaremoz. Poco después del desayuno, el titántropo arrancó el último trozo de roca, y la obturación hubo desaparecido.

Ahora viene la parte máz difícil dijo Joe, secándose el sudor de su rostro y su grotescamente larga nariz.

El túnel era apenas lo suficientemente ancho como para que Joe se arrastrara por él, pero sus hombros rozaban contra los lados y su cabeza contra el techo a menos que la agachara. Ascendía en un ángulo de aproximadamente 45 grados.

Enrollad ropaz alrededor de vueztraz rodillaz y manoz dijo Joe. De otro modo oz laz dezpellejaréiz hazla zangrar. Probablemente oz zangrarán, de todoz modoz.

Frigate, Alice, Behn y Croomes regresaron en aquel momento con cantimploras vueltas a llenar en el Río. Joe medio vació la suya.

Ahora dijo deberíamoz ezperar un poco hazla que todo el mundo haya hecho una buena y zaludable cagada. Cuando vine con ezoz egipcioz olvidamoz eza precaución. A medio camino, yo ya no pude aguantar máz, y tuve que vaciar mi barriga ahí mizmo.

Rió estruendosamente.

¡Hubiéraiz debido ver a ezoz pequeñoz tipoz deznarigadoz maldecir! Parecieron volverze locoz. Yo iba el primero, y tuvieron que pazar por encima zin ezpacio para zallar.

¡Ja, ja!

Se secó las lágrimas de los ojos.

¡Jezúz! ¡Lo mal que olían cuando al final ze arraztraron fuera! Ze volvieron aún máz locoz cuando tuvieron que lavarze en el Río. El agua eztaba lan fría, que ze lez congeló el culo, como Zam acoztumbraba a decir.

Más lágrimas brotaron de sus ojos al pensar en Clemens. Se las sorbió, y se limpió su probóscide con la manga.

Joe no había exagerado la dificultad. El túnel tenía casi dos kilómetros de largo, cada centímetro que se avanzaba era un centímetro que se subía, y el aire se iba haciendo cada vez más tenue, aunque soplaba fuerte a través del pozo que formaba el túnel, y todos tenían que arrastrar sus pesados y enormes bultos tras ellos. Además, ni siquiera sabían si el otro extremo no estaría cegado también. Si lo estaba, tendrían que regresar a la base del farallón.

Su alegría al descubrir que el túnel no estaba sellado al otro lado renovó sus fuerzas por un tiempo. Sin embargo, las palmas de sus manos, sus dedos, sus rodillas, y los dedos de sus pies estaban despellejados, sangraban y les dolían. Durante un tiempo fueron incapaces de andar firmemente.

El viento era más fuerte y más frío allí, pese a ser más tenue. Joe aspiró el aire pobre en oxígeno al interior de sus enormes pulmones.

Ezo ez bueno. Zólo necezitamoz un buen trago, y eztaremos de nuevo en plena forma.

Les hubiera gustado establecer su campamento allí, pero el lugar estaba demasiado expuesto.

Alegraos dijo Burton. Joe dice que sólo hay una caminata de quince kilómetros hasta la siguiente catarata.

La última, la máz grande. Penzáiz que laz otraz eran ruidozas. Ezperad a oír ezta. Burton se sujetó su carga a la espalda y echó a andar vacilante, con la impresión de

que sus rodillas estaban oxidadas. Joe siguió detrás de él. Afortunadamente, el terreno era comparativamente plano y nivelado y libre de rocas y guijarros. Sin embargo, Burton no tenía más que el tremendo trueno de la catarata para guiarle a través de la bruma. Cuando el sonido se hacía más fuerte, se desviaba hacia la izquierda. Cuando se hacía más débil, se desviaba hacia la derecha. Con ello, probablemente estaba efectuando una marcha de más de veinte kilómetros para recorrer quince.

Todos tenían que detenerse a menudo debido a la falta de oxígeno y para asegurarse de que nadie se extraviaba. Cada cuarta persona en la hilera mantenía su linterna encendida, hasta que Burton se detuvo y maldijo.

¿Qué ocurre?

No estamos pensando correctamente en este aire tan pobre dijo Burton, jadeando. Sólo necesitamos una luz. Estamos malgastando electricidad. Podemos utilizar una cuerda y sujetarnos todos a ella.

Con la cuerda atada a su cintura y todos los demás sujetándola, siguieron adelante en el frío grisor.

Pero al cabo de un rato estaban todos demasiado débiles para dar un paso más. Pese al viento, se tendieron envolviéndose en ropas e intentaron dormir. Burton despertó de una pesadilla y volvió el haz de su linterna hacia su reloj. Llevaban allí diez horas.

Hizo que todos se pusieran en pie, y comieron más de lo que les permitía su racionamiento. Una hora más tarde, la negra cara de una pared de roca se alzó ante ellos surgiendo de la bruma. Estaban al pie de otro obstáculo.