Un estruendo inusual estalla en la sala de banquetes, el sonido metálico de las espadas desenvainadas se mezcla con la conmoción. ¿Qué diablos está ocurriendo? Me pregunto, mientras miro sorprendida al emperador.
Un estruendo inusual sacude la elegante sala de banquetes, rompiendo la armonía de la celebración. El tintineo de espadas desenvainadas se mezcla con el murmullo de sorpresa y confusión. Miro sorprendida al emperador, preguntándome qué demonios está sucediendo.
—Agradéceme por sacarte de allí —dice con una calma desconcertante—. Hay una matanza.
Mis ojos se abren de par en par, incapaces de creer lo que oigo.
La tensión se siente en el aire mientras los gritos y el bullicio llenan cada rincón del castillo.
Incapaz de quedarme quieta, mis pies se mueven por si solos, queriendo llevarme hacia la fuente del caos. Sin embargo, Lunae me detiene, agarrando mi brazo con firmeza.
—¿Qué está sucediendo? —necesito ver. El corazón late con fuerza en mi pecho.
—Entre los invitados había cuatro espías e informantes del Imperio de Júpiter —explica el emperador, ahora con una mirada grave.
—Y los inocentes, ¿y Stella?
El emperador parece irritarse por mi preocupación.
—¿Ya te preocupa Stella? —encurva una ceja con sarcasmo—. Stella está bien, en sus aposentos. No asistió a tu banquete, estabas demasiado ocupada con la comida como para darte cuenta.
En ese momento, Lumine se apresura hacia nosotros, informando a Lunae que todo ha transcurrido según lo planeado.
"Para acorralarlos decidió actuar durante la fiesta. Qué astuto", reflexiono mientras lo observo detenidamente.
—Si me sacaste de allí es porque sabías que no era una espía —menciono, tras meditarlo un instante.
—Por supuesto, incluso dije que eras torpe.
—Pero diste a entender que seguías dudando.
Le gusta fastidiar a los demás, qué irritante. Ya verás, cuando arruine tu reinado, ahí quiero verte. Mis labios sin querer esbozan una sonrisa.
—Ya es tarde, su excelencia. Lo escoltaré a sus aposentos.
Como si ya no nos necesitáramos más, Lumine interrumpe. Sin embargo, antes de que se marchen, Lunae pronuncia algo sorprendente.
—Te queda bien ese vestido.
¿Qué demonios está diciendo ahora? Intento no mostrar una mueca de confusión.
A la distancia, en una esquina, veo a Stella que parece haber corrido tras el gran ruido. Me mira con una expresión agitada.
Ahora entiendo por qué el emperador lanzó ese comentario de manera tan clara y audible. Es tan evidente ¿Tanto le desagrada la princesa? Quién sabe, son cosas de niños, supongo. Pobre Stella.
Y así, con el ocaso de un día y el nacimiento del siguiente, me despierto temprano en el castillo, inmersa en una rutina preestablecida.
Las atentas criadas me entregan el itinerario diario, que abarca desde mi aseo matutino y el bienvenido desayuno gratuito, hasta el ritual de saludar la estatua de la Diosa Luna, rendir reverencias en el templo cercano a cada antepasado del emperador, asistir a intensas clases sobre diversas materias, disfrutar del almuerzo, seguido por más clases, mostrar respeto al emperador y recibir más instrucción, para culminar con la cena.
—Creo que me perderé —digo con una risa incómoda.
—Marcus, su escolta, la ayudará. No se preocupe señorita Fidelis —afirman las criadas.
Fidelis, suena como una enfermedad, aunque creo que en la antigua lengua significa fiel.
—Está bien, pueden llamarme Ana, tampoco me molesta.
Las criadas me miran de manera extraña, parece que a ellas si les molesta...
Luego de asearme, vestirme y desayunar en profundidad, hasta llenar cada célula de mi ser; intento seguir la rutina al pie de la letra.
En lo que compete a las clases, el maestro se presenta como Rudolf.
—Su excelencia me habló de ti esta mañana, señorita Fidelis.
—¿En serio? —pregunto sorprendida.
—Sí —responde con calma—. Me comentó acerca de tu exhausta falta de conocimiento en finanzas y de lo incompetente que eres en estos momentos, respecto a este ámbito. —cada palabra duele, pero lo que hiere más es la lentitud con la que las pronuncia.
En su caso, lo que realmente necesita son clases de modales, pero me abstengo de decirlo. No quiero que informe a su excelencia sobre tal falta grave.
***
La clase de hoy fue de un nivel más avanzado, a comparación con las clases de Ake. Rudolf resulta ser un profesor experto y experimentado. A pesar de la lentitud con la que articula las palabras y su carácter extraño e indiferente, explica bien.
Las horas pasan volando, hasta que me encuentro con Lunae, el emperador, en donde los segundos parecen eternos.
En el acto de reverenciarme y mostrarle mis respetos, el emperador pide que levante la cabeza.
—Diga... —intento averiguar qué quiere.
—¿Qué tal tu primera clase?
Parece que desea entablar una conversación amigable en la corte. Volteo a todos lados, pero parece que no hay nadie más que él y Lumine.
—Bien.
—¿Y?
—Aprendí bien.
Parece fulminarme con la mirada.
¿Qué es lo que quiere que le diga?
—¿Y usted, su majestad?
Parece desconcertado ante mi pregunta.
—¿Cómo le ha ido en su día? —pregunto finalmente.
—Bien, ¿verdad Lumine?
—Sin dudas, hoy le ha ido bien, su excelencia.
¿Acaso Lumine es un adicional suyo o algo así?
En medio de esta extraña e incómoda situación, recuerdo a Gina.
—Oh, su excelencia, el emperador, nuestra luna resplandeciente —dirigirse a él resulta agotador... —. Sobre la petición de ayer, lo de mi amiga...
No permite que termine de hablar.
—Tras tu petición, en esa misma tarde fue liberada y custodiada a su región. Pedí que le dieran un buen trato. Después de todo, es amiga de mi doncella, ¿no?
Me observa con una expresión impenetrable.
Me quedo en silencio. Cada día, un sentimiento nuevo y confuso surge cuando estoy frente a él. Es inquietante e impredecible. Como un juego de ajedrez.
NARRA AKE
La guerra. Una guerra fría, un conflicto teñido de rojo y con los gritos como una lúgubre banda sonora, era la escena en la que nos encontrábamos.
◆Capítulo 9: Verdades y sentimientos◆
La decisión de unirme al ejército era más que una simple excusa; se trataba de la coartada perfecta para explicar mi ausencia a mi padre. Sin embargo, la auténtica realidad estaba entrelazada con hilos mucho más oscuros: mi destino era el Imperio de Júpiter, un lugar que conspira insidiosamente contra la Corona de Luna.
Con el corazón cargado de preocupación por mi padre, quien ya había avanzado en edad, decidí pedirle que tuviera compañía. Sabía que el peligro acechaba en la soledad, que la enfermedad podría llegar sin piedad y no habría nadie cerca para auxiliarlo.
No deseo arrastrarlo a este conflicto, a esta trama en la que me había involucrado.
Él había soportado ya suficiente sufrimiento en su vida, tiempos aún más oscuros que estos. Por esta razón, tomé la drástica decisión de alterar algunos recuerdos en su mente, borrando ciertos hechos y tejidos dolorosos de su memoria. Mi intención no era hacerlo olvidar por completo, sino permitirle vivir con el deseo de seguir adelante.
En la narrativa que creé en su mente, éramos una familia común de la tercera región. Un hogar modesto, dedicado al comercio y a la labor en el campo. Sufrimos la pérdida de mi madre y mi hermana a causa de una enfermedad implacable.
Aquella historia ficticia, aunque dolorosa, era preferible a la verdad cruda y sangrienta. No obstante, hacer que recuerde esa mentira en su mente es frustrante.
La verdad es que los del Imperio Luna habían atentado contra nosotros, la familia First. Xifa, la emperatriz, había traicionado nuestra alianza y había masacrado de forma brutal a mi madre y a mi hermana. La imagen de sus cabezas en lanzas aún atormenta mis pensamientos.
Lo que mi padre desconocía en ese momento, es que yo también tenía culpa en ello. Xifa había tejido su engaño a mi alrededor, aprovechándose de mi juventud e inmadurez. La amaba, por eso, reconozco mi error.
Mi amor por ella me había cegado, me había convertido en un títere de sus deseos. Fue mi debilidad la que permitió que llevara a cabo su siniestra traición. Por eso, cuando asesinó a mi familia, cuando destrozó mi mundo, tomé la decisión de acabar con ella. Fui yo quien la mató, un acto cargado de culpa y arrepentimiento.
Pero las complejidades no se detienen allí. En las sombras, una rama de la familia First también estaba involucrada en la conspiración.
No es sorpresa que una rama de la familia First la haya asesinado.
Incluso mis tíos nos buscan para hacer creer al emperador que están realmente aliados con él. Mis propios tíos buscaban perpetuar la mentira y asegurar su alianza con el imperio de Luna.
La vida en esta oscuridad, escondidos de nuestra propia identidad, resulta abrumadora y frustrante. Cada día es una lucha por mantener el equilibrio entre el engaño necesario y la verdad que sigue latiendo en nuestro interior.
La chica que mi padre trajo me recordaba a mi difunta hermana. Se llama Ana. Con el tiempo supe que era tres años menor que yo. Es tímida y simpática, y a medida que pasa el tiempo, se ha ido desenvolviendo y forjando su personalidad. Aquí, a diferencia de donde viene, se le da tiempo para descansar y desarrollar sus habilidades.
Ana era peculiar. Siempre parecía estar sobreanalizando todo, cada acción y comportamiento, como si quisiera encajar a toda costa y no destacar en exceso. Al principio, la traté con el mismo cariño y protección que le hubiera brindado a mi hermana. Pero a medida que el tiempo avanzaba, los impulsos y las emociones humanas comenzaban a tomar control en mí.
Me di cuenta de esto cuando la vi fruncir el ceño en medio del apasionado debate sobre genética, herencia y roles. Sus ojos se llenaban de emoción con cada enseñanza, y su cabello naranja resplandecía como destellos dorados bajo los rayos del sol. Las pecas, esparcidas sutilmente sobre su piel, añadían un encanto inesperado a su rostro.
Mis ojos, en un fugaz momento de distracción, se desviaron hacia sus labios, atrapando mi atención. En ese mismo instante, en un momento en que mi mente divagó, noté la presencia de un bulto en la parte inferior de mi vestimenta, y es que mi cuerpo reaccionó involuntariamente. Ella no se percató, pero me sentí repentinamente avergonzado.
Un suave suspiro escapó de mis labios consciente de la complejidad de mis propios deseos y debilidades. Cada día, Ana se volvía más atractiva a mis ojos, y la lucha contra mis impulsos se volvía cada vez más intensa.
En este instante, me encuentro ocupado empaquetando meticulosamente mis pertenencias, preparándome para emprender un largo viaje al otro extremo del planeta.
Hace unos cinco días, Ana salió junto a mi padre para explorar la gran ciudad de la región. Nunca imaginé que su ausencia se prolongaría tanto. Es preferible que sea así, me es más sencillo aceptar este alejamiento, pues despedirme de ambos sería una carga emocional que preferiría evitar.
Mis pensamientos son interrumpidos abruptamente. La puerta de la casa se abre de golpe justo cuando estoy a punto de salir y ponerme los guantes de cuero.
Mi padre, empapado en sudor y visiblemente alterado, se encuentra en el umbral de la puerta.
—¡Se la llevaron! —exclama agitado, sus palabras llenas de angustia resuenan en el espacio. Estoy desconcertado, sin entender completamente lo que está sucediendo.
—¿A quién se llevaron? —inquiero, tratando de comprender la gravedad de la situación.
—¡A Ana! —sus puños tiemblan de rabia contenida mientras habla—. Intenté hacer de todo, hablé con las autoridades, perseguí el vehículo, pero no pude evitarlo.
Un torbellino de emociones se desencadena en mi interior mientras intento procesar la revelación.
—¿Quién se la llevó?
—Un administrador o funcionario del imperio, no lo sé con certeza. Se la llevaron para participar en un concurso del emperador... —sus palabras son cargadas de frustración.
Una mezcla de enojo y desesperación se instala en mi corazón. No solo debido a la situación en sí, sino también por lo que simboliza la palabra "emperador". Un título que, por derecho de sangre, le pertenece a mi familia.
Esta noticia alimenta mi determinación de viajar al Imperio de Júpiter. Una resolución se afianza en mi mente mientras sopeso las opciones.
—¿Qué hacemos? —me pregunta, buscando orientación en medio de la incertidumbre.
—Tranquilo, yo me encargo.
—Gracias hijo. Dime qué debo hacer para ayudarte.
—Está bien, tú descansa. Ahora debo partir.
Nos abrazamos, ese abrazo se llena de emociones que son difíciles de expresar con palabras.
—Te quiero —digo, sintiendo el peso de aquella palabra mientras la pronuncio—. Cuídate mucho papá. —añado con sinceridad.
—Hace tiempo que no me dices esas palabras —su voz lleva un toque de añoranza, una tristeza que resuena en cada sílaba.
Porque no me siento digno, es más, ahora tampoco me siento digno.
Salgo de la casa, sintiendo el peso del adiós en cada paso.
—Te enviaré cartas —le grito a una considerable distancia mientras sacudo mi brazo, tratando de contener las lágrimas que amenazan con escapar.
Caminando, me alejo lo suficiente del lugar.
No obstante, en vez de dirigirme a la capital como podría esperarse, mis pies me llevan con una determinación renovada hacia el Imperio de Júpiter.
Lo siento papá.
Sin permitir que me vea, activo mi habilidad y me teletransporto a un punto de encuentro previamente marcado con mi equipo.
Aparezco en un puerto de la segunda región.
Mientras camino hacia un barco, tarareo una canción que resuena en mi mente:
"Suena la canción, melodía en reversión, niños y aldeanos, danzan en ascensión. Los soldados marchando, espadas en mano, la vida en sus manos, en baile macabro.
En celebración, claman con pasión, a la Diosa Luna, su amor y devoción."
Cierro los ojos por un momento, tomo un respiro profundo y continúo con paso firme, me adentro al barco lleno de infiltrados del imperio de Júpiter y algunos miembros de la familia First. En el transcurso del viaje se hablará de términos y negociaciones.